lunes, 13 de abril de 2015

Gonzalo Rojas Pizarro (Lebu ,Arauco 1916 -Santiago 2011)


Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

De “Contra la muerte”

domingo, 5 de abril de 2015

John Jairo Junieles Acosta ( Sincé ,Colombia, 1970.)


Una vieja historia

En otro lugar me esperan.
Paul Celan


Esta es una vieja historia.
Mi primer hermano no llegó a nacer
y fue enterrado en el patio,
que es hoy un lugar sagrado.
Luego nací yo.
Mis padres me llamaron como a él,
condenado a saber que cada gesto
y acto mío es inferior a él,
quien hubiera sido capaz de volar,
mientras yo ocupo el espacio suyo,
el aire de sus palabras,
todo eso que me queda grande.

Ya no hay ruidos en el patio,
las gallinas son frutos extraños
en las ramas.
La tarde abre sus venas en el horizonte,
y me trae cosas de otro tiempo.
Cuántas lunas para llegar a mí,
si cuando miro atrás creo que
no son mías las huellas que he dejado.
Hay alguien morándome, yo sé,
somos dos sombras bajo una estrella
que no es la suya.

En el diario del superticioso

No dejo las tijeras abiertas sobre la cama.
Procuro no sentarme de espalda a los espejos.
Las malas noticias me hacen tocar la madera.
Siempre hay hojas de trébol bajo mi almohada.
En luna llena echo semillas de mostaza en mis zapatos,
mientras rezo la oración que abre los caminos.
Me levanto de una mesa si son trece los comensales.
No me acerco a las aves heridas.
Nunca pongo mi maletín en el suelo.
El gato amarillo que se metió en la casa
es una señal de buena suerte
(debe salir por un lugar distinto de donde entró,
de lo contrario la suerte se devuelve)
Cuando tengo miedo cierro los ojos,
cruzo los dedos, cuento hasta cien:
no me gusta pensar en lo que viene después de eso.



Lo que nadie sabe

Mi madre aseguraba que una taza de ruibarbo podía curarlo todo,
hasta los males del amor.

Mi padre pensaba que un poco de dinero era mejor que el ruibarbo y el amor
(además, podía comprar mucho más que eso).

Cuando yo tenía fiebre o estaba triste, ella me daba ruibarbo.
Mi padre me dejaba algunas monedas.

Cuando ella murió él se metió en su cuarto, apagó la luz y sentí que lloraba bajito.
Jamás lo había visto hacer esas cosas y el aire empezó a faltarme.
Toqué la puerta y cuando me abrió dejé en su mano una moneda.


Temeré por mí al final de estas líneas


Sé que está solo,
no como el primer hombre,
sino como el último.

Sabe que cada noche será peor y
ya que no hay nada por hacer.

Sabe que las noches son más largas para él
que para cualquier otro hombre,
que no hay nada que pueda cambiar ese destino,
y ya no tendría el coraje.

Sabe que no hay hadas madrinas de este lado
del sol, que no hay frutas gratuitas,
que los mamíferos no se aman para siempre.

Donde quiera que se encuentre habrá una
parte suya que nunca estará con él.
Tal vez sus ojos llevan estrellas de otros cielos,
sus zapatos, polvo de otros caminos.

Sé que en su pecho se mueve con lástima
una cosa dura, y que cuando pienso en él,
como ahora frente al espejo,
está más solo todavía.

domingo, 1 de marzo de 2015

Padeletti, la osadía del poeta por Rodolfo Edwards





A los 87 años, uno de los mayores poetas vivos del país acaba de publicar “Osaturas”. Habla aquí de su inagotable impulso creador.


Recibe a Ñ en su departamento de San Cristóbal. Al atravesar el umbral, se percibe una armonía subrayada por los colores del mobiliario, las obras de arte, las imágenes religiosas, la biblioteca. Hablar con Hugo Padeletti implica subirse a una burbuja de poesía impulsada por una luminosa paz interior. Nacido en Alcorta, un pueblo cercano a la ciudad de Rosario, ha desarrollado una obra trascendente por su singularidad y sus apuestas estéticas, que nunca se vieron acuciadas por climas epocales. Es, además, un artista plástico incansable y el inspirado y paciente traductor de la obra de la poeta británica Edith Sitwell. Acaba de publicar Osaturas , precedido por un notable ensayo de Jorge Monteleone.

–¿Osaturas es una colección de poemas inéditos?

–En realidad, Osaturas no es un libro nuevo sino que es un libro viejo retomado por mí. Lo fui dejando de lado porque no coincidía con nada de lo que estaba escribiendo, era algo diferente, no lo podía ubicar. Entonces vino Mariano Cornejo, un pintor amigo mío, lo vio en un estante y me dijo: “¿Esto qué es?”, y yo le expliqué que eran unos poemas míos que no pegaban con nada. Se lo llevó a Salta, ilustró los poemas e imprimió 10 ejemplares. Después los leyó Jorge Monteleone y me propuso hacer una edición especial que es la que se publicó ahora.

–¿Qué es la “osatura”?

–Es el hueso y también la osadía … Yo era bastante tímido y fui descubriendo con los años que si uno no se arriesga no gana, así es en todo. Hay que arriesgarse un poco. Asumir esto me costó trabajo pero lo aprendí.

–¿Qué función tiene “la atención” en la poesía?

–La atención y la distracción son cosas complementarias, son dos polos en la misma línea. Si uno tiene una atención demasiado extrema y racional, no puede escribir poesía, y si uno se va al otro extremo tampoco sirve porque lo que sale es caótico. Hay que encontrar un punto en el medio, una zona de “lucidez blanda abierta”: lograr eso es medio milagroso. La inspiración es algo que viene de arriba, algo que te cae. En el fondo no es ningún milagro, es todo explicable, pero se lo suele experimentar como algo milagroso. Hay que dejar abierta la entrada y estar a la vez consciente para ir controlando lo que va y lo que no va. Si uno no deja abierta la entrada, la inspiración no fluye y uno se pone muy “constructivo”, está cortando esa “fluencia”. Lo ideal es encontrar el punto justo entre la apertura y el control.

–Sus poemas suelen tener muy buenos “remates”.

–Yo tengo una tendencia hacia las formas cerradas. Tengo cierta dificultad para valorar debidamente a poetas que se inclinan por tender un hilo que nunca termina, que nunca se cierra. Yo prefiero el poema como un círculo perpetuo, que obligue a volver a leerlo, que haya un enriquecimiento continuo. El poema cerrado da vuelta sobre sí mismo, hay un ida y vuelta. En los poemas largos no hay regreso. Cuando dibujo también tiendo a las formas cerradas.

–¿Qué es lo específico de la poesía? ¿Qué hace poesía a la poesía?

–El ensayo es conceptual y la poesía es simbólica. Si bien muchos poemas míos son conceptuales, están bien “ritmados” y eso los convierte en poesía. El ritmo es anterior a la palabra y a la poesía misma. El ritmo es algo cósmico. Escribir poesía es algo agotador. Si uno no atrapa el instante, la palabra se va ... y se pierde esa posibilidad. Me despierto un montón de veces en medio de la noche, aparece una palabra y … ¡la tengo que escribir! La poesía es una espera importante porque tiene que llegar una gota que pese, bien concreta, sonora, que encaje justo donde tiene que ir. Es algo muy denso lo que uno siente al momento de escribir. Esa espera es como un parto, es algo entrañable. Algún día me gustaría hacer algo de narrativa. Pensé en escribir mis memorias: tengo recuerdos hermosísimos de mi pasado, de mi vida en el campo.

–En su poesía abundan las frutas, los árboles, las flores. Una confluencia natural donde cada elemento dialoga con el otro. Por ejemplo, el poema “Limones”:
“Sólo a la luz del sur/ el limón amarillo/ muestra sus graderías/ de innombrable alegría”… decían algunos versos de aquel extraordinario poema. ¿Cómo surgió?

–Proviene de hechos de mi propia vida. Mi abuela paterna, la mujer de mi abuelo Marco, juntaba limones de un limonero que había en el patio. Ella los envolvía en papel y los ponía a secar en una bolsa que guardaba en su dormitorio. Se secaban tan hermosamente que después los poníamos de adorno en un cuenco y yo seguí con esa costumbre de tener limones secos o en invierno poner limones verdes frescos por algunos lugares de la casa. Adoro tomar limonada…

–¿Cómo se ha relacionado con otras disciplinas, como la pintura o la filosofía oriental?

–En mi vida la práctica de la pintura ha sido siempre secundaria. Me dediqué más que nada a enseñar. Fui docente durante muchos años y mi experiencia como educador ha sido plenamente satisfactoria. Pienso que siempre tuve una fuerte vocación por la enseñanza. Me jubilé como docente. Con el tiempo me fui inclinando hacia la figura de Buda, sobre todo a través de Osho porque lo presenta de manera muy bella. La religión budista es negativa porque se fue inclinando hacia un ascetismo autodestructivo. Pero el Buda como imagen y símbolo es de una dimensión bellísima. El budismo y el taoísmo me han llevado a una profunda fe. En la práctica he comprobado que los dones que ofrece Buda son reales. La fe es una energía cósmica que funciona. No importa la realidad.

–Nunca demostró demasiada ansiedad por publicar ni tampoco se lo vio cercano a ninguna generación literaria, grupo o revista.

–Yo escribí poesía durante tantos años y me producía tanta alegría escribir que nunca pensaba en publicar. Cuando yo era bastante jovencito tuve una experiencia peculiar … En Rosario yo conocía a las hermanas Cossettini. Una de ellas era Olga, una reconocida educadora. La otra, Leticia, se encargaba de la parte estética de la escuela modelo que dirigían. Olga era una gran amiga de Victoria Ocampo a la que un día le mandó una carta contándole que conocía a un joven muy talentoso que le gustaría que conociese. Para ese entonces yo ya tenía bastantes cosas escritas. El asunto es que me vine nomás para Buenos Aires y cuando bajé del tren … ¡estaba Victoria Ocampo esperándome! Me llevó a su casa y estuve toda la noche con ella. Ese día estaba también allí el famoso traductor español Ricardo Baeza, un hombre encantador, de una conversación literaria exquisita. Finalmente, Victoria me dice: “Vaya a Sur, lleve sus poemas de mi parte” … y yo no voy, ni voy a ir nunca. No quería estar ante esos monstruos que iban a empezar a desgajarme los poemas. Tengo defensas naturales. Tenía que mantener mi integridad interior. Nunca me arrepentí de no haber ido.

–¿En qué año sucedió lo que cuenta?

–En 1945.

–¿Qué libros estuvo leyendo últimamente?

–Leyendo su obra completa, estoy redescubriendo a un poeta español: Antonio Gamoneda. Es humano, profundo y bello. También estoy fascinado con Alejandro Jodorowsky. Yo lo conocí por su trabajo con el tarot, ahora estoy leyendo su poesía. Maneja muy bien la sonoridad y el ritmo. Y además es un sabio. Y siempre vuelvo a Borges, es inagotable.

martes, 17 de febrero de 2015

Fadhil Al-Azzawi ( Kirkuk,Irak, 1940 )





La vida con las ratas

Acurrucados en la oscuridad,
comimos de una olla apoyada sobre periódicos desparramados sobre el piso.
Las ratas saltaron para quitarnos la comida de nuestros dedos
luego se colocaron frente a sus madrigueras
preparándose para un nuevo ataque.
En las noches frías
se ocultaban entre nuestros muslos y piernas
hasta aquel día en que vimos a una rata gigante en un bosque
arrastrando a una muchacha sollozante de una soga que le envolvía el cuello.

En la mañana, mientras escuchábamos el gorjeo del ruiseñor en el árbol,
cargamos nuestro orín en barriles
y lo volcamos en la zanja frente a la estación de policía.
regresamos con el desayuno que había preparado la esposa de un policía
a la que en nuestros sueños habíamos amado una y mil veces.

Al caer la tarde
nos llamaron de uno en uno por nuestros nombres
y nos colgaron por los hombros de los ventiladores de techo
hasta que las ratas comenzaron a caer
de los pliegues de nuestras ropas
aullando debido a los latigazos.

Luego de algunos años o quizás siglos
vi a aquel a quien dejé abandonado en las oscuridad del foso:
era nuevamente un niño, como siempre vestía pijamas.
Él elevó su cabeza y me observó un rato largo
luego rápidamente siguió su camino.
Creo que me ha olvidado en el innumerable acontecer de la vida.




Fraternidad


En una torre
que trepa el cielo
dentro de una cerrada habitación
de cristal
un esqueleto se sentó muy cerca mío
y colocó su mano sobre mi hombro,
murmurando:
“Tú eres mi hermano,”
luego me entregó una mariposa
que volaba hacia la llama.

Descendiendo en la oscuridad
trastabillando en los escalones
el mundo vino a mí y colocó su corazón
en la palma de mi mano.
Me quemó los dedos
como una brasa
envuelta en cenizas
y salpicada con sangre humana.

Una tregua permanente
entre el hombre y todo lo anterior a él.
Una tregua permanente
entre el viento y el árbol.

Apaga el fuego,
deja que la mariposa regrese a su flor.





En cautiverio



Desde una vieja canción folklórica
dos esclavos cayeron sobre el tejado
de nuestra casa en Bagdad.
Ellos estaban atados espalda a espalda
con una soga,
vestían desgarradas ropas blancas,
y lloraban.

Creo que estaban aguardando un barco tripulado por piratas.
Creo que estaban observando un horizonte de árboles.
Creo que estaban imaginando una isla distante.

Cuando subí al techo y los liberé de sus ataduras
estallaron en llamas en mis manos
transformándose en cenizas.



En la corte de honor



En uno de mis poemas incompletos
un verso desafió a otro
arrojándole un guante al rostro-
invitándolo a un duelo
en la Corte del Honor.

Al final de la pelea,
como muchas veces sucede,
uno de mis versos estaba muerto
el otro sangraba sobre la página.
Como yo no deseaba
verme involucrado en un laberinto de investigaciones criminales
entre preguntas y respuestas,
preferí entonces lavar su sangre de mis manos
y me deshice de todo el poema.



La fiesta



No faltaba nadie
Caín estaba en la cocina afilando su cuchillo
y Noé sentado en la sala de estar
miraba por televisión el informe meteorológico.

Todos llegaron en sus automóviles
y desaparecieron en el largo pasillo
que guiaba hacia el rumor de la fiesta.

Nuestra inmaculada dama bailaba
en el círculo central
exponiendo sus tesoros
a través de las transparencias de su vestido.
Nos sentamos junto a los otros invitados
y apuramos las copas hasta las heces.

Al final de la velada
en el regreso a nuestros hogares,
le entregamos al ciego su perdido bastón
y al asesino su hacha sangrienta.

Fue una fiesta,
como cualquier otra fiesta.



Visión sobre un ómnibus



Mientras viajaba en ómnibus
entre esta vida y el más allá
de un brinco subió el ángel Gabriel-
Tenía un sombrero sobre la cabeza,
ladeado sobre la frente-
Vestía un saco ancho,
se parecía a uno de aquellos fugitivos
en las veredas del zoológico de Bahnhof.*
Subió sin pagar su boleto,
y se sentó en el asiento contiguo al mío.
Al igual que un turista norteamericano
simuló que miraba a través de la ventanilla.
Durante el trayecto me dio un codazo en la cintura
y comenzó a recitar sus nuevos versos santos
a un grabador que sostenía en la mano.
Su voz monótona me provocó nauseas
y me incorporé tratando de huir,
pero me atrapó y me lanzó hacia mi asiento,
luego presionó el cañón de su arma en mi pecho
y me dijo amenazante:
“La próxima vez, Oh profeta, apretaré el gatillo.
Ahora recita. Recita en el nombre de tu Dios que te creó.”

* Estación de ferrocarril en Berlín





Desfile silencioso



Coloco mis manos en mis bolsillos raídos,
y camino por la calle,
y allí los veo, ojos detrás de las vidrieras
de los comercios y cafés,
que me miran sospechosamente,
luego salen velozmente a la calle y me siguen.


Deliberadamente me detuve a encender un cigarrillo
y me di vuelta, como alguien que le da la espalda al viento,
para poder capturar una imagen de ese desfile silencioso:
ladrones, reyes, asesinos, profetas, poetas
aparecían desde todos los rumbos
para caminar a mis espaldas
aguardando que les hiciera una señal.

Sacudí mi cabeza asombrado
y continué caminando mientras silbaba
la tonada de una canción popular,
pretendiendo que era un actor en una película
y que lo único que tenía que hacer era caminar para siempre
hasta el amargo final.




Despedida



En soledad camina hacia el cadalso.
Las manos a la espalda, esposadas, siete fusiles apuntándole.
Él pensó en quienes podrían llorar silenciosamente sobre su cadáver.
Él soñó acerca del sol luego de su partida, y en los pájaros y en los ríos
y en... y en...
Y observó la palmera datilera penetrada y sacudida por el viento.
Vio una nube: “Quizás llueva después de mi muerte.”
Descubrió un narciso oculto en los pastos detrás de la cerca:
“Un hombre lo recogerá y se lo dará a una muchacha feliz
que al abandonar el parque lo dejará olvidado sobre un banco.”
Él estiró su mirada hacia el rompiente amanecer. Estaba solo.
Cuando ascendió los peldaños de madera
una paloma que dormía sobre el cadalso
se sobresaltó y desapareció batiendo sus alas.






Atravesando el valle desolado




Este valle desolado esta poblado de ladrones
sin embargo lo atravieso solo.
No le temo a nadie
pues no llevo ni oro ni plata en mi montura.

Este valle desolado se extiende frente a mis ojos
moteado con piedras que bajo el sol brillan como espejos.
Arrastro detrás mío a mis mulas
y en soledad canto alegremente.

En este valle la lluvia cae a cántaros.
No existen cuevas para darme abrigo
y no poseo una carpa.
Si se produce una inundación y la represa estalla
¿ Quién será el que me rescate en su bote bamboleante ?
No obstante, continúo mi camino sosteniendo en mi puño
la brasa ardiente de mi corazón.
Ofrezco las llamas de mi fuego a la madera del mundo.
Me siento a la mesa con fantasmas quienes cenan conmigo.

Atravieso este valle en soledad
y dejo que el viento sople a mis espaldas.





La chimenea



Una chimenea sopla humo al viento,
en ocasiones sopla sueños,
en ocasiones tristeza,
también sopla los restos de unos hombres en una habitación
que narran historias del pasado.

La chimenea sopla el silencio de una mujer
mientras ella descansa en los brazos de un hombre
/que recuerda una ciudad aterrorizada
doblegada en el desierto
la que sopla sus propios recuerdos hacia la distancia.

Una chimenea nos sopla día a día
en la noche de otro cielo
hacia la lejanía, hacia el viento.



Traducciones de Esteban Moore

Manal Al Shaik (Irak, 1971)



Guerra


Hombres planean guerras
Y mujeres sobreviven en los escombros
Un día no habrá hombres
Y una mujer perseguirá a otra
En busca del olor del último hombre
Quien posó sus labios sobre su cuello.


Vacio


Te dije mi amor
No soy una política y no lo he sido…
Es el vacío que dejaste en mi corazón cuando te fuiste…
Un vacío que llené con la noticia de la sangre que fluye
en los ojos de Dios …


Vino


Apriétame suavemente…
Viérteme a sorbos…
No te apresures bogándome…
Sé paciente…. Espera
Para recibir lo mejor de mi espíritu…
Un licor que lleva a la mitad del mundo a confundirse…


El sol del norte

No conoces el Sol del Norte…
Ni a ti mismo…
Frío, a razón del encuentro
Calcinando, a razón de la partida…


Cultivos

Hoy mi cesta está sin llenar…
No recolecté fruta…
Mi tinaja se secó… No la he llenado del arroyo…
Yo estaba ocupada, arrancando la maleza de mi memoria…



Errata

Dado que estás siempre en mi mente…
Asumí que sabes lo que estoy pensando…


De Guerra y Amor (From War & Love)

Traducción de León Blanco,
Con la colaboración de G. Leogena

viernes, 13 de febrero de 2015

Salah Al Hamdani (1951, Bagdad, Irak)


Poemas antes del regreso

4
En el curso de nuestra travesía
donde dibujamos tantos ríos
y campos gimientes
nuestros cuerpos están abiertos
reteniendo el deseo del pasado

En mi cuarto acogí en plena brazada la tempestad
y he sido aquél que lloraba su vida
en el hueco del espejo.

5
Vuelvo a descender al interior de mí mismo. Abro la
ventana y cierro el cielo sin nubes, de pie, el rostro
en el vacío. Ahora voy a poder reflexionar antes
de ver de nuevo a mis semejantes. Antes de este descenso
en mí mismo, la única cosa que recibí de los otros,
es esta posibilidad de estallar el pasado como un balón, de
dejar correr el contenido sobre mi cuerpo como un
aguacero hasta el ahogo del pensamiento.

Pronto será el verano allá. No hay casi más nubes
sobre los tejados de la ciudad, más aire fresco en las miradas
y las palmeras están abandonadas al espejismo.

6
Al incendio que devora
a la caída de la oscuridad
restos de nuestro amor

Tus ojos y mis heridas se acuerdan
de tu mirada de hembra
en este mundo de hombre
cuando la tarde pone al desnudo la memoria
frente a la soledad de un árbol
ahogando en el viento.

traduccion-del-frances-myriam-montoya

domingo, 8 de febrero de 2015

Arnaldo Calveyra,(Mansilla, Entre Ríos, 1929-París, 2015)



El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió.

La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín.

El tren es casi lo mismo que andar en mancarrón.

Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires. Casi al mediodía entró el guarda con paso de “aquí van a suceder cosas”, y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo inocente de Dios se estaba alimentando.

En el ferry fue tan lindo mirar el agua.

¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.



Cartas para que la alegría, 1959.