viernes, 13 de mayo de 2016

Andrés Bohoslavsky (Cipolletti 1960)








Diálogo con el primer niño del mundo

 

El día primaveral movía las ramas, un niño las miraba

–el mundo recién se había inventado–

y me preguntó: ¿crees que lo que se mueve son las ramas o el viento ?

 

Me detuve a pensar la respuesta

cuando llegó a mi mente luego de atravesar mis ojos

 me di cuenta de que lo que se movía no era el viento

 ni las ramas

 sino su corazón.


Codicia

 

No tuve en esa época, otra salida a la crisis

que vender mis textos a Codicia

él traía su balanza y los depositaba en uno de los platillos

en el otro, las monedas

 

 la relación era muy mala para mí

 y muy ventajosa para él

 entonces comencé a escribirlos más largos

pero aun así era insuficiente

 

 Un día la casa de Codicia se incendió

y mis poemas junto con ella

Codicia corrió a salvar su bien más preciado

 

 abrazado a la balanza, tropezó al intentar salir

 y quedó encerrado con ella.


El pintor de sueños

 

Mientras intentaba pescar en el río

 observé a un tipo que instalaba su caballete

 miraba el paisaje y pintaba

 

 caminé silenciosamente y pude observar el cuadro

no se correspondía en absoluto

 con la realidad frente a sus ojos

 

 pinto sueños, me dijo

 

Asé el pescado y lo comimos juntos

 cuando me dormí, el tipo se metió en el cuadro

 

 Por la mañana, mis ojos no vieron el río

 ni el caballete

el paisaje tampoco era el mismo

 comí el resto de pescado y partí.


Poemas del libro  "El mundo es un poema inconcluso" Editorial Leviatan 2023




Los perros del mal

                                                                

                                               a los que escapan de los perros de Lutero

 

 

Desde aquella mañana, en que escuché al pastor de mi credo

subido a los hombros de mi tío Artemio

quien solo concurría por la comida y bebida

servida después de la misa, no pude olvidar jamás

la cita a los perros que poseía Lutero.

 

“Tengo tres perros peligrosos:

la ingratitud, la soberbia y la envidia

cuando muerden dejan una herida profunda”.

 

Los perros de Lutero se soltaron, se atacaron entre sí

transformados en monstruos mordieron a mi tío

a algunos otros que no pudieron huir

y todos terminaron convertidos en lobos con piel de cordero.

 

Cinco décadas después sigo escapando y me escondo

antes que uno de ellos me de alcance.


 

Poesía en el lado oscuro de la luna

 

 Cuando llegué a la luna, abrí mi valija y saqué las pocas cosas

que necesitaba para pasar esos días

creyendo que podían convertirse

 en una buena oportunidad para hacer cosas postergadas:

 el libro de Chéjov sin terminar

el álbum de fotos que no miraba hace tiempo

el avioncito para armar que mi padre me había traído

 de uno de sus viajes y yo dejé sin tocar desde mi niñez, el cubo de Rubik

para intentar resolverlo y un cuaderno para escribir poesía.

 

Ahora que volví a la tierra veo a todos estos objetos

 junto a mí, en el banco de siempre en la plaza

el libro de Chéjov, el álbum de fotos, el avioncito armado

y el cubo de Rubik sin resolver.

 

 Estaban todos, salvo el cuaderno que olvidé

en su única página escrita hay un poema

que ahora gravita sobre un cráter

 en el lado oscuro de la luna.

 

 

 

Fotos viejas en el mercado de pulgas

 a mi padre Luis

 

Mientras reviso la caja con fotos viejas

 en el mercado de pulgas

 haciendo tiempo, perdiendo el tiempo

 asoma desde el fondo una foto

 que recuerdo haber visto hace muchos años

 mis padres de la mano, en un lugar que no reconozco

 jóvenes y sonrientes y muy lejanos en mi mente

 no en mi corazón.

 

 Decido comprarla y consulto el precio

 la señora que atiende tiene un parecido a mi madre

 el tipo que asoma desde atrás un aire a mi padre

pero la foto no está en venta

 es una caja de fotos familiares

que alguien mezcló por error.


El falso genio

 

Sale de la vieja lámpara y dice concederme tres deseos

miro hacia todos lados para que no piensen que estoy loco

y terminar nuevamente en el psiquiátrico

o declarando en la comisaría de madrugada.

 

Pero el tipo era un simple estafador.

 

Cuando vuelvo a mi cuarto

 no encuentro a mis padres

ni retorné a mi infancia

y tampoco esta noche logré escribir el poema perfecto.


La cajita de música

 

Tirada entre cosas sin uso, en una bolsa arrojada por azar

 en un tacho de basura de la plaza

 encuentro una vieja cajita musical.

 

 La tomo, le doy cuerda con la pequeña llave

 que cuelga de ella

debo haberme excedido o tal vez haya roto algo.

 

 

Sale la bailarina de su interior

pero su cuerpo no es porcelana sino humano

pequeña como las hadas de los cuentos

 me agradece haberle puesto fin al sufrimiento

y encierro de tantos años.


Del libro : " Medianoche en la plaza de los sueños"  Editorial Leviatán 2021



IX 


Pusimos pedazos 

de carne y verduras 

en una olla de latón


 Zun me dice

 que cuando alcancemos el Nirvana 

se apagarán los fuegos 

de la codicia 

y el odio 

hasta alcanzar la iluminación 


comemos en silencio 

el exquisito guiso del mago 

que me pide que retire esos restos de rencor

 que hay en mi plato.


XVII 


Un minúsculo trozo 

de paisaje 

llama mi atención 

me acerco a la pintura 

montañas

 bosques

 arroyos

 rocas

 hombres

 flores

 eternamente inmóviles

 me dicen que entre en el 


cuando las cosas se ponen difíciles 

vengo hasta el museo 

y entro al cuadro


 elijo ser una piedra 

cercana al río.


del libro China ocho milimetros editado por La carta de Oliver



Margot, la prostituta que leyó a Bakunin

Vale más un instante de vida verdadera
que años vividos en un silencio
de muerte.
Mijail Bakunin

Caminando de madrugada por la calle de la tristeza

llegando a la intersección con el boulevard de los perdidos

me senté como siempre, a observar el cielo estrellado

mientras encendía un cigarrillo


encontré, convertida en objeto de consumo nocturno

a quien había sido mi compañera de estudios, Margot

que leía a Baudelaire y Rimbaud en francés para entenderlos

envejecida por el paso del tiempo

y la intensidad de un trabajo que reclama su libra de carne


nada en ese abrazo habló de poesía

su mundo, reconvertido en mercancía

ahora demuele las palabras que tanto amaba

y la asimila a una muñequita del barroco

abandonada a su suerte


la neblina que cubre el boulevard

nos transforma en dos adolescentes

que debaten la función social del arte

y las teorías anarquistas del príncipe Mijaíl Bakunin

al mismo tiempo


cuando la bruma se retira

lo único que confirma su presencia

es una colilla de cigarrillo con su lápiz labial y su perfume

y su voz, espectral, diciendo:

salvo que seas poeta, las palabras no significan nada.


Una historia sencilla

Atendí la puerta, era Cristo pidiendo algo

le dije que entrara

a mí no me gustaría estar solo hoy

estaba muy callado, más que otras veces

 

luego, supongo que el vino lo animó

y cuando ya era tarde

dijo algo acerca de los pobres

 los que abren la puerta

algo que recuerdo muy confuso de una aguja

un ojo un camello y un reino.

 

Yo había bebido demasiado

lo saludé y me fui a dormir.


El alma de los perdedores

 

Me pregunto de qué está hecha el alma

 de los perdedores, la más bella de las almas

 tengo preguntas extrañas últimamente

esas que supongo hacen los desesperados

 

 ahora voy en busca de las respuestas

 que habitan en el fondo de los sueños abandonados

los míos y los tuyos

 

 pero no me importan los misterios milenarios

 ni las naturalezas muertas ni los dados que arroja Dios

 no me interesan las mentiras

 me interesás vos y de qué estás hecho

 

he cerrado los ojos mucho tiempo

 para ver mejor, para entender muy tarde

que hay preguntas que no tienen respuesta.


La fuente de los deseos

 

La tarde que inauguraron la fuente en mi barrio

observaba de lejos a las personas

 que una a una arrojaba sus monedas

mientras cerraban los ojos, en una extraña ceremonia

donde cada una de ellas equivalía a la concreción de un deseo

 sin importar la magnitud del mismo

 

los rostros hacían difícil entender sus deseos

pero mi amigo Pedro, el ciego-vidente

me dictaba los de cada uno de mis vecinos

y así fui dándome cuenta que casi todos anhelaban algo parecido

 

todos y cada uno de los deseos

estaban atravesados por el sueño de la posesión

no había en ninguno de ellos, el menor rastro

de algo que no se pudiese comprar, atesorar o acumular

 

la representación perfecta de un sistema auto-inmune

bienes y objetos saturaban el campo del deseo

no figuraban sueños de amor ni de revoluciones

 nadie anhelaba recuperar el tiempo perdido

 

de una manera u otra, el dinero aparecía en todos los deseos

a veces de manera directa y otras no tanto

 pero allí estaba su presencia, intacta y permanente

y absolutamente despreciable para un tipo como yo

que piensa en el dinero como causa de todos los males

 

 me harté de todo esto, el plan surgió espontáneamente

decidido a irme del barrio

robé todo el dinero que contenía y la dinamité.

 

Todos poemas de Margot , la prostituta que leyó a Bakunin 






 

Los ojos de sasha
o el fin de un sueño rojo

La muerte de mi madre en un hospital para enfermos mentales
provocó diferentes reacciones entre los miembros de mi familia
-una familia que zozobraba como los restos de un naufragio
que de a poco desaparecen sin importarle a nadie.
Fue internada por sus hermanos, diagnosticada con un cuadro de esquizofrenia
que según ellos no tenía otra forma de ser tratada
con urgencia, violencia y un grado de crueldad que prefiero olvidar.

Devota del sueño bolchevique, jamás pudo entender los cambios del mundo
ni una sociedad que corría tras la felicidad y salvación individual.
Finalmente se alejó de los suyos y del resto, terminó aislada por propios y extraños
que la rechazaban tanto a ella como a su forma de pensar.
En mi corazón, sentí que su muerte simbolizaba una especie de asesinato
donde todos tenían una cuota parte de responsabilidad y conformaba

uno de esos crímenes silenciosos que todos preferimos ignorar y cuyo formato
nos incrimina, lo que constituye un buen motivo para mirar hacia otro lado.

Buscando protegerme del dolor y de su ausencia, decidí refugiarme
en la casa de uno de los pocos amigos que me quedaban, Vladimir.
Un tipo silencioso y casi autista que se asemejaba a mí más de lo imaginable.

Los domingos acompañaba a mi amigo a visitar a su abuela que,
como el resto de los ancianos, se encontraba en un lugar llamado geriátrico,
pero a mí me resultaba más parecido a un depósito de personas abandonadas,
con rasgos de campo de concentración moderno o una variante de los zoológicos
que, en lugar de chimpancés y leones enjaulados, aquí se encontraban en estado
natural y sin rejas, donde los exhibidos eran seres humanos.

El dueño del zoo, perdón, del geriátrico, se volvió millonario
a raíz de esta actividad y otra también, exquisita: prestamista.

Mi mente fue ideando un plan, moldeándolo en silencio domingo a domingo.
Conociendo el dato de que los abuelos partirían el lunes en un tour a la fría Necochea,
en plena temporada invernal, entré de madrugada al lugar. Entramos, mejor dicho,
mi gatito Sasha y yo. Rocié todo con nafta, incluido el descapotable del tipo,
encendí el fósforo que inició el incendio y escapamos en la oscuridad
tan sigilosamente como habíamos llegado.

Esa noche dormí mejor que nunca, como un ángel caído que trae justicia
a un mundo cruel, un anti-sistema de los sin voz. El mundo se redimía
con mis actos, con los actos de un héroe anónimo del cual nunca nadie sabría nada.

Me levanté y encendí el televisor que informaba de la tragedia.
Los ojos de Sasha hablaban al mirarme:
treinta y nueve abuelos fallecidos en el incendio.
El viaje era el lunes, pero no ése sino el siguiente,
debido a un cambio de planes de último momento.

Entendí en ese instante, que el infierno está tapizado de buenas intenciones.

El velatorio movilizó a la ciudad completa, el dolor era terrible
y todos lloraban desconsolados. Todos menos el tipo que sufría en silencio
por el fin del negocio y su descapotable derretido.

Carcomido en mi conciencia, como el personaje de Crimen y Castigo,
me entregué confesando todo. Me declararon insano y paso los días
en este neuro-psiquiátrico escribiendo al aire libre y disfrutando la belleza
de lo simple. Como a mi madre, todos me dieron la espalda salvo mi amigo
Vladimir y Sasha.

Sus ojos cuando se cruzan con los míos vuelven a hablarme
y me dicen tener un plan.


 del libro
"Los ojos de sasha
o el fin de un sueño rojo" de editorial Leviantan (2018)



Fragmentos de dharma y karma en la habitación 112

Un gato roza el plato con agua que está apoyado sobre un rollo de papel gigante y cae.
Al derramarse genera un cortocircuito que incendia la imprenta.
Los dueños retornan a Medio Oriente para emprender una nueva vida
desandando el camino de sus antepasados y mueren en un bombardeo
dos días después de haber llegado.

La caja de fotos queda mal cerrada por la presión de una de ellas.
Ahora fragmenta dos cuerpos y dos rostros familiares y extraños a la vez.
El próximo en abrirla no advierte que cae al piso y será tirada a la basura.
Los desechados son los abuelos, inmigrantes de una Europa del este desconocida,
ambos sobrevivientes de Treblinka.

Una paloma es aplastada por un auto al quedar sus patas adheridas en el asfalto.
El conductor al intentar esquivarla se mete de lleno en un kiosco
y da muerte al que lo atiende, desocupado tres días atrás.
Mi amigo Pedro, ciego, cuando sale del centro Braille donde enseña Letras,
ingresa al centro de atención para alcohólicos anónimos, donde toma clases
para dejar de serlo.

La enfermera suministra al paciente de la 109, pleno de vida,
el medicamento correspondiente al de la 112. Su error destruye un ser humano
y en su lugar nace una planta.

Intento recordar, pero no lo logro con claridad, la vida parece hecha de retazos,
fragmentos. Entre unos y otros, lo que asoma no siempre tiene explicación
o si la tiene, es confusa. Yo era el paciente de la 112, estuve en coma
siete semanas, cuando desperté escribí esto.

Los que decían que moría tampoco acertaron.


Ceguera


Cuando llegamos al borde del precipicio
debía empujar a Harry, el ciego,
y cumplir de una vez y para siempre
con su pedido.

Él estaba harto de la indiferencia del mundo
de la burla de la gente
de vivir como un mendigo.
De que el único que leyera sus poemas fuera yo.

Lo abracé, le dije que entendía perfectamente;
lo miré a los ojos
le puse este poema en el bolsillo
y me arrojé.


El pianista del Black Cat y otros poemas. Editorial La carta de Oliver. 2007.


La noche interminable


Mi madre estaba allí,en la noche interminable
en la mas fría y azul de todas
y yo, no sé por qué le toqué la frente helada
y sentí que somos una piedra, disfrazada unos años

entonces le hablé como nunca lo había hecho
y le conté de ese río de lava roja
que aparece en mis sueños
y de esa tarde flotando en el mar con ella
cuando descubrí sus ojos llenos de olvido
en los que vi un barco ardiendo
y mi cuerpo de niño flotando en el río, boca arriba
debajo de un cielo oscuro

creo que antes de morir algo la había aniquilado
algo que no puedo pronunciar
pero siento que me acecha como a ella
y espera pacientemente devorarme

una sospecha me hizo abrirle un párpado
y vi el barco ardiendo nuevamente
la abracé fuerte
como nunca lo había hecho
mientras el río de lava me tragaba.


 del libro
"Los ojos de sasha
o el fin de un sueño rojo" de editorial Leivantan (2018)




 


El acta

                        a mi madre Sara

Yo, que estoy en el medio del mar
leo el acta, que con unos cuadraditos marcados con una x
deja constancia de la muerte de mi madre

mientras la rompo y el viento se la lleva
depositándola en unas olas gigantes
pienso en ella con sus lentes viejos, leyendo a Chejov
o las cartas de familiares de Rusia
y en aquellos años en que era feliz, paseando con mi padre por la
                                                                             / playa
mientras yo corría detrás de ellos

me doy vuelta y la veo sentada en una silla en la proa
rodeada por unos albatros que picotean restos de comida

me llama y me siento junto a ella, mientras saca unas fotos viejas
en paisajes extraños, junto a sus padres
y luego otras y otras, como un repaso de su vida
mientras hablamos de las cosas que quedaron sin hacer
de esos planes simples que teníamos
y ya no podremos realizar

giro la vista al mar y cuando me doy vuelta para abrazarla
ya no está
a mis pies, veo la foto en que ella está delante de la casa de sus
                                                                           / padres
en la calle de la revolución
la llevo al camarote, la pego en la pared
y me acuesto a dormir
en el sueño, escucho su voz, casi imperceptible, que me dice:

- no estés triste, ya nos veremos.-

me despierto, me sirvo un vaso de vodka
y miro por el ojo de buey la tormenta que se avecina
voy a la sala de máquinas, a cumplir mi turno
y la escucho nuevamente:

- hijo, el hombre es lobo del hombre-

me río pensando en ella, en esos viejos tiempos
donde soñaba un mundo más justo
sin imaginar que nos convertiríamos en bestias.


 Una noche en bosque-poesía y otros poemas. Poesía Mayor, Editorial Leviatán. Buenos Aires, Argentina. Marzo 2014}



 Rebeca

Iván, peluquero y anarquista ruso
fue asesinado por la policía en los años 40
en un bolsillo de su pantalón encontraron tres monedas
panfletos llamando al alzamiento contra el poder de turno
y un librito acerca de cómo construir un mundo
donde nadie es amo ni esclavo
y del devenir inexorable de la felicidad a causa de esto

un pequeño peine completaba el cuadro en el otro bolsillo


el hijo del peluquero se hace policía para ganarse la vida

reprimiendo a los que alteran el orden en la vía pública
en una refriega, muere asesinado por un ladrón que le dispara a la cabeza

Rebeca, la hija del policía reabre la peluquería familiar

sin saberlo, le corta el cabello al ladrón que asesinó a su padre
y al comisario que mató a su abuelo

por las noches escribe poemas breves impregnados de amor

ignora el mundo casi por completo y es feliz
eso me dice, casi sin mirarme
al bajarme del sillón de la peluquería.

 “ La camarera que se creía Greta Garbo y el plomero que soñaba ser Lenin “ ( La carta de Oliver, Buenos Aires  2016 )

Poesía en el lado oscuro de la luna


Cuando llegué a la luna, abrí mi valija y saqué las pocas cosas
que necesitaba para pasar esos días, creyendo que podían convertirse
en una buena oportunidad para hacer cosas postergadas:
el libro de Chejov sin terminar
el álbum de fotos que no miraba hace tiempo
el avioncito para armar que mi padre me había traído de uno de sus viajes
y yo dejé sin tocar desde mi niñez, el cubo de Rubik
para intentar resolverlo y un cuaderno para escribir poesía.

Ahora que volví a la tierra veo a todos estos objetos
sobre la mesa de luz:
el libro de Chejov, el álbum de fotos, el avioncito armado
y el cubo de Rubik sin resolver.

Estaban todos, salvo el cuaderno que olvidé en la luna,
en su única página escrita hay un poema
que ahora gravita sobre un cráter
en el lado oscuro de la luna.

domingo, 17 de abril de 2016

Ines Manzano (Buenos Aires)



En el asombro

No era aún la estación de la sangre
Nosotros
no debimos saberlo
en el asombro del recreo

pero ellas tomadas de la mano
dibujaban
dolorosos rubíes por sus piernas

un camino de joyas
desprendido
del fruto lastimado

No debimos saberlo en el recreo

Todavía no es la estación de la sangre
y ya estamos perdidas en un bosque

Mamá       cómo decirte
que este animal que nos descorazona
es el mismo que enreda
tu corazón a un yugo
cada noche

y que en nosotras un día y otro
día y otro día
horada un desfiladero que nos duele
para ocultar su filo

Aunque no sea la estación de la sangre
él la hace restallar
en las paredes de los muslos

Mamá       cómo decirte
tu amor nos amordaza

La trampa está en sus besos
que bajan de la frente
desde el ombligo    bajan
y enhebran una hilera
de cristalitos rojos
ahogados en veneno
detrás de su saliva

Mamá       un padre
cazador
nos acorrala

y somos

animalitos ciegos

sangrando en el recreo


lunes, 29 de febrero de 2016

Elisheba Grinbaum (1965-2004)




Primer día de clases

Un millón de niños acude hoy a la escuela,
uno de ellos se aferra a mi mano.

Emana un perfume de cuadernos y cartera de cuero nueva.
Su cabello recién lavado exhala conmoción.

Apretado murmullo de fin de sueños de verano
en las suelas de sus sandalias diminutas.

Tu pequeña mano húmeda aprieta la mía
al entrar en el patio, el terror conocido

de comenzar todo otra vez, nosotros dos
contra el mundo, dame un minuto más

antes de soltar tu mano, serás entonces tú solo,
un hombrecito de cabellos recortados frente al mundo.

Yo desviaré la mirada, mujer en cuyo cuerpo
muchos entraron
aunque nadie nunca salió,


y me iré.


Traducción: Gerardo Lewin

tomado del blog decantasion.blogspot.com

Vilma Sastre (Alpachiri,La Pampa 1950)



Retrato que no fue

                                                           A Vicente, mi abuelo
                        y vi en mis ojos rehacer a las estrellas espléndidas muertes
                                                             Ernesto Carrión

me veo afuera (ya) en la entrada
de bruces sobre el espacio que aún me queda
levanto mi mano próxima al estallido y regresa la aldea
tus faldas alzadas al bailar
tus muslos fuertes entre mis piernas y yo jadeando como de oleajes
rozaré apenas tu preñez y vendrás afanosa
                          con los niños a este sitio ¿de bonanzas?
es cierto pronunciaste palabras (cuántas preguntas)
las suficientes para poblar el mundo
y yo en silencio ¡basta! me repliego en mi propia matriz
(aquí) el cielo fértil las espigas ondulando gajos
en algún sitio tu ceño me muestra el horizonte ¿lo ves?
la llanura vuelve a su sombra ¿dónde está el fondo? y de su sombra
a su aura salitrosa y de su sal afloran dos caldenes (apenas)
hacen falta molinos soy vicente y estaba hecho de otras tierras
no conozco tu dimensión paisaje
salvar los brotes de este suelo así de simple quise
                         soplar aguas (artificio verde)
nos llovieron cenizas siete plagas arriba eructando
un puñado de semillas qué sé yo de vihuelas
de coplas de chimangos menos de pumas
girando en médanos (allá tememos a los lobos)
volvamos a la aldea me dirás en lengua ansiosa mientras
migran las reses brote a brote
varias veces nos miramos hasta cerrar los ojos
con tu boca abierta insistirás pero no puedo irme
no se vuelve es mal agüero dicen las comadronas te nombro
para retenerte Luz
ahora que no me atrevo a girar el rostro
absorto ante una cifra cardinal (esto es el sur)
y caigo en la estirpe del solo que busca el porqué
de un río ajeno creciendo solo en siestas
mientras yo canturreo monte amargo de sorbos (voy fumando
caporal) me acerco al camino monteluna surco la tierra
es tan sencillo mi mano se acopla (ya entro) al disparo
que me redima ahora que llueve y vuelvo a tus faldas
como de oleajes

Del libro " Hacen falta molinos" Editorial Huesos de Jibia 2014

viernes, 26 de febrero de 2016

María Cecilia Micetich (Rosario 1979)







La Falta

Se anhela el silencio
cuando la voz retumba,
un lago de sal se repliega en la noche.
No siempre los setos desean el agua
ni la esperada cadencia sostiene
infinitamente el pasaje.

A veces, en raras ocasiones,
los vestidos desnudan
y la piel nos templa sin más.

Aunque todo parezca pleno
el estallido retumba en el filo del día,
la voracidad en celo entreteje la nada
murmurando una felicidad de otros.

Aquí es un no poder irme
sin poder quedarme.
Todos los días son extrañamente,
infaliblemente, fatales,
inexorables.


de " Una Partitura" de Editorial Huesos de Jibia 2015

domingo, 21 de febrero de 2016

La muerte y la brujula de Jorge Luis Borges




De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. En verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó. Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí la secreta morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Este criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de Lönnrot, pero éste nunca se dejó intimidar. Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de tahúr. El primer crimen ocurrió en el Hôtel de Nord - ese alto prisma que domina el estuario cuyas aguas tienen el color del desierto. A esa torre (que muy notoriamente reúne la aborrecida blancura de un sanatorio, la numerada divisibilidad de una cárcel y la apariencia general de una casa mala) arribó el día 3 de diciembre el delegado de Podólsk al Tercer Congreso Talmúdico, doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca sabremos si el Hôtel du Nord le agradó: lo aceptó con la antigua resignación que le había permitido tolerar tres años de guerra en los Cárpatos y tres mil años de opresión y de pogroms. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente a la suite que no sin esplendor ocupaba el Tetrarca de Galilea. Yarmolinsky cenó, postergó para el día siguiente el examen de la desconocida ciudad, ordenó en un placard sus muchos libros y sus muy pocas prendas, y antes de media noche apagó la luz. (Así lo declaró el chauffer del Tetrarca, que dormía en la pieza contigua.) El 4, a las once y tres minutos a.m., lo llamó por teléfono un redactor de la Yidische Zeitung; el doctor Yarmolinsky no respondió; lo hallaron en su pieza, la levemente oscura la cara, casi desnudo bajo una gran capa anacrónica. Yacía no lejos de la puerta que daba al corredor; una puñalada profunda le había partido el pecho. Un par de horas después, en el mismo cuarto, entre periodistas, fotógrafos y gendarmes, el comisario Treviranus y Lönnrot debatían con serenidad el problema. - No hay que buscarle tres pies al gato - decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro-. Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado por aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo. ¿Qué le parece? - Posible, pero no interesante -respondió Lönnrot-. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado, interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón. Treviranus repuso con mal humor: - No me interesan las explicaciones rabínicas; me interesa la captura del hombre que apuñaló a este desconocido. - No tan desconocido -corrigió Lönnrot- Aquí están sus obras completas. - Indico en el placard una fila de altos volúmenes: una Vindicación de la cábala; un Examen de la filosofía de Robert Flood; una traducción literal de Sepher Yezirah; una Biografía del Baal Shem; una Historia de la secta de los Hasidim; una monografía (en alemán) sobre el Tetragrámaton; otra, sobre la nomenclatura divina del Pentateuco. El comisario los miró con temor, casi con repulsión. Luego se echó a reír. - Soy un pobre cristiano -repuso-. Llévese todos esos mamotretos, si quiere; no tengo tiempo que perder en supersticiones judías. - Quizá este crimen pertenece a la historia de las supersticiones judías- murmuró Lönnrot. - Como el cristianismo -se atrevió a completar el redactor de la Yidische Zeitung. Era miope, ateo y muy tímido. Nadie le contestó. Uno de los agentes había encontrado en la pequeña máquina de escribir una hoja de papel con esta sentencia inconclusa: La primera letra del Nombre ha sido articulada. Lönnrot se abstuvo de sonreír. Bruscamente bibliófilo o hebraísta, ordenó que le hicieran un paquete con los libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente a la investigación policial, se dedicó a estudiarlos. Un libro en octavo mayor le reveló las enseñanzas de Israel Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los Piadosos; otro, las virtudes y terrores del Tetragramaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia) su noveno atributo, la eternidad - es decir, el conocimiento inmediato de todas las cosas que sarán, que son y que han sido en el universo. La tradición enumera los noventa y nueve nombres de Dios; los hebraístas atribuyen ese imperfecto número al mágico temor de las cifras pares; los Hasidim razonan que ese hiato señala un centésimo nombre - el Nombre Absoluto. De esa erudición lo distrajo, a los pocos días, la aparición del redactor de la Yidische Zeitung. Éste quería hablar del asesinato; Lönnrot prefirió de los diversos nombres de Dios; el periodista declaró en tres columnas que el investigador Erik Lönnrot se había dedicado a estudiar los nombres de Dios para dar con el nombre del asesino. Lönnrot, habituado a las simplificaciones del periodismo, no se indignó. Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro, publicó una edición popular de la Historia de la secta de los Hasidim. El segundo crimen ocurrió la noche del 3 de enero, en el más desamparado y vacío de los huecos suburbios occidentales de la capital. Hacia el amanecer, uno de los gendarmes que vigilan a caballo esas soledades vio en el umbral de una antigua pinturería un hombre emponchado, yacente. El duro rostro estaba enmascarado de sangre; una puñalada profunda le había rajado el pecho. En la pared, sobre los rombos amarillos y rojos, había unas palabras con tiza. El gendarme las deletreó… Esa tarde, Treviranus y Lönnrot se dirigieron a la remota escena del crimen. A la izquierda y a la derecha del automóvil, la ciudad se desintegraba; crecía el firmamento y ya importaban poco las casas y mucho un horno de ladrillos o un álamo. Llegaron a su pobre destino: un callejón final de tapias rosadas que parecían reflejar de algún modo la desaforada puesta de sol. El muerto ya había sido identificado. Era Daniel Simón Azevedo, hombre de alguna fama en los antiguos arrabales del Norte, que había ascendido de carrero a guapo electoral, para degenerar después en ladrón y hasta en delator. (El singular estilo de su muerte les pareció adecuado: Azevedo era el último representante de una generación de bandidos que sabía el manejo del puñal, pero no del revólver.) Las palabras de tiza eran las siguientes: La segunda letra del Nombre ha sido articulada. El tercer crimen ocurrió la noche del 3 de febrero. Poco antes de la una, el teléfono resonó en la oficina del comisario Treviranus. Con ávido sigilo, habló un hombre de voz gutural; dijo que se llamaba Ginzberg (o Ginsburg) y que estaba dispuesto a comunicar, por una remuneración razonable. Los hechos de los dos sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky. Una discordia de silbidos y de cornetas ahogó la voz del delator. Después, la comunicación se cortó. Sin rechazar aún la posibilidad de una broma (al fin, estaban en carnaval) Treviranus indagó que le había hablado desde Liverpool House, taberna de la Rue de Toulon - esa calle salobre en la que conviven el cosmorama y la lechería, el burdel y los vendedores de biblias. Treviranus habló con el patrón. Éste (Black Finnegan, antiguo criminal irlandés, abrumado y casi arruinado por la decencia) le dijo que la última persona que había empleado el teléfono de la casa era un inquilino, un tal Gryphius, que acababa de salir con unos amigos. Treviranus fue en seguida a Liverpool House. El patrón le comunicó lo siguiente: Hace ocho días, Gryphius había tomado una pieza en los altos del bar. Era un hombre de rasgos afilados, de nebulosa barba gris, trajeado pobremente de negro; Finnegan (que destinaba esa habitación a un empleo que Treviranus adivinó) le pidió un alquiler sin duda excesivo; Gryphius inmediatamente pagó la suma estipulada No salía casi nunca; cenaba y almorzaba en su cuarto; apenas si le conocían la cara en el bar. Esa noche, bajó a telefonear al despacho de Finnegan. Un cupé cerrado se detuvo ante la taberna. El cochero no se movió del pescante; algunos parroquianos recordaron que tenía una máscara de oso. Del cupé bajaron dos arlequines; eran de reducida estatura y nadie puedo no observar que estaban muy borrachos. Entre balidos de cornetas, irrumpieron en el escritorio de Finnegan; abrazaron a Gryphius, que pareció reconocerlos, pero les respondió con frialdad; cambiaron unas palabras en yidish - él en voz baja, gutural, ellos con voces falsas, agudas - y subieron a la pieza del fondo. Al cuarto de hora bajaron los tres, muy felices; Gryphius, tambaleante, parecía tan borracho como los otros. Iba, alto y vertiginoso, en el medio, entre los arlequines enmascarados. (Una de las mujeres del bar recordó los losanges amarillos, rojos y verdes.) Dos veces tropezó; dos veces lo sujetaron los arlequines. Rumbo a la dársena inmediata, de agua rectangular, los tres subieron al cupé y desaparecieron. Ya en el estribo del cupé, el último arlequín garabateó una figura obscena y una sentencia en una de las pizarras de la recova. Treviranus vio la sentencia. Era casi previsible, decía: La última de las letras del Nombre ha sido articulada. Examinó, después, la piecita de Gryphius - Ginzberg. Había en el suelo una brusca estrella de sangre; en los rincones, restos de cigarrillos de marca húngara; en un armario, un libro en latín - el Philologus hebraeograecus (1739) de Leusden - con varias notas manuscritas. Treviranus mirón con indignación e hizo buscar a Lönnrot. Éste, sin sacarse el sombrero, se puso a leer, mientras el comisario interrogaba a los contradictorios testigos del posible secuestro. A las cuatro salieron. En la torcida Rue de Toulon, cuando pisaban las serpentinas muertas del alba, Treviranus dijo: - ¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro? Erik Lönnrot sonrió y leyó con toda gravedad un pasaje (que estaba subrayado) de la disertación trigésima tercera del Philologus: Dies Judaeorum incipit a solis occasu usque ad solis occasum diei sequentis. Eso quiere decir - agregó-: El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer. El otro ensayó una ironía. - ¿Ese es el dato más valioso que usted ha recogido esta noche? - No. Más valiosa es una palabra que dijo Ginzberg. Los diarios de la tarde no descuidaron esas desapariciones periódicas. La Cruz de la Espada las contrastó con la admirable disciplina y el orden del último Congreso Eremítico; Ernst Palast, en El Mártir, reprobó "las demoras intolerables de un pogrom clandestino y frugal, que ha necesitado tres meses para eliminar tres judíos"; la Yidische Zeitung rechazó la hipótesis horrorosa de un complot antisemita, "aunque muchos espíritus penetrantes no admiten otra solución del triple misterio"; el más ilustre de los pistoleros del Sur, Dandy Red Scharlach, juró que en su distrito nunca se producirían crímenes de ésos y acusó de culpable negligencia al comisario Franz Treviranus. Éste recibió, la noche del 1° de marzo, un imponente sobre sellado. Lo abrió: el sobre contenía una carta firmada Baruj Spinoza y un minucioso plano de la ciudad, arrancado notoriamente de un Baedeker. La carta profetizaba que el 3 de marzo no habría un cuarto crimen, pues la pinturería del Oeste, la taberna de la Rue de Toulon y el Hôtel du Nord eran "los vértices perfectos de un triángulo equilátero y místico"; el plano demostraba en tinta roja la regularidad de ese triángulo. Treviranus leyó con resignación ese argumento more geométrico y mandó la carta y el plano a casa de Lönnrot - indiscutible merecedor de tales locuras. Erik Lönnrot las estudió. Los tres lugares, en efecto, eran equidistantes. Simetría en el tiempo (3 de diciembre, 3 de enero, 3 de febrero); simetría en el espacio, también… Sintió, de pronto que estaba por descifrar el misterio. Un compás y una brújula completaron esa brusca intuición. Sonrió. Pronunció la palabra Tetragrámaton (de adquisición reciente) y llamó por teléfono al comisario. Le dijo: - Gracias por ese triángulo equilátero que usted anoche me mandó. Me ha permitido resolver el problema. Mañana viernes los criminales estarán en la cárcel; podemos estar muy tranquilos. - Entonces ¿no planean un cuarto crimen? - Precisamente porque planean un cuarto crimen, podemos estar muy tranquilos. -Lönnrot colgó el tubo. Una hora después, viajaba en un tren de los Ferrocarriles Australes, rumbo a la quinta abandonada de Triste-le-Roy. Al sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas barrosas, infamado de curtiembres y de basuras. Del otro lado hay un suburbio fabril donde, al amparo de un caudillo barcelonés, medran los pistoleros. Lönnrot sonrió al pensar que el más afamado -Red Scharlach- hubiera dado cualquier cosa por conocer esa clandestina visita. Azevedo fue compañero de Scharlach; Lönnrot consideró la remota posibilidad de que la cuarta víctima fuera Scharlach. Después, la desechó… Virtualmente, había descifrado el problema; las meras circunstancias, la realidad (nombres, arrestos, caras, trámites judiciales y carcelarios), apenas le interesaban ahora. Quería pasear, quería descansar de tres meses de sedentaria investigación. Reflexionó que la explicación de los crímenes estaba en el triángulo anónimo y en una polvorienta palabra griega, El misterio casi le pareció cristalino; se abochornó de haberle dedicado cien días. El tren paró en una silenciosa estación de cargas. Lönnrot bajó. Era una de esas tardes desiertas que parecen amaneceres. El aire de la turbia llanura era húmedo y frío. Lönnrot echó a andar por el campo. Vio perros, vio un furgón en una vía muerta, vio el horizonte, vio un caballo plateado que bebía agua crapulosa de un charco. Oscurecía cuando vio el mirador rectangular de la quinta de Triste-le-Roy, casi tan alto como los negros eucaliptos que lo rodeaban. Pensó que apenas un amanecer y un ocaso (un viejo resplandor en el oriente y otro en el occidente) lo separaban de la hora anhelada por los buscadores del Nombre. Una herrumbrada verja definía el perímetro irregular de la quinta. El portón principal estaba cerrado. Lönnrot, sin mucha esperanza de entrar, dio toda la vuelta. De nuevo ante el portón infranqueable, metió la mano entre los barrotes, casi maquinalmente, y dio con el pasador. El chirrido del hierro lo sorprendió. Con una pasividad laboriosa, el portón entero cedió. Lönnrot avanzó entre los eucaliptos, pisando confundidas generaciones de rotas hojas rígidas. Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy abundaba en inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas: una Diana glacial en un nicho lóbrego correspondía en un segundo nicho otra Diana; un balcón se reflejaba en otro balcón; dobles escalinatas se abrían en doble balaustrada. Un Hermes de dos caras proyectaba su sombra monstruosa. Lönnrot rodeó la casa como había rodeado la quinta. Todo lo examinó; bajo el nivel de la terraza vio una estrecha persiana. La empujó: unos pocos escalones de mármol descendían a un sótano. Lönnrot, que ya intuía las preferencias del arquitecto, adivinó que en el opuesto muro del sótano había otros escalones. Los encontró, subió, alzó las manos y abrió la trampa de salida. Un resplandor lo guió a una ventana. La abrió: una luna amarilla y circular definía en el triste jardín dos fuentes cegadas. Lönnrot exploró la casa. Por antecomedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. Subió por escaleras polvorientas a antecámaras circulares; infinitamente se multiplicó en espejos opuestos; se cansó de abrir o entreabrir ventanas que le revelaban, afuera, el mismo desolado jardín desde varias alturas y varios ángulos; adentro, muebles con fundas amarillas y arañas embaladas en tarlatán. Un dormitorio lo detuvo; en ese dormitorio, una sola flor en una copa de porcelana; al primer roce los pétalos antiguos se deshicieron. En el segundo piso, en el último, la casa le pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad. Por una escalera espiral llegó al mirador. La luna de esa tarde atravesaba los losanges de las ventanas; eran amarillos, rojos y verdes. Lo detuvo un recuerdo asombrado y vertiginoso. Dos hombres de pequeña estatura, feroces y fornidos, se arrojaron sobre él y lo desarmaron; otro, muy alto, lo saludó con gravedad y le dijo: - Usted es muy amable. Nos ha ahorrado una noche y un día. Era Red Scharlach. Los hombres maniataron a Lönnrot. Éste, al fin, encontró su voz. - Scharlach, ¿usted busca el Nombre Secreto? Scharlach seguía de pie, indiferente. No había participado en la breve lucha, apenas si alargó la mano para recibir el revólver de Lönnrot. Habló; Lönnrot oyó en su voz una fatigada victoria, un odio del tamaño del universo, una tristeza no menor que aquel odio. No -dijo Scharlach-. Busco algo más efímero y deleznable, busco a Erik Lönnrot. Hace tres años, en un garito de la Rue de Toulon, usted mismo arrestó, e hizo encarcelar a mi hermano. En un cupé, mis hombres me sacaron del tiroteo con una bala policial en mi vientre. Nueve días y nueve noches agonicé en esta desolada quinta simétrica; me arrasaba la fiebre, el odioso Jano bifronte que mira los ocasos y las auroras daba horror a mi ensueño y a mi vigilia. Llegué a abominar mi cuerpo, llegué a sentir que dos ojos, dos manos, dos pulmones, son tan monstruosos como dos caras. Un irlandés trató de convertirme a la fe de Jesús; me repetía la sentencia de los goyim: Todos los caminos llevan a Roma. De noche, mi delirio se alimentaba de esa metáfora: yo sentía que el mundo es un laberinto, del cual era imposible huir, pues todos los caminos, aunque fingieran ir al norte o al sur, iban realmente a Roma, que era también la cárcel cuadrangular donde agonizaba mi hermano y la quinta de Triste-le-Roy. En esas noches yo juré por el dios que ve con dos caras y por todos los dioses de la fiebre y de los espejos tejer un laberinto en torno del hombre que había encarcelado a mi hermano. Lo he tejido y es firme: los materiales son un heresiólogo muerto, una brújula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un puñal, los rombos de una pinturería. El primer término de la serie me fue deparado por el azar. Yo había tramado con algunos colegas - entre ellos, Daniel Azevedo - el robo de los zafiros del Tetrarca. Azevedo nos traicionó y acometió la empresa el día antes. En el enorme hotel se perdió; hacia las dos de la mañana irrumpió en el dormitorio de Yarmolinsky. Éste, acosado por el insomnio, se había puesto a escribir. Verosímilmente, redactaba unas notas o un artículo sobre el Nombre de Dios; había escrito ya las palabras: La primera letra del Nombre ha sido articulada. Azevedo le intimó al silencio; Yarmolinsky alargó la mano hacia el timbre que despertaría todas las fuerzas del hotel; Azevedo le dio una sola puñalada en el pecho. Fue casi un movimiento reflejo; medio siglo de violencia le había enseñado que lo más fácil y seguro es matar… A los diez días yo supe por la Yidische Zeitung que usted buscaba en los escritos de Yarmolinsky la clave de la muerte de Yarmolinsky. Leí la Historia de la secta de los Hasidim; supe que el miedo reverente de pronunciar el Nombre de Dios había originado la doctrina de que ese Nombre es todopoderoso y recóndito. Supe que algunos Hasidim, en busca de ese Nombre secreto habían llegado a cometer sacrificios humanos… Comprendí que usted conjeturaba que los Hasidim habían sacrificado al rabino; me dediqué a justificar esa conjetura. Marcelo Yarmolinsky murió la noche del 3 de diciembre; para el segundo "sacrificio" elegí la noche del 3 de enero. Murió en el Norte; para el segundo "sacrificio" nos convenía un lugar del Oeste. Daniel Azevedo fue la víctima necesaria. Merecía la muerte: era un impulsivo, un traidor; su captura podía aniquilar todo el plan. Uno de los nuestros lo apuñaló; para vincular su cadáver al anterior, yo escribí encima de los rombos de la pinturería La segunda letra del Nombre ha sido articulada. El tercer "crimen" se produjo el 3 de febrero. Fue, como Treviranus adivinó, un mero simulacro. Gryphius - Ginzberg - Ginsburg soy yo; una semana interminable sobrellevé (suplementado por una tenue barba postiza) en ese perverso cubículo de la Rue de Toulon, hasta que los amigos me secuestraron. Desde el estribo del cupé, uno de ellos escribió en un pilar La última de las letras del Nombre ha sido articulada. Esa escritura divulgó que la serie de crímenes era triple. Así lo entendió el público; yo, sin embargo, intercalé repetidos indicios para que usted, el razonador Erik Lönnrot, comprendiera que es cuádruple. Un prodigio en el norte, otros en el Este y en el Oeste, reclamaban un cuarto prodigio en el Sur; el Tetragrámaton - el nombre de Dios, JHVH - consta de cuatro letras; los arlequines y la muestra del pinturero sugieren cuatro términos. Yo subrayé cierto pasaje en el manual de Leusden; ese pasaje manifiesta que los hebreos computaban el día de ocaso a ocaso; ese pasaje da a entender que las muertes ocurrieron el cuatro de cada mes. Yo mandé el triángulo equilátero a Treviranus. Yo presentí que usted agregaría el punto que falta. El punto que determina un rombo perfecto, el punto que prefija el lugar donde la exacta muerte lo espera. Todo lo he premeditado, Erik Lönnrot, para traerlo a usted a las soledades de Triste-le-Roy. Lönnrot evitó los ojos de Scharlach. Miró los árboles y el cielo subdivididos en rombos turbiamente amarillos, verdes y rojos. Sintió un poco de frío y una tristeza impersonal, casi anónima. Ya era de noche; desde el polvoriento jardín subió el grito inútil de un pájaro. Lönnrot consideró por última vez el problema de las muertes simétricas y periódicas. - En su laberinto sobran tres líneas -dijo por fin-. Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy. - Para la próxima vez que lo mate -replicó Scharlach- le prometo ese laberinto, que consta de una sola recta y que es invisible, incesante. Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego.