domingo, 21 de mayo de 2023

Julio Cortazar , "El terrón de azúcar " microrelato escondido en Rayuela

 



Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a ocurrir una desgracia, no a mí sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído. Lo peor es que nada puede contenerme cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el maleficio obraría igual. He pasado muchas veces por loco a causa de esto y la verdad es que estoy loco cuando lo hago, cuando me precipito a juntar un lápiz o un trocito de papel que se me han ido de la mano, como la noche del terror de azúcar en el restaurante de la rue Scribe, un restaurante bacán con montones de gerentes, putas de zorros plateados y matrimonios bien organizados. Estábamos con Ronald y Etienne, y a mí se me cayó un terrón de azúcar que fue a parar abajo de una mesa bastante lejos de la nuestra. Lo primero que me llamó la atención fue la forma en que el terrón se había alejado, porque en general los terrones de azúcar se plantan apenas tocan el suelo por razones paralelepípedas evidentes. Pero éste se conducía como si fuera una bola de naftalina, lo cual aumentó mi aprensión, y llegué a creer que realmente me lo habían arrancado de la mano. Ronald, que me conoce, miró hacia donde había ido a parar el terrón y se empezó a reír. Eso me dio todavía más miedo, mezclado con rabia. Un mozo se acercó pensando que se me había caído algo precioso, una Párker, o una dentadura postiza, y en realidad lo único que hacía era molestarme, entonces sin pedir permiso me tiré al suelo y empecé a buscar el terrón entre los zapatos de la gente que estaba llena de curiosidad creyendo (y con razón) que se trataba de algo importante. En la mesa había una gorda pero igualmente putona, y dos gerentes o algo así. Lo primero que hice fue darme cuenta de que el terrón no estaba a la vista y eso que lo había visto saltar hasta los zapatos (que se movían inquietos como gallinas). Para peor el piso tenía alfombra, y aunque estaba asquerosa de usada el terrón se había escondido entre los pelos y no podía encontrarlo. El mozo se tiró del otro lado de la mesa, y ya éramos dos cuadrúpedos moviéndonos entre los zapatos-gallina que allá arriba empezaban a cacarear como locas. El mozo seguía convencido de la Párker o el luis de oro, y cuando estábamos metidos debajo de la mesa, en una especie de gran intimidad y penumbra y él me preguntó y yo le dije, puso una cara que era como para pulverizarla con un fijador, pero yo no tenía ganas de reír, el miedo me hacía una doble llave en la boca del estómago y al final me dio una verdadera desesperación (el mozo se había levantado furioso) y empecé a agarrar los zapatos de las mujeres y a mirar si debajo del arco de la suela no estaría agazapado el azúcar, y las gallinas cacareaban, lo gallos gerentes me picoteaban el lomo, oía las carcajadas de Ronald y de Etienne mientras me movía de una mesa a otra hasta encontrar el azúcar escondido detrás de una pata Segundo Imperio. Y todo el mundo enfurecido, hasta yo con el azúcar apretado en la palma de la mano y sintiendo cómo se mezclaba con el sudor de la piel, cómo asquerosamente se deshacía en una especie de venganza pegajosa, esa clase de episodios todos los días. 

 Seleccionado por 

Ernesto Bustos Garrido

domingo, 9 de abril de 2023

Cesar Cantoni ( La Plata , 1951)

 




  



Un pequeños insecto


 

Un pequeño insecto con alas
se posa sobre el freezer.
Cuando me acerco a él,
ni siquiera intenta moverse.
Es evidente que no cree en el mal.
Iba a aplastarlo con el diario
que enrollé al efecto,
pero su fe en el mundo
me hace desistir de la acción.




Percepcion de viejo


El tiempo –diría un poeta
de vena metafórica–
es como un tren que no se detiene
en ninguna estación:

corre tan velozmente 
que, apenas abrimos la ventanilla
para ver el paisaje,
ya estamos arribando a destino.




Tasos Livaditis (1922 Atenas - 1988 Atenas)

 



Violetas para una época, 1985


 

Pequeña disertación

Algún día quisiera hablar de esta sombra que nos sigue entre la niebla – pero me está prohibido contar el final de una historia

que no tuvo nunca principio.

 

Marxismo aplicado

Y algunas veces mientras estoy solo en mi dormitorio escondo el poco dinero que tengo para que entre más intrépida por la ventana

la luz de la luna.

 

 Cosecha

Y cuando se me acercaron apuntándome con sus armas, sonreí con desprecio y levantando las manos comencé a cosechar las manzanas de la temporada.

 

Verano

«Siguen sin dejarme dormir», decía cada mañana la vieja que dormía en el parque. Se refería seguramente a las estrellas

o a los niños que habían muerto en la guerra.

 

Tardes extrañas

Una mujer estaba sentada en un banco del parque, en total soledad, llevaba un paraguas, no tenía a dónde ir, hasta que se levantó y con pasos lentos e inseguros

subió al cielo.

 

Respuesta

«Pero ¿cómo es que caminas sobre las olas?», pregunté.

«Me equivoqué de camino», me dice.

 

El poeta I

Intenta aparentar tranquilidad. Parecerse a los demás. Y hay ocasiones en que lo consigue.

Pero por las noches no puede dormir. Sus grandes alas no caben en su sueño.

 

Vida diaria

La gente se apresura: preocupaciones, condiciones de vida, sueños, compromisos –

¿de dónde van a sacar tiempo para conocer sus vidas?

Autorretrato

Tan asustado estaba que cuando me quitaban algo les agradecía que me hubieran dejado al menos su recuerdo.

 

Noche

Y de repente descubres en una estatua todo el olvido

o en una palabra irreflexiva el testimonio más verdadero.

 

Puntos sin aclarar

Todos regresaron. Solo los poetas se quedaron allí para siempre.

 

Experiencia de siglos

Por eso te digo, no duermas: es peligroso. No despiertes: lo lamentarás.

 

Luna llena

«Madre», le digo, «no me prepares más la leche – ¿no ves que estás muerta?» Esperé a ver qué me respondía. Era junio, por la noche, con una luna espléndida en el cielo.

Y no me digáis que eso no era una respuesta.


Amor

Y cuando muramos enterradnos muy cerca

para no tener que correr a encontrarnos en medio de la noche.


Bendición

Afortunados aquellos que no se conocieron a sí mismos

valientes aquellos que silenciaron su inocencia

pero benditos quienes lo dieron todo y luego miraron una estrella

como única recompensa.

 

El crimen perfecto

A veces se reúne gente en alguna parte, miran todos al mismo lugar, pero no ven nada.

Porque siempre se comete un crimen allí donde no sucede nada.

 

Las manos recuerdan

Su mano demacrada, cada vez que hacía un ademán parecía querer recorrer hacia atrás el tiempo –

quizá hasta aquel juego infantil que una vez le negaron.


Desideratum

Entonces llamaron a la puerta. Yo, ingenuo como siempre, fui a abrir. Y así es como entró en el mundo una nueva aflicción.

tomado de https://www.revistaaltazor.cl/


 Éxitos personales

 

A menudo, mientras caminas por la noche en completa soledad,

algo te toca en el hombro,

te vuelves entonces – y sientes de golpe lo vano

de la existencia. Pero no te afliges

como si fueras el primero en descubrirlo.

Procedimientos fraudulentos

 

No hay otra manera posible. Al final, cada cual debe creer en sí mismo.

Cuántos falsos testimonios no han salvado alguna vida.

 

del poemario " Descubrimientos " 1977



sábado, 1 de abril de 2023

Dante Gabriel Rossetti (Londres 1828 , Kent 1882)

 




Luz Repentina

Yo estuve aquí antes,
pero no puedo decir ni cuándo ni cómo:
conozco el prado del otro lado de la puerta,
el aroma dulce e intenso,
el sonido susurrante, las luces a lo largo de la costa.
Has sido mía antes −
No puedo saber hace cuánto:
Pero hace un momento cuando remontó vuelo esa golondrina
y giraste tu cuello de esa forma,
cayó algún velo − lo supe todo, lo reconocí.
¿Ha sido esto antes así?
¿Y entonces no será que el vuelo arremolinado del tiempo
restaura con nuestras vidas nuestro amor
a pesar de la muerte,
y el día y la noche nos dan este deleite una vez más?

Entonces, ahora − ¡por ventura otra vez!...
¡Alrededor de mis ojos tiembla tu pelo!
¿No volveremos a estar como estamos ahora, acostados
y así, en nombre del amor,
dormir, y despertar, y no romper nunca la cadena?


version de Inés Garland tomada del blog http://campodemaniobras.blogspot.com/

Sudden Light    

          I have been here before, 
              But when or how I cannot tell: 
          I know the grass beyond the door, 
              The sweet keen smell, 
    The sighing sound, the lights around the shore.
          You have been mine before,— 
              How long ago I may not know: 
          But just when at that swallow's soar 
              Your neck turned so, 
    Some veil did fall,—I knew it all of yore.
          Has this been thus before? 
              And shall not thus time's eddying flight 
          Still with our lives our love restore 
              In death's despite, 
    And day and night yield one delight once more?
 
 Then, now,—perchance again! . . . . 
              O round mine eyes your tresses shake! 
          Shall we not lie as we have lain 
              Thus for Love's sake, 
    And sleep, and wake, yet never break the chain?

viernes, 3 de febrero de 2023

"La desaparición de Honoré Subrac" de Guillaume Apollinaire

 




A pesar de haber realizado las investigaciones más minuciosas, la policía no ha logrado dilucidar el misterio de la desaparición de Honoré Subrac.

Él era mi amigo y, como yo conocía la verdad sobre su caso, asumí la tarea de poner al corriente a la justicia acerca de lo que había pasado. El juez que tomó mi declaración adoptó conmigo, después de haber escuchado mi relato, un tono de amabilidad tan tremenda, que no tuve ningún problema en comprender que me tomaba por un loco. Se lo dije. Él se comportó más amable aún, después, levantándose, me guió hacia la puerta, y vi a su secretario de pie, con los puños cerrados, listo para saltar sobre mí si lo hacía enfurecer.

No insistí. El caso de Honoré Subrac es, en efecto, tan extraño, que la verdad parece increíble. Por los artículos del periódico, se supo que Subrac era conocido como un excéntrico. 

Tanto en invierno como en verano no vestía más que una túnica y no usaba en los pies más que pantuflas. Era muy rico y, como su vestimenta me llamaba la atención, una vez le pregunté la razón de que la usara:


―Es para desvestirme más rápidamente en caso de necesidad, me respondió. Por cierto, uno se acostumbra rápido a salir poco vestido. Uno puede muy bien prescindir de ropa interior, calcetas y sombrero. Vivo así desde los veinticinco años y nunca he estado enfermo.

Estas palabras, en lugar de ilustrarme, aguzaron mi curiosidad.

“¿Por qué, pensé, Honoré Subrac necesita desvestirse tan rápido?”

E hice un gran número de suposiciones…

Una noche, cuando regresaba a casa ―podría ser la una, la una y cuarto―, escuché mi nombre en voz baja. Me pareció que la voz provenía del muro que iba rozando con los dedos. Me detuve desagradablemente sorprendido.

―¿No hay nadie más que usted en la calle?, prosiguió la voz. Soy yo, Honoré Subrac.

―¿Dónde está usted?, grité, viendo para todos lados, sin conseguir hacerme una idea de dónde podía esconderse mi amigo.

Descubrí solamente su famosa túnica yacente sobre la acera, junto a sus no menos famosas pantuflas.

―He aquí un caso, pensé, en el que la necesidad forzó a Honoré Subrac a desvestirse en un parpadeo. Por fin voy a descubrir un gran misterio.

Y dije en voz alta:

―La calle está desierta, querido amigo, puede aparecerse.

Bruscamente, Honoré Subrac se desprendió de alguna manera del muro donde yo no lo había advertido. Estaba completamente desnudo y, antes que nada, se apoderó de su túnica, la cual se puso y se abotonó lo más rápido que pudo. Después se calzó y habló con resolución mientras me acompañaba hasta mi puerta.

                                                      ***

―¡Se sorprendió!, dijo, pero ahora comprende la razón por la que me visto con tanta excentricidad. Y, sin embargo, usted no comprende cómo pude escapar tan absolutamente a su mirada. Es muy sencillo. No hay que ver en ello más que un fenómeno de mimetismo… La naturaleza es una buena madre. Concedió a algunos de sus hijos amenazados por ciertos peligros, y que son demasiado débiles para defenderse, el don de confundirse con su entorno… Pero usted sabe todo eso. Usted sabe que las mariposas se parecen a las flores, que algunos insectos son similares a las hojas, que el camaleón puede tomar el color que mejor lo disimule, que la liebre polar se ha vuelto blanca como los glaciares por los que huye casi invisible, por ser tan cobarde como la liebre del desierto.

Es así como esos débiles animales escapan de sus enemigos gracias a un ingenio instintivo que modifica su aspecto.

Y yo, a quien un enemigo persigue sin tregua, yo, que soy miedoso y que me siento incapaz de defenderme en una pelea, yo me parezco a esas bestias: me confundo a voluntad y por terror con el medio ambiente.

Puse en práctica por primera vez esta facultad instintiva hace ya varios años. Tenía veinticinco años y, generalmente, las mujeres me encontraban agradable y bien parecido. Una de ellas, que estaba casada, manifestó por mí tanta amistad que no pude resistirme. ¡Fatal relación!... Una noche, estaba en casa de mi amante. Se suponía que su marido había salido por varios días. Estábamos desnudos como divinidades, cuando la puerta se abrió de repente y el esposo apareció con un revólver en la mano. Mi terror fue inefable, y no tuve más que un deseo, cobarde como era y como soy aún: desaparecer. Pegándome a la pared, deseé confundirme con ella. Y el acontecimiento imprevisto se realizó enseguida. Me volví del color del papel tapiz, aplastándose mis miembros en un estiramiento voluntario e inconcebible, me pareció que me hacía uno con la pared y que a partir de ese momento nadie me veía. Y era cierto. El marido me buscaba para darme muerte. Me había visto y era imposible que hubiese huido. Enloqueció y, volcando su ira contra su mujer, la mató salvajemente disparándole seis veces en la cabeza. Después se fue, llorando con desesperación. Tras su partida, mi cuerpo recobró instintivamente su forma normal y su color natural. Me vestí, y conseguí salir de ahí antes de que alguien llegara… Desde entonces conservo esta bienaventurada facultad parecida al mimetismo. El marido, por no haberme matado, consagró su existencia al cumplimiento de dicha labor. Me sigue a través del mundo desde hace mucho tiempo, y yo pensaba que viniendo a París había escapado de él. Pero distinguí a ese hombre tan sólo unos instantes antes de que usted pasara. El terror me hacía castañetear los dientes. No tuve más tiempo que el necesario para desvestirme y confundirme con el muro. Él pasó cerca de mí, mirando con curiosidad la túnica y las pantuflas abandonadas sobre la acera. ¡Ve usted cuánta razón tengo al vestirme tan someramente!  Mi facultad mimética no podría llevarse a cabo si fuera vestido como todo el mundo. No podría desvestirme lo suficientemente rápido como para escapar de mi verdugo y es indispensable, antes que nada, que me desnude con el fin de que mi ropa, pegada contra el muro, no inutilice mi desaparición defensiva.

Felicité a Subrac por poseer una facultad de la que tenía pruebas y que envidiaba.

                                                      ***

Los días siguientes, no pensé más que en esa historia y me sorprendía en todo momento encaminando mi voluntad hacia el propósito de modificar mi forma y color. Intenté transformarme en autobús, en Torre Eiffel, en académico, en ganador del premio mayor. Mis esfuerzos fueron vanos. No lo conseguía. Mi voluntad no tenía la fuerza suficiente y además me faltaba el bendito terror, ese formidable peligro que había despertado los instintos de Honoré Subrac.

No lo había visto desde hacía algún tiempo, cuando un día llegó enloquecido:

―Ese hombre, mi enemigo, me dijo Subrac, me acecha por todas partes. Pude escapármele tres veces gracias a mi facultad, pero tengo miedo, tengo miedo, querido amigo.

Observé que había adelgazado, pero me guardé de decírselo.

―No le queda más que una cosa por hacer, declaré yo. Para escapar de un enemigo así de despiadado: ¡váyase! Ocúltese en un pueblo. Déjeme al cuidado de sus asuntos y diríjase a la estación de trenes más cercana.

Me apretó la mano diciendo:

―Acompáñeme, se lo suplico, ¡tengo miedo!

                                                      ***

En la calle, caminamos en silencio. Honoré Subrac volvía la cabeza constantemente, con aire inquieto. De repente, soltó un grito y se puso a huir desprendiéndose de la túnica y las pantuflas. Y vi que un hombre llegaba corriendo detrás de nosotros. Intenté detenerlo. Pero se me escapó. Sostenía un revólver que apuntaba en dirección a Honoré Subrac. Aquél acababa de alcanzar el largo muro del cuartel y desapareció como por encanto.

El hombre del revólver se detuvo estupefacto, hizo una exclamación de rabia, y, como para vengarse del muro que parecía arrebatarle a su víctima, descargó el revólver sobre el punto donde Honoré Subrac había desaparecido. Después se fue, corriendo…

La gente se juntó, unos agentes de policía vinieron a dispersarla. Entonces, llamé a mi amigo. Pero él no me respondió.

Tanteé el muro, todavía estaba tibio, y noté que de las seis balas, tres habían golpeado a la altura del corazón de un hombre, mientras que las otras arañaron el yeso más alto, ahí donde me pareció distinguir, vagamente, los contornos de un rostro.

 

Traducción de Mariana Hernández Cruz


Extraído de La France fantastique 1900, Phébus, 1978, pp. 43-48

 


domingo, 29 de enero de 2023

Richard Aldington ( Portsmouth 1892 - Sury-en-Vaux , Cher, Francia 1962)

 


I n f a n c i a   ( fragmento)                 

I

La amargura, la tristeza, la miseria de la infancia

extinguieron mi amor por dios.

No puedo creer en su bondad,

pero sí creo en muchos dioses vengadores.

Sobre todo, creo

en dioses de implacable monotonía,

crueles dioses locales

que marcaron mi infancia.

 

II

He visto a personas poner

una crisálida en una caja de fósforos,

“para ver”, me decían, “en qué tipo de mariposa nocturna se convertiría”.

Pero cuando rompía su cáscara

resbalaba, tropezaba y caía en su prisión,

intentaba trepar hacia la luz

en busca de espacio para secar sus alas.

Así era yo.

Alguien encontró mi crisálida

y la encerró en una cajita de fósforos.

Se golpearon mis alas marchitas,

sus colores se convirtieron en escamas grisáceas

antes de que abrieran la caja

y la mariposa pudiera volar.

Y para entonces ya era muy tarde,

porque la preciosidad que tiene un niño,

y las cosas buenas que aprende antes de nacer

cambiaron, así como cambiaron las escamas de la mariposa.

 

traducido por Ninette S. Aravena



 C H I L D H O O D

I

The bitterness, the misery, the wretchedness of childhood
put me out of love with God.
I can’t believe in God’s goodness;
I can believe
In many avenging gods.
Most of all I believe
In gods of bitter dullness,
Cruel local gods
Who seared my childhood.

II

I’ve seen people put
A chrysalis in a match-box,
“To see,” they told me, “what sort of moth would come.”
But when it broke its shell
It slipped and stumbled and fell about its prison
And tried to climb to the light
For space to dry its wings.

That’s how I was.
Somebody found my chrysalis
And shut it in a match-box.
My shrivelled wings were beaten,
Shed their colours in dusty scales
Before the box was opened
For the moth to fly.

And then it was too late,
Because the beauty a child has,
And the beautiful things it learns before its birth,
Were shed, like moth-scales, from me.