El sonido de la atención ( 2013) Editorial Huesos de Jibia




    ¿Cuál es el sonido de la atención? Existe un famoso kōan zen destinado a romper esa mente con la que hilamos una rumia cósmica. El maestro da un aplauso y dice: “Éste es el sonido de dos manos, ¿cuál es el sonido de una sola mano?” Plantea el problema a sus discípulos para comprobar su progreso. El objetivo es desconcertar el pensamiento lógico y provocar un aumento de conciencia.
     El sonido de la atención es un kōan. Primero disfrutamos de la pregunta, sin apurarnos a responderla. La respuesta sólo aparecerá si hacemos silencio. A esa escena única asiste Jorge Santkovsky, y vuelve para contarlo. La observación es la clave. Y hacerse un momento para captar los detalles es fundamental.
     La atención se cansa de estar atenta. Antes de que se dispare en haces de luz infinita, detengámosla. Esa milésima de segundo en que lo conseguimos es eterna. Y pasa. Y la dejamos pasar, sin esperanza ni miedo. Queda este libro donde el tiempo se toma un descanso y nos invita a que lo hagamos nosotros también

    Contratapa de Griselda Garcia

    Me incorporo

    descubro que es el día esperado 
    me detengo.

    Puedo sentir
    cómo se dispara la atención
    hacia otros menesteres.

    Una idea lleva a la otra 
    sin freno ni medida.

    Pero hoy
    nada tiene prisa.

    Todo se aligera lo suficiente 
    para dejarlo de lado.

    Por un breve tiempo 
    se disipan las cadenas, 
    vuelvo a la caverna 
    de la que nunca he salido.

    El aliento se congela 
    y no es de frío.

    No necesito más,
    el tiempo que me rodea
    se ha tomado un descanso.



    Es una noche

    de calor agobiante
    y me despierto
    con un frío en el estómago.
    Quiero controlar
    con mis pensamientos
    los actos de los otros.
    Sé que estoy perdido.

    Ya es de madrugada,
    espero que sea la hora
    donde la acción
    suplanta a las conjeturas.
    Desde mi balcón
    escucho el zumbido de motores
    en su andar temerario,
    botellas que se estrellan con furia,
    gritos y graznidos
    a una distancia que no distingo.

    La madrugada es así: 
    pocos vecinos a la vista, 
    ciertos dolores, 
    pensamientos recurrentes.



    Voy flotando


    sobre el pulmón de mi ciudad 
    sin descuidar mis tareas 
    que realizo con esmero. 
    Este intervalo es sólo mío, 
    y pese al bullicio apresurado 
    todo asoma adormecido.

    Sé que voy a ras del suelo,
    ni siquiera en esta gracia
    intento el autoengaño,
    pero comienzo a sospechar
    que los instantes tienen diferente
    peso, aunque todos
    se hunden en el tiempo.

    Nadie sabe el porqué
    pero sonrío.
    De estos instantes
    me alimento
    no sólo del pan de cada día.



    Sólo ocurre 

    si hay cierta armonía
    y ningún apremio reclama nuestra atención.
    Entonces
    el cansancio de lo cotidiano
    se toma su revancha
    y nuestro cuerpo
    busca otro accionar.

    Hay días como hoy
    en que lo mejor es la lluvia,
    y acompañado de ese sonido peculiar
    quiero olvidarme de quién soy,
    de qué pretendo ser
    o de lo que hubiera sido.
    Hay tardes como ésta
    en que sólo deseamos
    que la vida se detenga.


    Me atrevo a dejar de lado


    el miedo a perderlo todo,
    para aliviar la carga
    y borrar las heridas.

    En soledad,
    siempre y cuando
    nada me amenace,
    estoy dispuesto
    a comenzar de nuevo.

    Pero ante el peligro inminente
    la memoria me traiciona,
    resucita la codicia
    y en cada recaída empuña la bandera.

    Así es como
    la pena entró en mi morada,
    un inquilino que llegó para quedarse.

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