viernes, 10 de noviembre de 2023
" Potro Salvaje" cuento de Horacio Quiroga
domingo, 29 de octubre de 2023
Panchatantra, Cuento XIX
Vivían en un lugar dos amigos llamados Dharmabudhi y Papabudhi. Un día pensó Papabudhi: “Soy un tonto que me dejo dominar por la pobreza. Voy a coger a Dharmabudhi y marcharme con él a otro país.” Al otro día dijo a Dharmabudhi:
—¡Amigo!, cuando seas viejo, ¿qué podrás contar de ti? Sin haber visto extrañas tierras, ¿qué historias podrás contar a tus hijos? Pues se ha dicho:
Quien no ha conocido las diversas lenguas, costumbres y demás cosas de los países extraños recorriendo la superficie de la tierra, no ha recogido el fruto de su nacimiento.
Así, pues:
El hombre no adquiere completamente la ciencia, la riqueza ni el arte si no recorre la Tierra admirando un país después de otro.
Gozoso Dharmabudhi al oír estas palabras, con permiso de sus mayores partió en día favorable y en compañía de aquél hacia un país extranjero. Allí, moviéndose Papabudhi, gracias a la capacidad de Dharmabudhi, adquirió una gran fortuna. Entonces, contentos ya los dos con la abundante riqueza que poseían se volvieron a casa muy impacientes. Pues se ha dicho:
Aquellos que han residido en tierra extraña adquiriendo ciencia, riqueza o arte, cuando vuelven a su casa la distancia de una kroza les parece de cien yojanas.
Pero cuando ya estaban cerca del pueblo, dijo Papabudhi a Dharmabudhi:
—Amigo, no conviene que llevemos a casa todo este dinero, porque nos lo pedirán la familia y los parientes. Ocultémosle bajo tierra, aquí en la espesura del bosque, y tomando sólo un poco, entremos en casa; luego, cuanto tengamos necesidad, nos reuniremos aquí los dos y nos lo llevaremos. Pues se ha dicho:
Nunca el sabio enseñará su riqueza por pequeña que ¿Esta sea; pues a la vista de ella dembia el corazón, aunque sea el de un asceta.
Así, pues:
Como los peces devoran su alimento en el agua, las bestias en la tierra y los pájaros en el aire, así el rico es saqueado en todas partes.
Al oír esto Dharmabudhi, dijo:
—Está bien, amigo, hagámoslo.
Hecho así, se fueron ambos hacia su casa, donde se acomodaron con toda felicidad. Pero otro día, de noche volvió Papabudhi al bosque, cogió todo el dinero, llenó el hoyo y se fue a casa. Luego, a pocos días, fue a verle Dharmabudhi, y le dijo:
—¡Amigo!, como tengo tan numerosa familia, estamos ya sin dinero; vamos, pues, y saquemos de aquel sitio un poco de dinero.
—Amigo- contestó aquél—, hagámoslo así.
Mas cuando llegados al sitio cavaron en él, vieron ambos vacío el depósito. Dándose entonces Papabudhi un golpe en la cabeza, dijo:
—¡Ah, Dharmabudhi!; tú te has llevado el dinero y nadie más; y señal de ello es que has cubierto de nuevo el hoyo. Dame, pues, la mitad-, si no, te denuncio a la justicia.
—¡Ah, criminal! —dijo aquél—; no digas eso, que yo sin ninguna duda soy de conciencia recta, y nunca cometo un acto de ladrón. Y se ha dicho:
Aquel que mira a la mujer de otro como a su madre, las riquezas ajenas como terrones del suelo y a todas las criaturas como a sí mismo, es verdadero sabio.
Disputando los dos llegaron a casa del ministro de la justicia y le enteraron del hecho, acusándose mutuamente. Y como los encargados de la administración de justicia dispusieron que se celebrara un juicio de Dios, cuando se les obligaba a él, dijo entonces
Papabudhi:
—¡Ah!, aquí no se ha cumplido con el procedimiento, pues se ha dicho:
Cuando surge una disputa, lo primero que procede es la prueba documental; a falta de esta, los testigos, y sólo cuando tampoco los haya, aconsejan los prudentes el juicio de Dios.
Y en este pleito son mis testigos las divinidades del bosque. Que se les pregunte, pues; ellas dirán quién de nosotros dos es el justo o el ladrón. Entonces dijeron todos:
—Verdad es lo que acabas de decir. Porque se ha dicho:
Cuando en un pleito se presenta un testigo, aunque este sea un hombre de la última clase, no procede el juicio de Dios. ¡Cuanto menos sí son testigos las divinidades!
Y nosotros tenemos gran curiosidad por ver el fin de este pleito; así que mañana por la mañana habéis de venir con nosotros allí al sitio del bosque. En seguida se fue Papabudhi a casa y dijo a su padre:
—Padre, esta gran cantidad de dinero se la he robado yo a Dharmabudhi, y con una sola palabra tuya quedará en disposición de que la disfrutemos como un maduro fruto. De otro modo desaparecerá junto con mi vida.
—Hijo mío —contestó aquél; di pronto lo que se ha de decir, para que asegure yo esta fortuna.
—Padre —dijo Papabudhi—; hay en esta región un gran Zami en cuyo tronco hay un gran hueco. Te vas y te metes en él enseguida; y mañana por la mañana, cuando yo pronuncie el juramento, di entonces: Dharmabudhi es el ladrón.
Así se hizo; al día siguiente por la mañana tomó un baño Papabudhi, y siguiendo a Dharmabudhi en compañía de los jueces, al llegar junto al Zami, dijo con voz penetrante:
El Sol y la Luna, el Viento y el Fuego, el Cielo,
la Tierra, el Agua, el Corazón y Yama,
el Día y la Noche y los dos Crepúsculos,
y sobre todo Dharma, conocen la conducta del hombre.
—Decid, pues, divinidades del bosque, cuál de nosotros dos es el ladrón.
El padre de Papabudhi, que estaba en el hueco del Zamí, dijo: «Dharmabudhi es el ladrón.» Admirados y con los ojos abiertos quedaron todos los jueces al oír esto; y mientras buscaban mirando en el Código la pena que debían imponer a Dharmabudhi, proporcionada a la suma que había robado, recogió éste buen montón de combustible y cercando con él el tronco del Zami, le prendió fuego. Y encendido el tronco del Zami, salió de él el padre de Papabudhi dando gritos de dolor, con el cuerpo medio quemado y los ojos espantados. Preguntado entonces por todos ellos, contóles todo lo hecho por Papabudhi. En seguida los jueces hicieron colgar a Papabudhi de una rama del Zamí, y dando la enhorabuena de Dharmabudhi, dijeron:
—¡Ah!, bien se ha dicho:
El sabio debe pensar no sólo en el medio, sino también en el remedio.
martes, 12 de septiembre de 2023
Grazyna Chrostowska (Lublin, Polonia, 1921- campo de concentración de Ravensbrück, Alemania, 1942)
Piedras
Me gustaba contemplar las piedras,
domingo, 27 de agosto de 2023
Historias tardías de Stephen Dixon
Esposa
en reversa
Su esposa muere, los labios ligeramente separados, un
ojo abierto. Él golpea la puerta del dormitorio de su hija menor y le dice:
«Sería mejor que vinieras. Parece que mamá está por fallecer». Su esposa entra
en coma tres días después de haber vuelto a casa y sigue así durante once días.
Hacen una pequeña fiesta al segundo día de su regreso: salmón de Nueva Escocia,
chocolates, un risotto que prepara él, queso brie, frutillas, champagne. Un
vehículo de traslado médico trae a su esposa a casa. Ella dice: «Ya no quiero
más asistencia vital, ni remedios, ni suero, ni comida». Él llama al 911 por
cuarta vez en dos años, le dice al operador: «Mi esposa; estoy seguro de que es
otra vez neumonía». A su esposa le colocan un tubo traqueal. «¿Cuándo me lo
sacarán?», dice ella, y el doctor responde: «¿Para ser honesto? Nunca». «Su
esposa tiene un caso muy grave de neumonía», les dice a él y a sus hijas, la
primera vez, el médico de cuidados intensivos, «y entre uno y dos por ciento de
probabilidades de sobrevivir». Ahora su esposa usa una silla de ruedas. Ahora
su esposa usa un carrito a motor. Ahora su esposa usa un andador con rueditas.
Ahora su esposa usa un andador. Su esposa tiene que usar bastón. A su esposa le
diagnostican esclerosis múltiple. Su esposa tiene problemas para caminar. Su
esposa da a luz a su segunda hija. «Esta vez no lloraste», le dice, y él
contesta: «Estoy igual de feliz». Su esposa le dice: «Me parece que algo no
anda bien con mis ojos». Su esposa da a luz a su hija. El obstetra
dice: «Nunca vi a un padre llorar en la sala de partos». El rabino los
declara marido y mujer, y justo antes de besarla, él se pone a llorar.
«Casémonos», le dice, y ella dice: «Por mí está bien», y él dice: «¿De veras?»,
y se pone a llorar. «Qué reacción», dice ella, y él: «Estoy tan feliz, tan
feliz», y ella lo abraza y le dice: «Yo también». Ella lo llama: «¿Cómo estás?
¿Quieres que nos encontremos y hablemos un poco?». Lo alcanza hasta la entrada
de su edificio y le dice: «Esto sencillamente no está funcionando». En su primera
cita verdadera van a un restaurante y él le dice: «Si me pongo tan quisquilloso
sobre qué comer es porque soy vegetariano, cosa que estaba un poco reacio a
decirte, tan pronto», y ella dice: «¿Por qué? No es nada tan peculiar. Solo
significa que no vamos a compartir la entrada, excepto las verduras». En una
fiesta, conoce a una mujer. Conversan durante largo rato. Ella tiene que dejar
la fiesta para asistir a un concierto. Él le pide su número de teléfono. Le
dice: «Te llamaré», y ella: «Eso me agradaría». Se despiden en la puerta y él
le estrecha la mano. Después de que ella se ha ido, piensa: «Esa mujer va a ser
mi esposa».
domingo, 16 de julio de 2023
Javier Heraud ( Lima, 1942- Puerto Maldonado 1963)
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Yo no me río de la muerte
Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles
Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reír de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.
Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.
De El
Viaje (1961)
domingo, 9 de julio de 2023
Kanoko Okamoto ( Tokio 1889- Yokosuka, Kanagawa ,1939)
Marino González Montero "Lo que piensan los hombres bajo el agua " (de la luna libros, Mérida, 2022).
Capítulo XV de “En la piscina”
Coincidimos de vez en cuando,
como una o dos veces al mes. Y no sé por qué siempre compartimos la misma
calle. Yo nado muy lento y ella a espalda. Yo tengo un albornoz rojo frambuesa
y ella uno verde manzana. Sin hablar nos entendemos para ir cada uno por la
parte derecha de la calle y no estorbarnos. Sin embargo, esta mañana, imagino
que accidentalmente, al cruzarnos, nos hemos tocado con la punta de los dedos
en dos ocasiones. Ella pareció terminar sus ejercicios y se ha salido. Yo he
terminado mi sexto largo y la he seguido hasta las duchas comunales. Se ha
sorprendido al verme en la puerta, parado, mirándola.
–Asqueroso –me ha dicho al
pasar a mi lado cuando se marchaba.
No sé qué me ha dolido más,
si la palabra en sí, el lugar, la forma… o el hecho de que quien la pronunciara
fuera mi mujer.