domingo, 25 de noviembre de 2012

Fabio Morabito ( Alejandria , Egipto, 1955)


Mudanza


A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejo en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.

de "Un náufrago jamás se seca" , Gog y Magog, Buenos Aires, 2011




Dime tú si no es cierto...


A Ethel

Dime tú si no es cierto
que el techo de esta casa
es todo de verdad,

que es la verdad más plena
de todo lo construido,
el muro en más reposo,

la redención de tantos
errores y desvíos,
la mano que disculpa,

el anhelado fin
de las hostilidades,
la prueba que buscábamos
desde el primer ladrillo.

De "De lunes todo el año" 1992

Los amantes

Los amantes se acercan,
escuchan. Adelgazan
su piel hasta la asfixia

y adelgazan sus besos.
Por sus voces delgadas
sólo oyen silencio.

Los amantes se besan,
se acarician, el mar
apenas los contiene,

y su pasión es breve:
aleteo de un ave
en la espalda del agua.

Los amantes recuerdan
las heridas, las guardan
como un secreto bien.

Nunca cambian palabras.
Pero cambian heridas.
Son su secreta piel.

Cerca de dos amantes
se detiene un segundo
la sangre en la avenida;

son dos ciervos que saltan
en medio de nosotros
que somos las estatuas.

Los amantes se muerden,
se pisan, sólo temen
la muerte, trepan muros

de olvido y nunca vuelven
atrás, lujosos como
escarabajos verdes.

Los amantes no cuentan
los días, no enumeran
los muertos, ni siquiera

los mares. Su materia
está hecha sin tiempo,
su sed nunca se alivia.

Los amantes se mueren
un día. Bajo tierra
van, mudos y con miedo,

y la tierra adelgaza
su piel hasta la asfixia
y adelgaza sus huesos.

De "Lotes baldíos" 1985

Si te revuelca la ola...

A Sandra Suter
que se quedó nadando

Si te revuelca la ola
procura que sea joven,
esbelta, ardiente,

te dejará molido el cuerpo
y el corazón más grande;

cuídate de las olas
retóricas y vejas,
de las olas con prisa,

y la peor de todas,
de la ola asesina,

la ola que regresa.

De "Lotes baldíos" 1985

domingo, 14 de octubre de 2012

Isabel de los Ángeles Ruano (Guatemala, 1945)



Alas en la lengua

I

Alas, tengo alas en la lengua,
mi cuerpo está cubierto de alas,
son miles de alas que me crecen,

una multitud de pequeñas alas sonoras.

Mis palabras son alas blancas,
alas, alas de espuma o nube,
alas tremendas que me cubren, que me laceran.

Y sin embargo no vuelo con mis alas.

Alas de mis Ángeles,
dulces alas que me renuevan,
alas tristes con que me envuelvo,
aladas alas por las que vivo.

Soy un árbol de alas
con alas que me brotan como hojas,
con hojas muertas que me vuelan como alas.

Soy un mar de alas,
un cielo de alas que resuenan.

Alas de mi nombre,
sinfonía de alas en mí misma.

¡Cómo suenan mis alas!

¡Cómo intentan mis alas batir el vuelo!
¿Cómo estoy en la tierra con mis alas a cuestas?
¡Cómo estoy en el viento sin volar con mis alas!

Soy un ala gigante,
soy millones de alas minúsculas,
soy un porvenir, un destino de alas,
y junto al infinito de mis alas peregrinas
pronuncio esta oración de alas aleteantes
para redimirme en nombre de esas alas sonoras.

De Cariátides, 1967.

Mi casa y mi palabra

I

La casa no tiene ni paredes
ni puertas,
pero es mi casa,
como mi caballo sin cascos,
mi caballo sin silla,
como mis sueños agrestes
y la palabra al aire, volandera,
como esta garganta de nardos,
mi garganta.
Me monto sobre el alba
y descuartizo a las rosas en la nada.
Mi rosa no tiene pétalos,
sólo espinas
pero es mi rosa.
Mi palabra es áspera
y montaraz
yo no tengo requiebros para nadie,
puedo regocijarme con las rosas
monto mis sueños y mi caballo.
Vivo en mi casa
y hablo con mi palabra.

de Tratados de las olas, en Torres y tatuajes, 1988.

XV

Mendigaré
a través de las increíbles ciudades del otoño.

Mendigaré la sal, el agua
y el día venidero.

Mendigaré no importa
porque ahora que provengo de territorios
olvidados
puedo decir con verdad a mis hermanos
me cortaron la lengua y me pusieron marcas al
rojo vivo
pero en nombre de ustedes yo sufrí en el
silencio.

Mendigaré en los parques la luz y los colores
mendigaré la risa de los niños
y el sobresalto y el júbilo de tu corazón.

Y esta tarde en que el llanto entrecruza mi
pecho
sólo puedo decirles en nombre de mis versos
mendigaré, mendigaré para dejar regada la
canción
y hacer que mis palabras sean un arco iris de mi
ser ante ustedes.

De «Los muros perdidos», en Torres y tatuajes, 1988.

lunes, 20 de agosto de 2012

Natalia Ginzburg (Palermo 1916-Roma 1991)




No podemos saberlo


No podemos saberlo. Nadie lo ha dicho.
Quizás allá no quede más que una red desfondada,
cuatro sillas de paja desflecadas y una galleta vieja
mordida de ratones. Es posible que Dios sea un ratón
y que corra a esconderse tan pronto nos vea entrar.
Y es posible que en cambio sea esa galleta vieja
mordisqueada y mohosa. No podemos saber.

Quizá Dios tiene miedo de nosotros y escape, y largamente
deberemos llamarlo y llamarlo con los nombres más dulces
para inducirlo a volver. Desde un punto lejano del cuarto
él nos mirará fijo, inmóvil.

Quizá Dios es pequeño como un grano de polvo,
y podremos verlo solamente al microscopio,
minúscula sombra azul detrás del cristalito, minúscula
ala negra perdida en la noche del microscopio,
y nosotros allí en pie, mudos, contemplándolo, en vilo.
Quizá Dios es grande como el mar, y lanza espuma y truena.

Quizá Dios es frío como el viento de invierno,
tal vez brama y retumba en un rumor que ensordece,
y deberemos llevar las manos a los oídos,
y agachados, temblando, replegarnos al suelo.
No podemos saber cómo es Dios. Y de todas las cosas
que quisiéramos saber, esta es la única verdaderamente esencial.

Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es un tedio mortal.

Quizá Dios tiene anteojos negros, un echarpe de seda,
dos mastines a los flancos. Quizás use polainas
y está sentado en un rincón y no dice palabra.
Quizá tiene el pelo teñido, una radio a transistores
y se broncea las piernas en la terraza de un rascacielos.
No podemos saber. Ninguno sabe nada.
Quizá no bien lleguemos nos mandará al espacio
a comprarle pan, salame y una damajuana de vino.

Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es la consabida música
un revolar de velos, de plumas, y de nubes
y un aroma de lirios y un tedio de muerte,
y cada tanto una media palabra para pasar el tiempo.
Quizá Dios es dos, una réplica de esposos
librados al sopor de una mesa de hotel.

Quizá Dios no tiene tiempo. Dirá que nos vayamos
y volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo,
nos sentaremos sobre un banco a contar trenes que pasan,
las hormigas, los pájaros, las naves. De aquella alta ventana
Dios se asomará a mirar las calles y la noche.

No podemos saber. Nadie lo sabe.
Es posible incluso que Dios tenga hambre y nos toque saciarlo,
quizás muere de hambre, y tiene frío, y tiembla de fiebre,
bajo una manta sucia, infestada de pulgas
y deberemos correr en busca de leche y de leña,
y telefonear a un médico, y quién sabe si a tiempo
encontraremos un teléfono, y la guía, y el número
en la noche demente, quién sabe si tenderemos suficiente dinero.

Traducido por Leopoldo Brizuela


Memoria de un esposo muerto


La gente va y viene por las calles,
hace sus compras, camina a sus asuntos
con los rostros vulgares y felices,
con el grato bullicio de costumbre.

Levantaste el lienzo para mirar su rostro,
te inclinaste a besarlo con el gesto de siempre.
Y era el rostro de siempre, pero era la última vez,
quizá tan solo un poco más cansado.
Su ropa tambien era la de siempre.

Y los zapatos eran los de siempre. Y las manos
eran las manos que partian el pan,
vertían el vino y la alegría.

Todavía hoy cada minuto que pasa
vuelves a levantar el lienzo,
a mirar su rostro por última vez.

Si caminas por las calles, no hay nadie junto a ti.
Si tienes miedo, nadie te coje la mano.
no es tuya la calle, no es tuya la ciudad
alegre y confiada y de los otros,
de los hombres que van y vienen
comprando el pan, la fruta y el periódico.

Puedes asomarte a la ventana
contemplar en silencio el oscuro jardín:
nadie vendra a tu lado,
nadie te dará fuerzas para entrar en la noche.

Antes cuando llorabas había una voz serena,
antes cuando reías alguien reía contigo.
Pero una puerta se ha cerrado para siempre,
para siempre se ha apagado un fuego,
tu juventud es ya una casa vacía
para siempre.

Virgilio Giotti (Trieste, 1885-1957)



Marzo

Bajando del tranvía
me hallé en el paraíso.
Pero ¿qué le pasó
en el día de hoy
a este rincón del mundo?

Cielo, árboles, monte,
¡todo me maravilla!
Cuando abro mis dos ojos
me da gusto la vida,
estar en este mundo;

porque hoy, de improviso,
hoy de nuevo, otra vez,
he visto ese paraíso
que hace con sus colores
en el mundo un bello mes.

Interior

Dos manzanas en un plato,
verdes y rojas. Afuera
la oscuridad de la noche,
el frío y el vendaval.

Ese que está, medio en sombras
contra el celeste del muro,
crea como una alegre
tonada sobre lo oscuro

con el frío y el invierno
que afloran de pronto adentro:
breves notas son mis notas,
y las escucho contento.

Colores (Antología 1909-1955), Pre-Textos, Valencia, 2010. Traducción de Ricardo H. Herrera y Mariano Pérez Carrasco

sábado, 28 de julio de 2012

Juan Noel Mazzadi ( (Junin 1932-1993)


(de los nidos de ginebra)

Mis mediodías son sótanos despellejados
que el sol lastima,
los ruidos de grillos
los roces sin piedad de zapatillas, de plumas
contra los zócalos,
los aullidos horrendos de las mariposas, la centella
de un fósforo que parte mi cerebro,
los cigarrillos que empiezan su carrera,
todo está contenido en Tu mediodía, Señor
Dios, sálvame
de esta hendida, de la caravana
de pianos de arena y de sus frases
que ya los sabios tuvieron por indescifrables,
de violas y violines que prosiguen con raspidos
un discurso insulso,
la casa sombría no es protección,
los santos me dan la espalda, Dios
que me olvidas.
Tu rata, como sabes, vive hambrienta
en dormitorio desconocido, acurrucada
contra el pie de una cama Sheraton
y pende de murmullos, de amenazas
refugiada en un gramo de oscuridad
con terror hacia un trayecto de centímetros.
¿Creen en Ti las ratas? … Quieren,
supongo vivir, frotarse el hocico con el hocico
de sus congéneres,
durar con el estómago caliente
canturrear en la penumbra de sus festividades
hurtar carroña, soñar penetraciones,
no se sienten culpables sino ágiles
al corretear más allá de su agujero
o volver a él, muerden y matan
lustrosas, lavadas en el placer, en el miedo,
entre el tufo de sus hijuelos,
hembras y ancianos de la inmunda raza
pero Hoy es Tu mediodía
y ha quedado aislada, es rata
que me da un asco indecible,
asco también ella me tiene, nos odiamos,
va tentando el sendero de su cueva,
ignorándola me escurro hacia otro lado,
hacia las huchas donde guardo
la ginebra, ella
regresa a su poblado apestoso,
yo, Señor, espero el llamado
de Tu voz,
solitario y ajeno. Tus criaturas
somos iguales, no lo repitas,
pero la rata tiene una consistencia
que yo no tengo, un orgullo, una indiferencia
de déspota, come mis detritos y está entera,
yo le tengo miedo, se aproxima el final,
te pido una mirada, complacencia
por el poeta, tiempo bonancible, una flor,
años de sueño,
y Tu perdón, Dios, Tu perdón.

Poema numero 8 del poemario "El Mal" Ediciones Salido
Junín, Bs. As. 1982

La mano extendida, la mano levantada (Kioto)

Templos de Kioto barnizados
por inmensos engaños
los biznietos de los nietos de los
poderosos
-aquellos que pagaron las piedras
iniciales
quemaron el primer incienso
pidieron a unos dioses
tan ingenuos como ellos
vida repetida, felicidad de amor
perpetua,
oro, triunfos en la guerra-


los descendientes de aquellos
muertos
que murieron de pronto y solos
como cualquiera
esos conservan y veneran y
pintan
de rojo las espléndidas columnas
del Heián
cuidan los capiteles, las tejas,
la armonía verde de los parques
y así bajo la lluvia los Templos
crecen
vívidas gemas
altares de la imposible Eternidad.


Sin embargo
cuando el ave Hoo del Paraíso
tiende a volar sus alas de bronce
y en el ocaso el Templo Dorado
se me aparece luminoso,
perfecto,
con su miel interior petrificada,
su pasiva entrega a la quietud del
agua,


empiezo a querer para mí que
vuelva
a renacer mi vida
que incontables veces el ciclo
se repita
añoro con dolor mi juventud
el triunfo en la batalla
que se inició perdida
el oro que no tendré jamás, el
amor
de cuando el amor era tan fresco
como los nevados cerezos del
Kiyomisu.


Ejércitos de ídolos del
Sanjúsangendó
alineados a la espera de mi
plegaria
condúzcanme hasta el Antiguo
Maestro
para que con su diestra
levantada
me enseñe
la resignación
y con su izquierda extendida
me haga el don del olvido.

De "Japón" Ediciones de la Pampa Chata. Junín, 1996.


"Vamos,
no hay que perder la cabeza..."


Es idiota recurrir a médicos,
sicólogos inexpertos, siquíatras o pastillas
si uno del tango sabe que fumar es malo,
malo el vino, malos los militares,
malo el copetín de madrugada.
Sabe en cambio que son buenas
las mujeres sabias
que preparan tus comidas,
que te encuentran y te pierden,
que siempre están llegando,
siempre partiendo.
Esta es la más antigua ley
del conventillo.

De "Tangos" 1989 Ediciones Salido
Junín, Bs. As.

domingo, 8 de julio de 2012

Francis Thompson (Preston, 1859 - Londres, 1907)



Todas las cosas por un poder inmortal
Cerca o lejos
Ocultamente
Están unidas entre si.
No puedes mover un flor
Sin hacer que se agite una estrella.


All things by immortal power,
Near and Far
Hiddenly
To each other linked are,
That thou canst not stir a flower
Without troubling of a star.''


The Mistress of Vision, Poems (1913).

domingo, 10 de junio de 2012

Carlos E. Urquia (1921,San Fernando 2003)




Conocimiento
a Emilio De Mattei


Estuvo conectada mucho tiempo
arrimada a la lluvia.

Conociendo su cara
para subir en cada primavera.

Una vez fue la risa
la memoria.

Estar desnuda por los nacimientos
seguir la variedad de las semillas.

Se ató a la vida
era sus frascos inconscientes.

La ranura que deja la existencia
después de su fricción.

Cuando la conocí
ya era mi madre.