viernes, 5 de agosto de 2016

Melisa Mauriño (Buenos Aires, 1985)




El día después de los humanos

Hablábamos
pero no por hablar
de la lluvia o el suicidio
sino para hacerlo
un poco menos difícil
estando en el aire
todo eso

mis codos
en el mantel de hule
pintado a la mesa
las tardes de calor,
el redoble metálico de tus dedos
desafinando otra canción pasada
de moda, pegadiza
pegajosa
como la tarde

dijiste que el día
después de los humanos
los leones se echarían al sol
en Central Park,
pensé la libertad
cuesta años
de encierro

dijiste también
que el verde cubriría el cemento
y treparían las hojas
los rascacielos,
pensé en los árboles
que vi talar
porque sus raíces rompen
las veredas y los desvíos
son peligrosos

el día después
de los humanos
el sol inicia su descenso
y las sombras
en el agua se mueven
del color de la sangre y tiemblan
hasta ahogarse
o aprender a nadar

dijiste me gusta
fingir el fin del mundo
para morir un rato
en el cuerpo de otra mujer

pensé el fin del mundo
es todos los días
para el león
que ve caer al sol
en su jaula, para la hoja
que se desprende
del árbol y también
para el amante y lo que arranca
de sus ojos la lluvia
el día después
del amor.



 Partir

                                   A Midori, para su viaje

Anoche agonizabas, yo escribía
tus alas se rompían en su choque
abandonadas al ras del suelo

te escuché

¿cómo decir el ruido de las teclas
las palabras
que se abrían a los golpes
de mis dedos
como el masaje cardíaco
sobre un corazón seco?

te saqué del nido
temblabas
tus espasmos eran gritos
que caían, ya maduros
de las copas de los ceibos

te acaricié, así pequeña
frágil como espuma
pensando por qué
no habías querido partir
para ser libre

y me dolió
tu pata quebrada pegada al cuerpo
el rostro triste de un niño
que lleva un yeso en el que nadie
escribió su nombre

una mujer de ojos negros
ya no estaba
dibujada en tu lomo
te faltaban partes
como a mí
transparente y expuesto pude ver
lo que tenías dentro

te hablé
y en mi arrullo animal
fuiste cediendo, tus alas quietas
te dije "ya está, ya podés irte"
dejaste semillas por toda la casa

te quedaste así
como una efigie dorada
un tótem guerrero
que se rinde al fin
derrumbado por el peso
de la lucha y no supe
si era triunfo
o derrota

encontré esta mañana
tu máscara funeraria
donde yo te había dejado
para que duermas

ahora te escribo y no sé
cómo decir el ruido de mis dedos
que golpean las teclas, de tus alas
que golpean el cielo.





“Ocho años. Cinco niños reunidos alrededor de una gran pecera de cristal. En su interior pequeñas piedras de río. Dos dedos de agua. Excrementos en una esquina. Una rana macho de vientre abultado espera la nada absoluta. Esparce su celo en los confines de un territorio limitado. Nos acompaña una mujer adulta. Ella dice: ¿Quién quiere sentir el abrazo de la rana macho en celo? Los animales se aparean sin palabras. Nos gusta mucho observarlos. Esta rana no tiene compañera, está sola en su acuario.

Uno a uno pasan los niños a experimentar el abrazo masturbatorio de la rana. Es una especie de máquina que reacciona al tacto como se dispara un arma cuando se aprieta el gatillo.

Es mi turno. Sigo las instrucciones al pie de la letra. Estoy nerviosa. Siento temor, respeto por el imponente anfibio y su hambre. La mujer sostiene al macho por su lomo. Este abre las patas a una espera que ignora. Coloco mis dedos índice y medio contra el vientre de la rana. Los deslizo y presiono suavemente sobre su piel rugosa.

El anfibio cierra sus patas en torno a mis dedos. Los sujeta con violencia y sacia su apetito a medias sobre el artilugio humano. Me estrangula. La impresión húmeda permanece en la piel que recuerda. El agua deslizándose sin conciencia entre la barriga y los dedos. Los espasmos inútiles del animal. La dolorosa calentura de la rana macho que no encuentra desagote en una falsa cópula con una niña.

No lo soporto más. Siento una pena inmensa por ese animal húmedo y desesperado que me abraza sin consuelo. Pido que se detenga. Entonces ella lo suelta. Él me suelta. Siento el alivio de la presión que cesa. Siento la pena del animal que es uno en el mundo; nunca más dos, ni tres, ni cuatro, ni tampoco el futuro de su especie.”

fragmento de una novela aún inédita



















miércoles, 3 de agosto de 2016

Robert Graves ( Londres1895- Deyá, España 1985)







Traer los muertos a la vida
 
Traer los muertos a la vida
No es gran brujería.
Pocos están del todo muertos:
Sopla las ascuas de un muerto
Y surgirá una llama viva.
Haz que sus penas olvidadas ocurran ahora
Así como sus esperanzas marchitas;
Somete tu pluma a su caligrafía
Hasta que te resulte tan natural 
Firmar con su nombre como con el tuyo.
Renguea como él rengueaba
Lanza los juramentos que él usaba; 
Si andaba de negro, úsalo tú también;
Si tenía dedos gotosos,
Que también gotosos sean los tuyos.
Reúne prendas íntimas de él:
Un anillo, una bolsa, una silla;
Y luego levanta en torno de estos elementos
Un hogar familiar para        
El ávido espectro.
De tal suerte otórgale vida, pero cuenta
Con que la tumba que lo albergaba
Acaso ya no esté vacía:
En sus ropas manchadas
Tú habrás de yacer envuelto.

traducción  E. L. Revol


To bring the dead to life

To bring the dead to life
Is no great magic.
Few are wholly dead:
Blow on a dead man's embers
And a live flame will start.

Let his forgotten griefs be now,
And now his withered hopes;
Subdue your pen to his handwriting
Until it prove as natural
To sign his name as yours.

Limp as he limped,
Swear by the oaths he swore;
If he wore black, affect the same;
If he had gouty fingers,
Be yours gouty too.

Assemble tokens intimate of him --
A ring, a hood, a desk:
Around these elements then build
A home familiar to
The greedy revenant.

So grant him life, but reckon
That the grave which housed him
May not be empty now:
You in his spotted garments
Shall yourself lie wrapped.








domingo, 24 de julio de 2016

Luis Cernuda ( Sevilla 1902, Mexico 1963)





Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo solo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.


Poema VII



Adolescente fui en días idénticos a nubes, 
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.


Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.


Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.


Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.



Del  libro “Donde habite el olvido” 1932