domingo, 2 de febrero de 2020

Hugo Pinter ( Esperanza , Santa Fe, 1946)


Al volver


Busque mis manos grandes
y  entre la carne vi guardada
una ternura casi vieja, subí al aire y espere la voz
baje al camino y espere los pasos
corte una rosa y la tire al agua
para que perfume mi vino,
entonces tuve miedo
y junte las cenizas de la tarde
recordando que hace mucho, mucho tiempo
estuve ciego.


Renacer en un instante


Tus ojos gritaron verdades
que yo no recordaba
al tiempo que tu mano
calló la angustia
y no fue posible apartarla.

El vino se volvió amigo
cuando las agujas
cambiaron de sentido,
Entonces la frontera de los infinito
se disolvió en tu pelo,
entre las paredes blancas
recuperaste mi capacidad
por la aventura

Mienten los arquitectos

Mienten los arquitectos
(esconden sus razones)
la felicidad
de quien construye una casa
consiste en colocar la última ventana
ya que solo él
tiene la enorme posibilidad
de dejarla eternamente abierta.



Al infinito

Para levantar la palabra tan gastada
necesito verte el rostro
juntar las manos sobre tu cabello
oír la música suavemente
hablar , es subir
sentirte andar el  tiempo
sobre las agujas heladas
cuando crepita el silencio
rojo, rojo de tu sangre
y nos hundimos al fin
en el torbellino vertical
de mil relojes de arena.

Del libro Los signos y los días
Editorial ediciones Ciudad del Barco 1977

sábado, 1 de febrero de 2020

Stanley Rogouski






Sobre ser un escritor fracasado

A la edad de 50 años soy un escritor fracasado. Excepto por algunos artículos en CounterPunch, todo lo que he publicado ha sido auto-publicado. He trabajado decenas de miles de horas, he escrito cientos de miles de palabras y nunca he hecho un centavo. Si hubiera pasado la misma cantidad de tiempo en un trabajo de salario mínimo, sería rico, o al menos un supervisor de turno en Starbucks. No he podido encontrar una audiencia. Probablemente ni siquiera leas esto.
Entonces, ¿por qué no renuncio?
Lo intenté. Desde los 25 a los 50 años, tenía un objetivo en la vida, curarme de la necesidad de escribir. Pero fracasé. Dejame explicarte.
El deseo de escribir nunca debe confundirse con la capacidad de ganarse la vida escribiendo, o incluso con la capacidad de expresarse poniendo palabras en el papel. Se rumorea que TS Eliot respondió a aquello de que «la mayoría de los editores son escritores fallidos» con el chiste de: «Sí, pero también lo son la mayoría de los escritores». Para muchos periodistas, escribir es un trabajo diario y un sueño imposible. La mayoría de la gente en Buzzfeed no quiere escribir artículos de listas. Dudo que ni siquiera el reportero más cínico del periódico creciera soñando que algún día estaría escribiendo artículos de éxito sobre un hombre sin hogar mentalmente enfermo para el New York Post, o difamando a un adolescente en el Indianápolis Star para proteger a la policía local. Es simplemente una manera de pagar las facturas hasta que llegue la gran historia que le convertirá en otro Woodward o Bernstein, o hasta que un estudio de Hollywood compre su guión de película. No estoy criticando desde la moral. Si tuviera los contactos para ser contratado por ViceBuzzfeed o el NY Post, probablemente aprovecharía la oportunidad. Es más, algunos de los mejores escritores de la historia de América han escrito por dinero y sólo por dinero. Ulysses Grant, por ejemplo, comenzó a escribir sus memorias en 1884 después de que le diagnosticaran un cáncer de garganta. Enfermo, destituido después de perder la mayor parte de sus bienes en un tipo piramidal, el 18º presidente de los Estados Unidos escribió principalmente para pagar viejas deudas, y para dejar dinero con el que mantener a su esposa y su familia. Sin embargo, las memorias personales de Ulysses S. Grant sigue siendo la autobiografía más grande jamás escrita por un presidente estadounidense. Es tan buena que, hasta el día de hoy, hay teorías de la conspiración sobre que en realidad fue escrita por su amigo Mark Twain.
A mitad de mis veinte, decidí convertirme en novelista, principalmente porque me di cuenta de que era incapaz de hacer otra cosa. Para un hombre de mediana edad, 25 parece joven, pero seamos realistas. Si para entonces no estás ya encaminado en una carrera sólida, o tienes algún tipo de especialidad muy buscada, vas a estar forcejeando profesionalmente el resto de su vida. Tengo 50 años, pero los 25 ni siquiera me parecen muy lejanos. Se sienten como ayer. No sólo se me han terminado mis opciones profesionales, es que nunca había tenido muchas en primer lugar. Yo ya había sido sentenciado. Había encontrado mi lugar y no me gustaba. Por aquel entonces ya estaba recogiendo las piezas de mi vida rota, preguntándome qué pasó.
Durante la mayor parte de mi infancia, había planeado unirme al Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, igual que mi padre. Renuncié a la idea cuando me convertí en socialista en la universidad. ¿Cómo podría hacer una carrera defendiendo al imperio americano?
Nota: También era blando y débil. Un verano en la base de la Fuerza Aérea McGuire, durante un campamento de la Patrulla Aérea Civil, ya me había convencido de que no estaba hecho para la vida militar. Pero «rehuso servir a los intereses del imperialismo estadounidense» suena mucho mejor que «tengo miedo de que cuando llegue a la formación básica los otros me llamen maricón y me golpeen». Así que esa es la versión de la historia que normalmente cuento.
Más tarde, jugueteé con la idea de convertirme en profesor de inglés de secundaria o en profesor universitario, pero había sido miserable en la escuela secundaria. ¿Por qué habría querido pasar el resto de mi vida en un lugar que ya sabía que odiaba? Un puesto en Harvard habría sido genial, pero ni siquiera podía comprender a Foucault o Derrida, ni mucho menos enseñarlos. No tenía la capacidad académica para convertirme en un abogado, o el temperamento para convertirme en un activista político. Así que a la edad de 23 años, me retiré de la escuela de posgrado y obtuve un trabajo como «Editor de Producción» de bajo nivel para una pequeña publicación científica en la ciudad de Nueva York. Gané poco menos de 15,000$ al año preparando manuscritos científicos para ser publicados en libros que casi nadie leería.
No me llevó mucho tiempo concluir que, ya que era poco probable que consiguiera un trabajo mejor, podría por lo menos tener una identidad mejor. «Escritor» sonaba bien, pero había un problema: no podía escribir. Ni una novela, ni un ensayo, ni una revisión, ni una historia corta. Apenas podía escribir una nota en una tarjeta de cumpleaños. De hecho, pasé la mayor parte de mis 20 pensando en mí como en un escritor, pero incapaz de conseguir mucho más que llevar un diario, que me alegro de haber perdido. Lo único que recuerdo de él es que no valía la pena. Tenía un caso masivo de bloqueo de escritor, que correlacionaba con mi incapacidad para relacionarme con otras personas, o de hacer algo con mi vida. Sin embargo, no poder escribir fue una buena excusa para quedarme como estaba. Mi empleo no pagaba mucho y no había mucho espacio para el ascenso, pero tampoco implicaba mucho trabajo. Las horas eran constantes y nunca tuve que preocuparme de que me engañaran con el salario. Hoy día casi parece un buen trabajo. En cualquier caso, decidí que, ya que no sabía cómo escribir, usaría el tiempo tras el trabajo para aprender a hacerlo. El progreso fue lento, pero lo hice. Leí casi todo lo que pude y logré llenar las lagunas de mi educación que había notado durante mis dos años abortados de posgrado. Finalmente encontré mi tema: el fracaso. Me identifiqué con el narrador de Dostoievski de Memorias del subsuelo, y con el héroe de la novela de George Orwell Que no muera la Aspidistra. Sin embargo, a diferencia del Gordon Comstock de Orwell, no pude encontrar un camino de regreso hacia la clase media-baja, y, a diferencia del hombre clandestino de Dostoievski, no podía hacer que el fracaso pareciera interesante.
Así que concluí que, si iba a escribir sobre el fracaso, tenía que fracasar mucho más.
Después de que me despidieran de mi trabajo —fue una combinación de incompetencia y falta obvia de interés en lo que hacía—, fracasé en casi todo lo que intenté. No podía hacer amigos, tener una relación con una mujer, romper o mantener relaciones amistosas con mis padres, completar un psicoanálisis o mantener un trabajo. Durante los años siguientes, trabajé como teleoperador, pescadero, trabajador del metal, especialista en entrada de datos en la última empresa textil sindicalizada de Seattle, asistente administrativo, asociado de ventas en una tienda de suministros de oficina, trabajador de chapistería , trabajador diurno en una planta de reciclaje, administrador de sistemas de bajo nivel para un pequeño proveedor de servicios de Internet, técnico de soporte al cliente para tres compañías de e-commerce fallidas y barista en Starbucks.
El último trabajo resultó ser un accidente afortunado, ya que me proporcionó el material para la primera cosa que escribí y que vale la pena leer, una suerte poco exitosa de Memorias del subsuelo, un cuento largo llamado How To Under Ring. En él soy un barista amargado de Starbucks, el «hombre subterráneo» que sirve cafés y hace espressos mientras que espero la oportunidad de que me pongan en una caja registradora. Entonces podré seguir mi verdadera vocación de pequeño malversador y ladrón. Cuánto es ficción y cuánto es autobiografía, lo dejo a los lectores y a mis potenciales empleadores. En estos días me parece anticuado y casi cliché, y sólo puedo ver en ello la reacción del típico guerrero de la justicia social. «El joven hombre blanco y enojado de una familia de clase media que odia su trabajo y no puede acostarse con nadie, por lo que actúa como un idiota. Llórame un río». Sin embargo, en aquel momento, terminar una historia corta me pareció una vindicación.
También concluí que, ya que había demostrado realmente que podía terminar algo escrito, pero sabía en el fondo que no tenía mucho talento, intentaría en serio dejar de intentarlo. Pero fracasé. Mi mayor fracaso en mis 30 y 40 fue mi renovado esfuerzo por dejar de escribir. Estudié programación y tecnología de la información, obtuve certificaciones de Microsoft, Comptia y Cisco. Funcionó durante un tiempo. Saltar de un trabajo de comercio electrónico a otro me dejó poco tiempo para pensar en escribir, pero la industria tocó fondo en marzo de 2000. Para cuando la tecnología volvió a resurgir, ya era demasiado viejo y también mal capacitado para volver. Traté de reemplazar la escritura de ficción con una búsqueda creativa más inofensiva, la fotografía. Pero era aún peor fotógrafo que escritor. Los smartphones volvieron obsoletos a los fotoperiodistas profesionales de todas formas. Cuando George W. Bush fue presidente, me lancé al movimiento contra la guerra y a los movimientos pro-impeachment. Pero los demócratas recuperaron el control del Congreso y Nancy Pelosi declaró que no se contemplaba la destitución, y cuando Barack Obama fue elegido presidente, el movimiento contra la guerra desapareció de la escena política por la derecha.
Cuando cumplí 45, me di cuenta de que nunca dejaría de escribir, ya que dejar de escribir significaba que tendría que tener éxito en algo que no fuera escribir, y eso nunca sucedería. Durante 20 años, cuanto más había intentado dejar de escribir, más había vuelto a ello. Era la única cosa en mi vida en la que perseveré, imposible que fallara, ya que era idéntica al fracaso. Cuando el fracaso es escribir y escribir es un fracaso, ¿cómo se puede fracasar en la escritura? Es más, aunque en realidad no me gustaba escribir, lo necesitaba, lo necesitaba de la misma forma en que un adicto a la heroína necesita su dosis. Las razones son las mismas. El adicto a la heroína y el escritor fracasado quieren una cosa, estar solos, olvidar la realidad y vivir dentro de su imaginación. Renunciaría a la literatura por la heroína si pudiera, pero la heroína es demasiado cara.
En 2011, mi padre murió y yo perdí mi último trabajo a tiempo completo, apenas pasaron unas semanas entre una cosa y otra. También perdí el bloqueo de escritor que tuve durante la mayor parte de mi vida. De repente, podía hablar. Escribí una novela completa. Escribí más de 500.000 palabras de críticas cinematográficas, ensayos autobiográficos y artículos de opinión sobre política e historia. A la edad de 25 años, apenas podía escribir mi propio nombre. A la edad de 50 años, puedo escribir casi cualquier cosa que quiera. Si hay un pensamiento en algún lugar en mi cabeza, al final encontraré una manera de ponerlo en palabras. Si hay una película o un libro que quiero reseñar, un acontecimiento político que quiero analizar, demonios de la infancia que quiero desterrar de mi memoria pronunciando sus nombres, o una historia que quiero contar, nada me impedirá hacerlo. El único problema es que los trabajos bien pagados, con horarios predecibles y cheques a tiempo cada dos semanas son algo del pasado. Siempre me río de Charles Bukowski cuando leo El cartero. Hoy en día, trabajar en la oficina de correos es el tipo de «buen trabajo» que demócratas izquierdistas como Bernie Sanders siempre están prometiendo traer de vuelta. ¿Correos? Henry Chinaski, comprueba tus privilegios.
En 2015, ya no puedo convertirme en un escritor fracasado, porque he fracasado en todo lo demás. Escribir lleva tiempo. Se necesita tiempo libre. Se necesita la capacidad de tener una vida en la que tienes algunas horas todos los días para sentarte en tu escritorio, o en la mesa de algún café en alguna parte, y no ser molestado. Mis opciones de empleo a los 50 años son mucho más limitadas de lo que eran a los 23, no sólo porque el mercado de trabajo es mucho peor ahora, sino porque ya he demostrado al mundo que no soy un buen empleado. Mi capacidad de crédito es mala. Mi curriculum vitae es irregular. Internet está lleno de mis despotriques auto-publicados. Nunca se irán. Mi próximo trabajo, si tengo la suerte de conseguir uno, tendrá que ser uno de esos tipo: «Vamos a contratar a cualquiera que pueda pasar la prueba de drogas». Seré trabajador temporal en un almacén de Amazon, o trabajador de bajo nivel «de guardia» que trabaja 15 horas a la semana y en su cabeza se preocupa de cómo trabajar otras 50. Tal vez vuelva a subir a Alaska y destripar pescado. Seré ese tipo extraño de unos 50 años sin pelo y con barba gris, el tipo del que todos los chicos de la universidad se ríen durante un instante, para especular al siguiente cuántos años pasarán entre una libertad condicional y otra. No sé cuál será mi próximo trabajo, pero estoy bastante seguro de que me dejará poco tiempo para leer y escribir. En mis 20, me convertí en un escritor fracasado porque no podía hacer nada más. En mis 50, si quiero seguir siendo un escritor fracasado, tendré que luchar por ello.
Pero en realidad no importa porque finalmente entiendo. No soy escritor en absoluto. Nunca lo he sido. Nunca lo seré. Soy exactamente lo que escribí en mi primer cuento de verdad, un pequeño malversador y un pequeño ladrón, pero esta vez no quiero robar unos cuantos cientos de dólares de una caja registradora en Starbucks. Quiero robar algo mucho más valioso, tiempo, tiempo para escribir, tiempo para leer, tiempo para ver películas interesantes con subtítulos y pasear en bicicleta por las montañas del Noroeste de Nueva Jersey, tiempo para debatir sobre política en Internet. Soy un pequeño malversador de tiempo y un pequeño ladrón, robando tics del reloj del capitalismo. Voy a mentir, gorronear, engañar, robar al gobierno. Haré cualquier cosa para luchar contra ser prensado en una rutina que ahoga mi voz para siempre. Continuaré hablando, incluso si soy el único que escucha. Henry David Thoreau dijo una vez que no se puede matar el tiempo sin dañar la eternidad. Haré todo lo posible para pasar los próximos 25 años de mi vida sin dañar la eternidad.
Pero probablemente fracasaré.

traducido por Isaac Belmar y tomado de su blog Hoja en Blanco

miércoles, 29 de enero de 2020

Ricardo Zelarayán ( Parana1922-Buenos Aires 2010)





Tal vez no importe tanto

Tal vez no importe tanto,
tu cara se borra sola.
Hay muchas caras en mi vida
que viven borradas
quién sabe hasta cuándo.
Se han borrado poco a poco,
pero en el momento menos esperado,
y a veces en el menos indicado,
vuelven a aparecer por un brevísimo instante
para sumergirse enseguida
en el “¿Dónde estarás ahora?”
con un intenso sobresalto
de mi parte…
Hay días mucho más chicos que otros.
Y hay días muertos,
descolgados,
inútiles,
días que crecen y mueren sin esperanza.
El rostro borrado aparece de pronto
y es, al mismo tiempo, el mismo
y otro,
siempre dispuesto a borrarse
para aparecer otra vez
pero, ¿cuándo?
La música corre como el agua
pero se borra en el aire.
Es difícil acordarse de invierno
en verano
y del verano en invierno,
evocar una melodía remota
a la deriva en el tiempo pasado.
es difícil salvar del olvido
un rostro, una cara
que se ha borrado
y que aparece
el día y el momento menos pensado.
Si uno pudiera manejar la cosa,
Es decir matar definitivamente ese rostro en la memoria,
o evocarlo a voluntad,
todo sería distinto.
El vientito del despecho
ha lijado los relieves,
los límites de la superficie recortada,
de los diferentes rostros de Ella.
Uno se salva de a ratos
pero en el momento inesperado….
Ella aparece con un rostro olvidado
que enseguida desaparece, etc. etc.
La cara, el recorte amoroso…
mas no el cuerpo
(el cuerpo decapitado
del rostro borrado).
Tal es el trabajo de salvación
por el momento:
evocar a voluntad
o borrar para siempre.
Incluso borrar el recuerdo
de haber borrado un rostro,
o todos los sucesivos rostros de Ella.
Cuando un rostro comienza a borrarse
(y por lo visto estoy diciendo rostro y no cara
porque rostro tiene más relieve que cara)
ojo, me digo, porque si los ojos de Ella se borran
algo comienza a terminarse
o algo, también, comienza a secas.
Es el comienzo de un nuevo rostro
que tal vez se borrará a su turno
y así sucesivamente.
Y lo de los rostros también se extiende a los lugares
que permanecen borrados
para reaparecer un instante de cualquier día,
no elegido,
y todos los días hay instantes que nacen y mueren vacíos.



Cuando llueve



Cuando llueve, ¿quién se moja más? ¿El que corre o el que camina despacio? Adivina adivinador. ¿Nunca se sabrá?
Cuando llueve, el mosquito se moja menos que el elefante, y la mosca menos que el tigre y que las pulgas del tigre. Pero, ¿qué no daría el mosquito por tener la sombra de un elefante y la mosca la sombra de un tigre?

Cuando llueve, nadie quiere mojarse pero todos se mojan, menos los que consiguieron ponerse debajo de algo, techo o paraguas, que son casi todos. Así no vale.
Cuando llueve, el árbol que hace sombra de sol, hace sombra de lluvia
Cuando llueve, no se puede volar o se vuela menos. Y los pájaros buscan un árbol frondoso o un alero, porque nadie les enseñó a cubrirse con las alas.
Cuando llueve, a los mares o a los ríos ni les va ni les viene, porque nunca se mueren de viejos. Las lagunas y los lagos no están tan seguros y, cuando llueve, sonríen encantados.

Cuando llueve, es la fiesta de los sapos. No hay mal que por bien no venga.
Cuando llueve, fracasa la casa que no podemos terminar, como el fuego al aire libre que no podemos encender.
Pero... cuando llueve, las gotas se dan al fin un baño de tierra.
Cuando llueve, tu pelo se moja mucho y tus ojos nada... porque están bajo techo.
Cuando llueve, no hay canto de pájaros.
Cantemos nosotros al ritmo del aguacero.
Cuando llueve, es mejor que sea en verano que en invierno, es cierto.
Pero... nunca se sabrá si se moja más el que corre o el que camina despacio.

Edición original: Traveseando, Colección la manzana roja, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1984.

jueves, 23 de enero de 2020

Extracto de Sauce ciego, mujer dormida de Haruki Murakami





—A las tres de la madrugada, a todo el mundo le vienen a la cabeza muchas
cosas. Pensamos en esto y en lo de más allá. A todos nos ocurre lo mismo. Y
todos debemos encontrar nuestro propio método para evitarlo.
—Sí, tal vez —admití.
—A las tres de la mañana, también los animales piensan, ¿sabes? —me lo
dijo como si se le hubiera ocurrido de repente—. ¿Has ido alguna vez al zoo a
medianoche?
—No —le respondí distraído—. No,claro que no.
—Yo fui una vez. Conozco a un hombre que trabaja en el zoológico y, una vez que tenía turno de noche, le insistí mucho para que me llevara. Es que no se puede, ¿sabes? —dijo él agitando el vaso—. Fue una experiencia realmente extraña. Es imposible
explicarlo con palabras, pero me dio la sensación de que la tierra se abría en silencio y de que algo salía reptando de su interior. Y que esa cosa invisible que se había escurrido hacia fuera vagaba libremente por la oscuridad de la noche.
Era algo parecido a una masa de aire helado. Yo no lo veía. Pero los animales
lo sentían. Y yo sentía lo que los animales sentían. Porque, en definitiva, la faz de la tierra que nosotros pisamos conduce al mismo centro del globo terráqueo, y éste, a su vez, ha absorbido una cantidad asombrosa de tiempo.
Yo permanecía en silencio.
—No pienso volver jamás a un zoológico a medianoche.
—¿Es mejor con los tifones?
—Sí —dijo—. Muchísimo mejor

domingo, 19 de enero de 2020

"Los tres príncipes de Serendip" un cuento anonimo persa




El discípulo miró al maestro en la profundidad de la tarde.

- "Maestro, ¿es bueno para el sabio demostrar su inteligencia?"

- "A veces puede ser bueno y honorable permitir que los hombres te rindan honores."

- “¿Sólo a veces?”

- “Otras puede acarrearle al sabio multitud de desgracias. Eso es lo que les sucedió a los tres Príncipes de Serendip, que utilizaron distraídamente su inteligencia. Habían sido educados por su padre, que era arquitecto del gran Shá de Persia, con los mejores profesores, y ahora se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al Gran Mogol, del que habían oído su gran aprecio por el Islam y la sabiduría. Sin embargo, tuvieron un percance en su camino.”

- “¿Qué les pasó?”

- “Una tarde como esta, caminaban rumbo a la ciudad de Kandahar, cuando uno de ellos afirmó al ver unas huellas en el camino: “Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho".

- “¿Cómo pudo adivinar semejante cosa con tanta exactitud?”

- “Había observado que la hierba de la parte derecha del camino, la que daba al río, y por tanto la más atractiva, estaba intacta, mientras la de la parte izquierda, la que daba al monte y estaba más seca, estaba consumida. El camello no veía la hierba del río.”

- “¿Y los otros príncipes?”

- “El segundo, que era más sabio, dijo: “le falta un diente al camello.”

- “¿Cómo podía saberlo?”

- “La hierba arrancada mostraba pequeñas cantidades masticadas y abandonadas.”

- “¿Y el tercero?”

- “Era mucho más joven, pero aun más perspicaz, y, como es natural, en los hijos pequeños, más radical, al estar menos seguro de sí mismo. Dijo: “el camello está cojo de una de las dos patas de atrás. La izquierda, seguro"

- “¿Cómo lo sabía?”

- “Las huellas eran más débiles en este lado.”

- “¿Y ahí acabaron las averiguaciones?”

- “No. El mayor, picado en esta competencia, afirmó: “por mi puesto de Arquitecto Mayor del Reino que este camello llevaba una carga de mantequilla y miel.”

- “Pero, eso es imposible de adivinar.”

- “Se había fijado en que en un borde del camino había un grupo de hormigas que comía en un lado, y en el otro se había concentrado un verdadero enjambre de abejas, moscas y avispas.”

- “Se trata de un difícil reto para los otros dos hermanos.”

- “El segundo hermano bajó de su montura y avanzó unos pasos. Era el más mujeriego del grupo por lo que no es extraño que afirmara: "En el camello iba montada una mujer". Y se puso rojo de excitación al pensar en el pequeño y grácil cuerpo de la joven, porque hacía días que habían salido de la ciudad de Djem y no habían visto ninguna mujer aún.”

- “¿Cómo pudo saberlo?”

- “Se había fijado en unas pequeñas huellas de pies sobre el barro del costado del río.”

- “¿Por qué había bajado? ¿Tenía sed?”

- “El tercer hermano, absolutamente herido en su orgullo de adolescente por la inteligencia de los dos mayores, afirmó: "Es una mujer que se encuentra embarazada, hermano. Tendrás que esperar un tiempo para cumplir tus deseos".

- “Eso es aún más difícil de saber.”

- “Se había percatado que en un lado de la pendiente había orinado pero se había tenido que apoyar con sus dos manos porque le pesaba el cuerpo al agacharse.”

- “Los tres hermanos eran muy listos.”

- “Sin embargo, su sabiduría les trajo muchas desgracias.”

- “¿Por qué?”

- “Por su soberbia de jóvenes. Al acercarse a la ciudad, contemplaron un mercader que gritaba enloquecido. Había desaparecido uno de sus camellos y una de sus mujeres. Aunque estaba más triste por la pérdida de la carga que llevaba su animal, y echaba la culpa a su joven esposa que también había desaparecido.”

- “¿Era tuerto tu camello del ojo derecho?”, le dijo el hermano mayor.

- “Sí”, le dijo el mercader intrigado.

- “¿Le faltaba algún diente?”

- “Era un poco viejo”, dijo rezongando, “ y se había peleado con un camello más joven.”

- “¿Estaba cojo de la pata izquierda trasera?”

- “Creo que sí, se le había clavado la punta de una estaca.”

- “Llevaba una carga de miel y mantequilla.”

- “Una preciosa carga, sí.”

- “Y una mujer.”

- “Muy descuidada por cierto, mi esposa.”

- “Qué estaba embarazada.”

- “Por eso se retrasaba continuamente con sus cosas. Y yo, pobre de mí, la dejé atrás un momento. ¿Dónde los habéis visto?”

- “No hemos visto jamás a tu camello ni a tu mujer”, buen hombre, le dijeron los tres príncipes riéndose alegremente.

El discípulo también rió.

- “Eran muy sabios.”

- “Sí, pero el buen mercader estaba muy irritado. Cuando los vecinos del mercado le dijeron que habían visto tres salteadores tras su camello y su mujer, los denunció.”

- “¡Pero, ellos tenían razón!”

- “Los perdió su soberbia juvenil. Habían señalado todas esas características del camello con tanta exactitud que ninguno les creyó cuando afirmaron no haber visto jamás al camello. Y se habían reído del mercader, había muchos testigos. Fueron llevados a la cárcel y condenados a muerte ya que en Kandahar el robo de camellos es el peor delito, más que el rapto de esposas.”

- “¡Qué triste destino para los sabios!”

- “La cosa no acabó tan mal. La esposa se había escapado, y pudo llegar antes de que los desventaran en la plaza pública, como era costumbre para castigar a los ladrones de camellos. El poderoso Emir de Kandahar se divirtió bastante con la historia y nombró ministros a los tres príncipes. Por cierto, que el segundo hermano se casó con la muchacha, que estaba bastante harta del mercader.”

- “La sabiduría tiene su premio.”

- “La casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás.”


sábado, 4 de enero de 2020

Parrafos del "El cisne negro" de Nassim Nicholas Taleb






Antes del descubrimiento de Australia, en el Viejo Mundo se creía que todos los cisnes eran blancos. Parecía una creencia irrefutable. Pero, entonces, se vio que en Australia los cisnes también podían ser negros.
Este hecho ilustra una grave limitación del aprendizaje que se hace desde la observación o la experiencia, así como la fragilidad de nuestro conocimiento. Una sola observación es capaz de invalidar una afirmación generalizada. Todo lo que se necesita es una sola ave negra.
El Cisne Negro es un suceso que se caracteriza por los siguientes atributos:
1.      Es una rareza, porque está fuera de las expectativas normales;
2.      produce un impacto tremendo;
3.      pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que, erróneamente, se hace explicable y predecible.
Una pequeña cantidad de Cisnes Negros está en el origen de casi todo lo concerniente a nuestro mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones, hasta la dinámica de los acontecimientos históricos y los elementos de nuestra propia vida personal.
Sucesos como el ascenso de Hitler y la posterior Guerra Mundial, la desaparición del bloque soviético, la aparición del fundamentalismo islámico, los efectos de la difusión de internet, las crisis económicas, las epidemias, la moda, las ideas... todos siguen la dinámica del Cisne Negro. La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia, dada la incidencia de estos sucesos en la dinámica de los acontecimientos.
Y es que la historia es opaca. Se ve lo que aparece, no el guion que produce los sucesos, el generador de la historia. Nuestra forma de captar estos sucesos es en buena medida incompleta, ya que no vemos qué hay dentro de la caja, cómo funcionan los mecanismos.
Lo anterior se debe al error de la confirmación: pensamos que el mundo en que vivimos es más comprensible, más explicable y, por consiguiente, más predecible de lo que en realidad es. Nos centramos en segmentos preseleccionados de lo visto y, a partir de ahí, generalizamos en lo no visto.
Nuestra mente es una magnífica máquina de explicación, capaz de dar sentido a casi todo, hábil para ensartar explicaciones para todo tipo de fenómenos, y generalmente incapaz de aceptar la idea de la impredecibilidad. El análisis aplicado y minucioso del pasado no nos dice gran cosa sobre el espíritu de la historia; solo nos crea la ilusión de que la comprendemos. Se diría que las personas que vivieron los inicios de la Segunda Guerra Mundial tuvieron el presentimiento de que se estaba produciendo algo de capital importancia. En absoluto.
Los sucesos se nos presentan de forma distorsionada. Pensemos en la naturaleza de la información: de los millones de pequeños hechos que acaecen antes de que se produzca un suceso, resulta que solo algunos serán después relevantes para nuestra comprensión de lo sucedido. Dado que nuestra memoria es limitada y está filtrada, tenderemos a recordar aquellos datos que posteriormente coincidan con los hechos.
No obstante, actuamos como si fuéramos capaces de predecir los hechos o cambiar el curso de la historia. Hacemos proyecciones a treinta años vista del déficit de la seguridad social y de los precios del petróleo, sin darnos cuenta de que no podemos prever unos y otros ni siquiera de aquí al verano que viene. Sin embargo, lo sorprendente no es la magnitud de nuestros errores de predicción, sino la falta de conciencia que tenemos de ellos.
Nuestra incapacidad para predecir en entornos sometidos al Cisne Negro, unida a una falta general de conciencia de este estado de las cosas, significa que determinados profesionales, aunque creen que son expertos, de hecho no lo son. Resulta que no saben sobre la materia de su oficio más que la población en general, solo que saben contarlo mejor y aturdirnos con sus complejos modelos matemáticos.
Es fácil darse cuenta también de que la vida es el efecto acumulativo de un puñado de impactos importantes. Hagamos el siguiente ejercicio. Pensemos en nuestra propia existencia. Contemos los sucesos importantes, los cambios tecnológicos y los inventos que han tenido lugar en nuestro entorno desde que nacimos, y comparémoslos con lo que se esperaba antes de su aparición. ¿Cuántos se produjeron siguiendo un programa? Fijémonos en nuestra propia vida, en la elección de una profesión, por ejemplo, o en cuando conocimos a nuestra pareja, o en el enriquecimiento o el empobrecimiento súbitos. ¿Con qué frecuencia ocurrió todo esto según un plan preestablecido…?
La lógica del Cisne Negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos. Tengamos en cuenta que muchos Cisnes Negros pueden estar causados y exacerbados por el hecho de ser inesperados.
Dado que los Cisnes Negros son impredecibles, tenemos que amoldarnos a su existencia. Hay muchas cosas que podemos hacer si nos centramos en lo que no sabemos. Podemos dedicarnos a buscar Cisnes Negros positivos con el método de la serendipia, llevando al máximo nuestra exposición a ellos. En algunos ámbitos (descubrimientos científicos, inversiones de capital), lo desconocido puede ofrecer una compensación desproporcionada, ya que se suele perder poco y ganar mucho de un suceso raro. Contrariamente a lo que se piensa en el ámbito de la ciencia social, casi ningún descubrimiento ni ninguna tecnología destacable surgieron del diseño y la planificación, sino que fueron Cisnes Negros. La estrategia de los descubridores y emprendedores es confiar menos en la planificación, centrarse al máximo en reconocer las oportunidades cuando se presentan y juguetear con ellas.