jueves, 4 de agosto de 2011

Raul Gomez Jattin (Cartagena de Indias, 1945, Bogota1997)



De lo que soy

En este cuerpo
en el cual la vida ya anochece
vivo yo
Vientre blando y cabeza calva
Pocos dientes
Y yo adentro
como un condenado
Estoy adentro y estoy enamorado
y estoy viejo
Descifro mi dolor con la poesía
y el resultado es especialmente doloroso
voces que anuncian: ahí vienen tus angustias
voces quebradas: pasaron ya tus días

La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única



Me defiendo


Antes de devorarle su entraña pensativa
Antes de ofenderlo de gesto y palabra
Antes de derribarlo
Valorad al loco
Su indiscutible propensión a la poesía
Su árbol que le crece por la boca
con raíces enredadas en el cielo

Él nos representa ante el mundo
con su sensibilidad dolorosa como un parto


Gracias señor


Gracias señor
por hacerme débil
loco
infantil
Gracias por estas cárceles
que me liberan
Por el dolor que conmigo empezó
y no cesa
Gracias por toda mi fragilidad tan flexible
Como tu arco
Señor Amor


Siento escalofríos de ti



Siento escalofríos de ti
hermana muerte
de verme en esta sala
mirando un cuadro de David
y súbitamente entrar en la vejez
sin ningún diente
y todas las arrugas
y los vientos negros
esparciendo mis cabellos
Yo te conozco hermana
se que eres una nube
de ojos yertos
que busca otra de luz
hasta convertirse en una
Te conozco y sin embargo
encontrarte en la sala del David
frente a frente
fue un gran susto
hermana mía

sábado, 30 de julio de 2011

Shinkichi Takahashi (Prefectura de Ehime,Japon 1901-Japon 1987)






Brotaba una flor de abrojo
en el arenal de México.

La flor de abrojo se levantaba en un vaso
en medio del inmenso desierto de la luna.

Florecía el abrojo
encima del cerro escabroso del corazón de una mujer.
El mar, bullicioso, se manchaba con el abrojo.
El tallo del abrojo encerraba al cielo.

El abrojo púrpura
florecía en silencio
al costado de la mujer.
Era el cadáver de un hombre.

Al pie de un cactus con flores amarillas
arrancándose plumas, una paloma se acurrucaba.

Un perro lloraba como tragando el aire radiante.




Palabras

No tomo tus palabras
simplemente como palabras.
Estoy alejado de eso.

Escucho
lo que te hace decirlas—
lo que ellas quieren ser—
escucho.

Poesía zen, Verdehalago/IMC, 1994
traducido por Sachiko Yahashi y Moisés Ladrón de Guevara

El océano



El océano estaba infinitamente profundo.
De pie, al borde del océano miré hacia el fondo.
Peligrosamente cerca de caer pensé en mi futuro.
Imaginé el tiempo como las piernas de un niño
que aún no puede caminar.

No tiene importancia lo que ocurra en ninguna parte,
no hay otra cosa que hacer más que pararme
en este empinado risco,
apretar los dientes y cerrar mis ojos.

El futuro aún no experimentado
es como las lámparas de los pescadores,
parpadeando más allá del horizonte con la oscuridad a su alrededor.

Parece que arrojé mi cuerpo hacia abajo,
dentro de ese océano.


Traducido por Francia Rosa Calzadilla

Akana (pez)

Un pez nadaba.
No era en el océano,
ni en el río,
ni en el agua.

En la piedra
nadaba.

Con la piedra.

Fosilizado,
resistiendo,
sola espina sin carne,
cientos de miles de años
sobre el haz de la piedra,
huellas que habrán
de deshacerse
–aislada cada parte
del fenómeno.

Sólo en nuestra memoria
mueve su aleta el pez.

Está nadando.

Publicado en Revista Nigredo

domingo, 26 de junio de 2011

Rosario Castellanos (Ciudad de México 1925 , Tel Aviv 1974)




Agonía fuera del muro

Miro las herramientas,
El mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
Sudan, paren , cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
Su noche de ronquido y de zarpazo
Y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
Y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
Como animal de presa olfatean, devoran
Y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
O cuando burlan una ley o cuando
Se envilecen, sonríen,
Entornan levemente los párpados, contemplan
El vacío que se abre en sus entrañas
Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
Gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
Déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
De algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.


El excluido

A menudo, si un hombre recibe bien de otro
se le despierta un ímpetu homicida
- rostro secreto de la gratitud -
y el insulto que calla lo envenena.

El favor lo ha marcado
y no cabe en el mundo en que es ley de las cosas
la lucha, el exterminio.

A menudo... A menudo...

Ernesto Sábato (Rojas 1911, Santos Lugares 2011)



Tal vez a nuestra muerte el alma emigre:
a una hormiga,
a un árbol,
a un tigre de bengala;
mientras nuestro cuerpo se disgrega
entre gusanos
y se filtra en la tierra sin memoria,
para ascender luego por los tallos y las hojas,
y convertirse en heliotropo o yuyo,
y después en alimento del ganado,
y así en sangre anónima y zoológica,
en esqueleto,
en excremento.


Tal vez le toque un destino más horrendo
en el cuerpo de un niño
que un día hará poemas o novelas,
y que en sus oscuras angustias
(sin saberlo)
purgara sus antiguos pecados de guerrero o criminal,
o revivirá pavores,
el temor de una gacela,
la asquerosa fealdad de comadreja,
su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,
su fama de prostituta o pitonisa,
sus remotas soledades,
sus olvidadas cobardías y traiciones.

Poema en "Sobre héroes y tumbas" 1961

sábado, 25 de junio de 2011

Carlos Mastronardi(Gualeguay 1901,Buenos Aires 1976)





La rosa infinita

Había una niñez, unos jinetes y árboles
-también sus cariñosos-,
un portal conocido por sus flores,
algún abrazo aquietado entre perfumes
y la sombra central de la madre.
Las miradas seguían
el tránsito dichoso de la aurora
y el decaimiento de las azucenas.
Quien entraba buscando los cariños de adentro
debía pasar
bajo aquella herradura de la suerte
que a través de los años sostenía
los bienes de la casa.
Recuerdo la escondida frescura del aljibe:
en su hondura temblaban nuestras risas
y un eco más profundo tenían las tormentas.
El zorzal prisionero, en el tiempo agradable,
ensalzaba los montes natales.
Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo.
Había claras mañanas, sucesos de esplendor,
atravesadas siempre de carros y silbidos,
y en el umbral alguno se tardaba,
callado frente al pueblo
y admirando a esos hombres que entraban con un canto
en que había una morocha prendada de un paisano.
Esto era en la provincia,
en la infinita rosa donde se holgó la infancia.
El campo se daba a la brisa
y el alba era cantora
en los árboles del fondo de la casa.
Las crecientes, los soles, las incansables aguas
conmovían al viejo vecindario,
y el hombre trabajaba con dulzuras
en aquella quietud de esplendores durables.
(En todo lo que diga estará el cielo,
pues era en la provincia,
las bandadas cruzaban una luz melodiosa
y eran los años vueltos hacia el campo).
En los desnudos brazos que el verano vencía
jugaban los reflejos
y vi pasar la imagen de la siesta.
Las calles empezaban con sol y jovencitas.
Una clara sonrisa
a veces detenía tormentas de jinetes.
Entre buenos recuerdo viene un hombre del monte,
y no quiero olvidar esos rosales
en cuya hondura generosa
nosotros y los pájaros andábamos.
Había una niñez, una fronda y sus amigos,
luces a las personas semejantes,
una boca pensando virtudes y pecados,
y en el invierno, el reino
de los cantos distraídos.
Aquí rememoro un galope
cortando la sensible medianoche
y el viento enloquecido en los parrales.
En el verano, la unidad de la alegría.
También las sucesiones afectuosas
de los brazos ligados,
y las glicinas, en el segundo patio,
junto a la cadena del pozo,
en sus avisos de agua tan sonora.
El cielo en nuestras predilecciones.
Sabíamos algunas palabras
para ayudarlo a Dios.




Petición de penumbra

Disimula tu vida
Epicuro

Quiso el alma escondida alzar murallas
para ser una patria imperceptible;
oculto anduvo entre secretas vallas
el pobre corazón inaccesible.

Con vergüenza de ser uno y distinto,
mis ignorados bienes defendía,
pero en vano he construido un laberinto,
pues vive en todos lo que yo escondía.

Tejí el dédalo absurdo y vano donde
camino con el goce del secreto,
pero un eco lejano me responde.

Ya oculto en el espacio y en memorias
fugaces, como ayer hoy me prometo
sortear espectros, gentes ilusorias.

De Poemas, Buenos Aires, 1966


Triste Soberania



El vivo azar que fluye te condena
y viene tu niñez sobre sus olas.
Mientras el breve tiempo al mismo tiempo inmolas,
la esperanza te oprime y encadena.


Gozas el laberinto que te pierde,
atas a lo imprevisto la hora vana,
y tus años, esclavos del mañana,
anhelan que un abismo los recuerde.


Cuando vuelves la cara verdadera
a la edad que salió de tus empeños,
la esperanza te deja y te libera.


Sólo recuerdo y paz, nada te asombra:
gastaste un hombre para verlo en sueños
y has creado libertad para una sombra.

Publicado en la Antologia de Eudeba en "Poemas ineditos de distintas epocas"


Para sepultar un olvido



Yo y este paso alegre haciendo muerte…
Camino con el tiempo que es mi sombra
superando jornadas y memorias,
oscuro pordiosero de mis horas.

¿Quién era la que ayer entro en mi día?
Pienso que la efusión fue puerto vano.
Solo viajó con mi olvidar postrero;
crece como un afecto el cruel espacio.

Fui anudando minutos a su espíritu,
y enjoyada se fue con mi pasado.
Confesión de pobreza es el recuerdo,
y hiere otra presencia mi costado

Tal vez no soy aquel que contemplaba
el apasionamiento de un ocaso,
mientras el tiempo que madura adioses
nos iba despidiendo, despojando.

La andanza me buscaba como el sueño.
Un haz de anocheceres ciudadanos
traigo de los momentos que vaciara,
y un viento envejecido y desgajado.

Y en este silenciar que con Dios linda,
me desnudo de noches y de días.

De Tierra Amanecida (1926)





Algo que te concierne

De aquella congregación amable
que ocurrió en Basilea o quizás en Bolonia,
una noche generosa
en rostros, en palabras, en señores insignes
que el acaso juntó por un momento,
todo se ha borrado,
como si las vidas y las circunstancias
y esa misma noche que digo,
no fueran otra cosa
que la trama deshecha de un sueño
fraguado por un dios que nos devora
y que en aire y humo se complace en plasmarnos.
Así, de ese encuentro de sombras corteses,
tan incierto que ya no recuerdo su lugar ni su tiempo,
y cuya condición menguante
es la de todo aquello que se funda en las formas,
en los acuerdos exteriores,
y no en la intensidad que nos construye,
nada me queda, nada sobrevive,
excepto tu pensado rostro.

Puesto que de fervor está hecha la sustancia
de cuanto existe, de aquellas vagas horas
en que sin verse se rozaron muchos,
sólo rescato una persona clara,
y así vuelve a ser vívido el momento remoto
que busco y que persigo con palabras:
entre un fulgor de vasos y perdidos
en la sensible música que engendras,
unos mansos fantasmas, acaso sin saberlo,
se estaban despidiendo para siempre.
Bien lo comprendes:  la dispersión propia de un  sueño:
sin embargo, no es todo un callado naufragio
porque la realidad con tu recuerdo empieza.
Se apagaron los hombres y las luces,
pero una luz más firme le dispensa
continuidad al alma retraída
y una fiesta más honda en mí perdura.
Ahora, en la quietud de la alta noche
bebo el café y doy con una página
donde leo que el Amor filosofa,
porque el eros, a diferencia del ignaro,
busca lo que le falta,
sospecha claridades que están lejos
y pide esencialmente la belleza.

Dejo el antiguo texto. Es tarde. Me devuelven al mundo
el poder inmediato de la noche
y el viento que en los árboles insiste.
Ya han de andar las abejas sobre jardines jónicos.
El tiempo se remansa bajo la inmensa lámpara.
Yo escribo que te quiero.

Semejante a una ternura antigua
regresa al habitual carro del alba,
como si fuera el eslabón que salva
la persistencia, el orden de este mundo.
La ciudad duerme bajo la lenta lluvia.
Suena un vago reloj en el piso de arriba.
Vuelvo a mí mismo, a verte.


(De  su último libro: Siete Poemas -1963



miércoles, 18 de mayo de 2011

Giovanni Giudici ((Le Grazie, Liguria, 1924, La Spezia, Liguria, 2011)



Desde el corazón del milagro

Hablo de mí, desde el corazón del milagro
mi culpa social es la de no reír,
no conmoverme en el momento justo.
Y por lo tanto muero, por esperar vivir.

El rencor es de quien no tiene esperanza.
¿es compasión de mi lo que me hace creer
que en otra parte hay vida mas veraz?
Ya resignado, presumo que no creo.

Traducido por Antonio Aliberti

Dal cuore del miracolo

Parlo di me, dal cuore del miracolo:
la mia colpa sociale è di non ridere,
di non commuovermi al momento giusto.
E intanto muoio, per aspettare a vivere.

Il rancore è di chi non ha speranza:
dunque è pietà di me che mi fa credere
essere altrove una vita piu vera?
Già piegato, presumo di non cedere.


La vita in versi
Arnoldo Mondadori Editore 1965


Plaza Saint-Bon

Vocifera decoro el acreedor, se ensaña
con el insolvente, lo amenaza con cárcel,
hace que se junte la gente del paseo vespertino:
el justo pide justicia al procurador del rey.

Está enfrente solo el chico que tiembla
de miedo y de vergüenza, pero que finge
pertenecer a los otros - no se aprieta
al padre maltratado.

El hijo del deudor - yo
he sido.

Por mi padre rogaba a mi Dios
una plegaria de extraño sentido:
perdona a nos nuestras deudas
como nosotros las perdonamos.


Versión de Jorge Aulicino

Piazza Saint-Bon

Sbràita decoro il creditore, infierisce
sull'insolvente, gli minaccia galera,
fa adunare la gente del passeggio serale:
il giusto chiede giustizia al procuratore del re.

Gli è contro solo il bambino che trema
di paura e vergogna, ma che finge
di appartenere ad altri - non si stringe
al genitore maltrattato.

Il figlio del debitore - io
sono stato.

Per il mio padre pregavo al mio Dio
una preghiera dal senso strano:
rimetti a noi i nostri debiti
come noi li rimettiamo.

viernes, 22 de abril de 2011

Jose Watanabe (Laredo, Perú, 1945-2007)




La piedra alada

El pelícano herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron a la piedra
como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar


Mi casa

Mi vecino
estira su casa como un tejido que le ajusta.

No debería burlarme,
si yo mismo vivo inmensamente pegado a mi casa, tanto
que a veces las paredes tienen manchas
de mi sangre o mi grasa.

Sí, mi casa es biológica. En el aire
hay un latido suave, un pulso que con los años se ha concertado
con el mío.

Mi casa es membranosa y viva, pero no es asunto
uterino. Estoy hablando del lugar de mi cuerpo
que he construido, como el pájaro aquel
con baba
y donde espacio y función intercambian
carne.
Afuera soy, como todos, del trabajo y la economía, aquí
de mi cuerpo desnudo
y, a veces, de una mujer
que se aviene a ser, como yo, otro órgano dentro de este
pulposo
tercer
piso.

del libro "Cosas del cuerpo"

Responso ante el cadaver de mi madre



A este cadáver le falta alegría.
Qué culpa tan inmensa
cuando a un cadáver le falta alegría.
Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo
su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),
pero Dora aún no regresa del mercado.



A este cadáver le falta alegría,
¿alguna alegría aún puede entrar en su alma
que está tendida sobre sus órganos de polvo?

Qué inútiles somos
ante un cadáver que se va tan desolado.
Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía
esas diminutas manzanas de pobre
que ella confitaba y en sus manos obsequiosas
parecían venidas de un árbol espléndido?


Ya se está yendo con su anillo de viuda.
Ya se está yendo, y no le prometas nada:
le provocarás una frase sarcástica
y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.

Ya se está yendo com su costumbre de ir bailando
por el camino
para mecer al hijo que llevaba a la espalda.

Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer
para que su cadáver tenga alegria.

De Banderas detras de la niebla (2006)


El anónimo

Desde la cornisa de la montaña
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire
siento confusamente que la piedra no cae
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable.

Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
y no pronuncia nada.
La revelación, el principio,
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos
y todavía es innombrable.

Yo me contento con haberlo entrevisto.
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.
Algún día otro hombre, subido en esta montaña
o en otra,
dirá más, y con precisión.
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.


La jovencita


El algarrobo se inclina como una nube verde
sobre la única bodega del pueblo.
Detrás del mostrador humilde
una grácil jovencita lleva nuestra mirada
a un tiempo sin malicia.

Tiene el cabello recortado
como un muchachito travieso. El próximo año
tendrá la cabellera larga. El cuerpo
sobrecoge de tan puntual y prolijo: cumplirá
con el crecimiento de cada uno de sus cabellos
y hará sonar una música
menos inocente.

Mientras tanto, ella guarda sus negros mechones
en un frasco de vidrio
junto a los caramelos y gomas de menta.
Eso es siniestro, pequeña.
Tú, tan vivaz, hija
del solcito que venimos a buscar,
no deberías guardar nada muerto. No es justo
para los que ahora te miramos
como agüita de yerba para el desasosiego.

Restaurant Vegetariano


A los vegetales se entra
con hambre de animal longevo y apacible, y lentamente
se acaba
la lechuga.

A la carne se va distinto, se ingresa a ella
con ansia orgánica, casi disputándola
como si fuera carne
del día de la resurrección, y se acaba
el bife.

Recuerdas:
para que tú vivieras
tu familia depredaba la tierra para ti,
pollos patos reses cuyes cabritos carne
para convalecer y durar.

El alimento en la boca te relaciona
con el mundo. Hay días de felino
y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas
las benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas
aunque tarde:
ya cincuenta años que comes carne
y estás eructando miedo.

Pero hay días que no tienes carnes ni vegetales
sino arena en la lengua. Te explicas: tal vez has comido
una sequedad inicial, insidiosa, de pecho, y nunca
se acaba, el desierto
nunca se acaba.

del libro "Cosas del cuerpo"


Orgasmo

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?