viernes, 26 de febrero de 2016

María Cecilia Micetich (Rosario 1979)







La Falta

Se anhela el silencio
cuando la voz retumba,
un lago de sal se repliega en la noche.
No siempre los setos desean el agua
ni la esperada cadencia sostiene
infinitamente el pasaje.

A veces, en raras ocasiones,
los vestidos desnudan
y la piel nos templa sin más.

Aunque todo parezca pleno
el estallido retumba en el filo del día,
la voracidad en celo entreteje la nada
murmurando una felicidad de otros.

Aquí es un no poder irme
sin poder quedarme.
Todos los días son extrañamente,
infaliblemente, fatales,
inexorables.


de " Una Partitura" de Editorial Huesos de Jibia 2015

domingo, 21 de febrero de 2016

La muerte y la brujula de Jorge Luis Borges




De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. En verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó. Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí la secreta morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Este criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de Lönnrot, pero éste nunca se dejó intimidar. Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de tahúr. El primer crimen ocurrió en el Hôtel de Nord - ese alto prisma que domina el estuario cuyas aguas tienen el color del desierto. A esa torre (que muy notoriamente reúne la aborrecida blancura de un sanatorio, la numerada divisibilidad de una cárcel y la apariencia general de una casa mala) arribó el día 3 de diciembre el delegado de Podólsk al Tercer Congreso Talmúdico, doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca sabremos si el Hôtel du Nord le agradó: lo aceptó con la antigua resignación que le había permitido tolerar tres años de guerra en los Cárpatos y tres mil años de opresión y de pogroms. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente a la suite que no sin esplendor ocupaba el Tetrarca de Galilea. Yarmolinsky cenó, postergó para el día siguiente el examen de la desconocida ciudad, ordenó en un placard sus muchos libros y sus muy pocas prendas, y antes de media noche apagó la luz. (Así lo declaró el chauffer del Tetrarca, que dormía en la pieza contigua.) El 4, a las once y tres minutos a.m., lo llamó por teléfono un redactor de la Yidische Zeitung; el doctor Yarmolinsky no respondió; lo hallaron en su pieza, la levemente oscura la cara, casi desnudo bajo una gran capa anacrónica. Yacía no lejos de la puerta que daba al corredor; una puñalada profunda le había partido el pecho. Un par de horas después, en el mismo cuarto, entre periodistas, fotógrafos y gendarmes, el comisario Treviranus y Lönnrot debatían con serenidad el problema. - No hay que buscarle tres pies al gato - decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro-. Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado por aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo. ¿Qué le parece? - Posible, pero no interesante -respondió Lönnrot-. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado, interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón. Treviranus repuso con mal humor: - No me interesan las explicaciones rabínicas; me interesa la captura del hombre que apuñaló a este desconocido. - No tan desconocido -corrigió Lönnrot- Aquí están sus obras completas. - Indico en el placard una fila de altos volúmenes: una Vindicación de la cábala; un Examen de la filosofía de Robert Flood; una traducción literal de Sepher Yezirah; una Biografía del Baal Shem; una Historia de la secta de los Hasidim; una monografía (en alemán) sobre el Tetragrámaton; otra, sobre la nomenclatura divina del Pentateuco. El comisario los miró con temor, casi con repulsión. Luego se echó a reír. - Soy un pobre cristiano -repuso-. Llévese todos esos mamotretos, si quiere; no tengo tiempo que perder en supersticiones judías. - Quizá este crimen pertenece a la historia de las supersticiones judías- murmuró Lönnrot. - Como el cristianismo -se atrevió a completar el redactor de la Yidische Zeitung. Era miope, ateo y muy tímido. Nadie le contestó. Uno de los agentes había encontrado en la pequeña máquina de escribir una hoja de papel con esta sentencia inconclusa: La primera letra del Nombre ha sido articulada. Lönnrot se abstuvo de sonreír. Bruscamente bibliófilo o hebraísta, ordenó que le hicieran un paquete con los libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente a la investigación policial, se dedicó a estudiarlos. Un libro en octavo mayor le reveló las enseñanzas de Israel Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los Piadosos; otro, las virtudes y terrores del Tetragramaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia) su noveno atributo, la eternidad - es decir, el conocimiento inmediato de todas las cosas que sarán, que son y que han sido en el universo. La tradición enumera los noventa y nueve nombres de Dios; los hebraístas atribuyen ese imperfecto número al mágico temor de las cifras pares; los Hasidim razonan que ese hiato señala un centésimo nombre - el Nombre Absoluto. De esa erudición lo distrajo, a los pocos días, la aparición del redactor de la Yidische Zeitung. Éste quería hablar del asesinato; Lönnrot prefirió de los diversos nombres de Dios; el periodista declaró en tres columnas que el investigador Erik Lönnrot se había dedicado a estudiar los nombres de Dios para dar con el nombre del asesino. Lönnrot, habituado a las simplificaciones del periodismo, no se indignó. Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro, publicó una edición popular de la Historia de la secta de los Hasidim. El segundo crimen ocurrió la noche del 3 de enero, en el más desamparado y vacío de los huecos suburbios occidentales de la capital. Hacia el amanecer, uno de los gendarmes que vigilan a caballo esas soledades vio en el umbral de una antigua pinturería un hombre emponchado, yacente. El duro rostro estaba enmascarado de sangre; una puñalada profunda le había rajado el pecho. En la pared, sobre los rombos amarillos y rojos, había unas palabras con tiza. El gendarme las deletreó… Esa tarde, Treviranus y Lönnrot se dirigieron a la remota escena del crimen. A la izquierda y a la derecha del automóvil, la ciudad se desintegraba; crecía el firmamento y ya importaban poco las casas y mucho un horno de ladrillos o un álamo. Llegaron a su pobre destino: un callejón final de tapias rosadas que parecían reflejar de algún modo la desaforada puesta de sol. El muerto ya había sido identificado. Era Daniel Simón Azevedo, hombre de alguna fama en los antiguos arrabales del Norte, que había ascendido de carrero a guapo electoral, para degenerar después en ladrón y hasta en delator. (El singular estilo de su muerte les pareció adecuado: Azevedo era el último representante de una generación de bandidos que sabía el manejo del puñal, pero no del revólver.) Las palabras de tiza eran las siguientes: La segunda letra del Nombre ha sido articulada. El tercer crimen ocurrió la noche del 3 de febrero. Poco antes de la una, el teléfono resonó en la oficina del comisario Treviranus. Con ávido sigilo, habló un hombre de voz gutural; dijo que se llamaba Ginzberg (o Ginsburg) y que estaba dispuesto a comunicar, por una remuneración razonable. Los hechos de los dos sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky. Una discordia de silbidos y de cornetas ahogó la voz del delator. Después, la comunicación se cortó. Sin rechazar aún la posibilidad de una broma (al fin, estaban en carnaval) Treviranus indagó que le había hablado desde Liverpool House, taberna de la Rue de Toulon - esa calle salobre en la que conviven el cosmorama y la lechería, el burdel y los vendedores de biblias. Treviranus habló con el patrón. Éste (Black Finnegan, antiguo criminal irlandés, abrumado y casi arruinado por la decencia) le dijo que la última persona que había empleado el teléfono de la casa era un inquilino, un tal Gryphius, que acababa de salir con unos amigos. Treviranus fue en seguida a Liverpool House. El patrón le comunicó lo siguiente: Hace ocho días, Gryphius había tomado una pieza en los altos del bar. Era un hombre de rasgos afilados, de nebulosa barba gris, trajeado pobremente de negro; Finnegan (que destinaba esa habitación a un empleo que Treviranus adivinó) le pidió un alquiler sin duda excesivo; Gryphius inmediatamente pagó la suma estipulada No salía casi nunca; cenaba y almorzaba en su cuarto; apenas si le conocían la cara en el bar. Esa noche, bajó a telefonear al despacho de Finnegan. Un cupé cerrado se detuvo ante la taberna. El cochero no se movió del pescante; algunos parroquianos recordaron que tenía una máscara de oso. Del cupé bajaron dos arlequines; eran de reducida estatura y nadie puedo no observar que estaban muy borrachos. Entre balidos de cornetas, irrumpieron en el escritorio de Finnegan; abrazaron a Gryphius, que pareció reconocerlos, pero les respondió con frialdad; cambiaron unas palabras en yidish - él en voz baja, gutural, ellos con voces falsas, agudas - y subieron a la pieza del fondo. Al cuarto de hora bajaron los tres, muy felices; Gryphius, tambaleante, parecía tan borracho como los otros. Iba, alto y vertiginoso, en el medio, entre los arlequines enmascarados. (Una de las mujeres del bar recordó los losanges amarillos, rojos y verdes.) Dos veces tropezó; dos veces lo sujetaron los arlequines. Rumbo a la dársena inmediata, de agua rectangular, los tres subieron al cupé y desaparecieron. Ya en el estribo del cupé, el último arlequín garabateó una figura obscena y una sentencia en una de las pizarras de la recova. Treviranus vio la sentencia. Era casi previsible, decía: La última de las letras del Nombre ha sido articulada. Examinó, después, la piecita de Gryphius - Ginzberg. Había en el suelo una brusca estrella de sangre; en los rincones, restos de cigarrillos de marca húngara; en un armario, un libro en latín - el Philologus hebraeograecus (1739) de Leusden - con varias notas manuscritas. Treviranus mirón con indignación e hizo buscar a Lönnrot. Éste, sin sacarse el sombrero, se puso a leer, mientras el comisario interrogaba a los contradictorios testigos del posible secuestro. A las cuatro salieron. En la torcida Rue de Toulon, cuando pisaban las serpentinas muertas del alba, Treviranus dijo: - ¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro? Erik Lönnrot sonrió y leyó con toda gravedad un pasaje (que estaba subrayado) de la disertación trigésima tercera del Philologus: Dies Judaeorum incipit a solis occasu usque ad solis occasum diei sequentis. Eso quiere decir - agregó-: El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer. El otro ensayó una ironía. - ¿Ese es el dato más valioso que usted ha recogido esta noche? - No. Más valiosa es una palabra que dijo Ginzberg. Los diarios de la tarde no descuidaron esas desapariciones periódicas. La Cruz de la Espada las contrastó con la admirable disciplina y el orden del último Congreso Eremítico; Ernst Palast, en El Mártir, reprobó "las demoras intolerables de un pogrom clandestino y frugal, que ha necesitado tres meses para eliminar tres judíos"; la Yidische Zeitung rechazó la hipótesis horrorosa de un complot antisemita, "aunque muchos espíritus penetrantes no admiten otra solución del triple misterio"; el más ilustre de los pistoleros del Sur, Dandy Red Scharlach, juró que en su distrito nunca se producirían crímenes de ésos y acusó de culpable negligencia al comisario Franz Treviranus. Éste recibió, la noche del 1° de marzo, un imponente sobre sellado. Lo abrió: el sobre contenía una carta firmada Baruj Spinoza y un minucioso plano de la ciudad, arrancado notoriamente de un Baedeker. La carta profetizaba que el 3 de marzo no habría un cuarto crimen, pues la pinturería del Oeste, la taberna de la Rue de Toulon y el Hôtel du Nord eran "los vértices perfectos de un triángulo equilátero y místico"; el plano demostraba en tinta roja la regularidad de ese triángulo. Treviranus leyó con resignación ese argumento more geométrico y mandó la carta y el plano a casa de Lönnrot - indiscutible merecedor de tales locuras. Erik Lönnrot las estudió. Los tres lugares, en efecto, eran equidistantes. Simetría en el tiempo (3 de diciembre, 3 de enero, 3 de febrero); simetría en el espacio, también… Sintió, de pronto que estaba por descifrar el misterio. Un compás y una brújula completaron esa brusca intuición. Sonrió. Pronunció la palabra Tetragrámaton (de adquisición reciente) y llamó por teléfono al comisario. Le dijo: - Gracias por ese triángulo equilátero que usted anoche me mandó. Me ha permitido resolver el problema. Mañana viernes los criminales estarán en la cárcel; podemos estar muy tranquilos. - Entonces ¿no planean un cuarto crimen? - Precisamente porque planean un cuarto crimen, podemos estar muy tranquilos. -Lönnrot colgó el tubo. Una hora después, viajaba en un tren de los Ferrocarriles Australes, rumbo a la quinta abandonada de Triste-le-Roy. Al sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas barrosas, infamado de curtiembres y de basuras. Del otro lado hay un suburbio fabril donde, al amparo de un caudillo barcelonés, medran los pistoleros. Lönnrot sonrió al pensar que el más afamado -Red Scharlach- hubiera dado cualquier cosa por conocer esa clandestina visita. Azevedo fue compañero de Scharlach; Lönnrot consideró la remota posibilidad de que la cuarta víctima fuera Scharlach. Después, la desechó… Virtualmente, había descifrado el problema; las meras circunstancias, la realidad (nombres, arrestos, caras, trámites judiciales y carcelarios), apenas le interesaban ahora. Quería pasear, quería descansar de tres meses de sedentaria investigación. Reflexionó que la explicación de los crímenes estaba en el triángulo anónimo y en una polvorienta palabra griega, El misterio casi le pareció cristalino; se abochornó de haberle dedicado cien días. El tren paró en una silenciosa estación de cargas. Lönnrot bajó. Era una de esas tardes desiertas que parecen amaneceres. El aire de la turbia llanura era húmedo y frío. Lönnrot echó a andar por el campo. Vio perros, vio un furgón en una vía muerta, vio el horizonte, vio un caballo plateado que bebía agua crapulosa de un charco. Oscurecía cuando vio el mirador rectangular de la quinta de Triste-le-Roy, casi tan alto como los negros eucaliptos que lo rodeaban. Pensó que apenas un amanecer y un ocaso (un viejo resplandor en el oriente y otro en el occidente) lo separaban de la hora anhelada por los buscadores del Nombre. Una herrumbrada verja definía el perímetro irregular de la quinta. El portón principal estaba cerrado. Lönnrot, sin mucha esperanza de entrar, dio toda la vuelta. De nuevo ante el portón infranqueable, metió la mano entre los barrotes, casi maquinalmente, y dio con el pasador. El chirrido del hierro lo sorprendió. Con una pasividad laboriosa, el portón entero cedió. Lönnrot avanzó entre los eucaliptos, pisando confundidas generaciones de rotas hojas rígidas. Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy abundaba en inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas: una Diana glacial en un nicho lóbrego correspondía en un segundo nicho otra Diana; un balcón se reflejaba en otro balcón; dobles escalinatas se abrían en doble balaustrada. Un Hermes de dos caras proyectaba su sombra monstruosa. Lönnrot rodeó la casa como había rodeado la quinta. Todo lo examinó; bajo el nivel de la terraza vio una estrecha persiana. La empujó: unos pocos escalones de mármol descendían a un sótano. Lönnrot, que ya intuía las preferencias del arquitecto, adivinó que en el opuesto muro del sótano había otros escalones. Los encontró, subió, alzó las manos y abrió la trampa de salida. Un resplandor lo guió a una ventana. La abrió: una luna amarilla y circular definía en el triste jardín dos fuentes cegadas. Lönnrot exploró la casa. Por antecomedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. Subió por escaleras polvorientas a antecámaras circulares; infinitamente se multiplicó en espejos opuestos; se cansó de abrir o entreabrir ventanas que le revelaban, afuera, el mismo desolado jardín desde varias alturas y varios ángulos; adentro, muebles con fundas amarillas y arañas embaladas en tarlatán. Un dormitorio lo detuvo; en ese dormitorio, una sola flor en una copa de porcelana; al primer roce los pétalos antiguos se deshicieron. En el segundo piso, en el último, la casa le pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad. Por una escalera espiral llegó al mirador. La luna de esa tarde atravesaba los losanges de las ventanas; eran amarillos, rojos y verdes. Lo detuvo un recuerdo asombrado y vertiginoso. Dos hombres de pequeña estatura, feroces y fornidos, se arrojaron sobre él y lo desarmaron; otro, muy alto, lo saludó con gravedad y le dijo: - Usted es muy amable. Nos ha ahorrado una noche y un día. Era Red Scharlach. Los hombres maniataron a Lönnrot. Éste, al fin, encontró su voz. - Scharlach, ¿usted busca el Nombre Secreto? Scharlach seguía de pie, indiferente. No había participado en la breve lucha, apenas si alargó la mano para recibir el revólver de Lönnrot. Habló; Lönnrot oyó en su voz una fatigada victoria, un odio del tamaño del universo, una tristeza no menor que aquel odio. No -dijo Scharlach-. Busco algo más efímero y deleznable, busco a Erik Lönnrot. Hace tres años, en un garito de la Rue de Toulon, usted mismo arrestó, e hizo encarcelar a mi hermano. En un cupé, mis hombres me sacaron del tiroteo con una bala policial en mi vientre. Nueve días y nueve noches agonicé en esta desolada quinta simétrica; me arrasaba la fiebre, el odioso Jano bifronte que mira los ocasos y las auroras daba horror a mi ensueño y a mi vigilia. Llegué a abominar mi cuerpo, llegué a sentir que dos ojos, dos manos, dos pulmones, son tan monstruosos como dos caras. Un irlandés trató de convertirme a la fe de Jesús; me repetía la sentencia de los goyim: Todos los caminos llevan a Roma. De noche, mi delirio se alimentaba de esa metáfora: yo sentía que el mundo es un laberinto, del cual era imposible huir, pues todos los caminos, aunque fingieran ir al norte o al sur, iban realmente a Roma, que era también la cárcel cuadrangular donde agonizaba mi hermano y la quinta de Triste-le-Roy. En esas noches yo juré por el dios que ve con dos caras y por todos los dioses de la fiebre y de los espejos tejer un laberinto en torno del hombre que había encarcelado a mi hermano. Lo he tejido y es firme: los materiales son un heresiólogo muerto, una brújula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un puñal, los rombos de una pinturería. El primer término de la serie me fue deparado por el azar. Yo había tramado con algunos colegas - entre ellos, Daniel Azevedo - el robo de los zafiros del Tetrarca. Azevedo nos traicionó y acometió la empresa el día antes. En el enorme hotel se perdió; hacia las dos de la mañana irrumpió en el dormitorio de Yarmolinsky. Éste, acosado por el insomnio, se había puesto a escribir. Verosímilmente, redactaba unas notas o un artículo sobre el Nombre de Dios; había escrito ya las palabras: La primera letra del Nombre ha sido articulada. Azevedo le intimó al silencio; Yarmolinsky alargó la mano hacia el timbre que despertaría todas las fuerzas del hotel; Azevedo le dio una sola puñalada en el pecho. Fue casi un movimiento reflejo; medio siglo de violencia le había enseñado que lo más fácil y seguro es matar… A los diez días yo supe por la Yidische Zeitung que usted buscaba en los escritos de Yarmolinsky la clave de la muerte de Yarmolinsky. Leí la Historia de la secta de los Hasidim; supe que el miedo reverente de pronunciar el Nombre de Dios había originado la doctrina de que ese Nombre es todopoderoso y recóndito. Supe que algunos Hasidim, en busca de ese Nombre secreto habían llegado a cometer sacrificios humanos… Comprendí que usted conjeturaba que los Hasidim habían sacrificado al rabino; me dediqué a justificar esa conjetura. Marcelo Yarmolinsky murió la noche del 3 de diciembre; para el segundo "sacrificio" elegí la noche del 3 de enero. Murió en el Norte; para el segundo "sacrificio" nos convenía un lugar del Oeste. Daniel Azevedo fue la víctima necesaria. Merecía la muerte: era un impulsivo, un traidor; su captura podía aniquilar todo el plan. Uno de los nuestros lo apuñaló; para vincular su cadáver al anterior, yo escribí encima de los rombos de la pinturería La segunda letra del Nombre ha sido articulada. El tercer "crimen" se produjo el 3 de febrero. Fue, como Treviranus adivinó, un mero simulacro. Gryphius - Ginzberg - Ginsburg soy yo; una semana interminable sobrellevé (suplementado por una tenue barba postiza) en ese perverso cubículo de la Rue de Toulon, hasta que los amigos me secuestraron. Desde el estribo del cupé, uno de ellos escribió en un pilar La última de las letras del Nombre ha sido articulada. Esa escritura divulgó que la serie de crímenes era triple. Así lo entendió el público; yo, sin embargo, intercalé repetidos indicios para que usted, el razonador Erik Lönnrot, comprendiera que es cuádruple. Un prodigio en el norte, otros en el Este y en el Oeste, reclamaban un cuarto prodigio en el Sur; el Tetragrámaton - el nombre de Dios, JHVH - consta de cuatro letras; los arlequines y la muestra del pinturero sugieren cuatro términos. Yo subrayé cierto pasaje en el manual de Leusden; ese pasaje manifiesta que los hebreos computaban el día de ocaso a ocaso; ese pasaje da a entender que las muertes ocurrieron el cuatro de cada mes. Yo mandé el triángulo equilátero a Treviranus. Yo presentí que usted agregaría el punto que falta. El punto que determina un rombo perfecto, el punto que prefija el lugar donde la exacta muerte lo espera. Todo lo he premeditado, Erik Lönnrot, para traerlo a usted a las soledades de Triste-le-Roy. Lönnrot evitó los ojos de Scharlach. Miró los árboles y el cielo subdivididos en rombos turbiamente amarillos, verdes y rojos. Sintió un poco de frío y una tristeza impersonal, casi anónima. Ya era de noche; desde el polvoriento jardín subió el grito inútil de un pájaro. Lönnrot consideró por última vez el problema de las muertes simétricas y periódicas. - En su laberinto sobran tres líneas -dijo por fin-. Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy. - Para la próxima vez que lo mate -replicó Scharlach- le prometo ese laberinto, que consta de una sola recta y que es invisible, incesante. Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego.

sábado, 20 de febrero de 2016

Eduardo Chirinos (Lima, 1960- Missoula, Estados Unidos, 2016)








Raritan blues

Para Margarita Sánchez

Aqui no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.
¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan?
Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas
disputan su presa con los perros
y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol.
Ni bulla ni miseria.
El río fluye educado como en una tarjeta postal
y nos habla igual que hace siglos, congelándose y
descongelándose,
viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles,
plantas refinadoras de petróleo.
Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos,
de los enormes gansos salvajes.
Han venido desde Ontario hasta New Brunswick,
con las primeras nieves volarán al sur.
Dicen que el río es la vida y el mar la muerte.
He aquí mi elegía:
un río es un río
y la muerte un asunto que no nos debe importar.


Derrota del otoño


Aquí no es bienvenido el otoño.
Nadie lo espera
a la orilla de ningún río melancólico
que esconda en su cauce los secretos del mundo.
El otoño reina en otras latitudes.
Allá lejos, donde los ciclos se cumplen, allá lejos
donde envejecen y renuevan las metáforas.
(El sol se hunde en un verdoso charco
donde flota, solitaria, una hoja de laurel).
Pero esta tarde no ha llovido. Las hojas
se aferran a sus ramas,
heroicamente luchan contra el viento
y en la noche celebran la derrota del otoño.
No saben que las hojas que caen son las escritas
y el árbol un seco y callado poema sin estrías.



 Retorno de los profetas

  los profetas


 Para Antonio Claros

El sol se hará oscuro para ellos 
pero pronto han de volver

Miqueas III, 6


Los profetas han muerto.
Cuernos de guerra anuncian la pronta llegada de la peste,
nuevos tiempos de miseria y escasez.
El campo de batalla está desierto, el cielo se oscurece, la infinita
rueda se ha quebrado.
Dicen que ángeles bellos y monstruosos nos vigilan
pero ya no tenemos ojos para verlos.
Los profetas han muerto.
Atrás los sucios velos que ocultaron la verdad de nuestros rostros,
las ramas que ocultaron la Serpiente cuando rogamos placer
y nos dieron a cambio la resignación.
Textos venerables son ahora pasto de las llamas,
sólo la lechuza mira con indiferencia la corona
que rueda a los pies del más miserable de los dioses.

Sólidas estatuas se arrodillan, gimen, se arrancan los cabellos,
los mástiles que antaño sujetarán los más bravos marinos
golpean la memoria de los dioses que quedan,
¿a quién debemos acudir cuando nos coja la peste?
Los mendigos del reino asaltan los jardines, desprecian los
oráculos, reparten por igual sus pertenencias. 
Los nobles del reino conservan sus arcas, sus vinos, sus mujeres, 
el miedo que gobierna la implacable voluntad de los presagios. 
Los profetas han muerto.
Nadie ahora nos engaña, nadie nos confunde, nadie 
nos dice la verdad, y estamos solos. 
Estamos solos esperando la señal que nos indique 
dónde hemos de ir para honrar con dolor a los profetas.

domingo, 7 de febrero de 2016

Osías Stutman (1933 Buenos Aires)


Vida rápida

Un niño respira por una mujer,
profundamente por la boca,
traga aire y la salva de la muerte.
Cada inspiración la trae más cerca
de la vida, la rescata del morir.
Ni el niño ni la mujer saben lo que pasa
y creen que la vida es siempre así,
un vivir donde nadie está solo.

Son niño rubio y mujer de pelo negro,
entrada en carnes, de mala boca,
manos fuertes y sexo de coral,
trepadora de arboles . Se llama
Amanda de día, y Genoveva de noche
y  Pamela los lunes y los martes
se llama La Marquesa. Y ahora
el lector lo sabe aunque no lo sepa.


de " La vida galante" editado por Huesos de Jibia (2008) 

Un ángel

El ángel de la ciruela
pensativo cuida mi alma
y mi cuerpo. Cuida de mí
en el huerto y en la casa,

seco o mojado en ese tiempo
buscando anís, luchando
con la maleza, las espinas
y el aloe. Ahora aprendo

con el en mi jardín. Sabio
miro tallo y raíz y hoja
mordida y oruga inmóvil. El ángel

de la ortiga. Es la nostalgia
de las cosas que han pasado, es
un ángel del alimento, una hora de té.

de "Los sonetos completos de Gombrowicz"

sábado, 6 de febrero de 2016

Isabel Allende : extractos del "El oficio de Contar"




"Es un placer conversar con ustedes, los locos que leen. Dicen que somos una especie en vías de extinción, porque la cultura del ruido y el apuro está acabando con nosotros, pero la verdad es que cada día se publican más libros, así es que debe haber muchos lectores secretos escondidos en los rincones del mundo. Algunos de nosotros preferiríamos estar en cama con un buen libro que con nuestra estrella favorita del cine; pero no se preocupen, seguramente nunca tendremos la oportunidad de escoger. Nosotros, los lectores compulsivos, estamos unidos por un insaciable apetito de historias. Como los niños, deseamos sumergirnos en la magia de la narración, perdernos en el universo que nos propone el autor, sufrir y gozar con los personajes, que en algunos casos llegan a ser más importante que los miembros de nuestra propia familia. No podemos vivir sin libros: los compramos, los pedimos prestados y no los devolvemos, los robamos si es necesario, los coleccionamos. Permítanme contarles cómo y por qué escribo. El vicio de contar se manifestó muy temprano en mi vida. Tan pronto aprendí a hablar empecé a torturar a mis dos hermanos con cuentos tenebrosos que llenaban sus días de terror y sus sueños de pesadillas. Recuerdo una escena en la habitación que los tres compartíamos: la lámpara está apagada y la única luz viene del pasillo, por la puerta entreabierta; mis hermanos están sentados en la cama, pálidos, con los ojos desorbitados, temblando, mientras les cuento una historia de fantasmas. La casa de mi abuelo, donde vivíamos, era grande y sombría, perfecta para convocar espectros. Más tarde en mi vida, mis hijos tuvieron que soportar el mismo martirio de los relatos espeluznantes. En mi etapa adulta, sin embargo, los cuentos me han servido para seducir hombres: no hay nada tan sensual como una historia contada con pasión entre dos sábanas recién planchadas."


" Me crie en una casa donde las paredes estaban cubiertas de estanterías con libros. Los libros se reproducían de modo misterioso, se multiplicaban como una maravillosa jungla de papel impreso. En la noche, me parecía oír desde mi cama a los personajes que escapaban de las páginas y vagaban por las oscuras habitaciones. Caballeros, doncellas, brujas, piratas, bandidos, santos y cortesanas llenaban el aire con sus aventuras. Una madrugada, durante uno de nuestros famosos terremotos, las estanterías se vinieron al suelo con terrible estrépito. Horrorizada, comprendí que los personajes no podrían encontrar el camino de regreso a sus páginas y se verían forzados a buscar refugio en el primer volumen a su alcance. ¿Se imaginan la confusión, el caos, el descalabro del tiempo y del espacio literarios? La imagen de esos personajes exiliados de su propio libro me ha perseguido desde entonces. A veces imagino que esos seres perdidos acuden a mí para que escriba una historia en la que ellos puedan sentirse a gusto. La escritura es para mí un intento desesperado de preservar la memoria. Por los caminos quedan los recuerdos como desgarrados trozos de mi vestido. Escribo para que no me derrote el olvido."

" El 8 de enero de 1981 recibí en Caracas una triste noticia desde Santiago: mi formidable abuelo, que a tenía casi cien años, agonizaba. Esa noche me instalé en la cocina de nuestro apartamento con mi máquina de escribir portátil y comencé una carta para aquel abuelo legendario, una carta espiritual que seguramente él no alcanzaría a leer. La primera frase fue escrita en trance. Mis dedos volaron sobre el teclado y antes que alcanzara a darme cuenta había escrito: Barrabás llegó a la familia por vía marítima. ¿Quién era ese Barrabás y por qué llegó por vía marítima? El único con ese nombre fue un perro enorme, un gran danés, que según cuentan vivió en mi familia antes de que yo naciera. ¿Qué tenía que ver Barrabás en una carta de despedida a mi abuelo? Aún no lo sabía, pero con la confianza del ignorante, seguí escribiendo sin pausa. En esa época yo trabajaba dos turnos, doce horas al día, en una escuela, pero las noches eran mías. Después de cenar me encerraba a escribir, sin esfuerzo, sin pensar. Mi abuelo murió y seguí escribiendo. Al cabo de un año había quinientas páginas sobre la mesa de la cocina, un manuscrito gordo, sucio, desordenado; ya no era una carta, parecía más bien un libro. En la soledad del exilio quise recuperar mi país, resucitar a los muertos, reunir a los dispersos. La nostalgia por Chile, mi patria a los pies del mundo, motivó La casa de los espíritus. Ese Barrabás que llegó por vía marítima y los otros personajes de aquella primera novela cambiaron mi destino y me iniciaron en el mundo sin retorno de la literatura."

" Creo que mis libros no nacen de una idea, sino que crecen en el vientre como una semilla pertinaz. No escojo el tema, el tema me escoge a mí. Mi trabajo consiste en dedicar suficiente tiempo y disciplina a la escritura, para que los personajes aparezcan de cuerpo entero y hablen por sí mismos. No los invento, creo que existen en una misteriosa dimensión, esperando que alguien los traiga al mundo. Cada 8 de enero, cuando comienzo otro libro, llevo a cabo una breve ceremonia para llamar a los espíritus y las musas, luego pongo los dedos en las teclas y dejo que la primera frase se escriba sola, tal como ocurrió la primera vez. Me ronda una idea vaga, más bien un sentimiento, pero carezco de un plan, no sé cómo será la historia que voy a contar. Esa frase inicial entreabre una puerta por donde me asomo tímidamente al mundo de los personajes, que poco a poco irán revelándose con sus contornos precisos, cada uno con su propia voz, su biografía, su carácter, sus manías y grandezas. En el paciente ejercicio de la escritura diaria, la historia se va definiendo en forma natural. Los acontecimientos y la gente que he conocido en el viaje de mi vida son mi fuente de inspiración. Por lo mismo trato de exponerme a todos los vientos, sin permitir que los dolores y riesgos inevitables me asusten demasiado. Las experiencias de hoy son mis recuerdos del mañana, serán mi pasado, la materia esencial de la memoria. Supongo que si tuviera una existencia segura y contenta no tendría de qué escribir, por eso prefiero vivir mi vida como una novela. Hasta ahora me ha ido resultando, no me ha faltado melodrama, pero supongo que llegará un momento en que se calmarán las aguas, me pondré anciana y entonces tendré que inventar lo que falta para completar mi propia leyenda. En la mente y el corazón sólo guardo aventuras, amores, duelos, separaciones, cantos y lágrimas, fracasos memorables y éxitos inesperados; las pequeñeces cotidianas han desparecido"

" Como dice mi nieta, yo recuerdo lo que nunca ocurrió. En mi trabajo de escribir, paso tantas horas callada y a solas, que la realidad se me desdibuja y termino oyendo voces, viendo fantasmas e inventándome yo misma. El tiempo se me enreda y empiezo a caminar en círculos; tal vez el tiempo no pasa, sino que nosotros pasamos a través del tiempo; tal vez el espacio está lleno de presencias de todas las épocas, como decía mi abuela, y todo lo que ha sucedido y lo que sucederá coexiste en un presente eterno. Siempre tengo la mente llena de historias, pero no crean que ando distraída, todo lo contrario: ando con los ojos muy abiertos y los oídos atentos, porque lo que ocurre en el mundo también es mi fuente de inspiración. Vivo a través de mis personajes y vivo cada historia como si fuera la mía. Con la edad es más fácil escribir ficción, porque he vivido lo suficiente para ver cómo los círculos se cierran, cómo todo trae consecuencias, todo está interconectado, nada es casual. Una novela no es diferente a la vida. En una novela, como en la vida, no importa el final, sino el trayecto. Día a día se hace la vida, palabra a palabra se hace una novela."

 " Las historias han acompañado a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Algunas, contadas una y otra vez, describen nuestro viaje por la vida y la muerte y se convierten en mitos: el Jardín del Edén, la diosa madre, el diluvio que cubrió el planeta, los héroes en busca del Padre, la lucha entre el Bien y el Mal, los actos de valor, los amores contrariados, los sacrificios necesarios, las batallas contra los dragones de nuestra propia alma. Los grandes temas se repiten innumerables veces, sólo podemos tejer nuevas versiones, pero un narrador hábil puede recrear la historia con el encanto de la primera vez. Nosotros, los latinoamericanos, provenimos de una cultura de narradores. El papel del narrador es interpretar sueños, desenterrar secretos y preservar historias. La tradición oral ha declinado, vencida por medios modernos de comunicación, y ha dado paso a una sólida tradición literaria; el narrador ya no se sienta bajo un tenderete en la plaza del mercado a hipnotizar a los oyentes con sus palabras, ahora escribe, pero su misión es la misma de antes: interpretar sueños, desenterrar secretos y preservar historias."

 " Durante cinco siglos todas las razas del planeta han venido a las costas latinoamericanas: esclavos negros, aventureros y mercaderes europeos, refugiados judíos y asiáticos, inmigrantes y exiliados, eternas procesiones de seres humanos que escapan de guerras, persecuciones y pobreza, o que simplemente buscan nuevos horizontes de esperanza. Llegaron con sus tradiciones, sus lenguas, sus recuerdos y sus dolores, se mezclaron con la población indígena en un abrazo desesperado de odio y de amor, y así dieron origen a un pueblo marcado por un destino trágico y por una imaginación desatada, que tiene su expresión máxima en lo que se ha llamado realismo mágico. El realismo mágico ha pasado de moda en la literatura, los autores jóvenes lo aborrecen, pero sigue vigente en la vida, que está llena de misterios: coincidencias, sueños, casualidades, premoniciones, el poder alucinante de la naturaleza, pasiones y vicios que determinan el curso de la historia. Los latinoamericanos tenemos poco control sobre los acontecimientos o sobre nuestras propias vidas, por eso tendemos al pensamiento mágico, creemos en el destino y la suerte. Eso explica el fervor religioso y la obsesión con los juegos de azar de nuestros pueblos."

" Allí donde los políticos han fracasado, los artistas han triunfado. Escritores, pintores, músicos, poetas, cada uno imaginando la realidad e interpretando el pasado de maneras originales, han creado un coro de voces diversas, pero armónicas. Ellos narran nuestra América al mundo y a nosotros mismos. Ellos nos ayudan a buscar nuestra escurridiza identidad. Son nuestros chamanes."

 " Contar es para mí una experiencia orgánica, como hacer el amor con el amante perfecto. Siempre es exultante. Escribir ha sido mi salvación en las épocas trágicas de mi vida y mi manera de celebrar en las épocas alegres. La literatura me ha permitido exorcizar algunos de mis demonios y transformar mis derrotas, dolores y pérdidas en fuerza. Debo inventar muy poco para mis novelas, porque la realidad es siempre más espléndida que cualquier engendro de mi imaginación. Llevo las antenas dispuestas en todas direcciones para captar las voces del aire, los susurros, lamentos y risas, las pequeñas anécdotas tanto como las grandes aventuras. En el mejor de los casos, la escritura intenta dar voz a quienes no la tienen o a quienes han sido silenciados, pero cuando escribo no me impongo la tarea de representar a nadie, trascender, dar un mensaje o explicar los misterios del universo, simplemente trato de contar la historia en el tono de las conversaciones privadas. Desde que comencé a escribir, hace un cuarto de siglo, me he convertido en una voraz cazadora de historias."