miércoles, 7 de octubre de 2015

Silvia Japaze (Tucuman ,1973)




La mañana

es extrañamente larga.

Pueden suceder en ella varios días extenuantes a la vez.

Reviso las noticias sin comentarlas,

flotan los titulares del diario como la nada misma flota

en un mundo que no es más que papel.

Las galletas sobran desde que no estás,

se humedecen

en esa rara manera de envejecer que solo las galletas pueden.

Me miro en el espejo antes de partir

y me pregunto cuál de ambas solas soy yo.


En esta tarde,

la más irreal de todas mis tardes irreales,

tu duda me reconstruye.

En tanto te cuestionas si soy para ti o no lo soy

sentirme me sacude,

decreta que sí soy

me salva de una muerte inminente en el ocaso.


Juan acomoda sus crateus todas las mañanas,

los entreteje en el alambre

(me alarma ver que cada vez son menos los rombos metálicos).

A fuerza de lastimar sus brazos,

Juan anhela ver el frente cubierto de un verde suyo.

Lamentaré, cuando eso suceda

no saber de Juan y sus obstinaciones matutinas;

perderme la síntesis de la torpeza y dulzura en sus dedos,

permanecer en la ventana preguntándome.

Lamentaré, cuando eso suceda

dejar de sentir que siente que lo observo,

dejar de ser una mujer en la ventana.


Recuerdo

el color desnudo

de tu piel arena,

mi sed

en la eterna siesta de tus brazos.

Recuerdo

el susurro del viento

entre los sauces

y la almohada nuestra,

su verde perfume al dormir

y ese buscar

en tus ojos

mi agua fresca.

Recuerdo

cada cosa

que no viví contigo.



Hablo con mi sombra a veces,

cuando más se aleja.

Hablo con las plantas, al regarlas

y al despojarlas del polvo o de sus hojas muertas.

No sé hablarles sin tocarlas o servirlas

ni indagar en mí sin atenderlas.

Hablo con la lluvia

y me sincero.

Tampoco sé fingir cuando hablo con la lluvia,

ni esconderme con la piel mojada.

Conozco mis maneras de no estar

y las invariables maneras de volver.

Los pasillos del silencio que transito

como yendo a casa.

El mínimo estremecimiento

que resiste mi regreso en las cosas.

Del libro " Leve" Huesos de Jibia 2014

domingo, 4 de octubre de 2015

Circe Maia ( Montevideo 1932)



El medio transparente

Lo mejor sería no pensar demasiado
en ellas, las palabras. Ellas vienen
así o de otro modo y no es tan importante.

Vidrios, ventanas son y habría que limpiarlas
con cuidado, por eso. No pintarlas
-¿qué verías detrás?- y no adornarlas.

Por mirar el adorno en la ventana
no miraste hacia afuera.
El más breve vistazo
hubiera sido al menos suficiente
para mirar la luz del otro lado.

Sí, esa luz de afuera
sobre un rostro que pasa.

(Superficies ) 


Voces  en  el  comedor

La puerta quedo abierta
y desde el comedor llegan las voces.

Suben por la escalera
y la casa respira.
Respira la madera de sus pisos
las baldosas, el vidrio de las ventanas.

Y como por descuido se abren otras puertas
como a golpes de viento
y nada impide entonces que se escuchen otras voces
desde los cuartos.

No importa lo que dicen.
Conversan: se oye una,
después se oye otra.
Son voces juveniles,
claras.

Saben
peldaños de madera
y mientras ellas suenan
-mientras suenen-

sigue viva la casa.

(Superficies)

Esta Mujer

A esta mujer la despierta un llanto:
se levanta medio dormida.
Prepara una leche en silencio
cortado por pequeños ruidos de cocina.
Mira como envuelve su tiempo y en él está viva.
y en él está viva.
Sus horas
fuertemente tramadas
están hechas de fibras resistentes
como cosas reales: pan avena,
ropa lavada, lana tejida.
Cada hora germina otras horas y todas son peldaños
que ella sube y resuenan.
Sale y entra y se mueve
y su hacer la ilumina.

( El puente)

Marosa di Giorgio (Salto 1932 , Montevideo 2004)




A veces, en el trecho de huerta ...

A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar a la
 alcoba, se me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
A veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos; se
 parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda hasta los
 suelos...). Otros eran como mariposas negras pintadas a la
 lámpara, a los techos, hasta que un día se daban vuelta y les
 ardía el envés del ala, el pelo, un número increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban todo el
día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo, hasta
 les dejábamos un vasito de miel en el altar.

De "Historial de las violetas" 1965



Bajó una mariposa a un lugar oscuro...

Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.
Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo
cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?
Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un
hombre alto se irguió y se marchó.
Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente en una caja.

De "La liebre de marzo", 1981

Anoche, volvió, otra vez...

Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían
pasado  cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín de
violetas, el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los
 platos blancos como huesos, las dulceras con olor a rosa.
Torno al dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los
 que estaban despiertos, quedaron con los ojos fijos; los que  
soñaban, igual la vieron. El espejo donde se miró o no se
 miró, cayó trizado. Parecía que quería matar a alguno. Pero,
salió al jardín. Giraba, cavaba, en el mismo sitio, como si
debajo estuviese enterrado un muerto. La pobre vaca, que
 pastaba cerca de la violetas, se enloqueció, gemía como una
mujer o como un lobo. Pero, La Sombra se fue volando, se
fue hacia el sur. Volverá dentro de un siglo.

De "Los papeles salvajes" 1971