domingo, 29 de enero de 2017

Mark Strand (Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, Canadá 1934 - Nueva York 2014)



  

(


Mi mano está sucia

                                                                                         (A la manera de Carlos Drummond de Andrade)
Mi mano está sucia
Debo cortármela.
Lavarla no tiene sentido.
El agua es pútrida.
El jabón es malo.
No hace espuma.
La mano está sucia.
Ha estado sucia durante años

Antes solía esconderla
en el bolsillo de mis pantalones.
Nadie sospechaba eso.
Las gentes venían a mí,
queriendo estrechar mi mano.
Yo rehusaba y la mano escondida,
como una babosa oscura,
dejaba su huella en mi muslo.
Entonces me di cuenta
que era lo mismo
si la usaba o no.
La repugnancia era la misma.

¡Ah! Cuántas noches
en las profundidades de la casa
lavé esa mano,
la restregué, la pulí,
soñé que se iba a volver
diamante o cristal
o incluso, por fin,
una ordinaria mano blanca,
la mano limpia de un hombre
que uno puede sacudir,
o besar, o asir
en uno de esos momentos
en que dos seres se confiesan
sin decir palabra...
Sólo para sentir
la incurable mano,
letárgica y cangrejuna,
abrir sus dedos sucios.

Y la suciedad era vil.
No era hollín o lodo
ni la mugre endurecida
de una vieja costra
o el sudor
de una camisa de trabajador.
Era la triste suciedad
hecha de enfermedad
y angustia humanas.
No era negra;
lo negro es puro.
Era opaca,
una suciedad grisácea y opaca.

Es imposible
vivir con esta
tosca mano que yace
sobre la mesa.
¡Pronto! ¡Córtala!
Pícala
y arrójala
al océano.
Con tiempo, con esperanza
y sus intrincadas maniobras
otra mano va a surgir,
pura, transparente como el vidrio,
y se soldará a mi brazo.




(Traducción de Guillermo Teodoro Schuster y
Juan Carlos Prieto Cané)



My hand is dirty.



(After  Carlos Drummond de Andrade)


My hand is dirty.
I must cut it off.
To wash it is pointless,
The water is putrid.
The soap is bad.
 It won't lather.
The hand is dirty.
 It's been dirty for years.

 I used to keep it
out of sight,
in my pants pocket.
No one suspected a thing.
People came up to me,
wanting to shake hands.
I would refuse
and the hidden hand,
like a dark slug,
would leave its imprint
on my thigh.
And then I realized
it was the same
if I used it or not.
Disgust was the same.

Ah! How many nights
in the depths of the house
I washed that hand,
scrubbed it, polished it,
dreamed it would turn
to diamond or crystal
or even, at last,
into a plain white hand,
the clean hand of a man,
that you could shake,
or kiss, or hold
in one of those moments
when two people confess
without saying a word...
Only to have
the incurable hand,
 lethargic and crablike,
 open its dirty fingers. 
 


And the dirt was vile.
It was not mud or soot
or the caked filth
of an old scab
or the sweat
of a laborer's shirt.
It was a sad dirt
made of sickness
and human anguish.
It was not black;
black is pure.
It was dull,
a dull grayish dirt.

It is impossible
to live with
this gross hand that lies
on the table.
Quick! Cut it off!
Chop it to pieces
and throw it
into the ocean.
With time, with hope
and its intricate workings
another hand will come,
pure, transparent as glass,
and fasten itself to my arm.

Tomado del libro "Poesia minimalista norteamericana" ediciones Los libros del Orfeo



Samuel Beckett ( Dublin 1906 ,Paris 1989 )









ESTRAGON: Para hacer  bien las cosas habría que matarme, como el otro.
VLADIMIR: ¿Qué otro? (un tiempo) ¿Qué otro?
ESTRAGON: Como  billones de otros.
 VLADIMIR (sentencioso): A cada cual  su  pequeña  cruz. (Suspira)
Hasta que esté muerto (un tiempo)  y olvidado.
ESTRAGON: Entretanto, hagamos lo posible para conversar sin exaltarnos, ya que somos incapaces de callar.
VLADIMIR: Es verdad, somos inagotables.
ESTRAGON: Es para no pensar.
VLADIMIR: Tenemos excusas.
 ESTRAGON: Es para no escuchar.
VLADIMIR: Tenemos nuestras razones.
 ESTRAGON: Todas las voces muertas.
 VLADIMIR: Hacen un ruido de alas.
ESTRAGON: De hojas.
VLADIMIR: De arena.
 ESTRAGON: De hojas.

De Esperando a Godot , Acto Segundo

version de Pablo Palant revisada por el autor

domingo, 22 de enero de 2017

El progreso de la ciencia de Silvina Ocampo








En otros tiempos los hombres no sólo conocieron la curación de la ceguera, sino el secreto del rejuvenecimiento. Un rey piadoso, cargado de virtudes e infinitamente bello, que tenía un solo defecto, la presunción, al sentir que envejecía mandó cegar a todos los súbditos, que trataban de imitarlo, para que no sufrieran un desencanto. El rey pensó que al no ser vista su desdicha, dejaría de existir. Se equivocó. No podía hacer nada sino lamentar su vejez. Más uno de los súbditos, que era sabio, con el correr del tiempo decidió salvar a ese rey que amaba tanto a su pueblo. El sabio y sus compañeros, con el vehemente deseo de salvar al rey, hallaron el modo de rejuvenecerlo. Como primera medida los sabios ordenaron la construcción de un palacio de hielo, donde encerraron al rey. Nunca se supo con qué productos químicos lo alimentaron durante varios meses. Al cabo de un tiempo, que pareció larguísimo al rey y brevísimo a los sabios, el rey volvió a ser como cuando tenía veinte años. Al verse en el espejo, tan hermoso, el rey suspiró de alegría y se contempló durante tres días y tres noches, sin comer ni dormir. No podía hacer nada, sino alegrarse de ser joven. Llamó a los súbditos para que lo admiraran, pero hombres, mujeres y niños miraron para otro lado, con sus miradas blancas. Llamó a todos los animales del reino, pero los animales no saben lo que es un hombre hermoso. Si hubiera sido una mujer, tal vez un mono se hubiera enamorado de él, pero no era mujer y no había monos en todo el territorio. Al cabo de un tiempo se cansó de los espejos, de vestirse y de peinarse, entristeció y quiso morir. –De qué me sirve mi belleza, si nadie la ve. Mi juventud está en los ojos que me miran –dijo, y llamó a los sabios, que llegaron guiados por sus perros lanudos. –Ustedes tienen que devolver la vista a los ciegos –dijo el rey, que seguía lamentándose– o moriré. ¿Quién me mira?–Majestad, los animales tienen ojos que ven.

–Los animales me aburren. –Juegue al diábolo. Es un juego solitario.–Quiero que las personas me vean –gritó desconsoladamente. Los sabios se encerraron en sus casas para leer y estudiar, pero los libros para ciegos se leen lentamente, y las manos aprenden lentamente a reemplazarlos ojos que no ven. Hicieron experimentos con muchos reptiles, animales feroces y domésticos. El rey lloró tanto que envejeció de nuevo en poco tiempo. Las lágrimas dejaban huellas en sus ojos y sus dos cejas afligidas marcaban arrugas en la frente. "¿Qué hacen los sabios?" pensaba, con resentimiento nocivo. Los sabios, que no alardeaban de sus descubrimientos, preparaban una sorpresa para el rey: en un día determinado devolverían la vista a todos los ciegos. Fue difícil organizar las cosas. El rey, al ver llegar ese ejército de videntes, que llenaba las calles, se ocultó en el palacio de hielo. Se cubrió la cara con una máscara verde, y el mismo día ordenó a los sabios, bajo pena de muerte, que cegaran de nuevo a los súbditos, hasta que él rejuveneciera. Varias veces el rey recuperó la juventud y los ciegos la vista, siempre a destiempo, con igual zozobra que la primera vez, pues los sabios no podían comprobar, por ser ciegos, en qué momento el rey había rejuvenecido; pero la vida no es eterna y tiene que terminar, aun para los que rejuvenecen. Por eso mismo el rey, después de cien años en plena juventud, antes de morir, destruyó el secreto de los sabios."No quiero –dijo en su testamento– que otros reyes rejuvenezcan, ni que los ciegos recobren la vista, si no es para mirarme a mí. Quiero que la historia de mi reino, con su dicha y su dolor, sea única en el mundo. Además esta costumbre que hemos adquirido podría convertirse en moda, y detesto la moda. El plagio no se practica sólo en literatura, detesto también el plagio. Conozco un pelagatos, rey de no sé dónde que pretendía arrancar los ojos de su cónyuge para que no le viera los párpados hinchados. Otro pelagatos más conocido, rey también, hizo perforar los tímpanos de sus discípulos (un famoso orador) para que no oyeran los desvaríos de su vejez."Después de redactar su testamento el rey se suicidó con los sabios, que le agradecieron, hasta en el último suspiro, el honor que les hacía de morir con ellos, sin advertir que lo hacía por egoísmo, o más bien dicho, por interés, para poder disponer de ellos en el cielo o en el infierno, donde creyó que también envejecería.

sábado, 21 de enero de 2017

Marguerite Yourcenar ( Bruselas 1903 , Maine EEUU 1987)




 


"Me adormecí. El reloj de arena me probó que apenas había llegado a dormir una hora. A mi edad, un breve sopor equivale a los sueños que en otros tiempos abarcaban una semirrevolución de los astros; mi tiempo está medido ahora por unidades mucho más pequeñas. Pero una hora había bastado para cumplir el humilde y sorprendente prodigio: el calor de mi sangre calentaba mis manos; mi corazón, mis pulmones, volvían a funcionar con una especie de buena voluntad; la vida fluía como un manantial poco abundante pero fiel. En tan poco tiempo, el sueño había reparado mis excesos de virtud con la misma imparcialidad que hubiera aplicado en reparar los de mis vicios. Pues la divinidad del gran restaurador lo lleva a ejercer sus beneficios en el durmiente sin tenerlo en cuenta, así como el agua cargada de poderes curativos no se inquieta para nada de quién bebe en la fuente.
Si pensamos tan poco en un fenómeno que absorbe por lo menos un tercio de toda vida, se debe a que hace falta cierta modestia para apreciar sus bondades. Dormidos, Cayo Calígula y Arístides el Justo se equivalen; yo no me distingo del servidor negro que duerme atravesado en mi umbral. ¿Qué es el insomnio sino la obstinación maníaca de nuestra inteligencia en fabricar pensamientos, razonamientos, silogismos y definiciones que le pertenezcan plenamente, qué es sino su negativa de abdicar en favor de la divina estupidez de los ojos cerrados o de la sabia locura de los ensueños? El hombre que no duerme —y demasiadas ocasiones tengo de comprobarlo en mi desde hace meses— se rehúsa con mayor o menor conciencia a confiar en el flujo de las cosas. Hermano de la Muerte... Isócrates se engañaba, y su frase no es más que una amplificación de retórico. Empiezo a conocer a la muerte; tiene otros secretos, aún más ajenos a nuestra actual condición de hombres. Y sin embargo, tan entretejidos y profundos son estos misterios de ausencia y de olvido parcial, que sentimos claramente confluir en alguna parte la fuente blanca y la fuente sombría. Nunca me gustó mirar dormir a los seres que amaba; descansaban de mí, lo sé; y también se me escapaban. Todo hombre se avergüenza de su rostro contaminado de sueño."

Extracto del texto traducido por Julio Cortazar