domingo, 21 de abril de 2013

Delmore Schwartz (Brooklyn, 1913- New York City 1966)


Baudelaire

Cuando duermo, e inclusive cuando sueño,
oigo nítidamente, voces que pronuncian
frases enteras, lugares comunes y trivialidades,
que nada tiene que ver con mis asuntos.

Querida madre: ¿nos queda algo de tiempo
para ser felices? Mis deudas son inmensas.
Mi cuenta bancaria está supeditada a la justicia.
Nada sé. Nada puedo saber.
He perdido hasta la habilidad de esforzarme.
Pero ahora como antes mi amor por ti se expande
Siempre estas preparada para lapidarme, siempre.
Esto es cierto, viene desde la infancia.

Por primera vez en mi larga vida,
soy casi feliz. El libro está casi terminado.
Y casi parece bueno. Perdurará como un monumento
a mis obsesiones, a mi odio y amargura.

Las deudas y la inquietud persisten, y me debilitan.
Satán se desliza detrás de mí, diciendo dulcemente:
"¡Descansa por hoy! Puedes descansar y divertirte hoy.
Esta noche tendremos trabajo". Cuando llega la noche,
mi mente aterrorizada por las demoras,
llena de tristeza y paralizada por la impotencia,
promete: Mañana, lo haré mañana.
Mañana se representará la misma comedia
Con la misma resolución, la misma debilidad.

Estoy enfermo de esta vida perfectamente amueblada.
Estoy enfermo de los catarros y los dolores de cabeza:
ya conoces mis extrañas costumbres. Cada día trae
su dosis de cólera. Tú apenas si conoces
la vida de un poeta, querida madre: Tengo que escribir,
la más fatigosa de las ocupaciones.

Esta mañana me siento triste. No me lo reproches.
Te escribo desde un café cercano a la oficina del correo,
entre el ruido de las bolas de billar, el tintineo de los platos,
y el martilleo de mi cabeza. He estado pensando en escribir
"Una historia de la caricatura". He estado pensando en escribir
"Una historia de la escultura". ¿Escribiré una historia
de las caricaturas y las esculturas de ti en mi corazón?

Aunque esto te ocasione una agonía infinita,
aunque consideres que eso no es necesario
y dudes de que la suma sea resulte adecuada,
por favor envíame dinero, al menos para tres semanas.

Traducido por Walter Cassara y Daniela Camozzi

publicado en Hablar de Poesia 26


Baudelaire

When I fall asleep, and even during sleep,
I hear, quite distinctly, voices speaking
Whole phrases, commonplace and trivial,
Having no relation to my affairs.

Dear Mother, is any time left to us
In which to be happy? My debts are immense.
My bank account is subject to the court’s judgment.
I know nothing. I cannot know anything.
I have lost the ability to make an effort.
But now as before my love for you increases.
You are always armed to stone me, always:
It is true. It dates from childhood.

For the first time in my long life
I am almost happy. The book, almost finished,
Almost seems good. It will endure, a monument
To my obsessions, my hatred, my disgust.

Debts and inquietude persist and weaken me.
Satan glides before me, saying sweetly:
“Rest for a day! You can rest and play today.
Tonight you will work.” When night comes,
My mind, terrified by the arrears,
Bored by sadness, paralyzed by impotence,
Promises: “Tomorrow: I will tomorrow.”
Tomorrow the same comedy enacts itself
With the same resolution, the same weakness.

I am sick of this life of furnished rooms.
I am sick of having colds and headaches:
You know my strange life. Every day brings
Its quota of wrath. You little know
A poet’s life, dear Mother: I must write poems,
The most fatiguing of occupations.

I am sad this morning. Do not reproach me.
I write from a café near the post office,
Amid the click of billiard balls, the clatter of dishes,
The pounding of my heart. I have been asked to write
“A History of Caricature.” I have been asked to write
“A History of Sculpture.” Shall I write a history
Of the caricatures of the sculptures of you in my heart?

Although it costs you countless agony,
Although you cannot believe it necessary,
And doubt that the sum is accurate,
Please send me money enough for at least three weeks.


viernes, 1 de marzo de 2013

Zakaria Mohammed ( Nablus, Palestina, 1951)



Nunca quisiera ser
un árbol en la ladera:
El viento me destrozaría
La humedad arruinaría mis pulmones

Nunca quisiera ser
una roca en el barranco:
El sol desmoronaría mi memoria
La lluvia tajaría mi meñique

Quiero ser una mujer:
El dolor es el fruto de su amor
Con sus dientes ella corta
Lo que la ata a su hijo.




Suicidio



Las bolsas plásticas no tienen alas para volar
pero insisten en intentarlo

Volar es el sueño de todas las criaturas

Es el desespero, más que la esperanza, lo que empuja a estas bolsas alto
hacia el cielo
Ellas rellenan sus pulmones con aire como sapos
y saltan hacia el espacio

La mayoría caerá para ser atrapadas por plantas espinosas

"Déjame sola", llora la bolsa.
"Quiero morir. Quiero lanzarme desde la más alta construcción de Ramallah".

Pero la gente no deja de lanzar bolsas
Las lanzan como dados, viéndolas de reojo
Temiendo que aquellas que logren volar caigan pronto sobre sus cabezas
como cuervos suicidas.


Fósforos



Mis días son fósforos usados
Cada día tomo uno para escribir con su cabeza quemada una letra de mi nombre
y lo arrojo

Yo envidio a aquellos que tienen fósforos intactos en sus cajas
Atrapando el fuego en sus manos son capaces de amenazar al mundo
con un incendio.



El acuerdo



Dejamos al melocotonero muerto
yacer en nuestro jardín
Plantamos una enredadera
para que creciese alrededor de su tronco
Pronto cada centímetro del árbol
se cubrió de hojas
Ahora nuestro melocotonero es verde
incluso en invierno

Este es el acuerdo:
la muerte obtiene la raíz y el fruto
y nosotros obtenemos el premio
de estas falsas hojas verdes

Dolor

Mi dolor es un cántaro
sobre una mesa
No tengo el bastón
para romperlo

Traduccion de G. Leogena

domingo, 24 de febrero de 2013

Jose Lezama Lima (La Habana 1910, Ibid 1976)



El Pabellon del vacio

Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

1° de abril y 1976.
(Fragmentos a su Imán, 1970-1976)

lunes, 11 de febrero de 2013

Enrique Puccia (1941 , 2001 Buenos Aires)



Forma Cautiva


La foto esta movida
y quemada en un ángulo.
Sentado ante la mesa
va cayendo la tarde.
Presiento que esta caja
trae consigo un presagio,
la sombra que atraviesa
la luz del horizonte.
Así fue toda la vida,
como si algo ocultara,
esa forma cautiva
de los árboles viejos.


Tiempo de matar

Con mi padre no hablábamos
o reñíamos siempre. Ni siquiera
en los días de muertes o festejos.
Con los años lo quise como
cuando era pequeño. Era un tiempo
en que el mundo se enfrentaba
y moría. La gente se moría
sin réquiem ni sepelio. Los días
transcurrían con la misma tristeza
con que un preso calcula el tiempo
en las paredes. Lo que puede
el terror no se sabe ni dice, se presiente
y se vive como un ave nocturna.

La enfermedad



Llueve en la quietud
de una tarde sin brillo. No se mueven
las cosas y tampoco respiran. Pero algo
se empeña en vivir y golpea. La quietud
del pasillo y el olor a formol. La salud
del enfermo y el rictus en la boca.¿ Habrá
algo que anule la consciencia? . Desinfectan
y vuelven. Y vuelven con más énfasis.


Del libro "La foto esta movida " de Libros de Tierra Firme (2001)

martes, 25 de diciembre de 2012

Lêdo Ivo ( (Maceió, 1924- Sevilla, 2012)




El ratón de la sacristía

Un ratón moraba
en una sacristía.
Era un mal católico
y todo lo roía.
Sólo respetaba la
Santa Eucaristía.

En un lugar sagrado
justo se escondía.
Ni el mismo arzobispo
verlo conseguía.
De día dormía
y a la noche roía.

Como el propio Dios
él era invisible.
A nadie en el mundo
él se aparecía.
Padre y sacristán
siempre lo maldecían.

Ninguna ratonera
ni la misma doctrina
lograba agarrarlo.
Huía a los venenos
como si tuviese
protección divina.

Mal caía la noche
salía de la madriguera
y todo lo roía.
Ni siquiera evitaba
el pechito santo
de la Virgen María.

Huía a los peligros
como como el Diablo a la Cruz.
Qué hambre era la suya !
Ni siquiera evitaba
el dedito del
Niño Jesús.

En una madrugada
cuando él roía
rico ornamento
Dios se le apareció.
Y a la muda censura
él le respondió:

"Nosotros, los roedores,
vuestro santo nombre
invocamos siempre.
Dios sea alabado
que creó la tierra,
los ratones y los hombres.

Fuiste vos, Señor !
Y quien crea un ratón
crea su hambre,
su muela del juicio.
Para que vivamos
roer es preciso".

En silencio Dios
pesó el argumento
y para evitar
su ornamento
y salvar a la Iglesia
no titubeó.

Quien vive tiene hambre?
Roer es preciso?
Dios no lo hace por lo menos.
Para qué veneno?
Llevó al ratoncito
para el Paraíso.


Traducido por Samuel Vasquez

Los murcielagos


Los murciélagos se esconden tras las cornisas
del almacén. ¿Pero dónde se esconden los
hombres,
que vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?

La casa de nuestro padre estaba llena de
murciélagos
colgados, como luminarias, de las viejas vigas
que apuntalaban el tejado amenazado por las
lluvias.
"Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba
mi padre.

¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese
mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de los
otros animales
(¡hermano mío! ¡hermano mio!) y,
comunitario, exige
el sudor de su semejante aun en la oscuridad?

En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su
almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las doradas monedas de su
amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un
péndulo, sólo guarda el día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis
ocho hermanos y a mi)
su casa donde de noche llovía por las tejas
rotas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los
murciélagos.
Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos
como nosotros.

De "Finisterra"
Versión de Maricela Terán

Asilo Santa Leopoldina

Todos los días vuelvo a Maceió.
Llego en los barcos desaparecidos, en los
trenes sedientos, en los aviones que sólo
aterrizan al anochecer.
En los quioscos de las plazas blancas pasean
cangrejos.
Entre las piedras de las calles escurren ríos
de azúcar
fluyendo dulcemente de los sacos
almacenados en los trapiches
y aclaran la sangre coagulada de los asesinados.
Así, cuando desembarco tomo el camino del
hospicio.
En la ciudad en que mis antepasados reposan
en cementerios marinos
sólo los locos de mi infancia continúan vivos
y me esperan.
Todos me reconocen y me saludan con
gruñidos
y gestos obscenos o escandalosos.
Cerca, en el cuartel, la cometa que toca
separa la puesta de sol de }a noche estrellada.
Los lánguidos locos danzan y cantan en la
escalinata.
¡Aleluya! ¡Aleluya! Más allá de la piedad
el orden del mundo fulge como una espada.
Y el viento del mar océano llena mis ojos
de lágrimas.
De "La noche misteriosa"
Versión de Maricela Terán

La ventana sin sesgo

Lo que los aviadores ven
a tres mil metros de altura
lo que los mineros ven
derribando árboles de cristal
lo que los buzos ven
dentro del mar, pisando la tierra como quien pisa una flor,
lo que el ciego ve cuando está caminando
lo que los niños creen ver durmiendo
lo que los sonámbulos ven, ante una fuente goteando,
lo que se ve cuando el amor es un abrazo
lo que se ve y lo que no se ve
es lo que estoy viendo ahora
como si en tu mano hubiera una moneda
de corona escondida
y en el cielo el lado oculto de los planetas se revelara.
Veo el mundo con los ojos heridos por las estrellas
y los pulsos quemados por las estaciones.
En el cuarto donde duermo, oigo el rumor de antípodas despiertos
y trópicos resbalan, perpendicularmente, sobre mis párpados
cuando apenas nace el sol en mi sueño.
Duermo en el centro del universo y mi inocencia es enorme
Como el joven amante esclavizado a la hidráulica
de un cuerpo desnudo
asisto al movimiento de las estrellas y a la incursión de las nubes
y mi espíritu festeja este mundo infinito, que jamás se inició
y que jamás terminará,
este mundo que visto de noche es al universo, polvo
como un día que llorara en el hombro de los siglos.
Los que los vivos ven y no olvidan
lo que todo hombre recuerda, la vida entera,
es lo que estoy viendo en este instante.

Traducido por Nidia Hernandez

domingo, 25 de noviembre de 2012

Fabio Morabito ( Alejandria , Egipto, 1955)


Mudanza


A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejo en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.

de "Un náufrago jamás se seca" , Gog y Magog, Buenos Aires, 2011




Dime tú si no es cierto...


A Ethel

Dime tú si no es cierto
que el techo de esta casa
es todo de verdad,

que es la verdad más plena
de todo lo construido,
el muro en más reposo,

la redención de tantos
errores y desvíos,
la mano que disculpa,

el anhelado fin
de las hostilidades,
la prueba que buscábamos
desde el primer ladrillo.

De "De lunes todo el año" 1992

Los amantes

Los amantes se acercan,
escuchan. Adelgazan
su piel hasta la asfixia

y adelgazan sus besos.
Por sus voces delgadas
sólo oyen silencio.

Los amantes se besan,
se acarician, el mar
apenas los contiene,

y su pasión es breve:
aleteo de un ave
en la espalda del agua.

Los amantes recuerdan
las heridas, las guardan
como un secreto bien.

Nunca cambian palabras.
Pero cambian heridas.
Son su secreta piel.

Cerca de dos amantes
se detiene un segundo
la sangre en la avenida;

son dos ciervos que saltan
en medio de nosotros
que somos las estatuas.

Los amantes se muerden,
se pisan, sólo temen
la muerte, trepan muros

de olvido y nunca vuelven
atrás, lujosos como
escarabajos verdes.

Los amantes no cuentan
los días, no enumeran
los muertos, ni siquiera

los mares. Su materia
está hecha sin tiempo,
su sed nunca se alivia.

Los amantes se mueren
un día. Bajo tierra
van, mudos y con miedo,

y la tierra adelgaza
su piel hasta la asfixia
y adelgaza sus huesos.

De "Lotes baldíos" 1985

Si te revuelca la ola...

A Sandra Suter
que se quedó nadando

Si te revuelca la ola
procura que sea joven,
esbelta, ardiente,

te dejará molido el cuerpo
y el corazón más grande;

cuídate de las olas
retóricas y vejas,
de las olas con prisa,

y la peor de todas,
de la ola asesina,

la ola que regresa.

De "Lotes baldíos" 1985

domingo, 14 de octubre de 2012

Isabel de los Ángeles Ruano (Guatemala, 1945)



Alas en la lengua

I

Alas, tengo alas en la lengua,
mi cuerpo está cubierto de alas,
son miles de alas que me crecen,

una multitud de pequeñas alas sonoras.

Mis palabras son alas blancas,
alas, alas de espuma o nube,
alas tremendas que me cubren, que me laceran.

Y sin embargo no vuelo con mis alas.

Alas de mis Ángeles,
dulces alas que me renuevan,
alas tristes con que me envuelvo,
aladas alas por las que vivo.

Soy un árbol de alas
con alas que me brotan como hojas,
con hojas muertas que me vuelan como alas.

Soy un mar de alas,
un cielo de alas que resuenan.

Alas de mi nombre,
sinfonía de alas en mí misma.

¡Cómo suenan mis alas!

¡Cómo intentan mis alas batir el vuelo!
¿Cómo estoy en la tierra con mis alas a cuestas?
¡Cómo estoy en el viento sin volar con mis alas!

Soy un ala gigante,
soy millones de alas minúsculas,
soy un porvenir, un destino de alas,
y junto al infinito de mis alas peregrinas
pronuncio esta oración de alas aleteantes
para redimirme en nombre de esas alas sonoras.

De Cariátides, 1967.

Mi casa y mi palabra

I

La casa no tiene ni paredes
ni puertas,
pero es mi casa,
como mi caballo sin cascos,
mi caballo sin silla,
como mis sueños agrestes
y la palabra al aire, volandera,
como esta garganta de nardos,
mi garganta.
Me monto sobre el alba
y descuartizo a las rosas en la nada.
Mi rosa no tiene pétalos,
sólo espinas
pero es mi rosa.
Mi palabra es áspera
y montaraz
yo no tengo requiebros para nadie,
puedo regocijarme con las rosas
monto mis sueños y mi caballo.
Vivo en mi casa
y hablo con mi palabra.

de Tratados de las olas, en Torres y tatuajes, 1988.

XV

Mendigaré
a través de las increíbles ciudades del otoño.

Mendigaré la sal, el agua
y el día venidero.

Mendigaré no importa
porque ahora que provengo de territorios
olvidados
puedo decir con verdad a mis hermanos
me cortaron la lengua y me pusieron marcas al
rojo vivo
pero en nombre de ustedes yo sufrí en el
silencio.

Mendigaré en los parques la luz y los colores
mendigaré la risa de los niños
y el sobresalto y el júbilo de tu corazón.

Y esta tarde en que el llanto entrecruza mi
pecho
sólo puedo decirles en nombre de mis versos
mendigaré, mendigaré para dejar regada la
canción
y hacer que mis palabras sean un arco iris de mi
ser ante ustedes.

De «Los muros perdidos», en Torres y tatuajes, 1988.