Mostrando entradas con la etiqueta Reportajes a poetas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Reportajes a poetas. Mostrar todas las entradas

domingo, 29 de noviembre de 2015

Dolores Etchecopar fragmentos de la entrevista de Rolando Revagliatti del blog http://eurasiahoy.com/




1 — La condición de diplomático de tu padre produjo, por así decir, que tu infancia y adolescencia transcurrieran en países de Latinoamérica y Europa. ¿Compartirías con nosotros aquel “itinerario” y en él tu transcurrir?
          DE — No quisiera armar una cronología estática porque rehúyo vivir en un tiempo fechado. Pero sí puedo decir que a los dos años viajé a Estocolmo (Suecia) y los aproximadamente dos años vividos allí fueron de los más decisivos de mi vida. Guardo imágenes muy vívidas de la casa, la escalera, del crujido de sus pisos de madera, de Emma Brisa, una yugoslava que me cuidaba, de mi madre que escribía cuentos ilustrados por ella  —yo corría cada mañana a preguntarle cómo seguían—, de la nieve por la que me deslizaba con un trineo y del bosque que se veía desde la ventana. Cuando escribo procuro que las cosas lleguen a mis sentidos como lo hacían en esos días en que eran presencias que maravillaban, libres aún de los significados que opacan la percepción del mundo. Después vinieron años más oscuros. Pasábamos un tiempo en Buenos Aires y volvíamos a partir. Viví el desarraigo, las despedidas, la impronta de lo extraño. Poco recuerdo de mi estadía en Lima. El impacto de México sigue obrando en mí, Bogotá en mi pre-adolescencia también dejó rastros entrañables. Fue importante para mí vivir en otros países latinoamericanos, respiré sus atmósferas, otros colores y otra cadencia del idioma compartido, que también se trasladaron a mi poesía. A los 15 años estuve de nuevo en Europa, en Berna (Suiza) y de allí volví a la Argentina donde terminé la escuela secundaria. Luego volví a Suiza, pero esta vez sin mi familia, fui a estudiar filosofía en la Universidad de Ginebra. Me faltaba un año para terminar la carrera cuando volví a Buenos Aires, donde algunos poemas míos comenzaron a salir aquí y allá, en suplementos, revistas, etc.,  y publiqué mi primer libro.
           2 — Tu madre ilustraba sus cuentos y de vos se han reproducido en la Red dibujos a la tinta presentándote como artista visual. Sos la autora de la ilustración de tapa de tu “Canción del precipicio”, según advierto ahora en mi ejemplar. ¿Expusiste en muestras individuales o colectivas?
          DE — Sí, mi madre dibujaba y tejía tapices. Creo que ella me transmitió la poesía sin darse cuenta. Durante mucho tiempo pensé que la poesía me había llegado a través de la gran biblioteca de mi padre que era un lector hedonista y empedernido, pero actualmente intuyo que su transmisión vino por cauces más invisibles que tenían que ver con esa secreta concentración que mi madre dedicaba al dibujo y a los tapices. Y lo advertí al conectarme yo con el dibujo y la pintura, aunque en mi caso es una actividad marginal, puramente lúdica, no ocupa el lugar central que doy a la escritura. No sería serio de mi parte hacer muestras ni ningún gran movimiento hacia el mundo con mis dibujos y pinturas, dado que es algo a lo que no me dedico sino que lo practico esporádicamente por puro gusto, quizá una manera de continuar el secreto materno, mínimas puntadas en las tapas negras de los libros de hilos editora, como figuritas de un pequeño teatro de cartón.
3 — Tu padre, Máximo Etchecopar, además de haber publicado el poemario “Breve y varia lección”, entre otros volúmenes ensayísticos dio a conocer “Lugones o la veracidad”“Esquema de la Argentina”“Con mi generación”“El fin del Nuevo Mundo: sobre la independencia de los pueblos americanos” e “Historia de una afición a leer” (en la edición de Editorial Universitaria de Buenos Aires, se añade en la tapa: “Ortega, nuestro amigo”). Y el amigo mentado es el filósofo español José Ortega y Gasset, fallecido un año antes de que vos nacieras. Establezco así mi invitación, Dolores, a que nos hables de tu padre escritor y de lo que a vos te halla llegado de la amistad entre él y Ortega.
          DE —“Breve y varia lección” es un libro de aforismos. Mi padre era un lector fervoroso de poesía pero de su autoría solo editó prosa. Su amistad con Ortega y Gasset representó para él, creo yo, el encuentro más decisivo de su vida. Ortega distinguió la mirada de mi padre en medio de una multitud de personas que habían ido a escuchar una de sus conferencias, y a partir de allí empezó una amistad entrañable. Mi padre era muy joven por entonces, estaba más cerca de los 20 que de los 30 años; salir a caminar con Ortega todos los días que duró su estadía en Buenos Aires, fue una iniciación al pensamiento, a la manera de los discípulos de Sócrates que también pensaban conversando y caminando. En reiteradas oportunidades me volvía a contar la diferencia abismal que él había experimentado entre el acceso fulgurante, instantáneo, al fluir del pensamiento de Ortega, y el de otros intelectuales que tuvo ocasión de frecuentarFue un deslumbramiento para él que se prolongó  a lo largo de toda su vida,  hizo que  su propio pensamiento diera un giro radical hacia un pensamiento historicista. También Ortega, que era un filósofo que escribía con la elegancia de un literato, reunió en mi padre su afición por la literatura y por la filosofía.

“Notas salvajes”
“Notas salvajes”
      
                         8 — Algún indicio en Internet me dio a entender que conociste personalmente a la escritora uruguaya Marosa di Giorgio (1932-2004).
          DE — Cuando conocí a Marosa, en una lectura que hizo en Buenos Aires, la primera vez que vino, fue un antes y un después. Escucharla fue sentir que se abrían todas juntas las puertas de la poesía, era asistir al sueño despierto de una voz intemporal que se colaba por los poros de la lengua, sin barreras, sin censuras, pura eclosión de la inagotable infancia del lenguaje traída al centro de la escucha por la delicada fiereza hipnótica de Marosa, con quien me crucé pocas veces; me hubiera gustado ir a sus tertulias en la mítica confitería de Montevideo, pero no pudo ser. Apenas la frecuenté, después de los recitales, en algún bar donde ella se mantenía hierática y tersa. Me llegaron sus palabras en una postal cuando leyó un libro que le envié; era sumamente gentil e inasible fuera del círculo encantado de su voz.
9 — “La noche es el país de la poesía” afirmaste en un blog local, y “No hables tan rápido delante de la noche”sería el título de tu próximo libro, leí en otro. 
          DE — El título “No hables tan rápido delante de la noche” ya lo descarté porque me dijeron que un escritor español tiene un título muy parecido. Por ese motivo sigo buscando un nombre para el libro inédito que ya tengo casi listo para ser editado. Quizá lo haga a comienzos del año que viene. Se trata nuevamente de un libro de poemas.
Sigo pensando que la noche es el país de la poesía aunque desde hace unos años escribo más de mañana. Pero la noche sigue siendo ese tiempo de suspensión de los dispositivos del mundo, de las ocupaciones con que el día nos distrae. La noche no nos impone horarios ni tareas, la vigilia y el sueño juntan allí sus manos.
10 — Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido pudiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
          DE — Sí, eso creo. Pasión y entusiasmo me depara la poesía, que también está en cierto cine, en cierto teatro, en algunos cuadros y esculturas, en cierta danza, en cierta música y también en dominios que no son del arte, como en los encuentros que nos dan alegría y nos rescatan de la inmovilidad de nuestras costumbres sentimentales y de pensamiento. Momentos de contemplación de ciertos instantes de un paisaje también son de la poesía. La lectura es una de mis pasiones. Me entusiasman algunos espacios habitados de  las ciudades antiguas, de algunas casas, las librerías de librero, los bares antiguos, algunas calles. Hay objetos que me entusiasman también, por lo que sugieren, marionetas, cajas, fotos, estampas, juguetes antiguos, relojes de arena, lupas, los libros, los lápices y los cuadernos, los diccionarios, los cuentos infantiles ilustrados, etc.

“La tañedora”
“La tañedora”
        11 — En la novela “El hombre duplicado” de José Saramago, me detengo acá: “Eso que cierta literatura perezosa ha llamado durante mucho tiempo silencio elocuente no existe, los silencios elocuentes son sólo palabras que se quedan atravesadas en la garganta, palabras engastadas que no han podido escapar de la angostura de la glotis.” ¿Comentarías, vincularías…?
          DE — Dicho así, despectivamente, como lo hace Saramago (no leí“El hombre duplicado”), “silencios elocuentes” suena a retórico, a falso, y… sí, las palabras se prestan para todo tipo de usos. Pero hay otro silencio, el que habita la poesía, que no es “elocuente”, sino todo lo contrario, un silencio vacío de significado que permite que el poema irradie muchos sentidos, uno o varios en cada lector. Es el silencio que salva al poema del poeta, de los saberes que lo llevan a querer utilizar el poema para informar sobre algo que él ya tiene cocinado de antemano en su mente. Cuando es así el poema resulta un mal poema, uno que nace muerto, porque dice únicamente lo que dice, no abre un espacio radiante, necesario para la comunión entre un poema y su lector. El silencio es tan intrínseco y necesario al poema como las palabras. El silencio del poema nos garantiza que estamos siendo invitados al misterio del mundo, a contactar con aquello que abisma el lenguaje y nos deja sin habla pero en comunión con el misterio en el que estamos inmersos.
          12 — ¿Con qué autores —de renombre— “no te pasa nada”? Y por extensión, ¿con qué directores cinematográficos, con qué artistas plásticos?
          DE — Es aventurado proclamar de una vez por todas con qué autores de renombre “no me pasa nada”. Me ha sucedido que en ciertas etapas no me decían nada ciertos autores que más tarde sí me hablaron, porque yo estaba preparada para escucharlos. Hay otros autores que ni siquiera llegué a leer porque imaginé que no me pasaría nada con ellos. Puedo decir que en términos generales no me pasa nada con los autores en los que predomina una intención didáctica, una militancia exterior a la escritura, con los moralistas, con los que hacen de la trivialidad auto-referencial una cruzada anti-lírica, con muchos narradores que no ocasionan una experiencia de la escritura misma, que solo apuestan a lo argumental. Resulta más fácil nombrar a artistas destacados de otros campos: no me pasa casi nada con pintores como Fernando Botero, Dalí, cierto Picasso, Marinetti y otros pintores futuristas; los directores de cine Greenaway y Chabrol tampoco me han interesado, para nombrar dos representantes del cine de autor que es el que prefiero.
          13 — ¿Qué opinás del pasado? 
          DE — ¡Qué enorme pregunta! ¿Cómo contestar a eso? No tengo una vivencia estática del pasado, como si fuera un lugar de escenas cristalizadas en el tiempo, sino como algo que se mueve conmigo, que cambia y se actualiza según lo que voy pudiendo destilar. No me llama volver al pasado si éste no modifica mi presente y se modifica en él. Creo que todos los tiempos confluyen en el presente que es donde operamos, vivimos, escribimos…; lo que no sigue sucediendo con nosotros son interpretaciones que inmovilizan nuestras almas.
          14 — ¿Rol que cumple la literatura en la actualidad?
          DE —Yo diferencio literatura de poesía, y prefiero hablar de esta última. El rol de la poesía en el mundo actual sigue siendo despertar al lenguaje que nos atraviesa día a día, lastrado y opacado por los discursos de los poderes dominantes que capturan nuestro espíritu, nuestras emociones y nuestro pensamiento, esterilizando la soledad de cada ser humano. La poesía nos recuerda que nada nos pertenece, que somos vulnerables a lo inconmensurable, que pretender apoderarnos de los significados nos empobrece y nos aísla, que hay un hambre que es del alma, que somos creadores de mundos, que cada uno de nosotros es impar, único, por eso la voz para llegar a otro tiene que volverse singular, para no quedar presa en la jaula del ego. La poesía requiere de lectores dispuestos a una entrega activa, a salirse de las velocidades alienantes del sistema para experimentar otra duración, otra percepción del mundo.
                 16 — ¿Cómo es un día de tu vida? ¿Dista extraordinariamente tu transcurrir del que te imaginabas cuando eras una veinteañera? 
          DE — En un sentido dista bastante de lo que imaginaba cuando era una veinteañera. Entonces no imaginaba rutinas sino aventuras, encuentros arrebatadores y toda clase de excesos que nunca viví de un modo que me deparara felicidad; excesivos solo fueron mis errores. En otro sentido hay una continuidad, sigo escribiendo, me entusiasman la mayoría de las cosas que ya me gustaban a los veinte años. Mis días no son siempre iguales, pero suelo despertarme entre las 8 y las 9 de la mañana. Hago un poco de yoga y trato de caminar media hora  todos los días para compensar el tiempo de lectura y de computadora. Después leo, contesto mails, me ocupo de temas de la editorial, escribo cuando surge (no es todos los días), a veces solo anoto palabras, frases. Después, cerca del medio día hago todas esas actividades que me resultan muy penosas, como son los trámites de todo color y especie. Vivo con mi hija Camila; Marco, mi hijo mayor, vive solo pero viene seguido a casa. Mis dos hijos ocupan un lugar central en mi vida, saber que están en el mundo me sostiene el corazón. A veces salgo a almorzar con ellos o almorzamos en casa, aunque muchas veces nuestros horarios no coinciden. Los fines de semana paso toda la mañana en un bar de mi barrio, siempre el mismo, donde leo y escribo. Espero con ansiedad ese momento. El resto del tiempo lo dedico a distintas actividades que van surgiendo con la vida. Me gusta ir al cine y al teatro. Prefiero encontrarme con los amigos, con uno o dos a la vez, antes que las reuniones de mucha gente. Pero soy impaciente y después de un rato de estar acompañada quiero volver a mi soledad.
        
“Oscuro alfabeto”
“Oscuro alfabeto”
   
Se puede ver la nota completa en http://eurasiahoy.com/02102015-dolores-etchecopar-sus-respuestas-y-poemas/

domingo, 1 de marzo de 2015

Padeletti, la osadía del poeta por Rodolfo Edwards





A los 87 años, uno de los mayores poetas vivos del país acaba de publicar “Osaturas”. Habla aquí de su inagotable impulso creador.


Recibe a Ñ en su departamento de San Cristóbal. Al atravesar el umbral, se percibe una armonía subrayada por los colores del mobiliario, las obras de arte, las imágenes religiosas, la biblioteca. Hablar con Hugo Padeletti implica subirse a una burbuja de poesía impulsada por una luminosa paz interior. Nacido en Alcorta, un pueblo cercano a la ciudad de Rosario, ha desarrollado una obra trascendente por su singularidad y sus apuestas estéticas, que nunca se vieron acuciadas por climas epocales. Es, además, un artista plástico incansable y el inspirado y paciente traductor de la obra de la poeta británica Edith Sitwell. Acaba de publicar Osaturas , precedido por un notable ensayo de Jorge Monteleone.

–¿Osaturas es una colección de poemas inéditos?

–En realidad, Osaturas no es un libro nuevo sino que es un libro viejo retomado por mí. Lo fui dejando de lado porque no coincidía con nada de lo que estaba escribiendo, era algo diferente, no lo podía ubicar. Entonces vino Mariano Cornejo, un pintor amigo mío, lo vio en un estante y me dijo: “¿Esto qué es?”, y yo le expliqué que eran unos poemas míos que no pegaban con nada. Se lo llevó a Salta, ilustró los poemas e imprimió 10 ejemplares. Después los leyó Jorge Monteleone y me propuso hacer una edición especial que es la que se publicó ahora.

–¿Qué es la “osatura”?

–Es el hueso y también la osadía … Yo era bastante tímido y fui descubriendo con los años que si uno no se arriesga no gana, así es en todo. Hay que arriesgarse un poco. Asumir esto me costó trabajo pero lo aprendí.

–¿Qué función tiene “la atención” en la poesía?

–La atención y la distracción son cosas complementarias, son dos polos en la misma línea. Si uno tiene una atención demasiado extrema y racional, no puede escribir poesía, y si uno se va al otro extremo tampoco sirve porque lo que sale es caótico. Hay que encontrar un punto en el medio, una zona de “lucidez blanda abierta”: lograr eso es medio milagroso. La inspiración es algo que viene de arriba, algo que te cae. En el fondo no es ningún milagro, es todo explicable, pero se lo suele experimentar como algo milagroso. Hay que dejar abierta la entrada y estar a la vez consciente para ir controlando lo que va y lo que no va. Si uno no deja abierta la entrada, la inspiración no fluye y uno se pone muy “constructivo”, está cortando esa “fluencia”. Lo ideal es encontrar el punto justo entre la apertura y el control.

–Sus poemas suelen tener muy buenos “remates”.

–Yo tengo una tendencia hacia las formas cerradas. Tengo cierta dificultad para valorar debidamente a poetas que se inclinan por tender un hilo que nunca termina, que nunca se cierra. Yo prefiero el poema como un círculo perpetuo, que obligue a volver a leerlo, que haya un enriquecimiento continuo. El poema cerrado da vuelta sobre sí mismo, hay un ida y vuelta. En los poemas largos no hay regreso. Cuando dibujo también tiendo a las formas cerradas.

–¿Qué es lo específico de la poesía? ¿Qué hace poesía a la poesía?

–El ensayo es conceptual y la poesía es simbólica. Si bien muchos poemas míos son conceptuales, están bien “ritmados” y eso los convierte en poesía. El ritmo es anterior a la palabra y a la poesía misma. El ritmo es algo cósmico. Escribir poesía es algo agotador. Si uno no atrapa el instante, la palabra se va ... y se pierde esa posibilidad. Me despierto un montón de veces en medio de la noche, aparece una palabra y … ¡la tengo que escribir! La poesía es una espera importante porque tiene que llegar una gota que pese, bien concreta, sonora, que encaje justo donde tiene que ir. Es algo muy denso lo que uno siente al momento de escribir. Esa espera es como un parto, es algo entrañable. Algún día me gustaría hacer algo de narrativa. Pensé en escribir mis memorias: tengo recuerdos hermosísimos de mi pasado, de mi vida en el campo.

–En su poesía abundan las frutas, los árboles, las flores. Una confluencia natural donde cada elemento dialoga con el otro. Por ejemplo, el poema “Limones”:
“Sólo a la luz del sur/ el limón amarillo/ muestra sus graderías/ de innombrable alegría”… decían algunos versos de aquel extraordinario poema. ¿Cómo surgió?

–Proviene de hechos de mi propia vida. Mi abuela paterna, la mujer de mi abuelo Marco, juntaba limones de un limonero que había en el patio. Ella los envolvía en papel y los ponía a secar en una bolsa que guardaba en su dormitorio. Se secaban tan hermosamente que después los poníamos de adorno en un cuenco y yo seguí con esa costumbre de tener limones secos o en invierno poner limones verdes frescos por algunos lugares de la casa. Adoro tomar limonada…

–¿Cómo se ha relacionado con otras disciplinas, como la pintura o la filosofía oriental?

–En mi vida la práctica de la pintura ha sido siempre secundaria. Me dediqué más que nada a enseñar. Fui docente durante muchos años y mi experiencia como educador ha sido plenamente satisfactoria. Pienso que siempre tuve una fuerte vocación por la enseñanza. Me jubilé como docente. Con el tiempo me fui inclinando hacia la figura de Buda, sobre todo a través de Osho porque lo presenta de manera muy bella. La religión budista es negativa porque se fue inclinando hacia un ascetismo autodestructivo. Pero el Buda como imagen y símbolo es de una dimensión bellísima. El budismo y el taoísmo me han llevado a una profunda fe. En la práctica he comprobado que los dones que ofrece Buda son reales. La fe es una energía cósmica que funciona. No importa la realidad.

–Nunca demostró demasiada ansiedad por publicar ni tampoco se lo vio cercano a ninguna generación literaria, grupo o revista.

–Yo escribí poesía durante tantos años y me producía tanta alegría escribir que nunca pensaba en publicar. Cuando yo era bastante jovencito tuve una experiencia peculiar … En Rosario yo conocía a las hermanas Cossettini. Una de ellas era Olga, una reconocida educadora. La otra, Leticia, se encargaba de la parte estética de la escuela modelo que dirigían. Olga era una gran amiga de Victoria Ocampo a la que un día le mandó una carta contándole que conocía a un joven muy talentoso que le gustaría que conociese. Para ese entonces yo ya tenía bastantes cosas escritas. El asunto es que me vine nomás para Buenos Aires y cuando bajé del tren … ¡estaba Victoria Ocampo esperándome! Me llevó a su casa y estuve toda la noche con ella. Ese día estaba también allí el famoso traductor español Ricardo Baeza, un hombre encantador, de una conversación literaria exquisita. Finalmente, Victoria me dice: “Vaya a Sur, lleve sus poemas de mi parte” … y yo no voy, ni voy a ir nunca. No quería estar ante esos monstruos que iban a empezar a desgajarme los poemas. Tengo defensas naturales. Tenía que mantener mi integridad interior. Nunca me arrepentí de no haber ido.

–¿En qué año sucedió lo que cuenta?

–En 1945.

–¿Qué libros estuvo leyendo últimamente?

–Leyendo su obra completa, estoy redescubriendo a un poeta español: Antonio Gamoneda. Es humano, profundo y bello. También estoy fascinado con Alejandro Jodorowsky. Yo lo conocí por su trabajo con el tarot, ahora estoy leyendo su poesía. Maneja muy bien la sonoridad y el ritmo. Y además es un sabio. Y siempre vuelvo a Borges, es inagotable.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Mario Levrero , entrevista por Pablo Silva Olazábal


En septiembre de 2003, cuando Mario Levrero escribía, ¿sin saberlo?, la que sería su última obra –la nouvelle Burdeos, 1972 – propuso a su socia Gabriela Onetto, con quien dirigía un taller literario virtual, la confección de un texto que –por una broma del hermano de Gabriela– recibió el nombre provisorio The Mario Levrero´s Writing Guide For Dummies . Su idea era que esta guía de escritura o Manual para Tontos recogiera los consejos, ejercicios y líneas de acción empleados en el taller virtual. El proyecto era sistematizarlos en un libro con una redacción clara y accesible para su difusión más allá del ámbito de los alumnos. Como Gabriela vivía en México, Levrero terminó invitando a un alumno montevideano de sus talleres presenciales, Christian Arán, para que realizara la primera parte del proceso, es decir, fuera a visitarlo y grabara sus reflexiones. (“En principio, sugiero que hagas una lista de ítems desordenados; después se le buscará una estructura”, dice Levrero en un mail dirigido a Christian). De estas entrevistas surgiría un texto que sería la base para que Gabriela Onetto lo complementara y lo estructurara en un libro con las características mencionadas. Sorprendido por el pedido, el joven Arán dudó de ser el más indicado para esta tarea y durante algunos días permaneció en un cauteloso silencio. El 16 de septiembre de 2003, el mismo día en que daba punto final a la escritura de Burdeos, 1972 (una nouvelle que recoge una serie de recuerdos que lo asediaron durante quince días y que él registró con una datación y hora precisas), Levrero le envió el siguiente correo electrónico: “Che, apurate con la guía para boludos, no lo pienses tanto, porque tenés que aprovechar mientras estoy en el mundo tridimensional”.

Arán finalmente acepta y acuerdan fijar las sesiones para empezar a trabajar, pero todo se demora por las fiestas de fin de año. Mientras tanto Levrero iba recluyéndose más y más, cercado por la sensación de que su tiempo se acababa (incluso llegó a soñar con su epitafio y pidió a su familia que no lo dejaran solo en la fecha soñada). Las grabaciones, realizadas en enero y febrero de 2004, nunca se transcribieron. “Sentía que era algo de mucha responsabilidad para lo que yo no estaba capacitado”, dice Arán.

Apenas unos meses más tarde, el 30 de agosto de 2004, Levrero dejaba el mundo tridimensional. Diez años después, como si aún tuviera algo que decirnos, vuelve en esta última entrevista, obtenida por Pablo Silva Olazábal y cedida a uno de sus editores en Argentina, Facundo R. Soto, para que la entrevista llegue a sus lectores, tal como era el deseo de Levrero.

–¿Por qué te decidiste a tener una experiencia de un taller, a estimular a alguien a la creación?

–La primera vez que se me ocurrió eso fue en Buenos Aires. Fue cuando dejé de trabajar en una editorial como jefe de redacción de revistas de entretenimientos. Entonces tenía necesidad de ganarme la vida y entre otros recursos se me ocurrió hacer un taller literario. Para ello me asocié con una amiga que era profesora de Literatura (nota: Cristina Siscar) y que tenía los títulos adecuados como para convocar gente con cierta seriedad. Nos reunimos, preparamos unas consignas, de las más triviales, tipo taller común. Hicimos un poco de propaganda, conseguimos 4 o 5 alumnos y empezamos a trabajar con eso. Entonces sobre la marcha me fui dando cuenta del poco significado que tenían esas consignas. No tocaban las cosas esenciales.

–¿Cuáles eran esas consignas “tipo taller común”?

–Eran formas de juegos a partir de la palabra, con textos ajenos. Completar, seguir, imaginar. Siempre en función de la palabra y no de lo que hay atrás de la palabra. No de lo que es la materia prima de la literatura. Entre las consignas iniciales se me ocurrió poner algunas basadas en experiencias, por ejemplo, relatos que pueden salir a partir de un sueño. Enseguida vi que eso tenía mucho más resultado. Los textos eran más ricos y coloridos porque las consignas eran más movilizadoras. Entonces se me fue ocurriendo, en un proceso que no se dio enseguida sino a lo largo de bastante tiempo, que debía eliminar las consignas que tenían que ver con la palabra y trabajar con las consignas que yo iba rescatando de la experiencia personal.

–De tu experiencia como creador.

–Como escritor, sí.

–¿Qué es lo que se logra a partir de un sueño que no se logra con otro tipo de consigna?

–Los sueños tienen imaginación, están compuestos fundamentalmente de imágenes y son uno de los pocos vínculos que tiene alguna gente para conectarse con el inconsciente, que es el depósito de la experiencia personal más profunda y la materia prima esencial del arte, sea para la literatura o para cualquier otra disciplina artística.

–El arte es...

–El arte es hipnosis.

–En otras palabras…

–El arte es crear una especie de máquina de hipnotizar a otra persona para transmitirle vivencias o experiencias anímicas que no se traducen en hechos perceptibles. Escribís una historia y la historia que escribís es como una trampa que mantiene el interés del lector para que en ese estado vaya creyendo lo que está leyendo y vaya bajando los niveles críticos de la conciencia.

–Hablabas de que al principio del taller las consignas eran desde la palabra. ¿Eso dificultaría el contacto con el mundo interior?

–Si trabajás a partir de la palabra se reduce toda la estructura a un juego intelectual y terminás trabajando con las herramientas del yo. Te perdés así las herramientas de todo el resto del ser, que son mucho más contundentes.

–En una de las páginas de los talleres virtuales, en la web de Gabriela Onetto, señalás que las consignas buscan profundizar el mundo interior, navegar el inconsciente y ponernos en contacto con él.

–Claro.

–Y después, cuando recibís el producto de la consigna de alguien que va a tu taller ¿cómo hacés para evaluar si ha navegado o no en el inconsciente? ¿Tenés herramientas para eso? ¿Tiene algo que ver con el psicoanálisis?

–No, todo es intuitivo (largo silencio). No sé, vos te das cuenta cuando una persona está hablando con su voz más verdadera, más profunda. Eso da el estilo de la persona. El alumno que viene por primera vez al taller, por lo general tiene la idea de que debe tratar de escribir como se debe escribir. Todo el estilo personal está borrado, eliminado, y lo que recibís del alumno son penosos esfuerzos por meterse en un estilo convencional que él cree es lo mejor, lo ideal, porque lo recibió de distintas fuentes en las que él depositó gran confianza. En algún momento de su vida estas fuentes confiables le dijeron cómo se debe escribir. Todo esto no sirve para nada y hay que destruirlo. Hay que conseguir que el alumno pueda expresarse con su propia voz, su propio estilo. Vos te das cuenta cuando una persona está tratando de conseguir una voz convencional o cuando está diciendo las cosas tal como las siente.

–Y ahí entonces hacés una lectura de la estructura del relato, de las condicionantes psíquicas de cada uno…

–No, para nada. Nada de eso.

–¿No las mirás, por ejemplo, como si fueran devoluciones de una terapia?

–No, nada que ver. A veces el taller tiene efectos terapéuticos, pero son efectos secundarios que no son buscados por el taller. Yo lo que busco es oír la voz verdadera del alumno. Cuando oigo que se está expresando con el estilo que le calza, que tiene que ver con su manera de ser, con su forma de pensar, de sentir, y que no se parece a nada que yo haya oído, ya está. No me importan los contenidos. El tipo puede tener un contenido marxista, de Carlos Marx, o marxista de Groucho Marx. No importa, no interesa en absoluto. Somos únicos y a mí me interesa que sea él mismo.

–¿Y cómo podés convencer a otra persona que esa es la voz de él? A veces las personas leen en el taller y no notan la diferencia. No se dan cuenta si es su voz o no.

–Nadie se da cuenta.

–¿Nadie se da cuenta cuando lee con su propia voz? ¿Ni siquiera los que escuchan?

–Es lo mismo. Tanto cuando escucha como cuando lee, la gente todavía está muy encerrada en los contenidos. Juzga un texto por los contenidos. A veces incluso por los sonidos, por la combinación de palabras. Cuando alguien dice “me gustó mucho tu texto en la parte que decís tal cosa”, quiere decir que el texto no está bien, pero destaca algo que sobresalió, algo que fue pensado o salió por casualidad con una forma especialmente afortunada, que se despega del contexto, y que en cierto modo es un parche, una cosa fallida dentro del texto general. Entonces se rescata “al menos” eso. La gente presta atención a los contenidos, a los argumentos, a las afortunadas combinaciones de palabras, incluso a las ingeniosidades, que no tienen nada que ver con la literatura. Lo único que importa en literatura es el estilo. Una vez que se alcanzó eso se puede decir lo que quieras. Cualquier narración, cualquier cosa que pongas va a estar bien, se va ajustar perfectamente con lo que estás expresando. Puede ser algo desagradable, o nada edificante, pero ése sos vos, un ser único. El estilo personal es imposible de alcanzar con oficio. No hay oficio que lo pueda conseguir.

–¿Y la hipnosis sólo se logra cuando el texto está escrito con estilo personal? ¿O eso es algo que se puede, digamos, simular o falsear? ¿El estilo personal está vinculado a la hipnosis del arte?

–En cierto modo sí porque… aclaro que esto de la hipnosis del arte no es una idea mía, está sacado de un libro, Psicoanálisis del Arte de Charles Baudouin. Este autor va incluso más allá, dice por ejemplo que cuando mirás un cuadro las formas del cuadro obligan a los ojos a hacer un camino preestablecido. Los ojos se mueven y siguen una serie de líneas y colores y sin que te des cuenta eso comienza a provocarte un pequeño trance. Y en ese trance lo que uno recibe es algo que no está en el cuadro sino en el alma del artista. O sea que la hipnosis permite transmitir el contenido de un alma a otra alma, independientemente del tema del cuadro. Siguiendo tu pregunta, me parece que si el texto está logrado, si está narrado con el estilo personal, uno entra inevitablemente en ese tipo de trance, que no es el trance habitual de quedarse dormido, aunque una vez me dormí con unos relatos de Mónica. Me dormí y hasta ronqué (risas), pero después pude comentar todos los pasajes. Dormido lo seguía escuchando.

–¿Te transporta, te hace imaginar lo que estás escuchando?

–No. Es una captación especial. El trance se da también cuando leés sin que nadie te hable. Es simplemente… a ver, una idea contemporánea del trance es que cualquier forma de concentración es un trance. Tu estás estudiando y te concentrás. Ahí ya entrás en cierta forma de trance. Si ahora, hablando conmigo, me prestás gran atención, entonces también estás entrando en cierta forma de trance. Hay un tipo de trance que es específicamente artístico, literario, pictórico, que tiene por finalidad suprimir la crítica intelectual. Entonces si vos estás creyendo lo que lees, lo que ves, estás creyendo en la película cuando estás en el cine, si crees que eso está sucediendo en la realidad –cuando es obvio que no– estás en trance. La obra atrapa tu atención de tal forma que el autor en ese momento, no se sabe bien cómo, digamos que bajo cuerda, te trasmite contenidos de su alma que no es posible ver en la obra porque no están ahí. Al menos no están explícitos. Yo por ejemplo capto mucho de los alumnos a través de los textos porque estoy tratando de captar al alumno en su totalidad, no en lo que me está diciendo, que no me interesa, sino en una cantidad de pequeñas cosas que forman un todo que es él, el alumno. Sus gestos, su voz, todo. ¿Entendés lo que estoy diciendo? Me parece que suena algo confuso. A ver, pongamos un ejemplo, a veces soñás con una persona y cuando despertás te das cuenta de que su aspecto en el sueño no correspondía con esa persona. La imagen podía ser cualquier cosa, podía ser otro, o podía ser algo que apenas se veía pero no obstante ello, de un modo inexplicable vos sabías en el sueño que esa persona era él y no otra. ¿Nunca te pasó eso?

–No.

–Hay elementos invisibles, inasibles, de una persona que son los que componen el Ser. Es lo que aparece cuando uno dice “este sentimiento es fulano”. En el sueño sabés que es él, pero no sabés porqué, la imagen no corresponde, la situación no corresponde, pero vos igual sabés que es esa persona. Estos elementos intangibles no tienen forma fija de expresión convencional y se captan vía inconsciente en los estados de trance o en los sueños. Es decir, en los estados que no están supervisados por el yo. Estados donde se suspendió la función crítica del intelecto.

–¿El objetivo del taller sería que una persona escriba desde su voz interior?

–Claro.

–Ahí el taller estaría redondeado.

–Que el alumno sea lo que es.

–¿Pero a nivel artístico no hay necesidad de otras cosas, de cuestiones técnicas de equilibrio, de proporción? ¿O cuando se logra hablar desde el yo eso ya viene incluido?

–Exacto. Todas esas medidas que inventaron los críticos, son a posteriori. Primero está la obra y después viene el análisis de los recursos, técnicas y esto y lo otro… pero el artista no tiene que pensar en eso, el artista tiene que pensar en lo que siente y en lo que está viendo en su mente y ponerlo. Eso ya tiene un equilibrio propio, da un equilibrio artístico. Que sea convencional o no es otra cosa, pero no se construye el arte con técnicas. Tú preguntabas antes si la hipnosis del arte se puede dar por medios técnicos sin poner en juego el alma y resulta claro que sí, evidentemente eso es posible. Podés conseguir atrapar la atención y lograr una gran concentración del que recibe el mensaje, sea pictórico, literario, por medios exclusivamente técnicos sin poner en juego nada personal. Es algo muy difícil de lograr, algo que da mucho trabajo y el resultado… Hay obras que te encantan, que son exclusivamente intelectuales y que igual te atrapan, pero no sé bien qué queda al final de todo eso. Tiendo a pensar que no queda mucho, al menos no como memoria personal. Es decir no queda como una experiencia personal, algo que uno abrigue al extremo de sentir, de decir “esto yo lo viví”. Son sólo pequeños trances que consiguen captar la atención del lector sin modificarlo.

Publicado en la Revista Ñ http://www.revistaenie.clarin.com/

domingo, 28 de septiembre de 2014

Reportaje a Adonis por Javier Rodriguez Marcos en el diario El Pais



Adonis no cree en Dios, pero vive cerca del cielo, en una torre de 37 plantas de La Défense, el barrio financiero de París. No parece el ambiente típico para un poeta. “Antes de instalarme en este apartamento pasé por casi todos los distritos”, explica señalando por la ventana la ciudad en la que vive desde hace casi tres décadas. “Aquí hay más luz, menos contaminación… Parece Manhattan, ¿verdad?”. Precisamente, el escritor sirio, de 84 años, acaba de reeditar en España, en versión de Federico Arbós, Epitafio para Nueva York, publicado originalmente en 1971, uno de los libros más famosos de un autor traducido a una docena de lenguas y al que muchos consideran el gran poeta árabe vivo. Crítica al capitalismo deshumanizado y homenaje a Lorca y Walt Whitman, en ese libro se habla de torres que un día caerán, y Adonis recuerda que un crítico lo acusó después del 11-S de haber inspirado a Bin Laden. “Ridículo”, zanja él sonriendo.
Su última obra, Zócalo, publicada en francés antes que en árabe, aparecerá en unos días en español traducida por Clara Janés. Esas prosas poéticas nacieron en un viaje a México durante la primavera de hace dos años, pero se hace difícil leer páginas tan llenas de dioses, sacrificios y sangre sin pensar en otra primavera, la árabe, aquel dominó de revueltas que empezaron admirando al mundo en Túnez a finales de 2010 y, desbordado por los extremismos, ha terminando espantándolo en Irak y Siria a manos del llamado Estado Islámico. En ese tiempo, Adonis hizo dos cosas que le ganaron un alud de críticas: sostener que la primavera árabe no era una revolución y escribir, en 2011, una carta abierta al presidente sirio, Bachar El Asad, pidiéndole que dialogara con la oposición. “Tibio” fue lo más suave que le dijeron. Más tarde escribió reclamando que dimitiera por la represión desencadenada bajo su mando. “Lo que yo pretendía con aquella carta”, explica el escritor, “era evitar la destrucción del país y que cambiara un régimen fundado en un golpe de Estado y en el partido único. Desgraciadamente los políticos no escuchan a los poetas”.

—¿Por qué no era una revolución la primavera árabe?
—Porque una revolución debe tener un discurso, y no lo había: los opositores jamás hablaron de laicidad, de liberación de la mujer, de cambiar la ley coránica. ¿Qué revolución es esa? Solo querían cambiar de régimen, y cambiar de régimen no sirve de nada cuando permanece la misma mentalidad. Los árabes tienen que hacer su revolución interior, es decir, repensar la religión a la luz de la modernidad y separar lo religioso de lo cultural, político y social para que se convierta en una creencia individual. En Europa se hizo esa revolución y se separó el Estado de la Iglesia, que en la Edad Media era peor que los musulmanes de hoy. Yo no tengo nada contra la religión como fe individual, pero estoy contra una religión institucionalizada e impuesta a toda una sociedad. Hay que anular las diferencias entre confesiones. El reto es, por ejemplo, que en Egipto los cristianos coptos tengan los mismos derechos que los musulmanes.
—¿Estamos mejor o peor que antes?
—No está mal Túnez, un país más homogéneo, sin minorías, dicho sea de paso. Allí hay cierto diálogo. Pero se han destruido países enteros: Libia, Siria, Irak. ¿Para qué? Para nada, para resucitar viejas nociones religiosas. ¡Se vuelven a usar palabras de hace quince siglos! Se ha producido una regresión vergonzosa, humillante. El islam actual es una religión sin cultura. No hay más que ritos y leyes. No hay un solo pensador. Y cuando surge alguno, se le rechaza.
Adonis dice desconfiar de “toda revuelta que salga de una mezquita con proclamas políticas”, pero extiende su desconfianza a las soluciones salidas de los despachos de Estados Unidos o de Europa. ¿Occidente no se ha interesado por la oposición laica? “Los políticos occidentales, no Occidente, no quiero generalizar”, responde. “Desgraciadamente, los políticos no se interesan de verdad por los árabes, los ven como fuente de riqueza —el petróleo— y como espacio estratégico. No se interesan por las fuerzas progresistas aunque sean, es cierto, poco numerosas. Lo que hacen las intervenciones extranjeras es revitalizar las fuerzas oscurantistas en el mundo árabe. Lo emponzoñan todo. Cuando uno compra y arma a unos supuestos combatientes, a una supuesta oposición, inventa un ejército de mercenarios. El Estado Islámico es una creación de Arabia Saudí y Estados Unidos. Ahora tienen que combatir a aquellos a los que armaron ellos mismos”.
Como en el caso de Egipto, dice resignado, en Siria toca elegir el mal menor y combatir al Estado Islámico. Partidario acérrimo de la laicidad, más de una vez ha expresado sus dudas hacia eso que suele llamarse islam moderado: “No existe. Es una expresión política. Lo que hay son musulmanes moderados. Y son pocos. Hay un islam y una interpretación que es ideológica. En eso es como los otros monoteísmos: hay un profeta que es el último y que transmite verdades últimas. Dios lo ha dicho todo y el hombre debe obedecer. En el monoteísmo el otro no existe. No se le reconoce como parte de la búsqueda de la verdad porque la verdad ya la tengo yo. La base de nuestros problemas no es el islam como religión, es la visión monoteísta del mundo. Por eso es necesario separar la religión del Estado. No habrá democracia mientras eso no cambie. No hablo de democracia como sistema perfecto, sino como reconocimiento del otro. Y de reconocimiento no como tolerancia, porque la tolerancia esconde un aspecto racista: yo te tolero porque tengo la verdad y te dejo hablar. El ser humano exige la igualdad. El monoteísmo es antidemocrático”.
Autor de una veintena de libros de poemas y de varios ensayos de literatura y política, Adonis tiene tanta fe en la poesía como poca en la religión. Una y otra, dice, están en los antípodas porque “la gran poesía siempre es laica. La poesía es la pluralidad, la unidad de los contrarios. Es lo opuesto a la religión incluso en términos históricos: en nuestra historia de musulmanes no ha habido ni un solo gran poeta que fuera creyente. Nunca”. ¿Ni los místicos? “Son un caso aparte”, responde un autor que ha dedicado a las relaciones entre sufismo y surrealismo una obra de referencia. “Cambiaron la noción de realidad y de Dios. Por eso se les rechazó. Para el monoteísmo Dios es una fuerza que dirige el mundo desde el exterior, para el misticismo es inmanente, forma parte del mundo. Dios es el mundo”.
—¿Usted cree en Dios?
—No. Creo que en el mundo hay algo misterioso y que hay que estar atentos a ese misterio. De ahí la actitud de cuestionarse las cosas. Llame a eso como quiera, pero no soy creyente. Soy arreligioso. La religión es una ideología y toda ideología es falsa.
—¿Y recuerda cuando era creyente?
—Sí. Mi padre lo era. Era agricultor, pero conocía bien la cultura clásica. Nunca me dijo haz esto, esto no lo hagas. Siempre me decía: “Decidir, hijo mío, es fácil. Todo lo que quiero de ti es que piensen bien, que vuelvas a pensar bien y que luego decidas”.
—¿Y su madre?
—Era analfabeta. Era pura naturaleza, como un árbol, una fuente, una estrella.
—¿En su casa se seguía la ley islámica?
—No. La ley estaba, pero yo nací en una comunidad chií, no suní. Era más abierta. La comprensión individual tenía su espacio. Las mujeres, por ejemplo, no usaban velo.
—¿Usted está contra el velo?
—Totalmente.
—¿Es una imposición o un derecho?
—No se trata de defender una cosa u otra, sino de principios. Uno puede incluso defender el mal. Si una mujer insiste en llevar el velo, que lo lleve, pero hay que decir que está mal. La belleza del ser humano no debe velarse.
Cuenta Adonis que hasta su madre terminó llamándole así: Adonis. Su nombre civil es Alí Áhmed Said Ésber. No ha faltado quien diga que eligió un seudónimo “blasfemo”, por pagano, para provocar —“hay ignorantes en todas partes”—, pero la verdad es que acababa de leer la historia de ese mito griego cuando buscaba un alias para enviar sus poemas a una revista que siempre se los rechazaba. Acertó. La audacia parece haber marcado su vida. Nacido en 1930 Al Qassabin, una aldea del norte de Siria, con 13 años recitó un poema de su cosecha delante del presidente del país, de gira por la comarca. Cuando este le ofreció una recompensa, el muchacho respondió: “Ir a la escuela”. Siete décadas después, el escritor lo cuenta como si le hubiera pasado a otro, aunque recuerda con admiración la buena memoria de aquel niño: “Me sabía la poesía árabe completa, el Corán, todo. ¿Ahora? Se me ha ido olvidando. Hay que olvidar para crear. Uno de los problemas de los árabes es que viven en su memoria, no en la vida”.
Fiel a su carácter inquisitivo, el escritor aprovecha cualquier momento para criticar los males de su pueblo. Aunque la misma noción de pueblo le espanta: “Es una idea política interesada. Dentro de un pueblo hay miles. Un pueblo nunca permanece unido más que por ideas superficiales”. ¿Y la identidad? “Según la noción al uso, la identidad es una pertenencia en la que es central el pasado: de una familia, de una raza, de un pueblo… Para mí lo esencial es el individuo, aunque el individuo no se entiende sin el otro. No podemos imaginar a un ser que nace solo y vive solo. La identidad es una creación perpetua, una apertura, no una adquisición. No se hereda porque el ser humano es una proyección hacia el futuro: crea su identidad al crear su obra”.
Adonis afirma sin dudar que no tiene miedo de decir lo que dice, pero reconoce que lo tuvo. Por eso se marchó de Siria en 1956, después de pasar un año en la cárcel por criticar al régimen. “Pasaba como con el monoteísmo: un partido único [el Baaz] con una ideología laica, pero racista. Según la Constitución, el presidente de la República siria debe ser musulmán. Un partido verdaderamente laico no hace algo así”. Al salir de la cárcel se marchó a Líbano. Sin papeles, convertido en apátrida. En el país vecino había una rama de su familia —“en el fondo son el mismo país”— y no le fue difícil obtener la nacionalidad libanesa, que todavía conserva. Pasó veinte años sin poder volver a su pueblo. Por eso dice que nació tres veces: en Al Qassabin, en Beirut y en París. En Líbano nacieron sus dos hijas y él se convirtió en uno de los modernizadores de la poesía árabe abriéndola a la vanguardia universal y a formas como el poema en prosa y el verso libre.
Después de publicar títulos comoCanciones de Mihyar el de Damascoo Libro de las huidas y mudanzas por los climas del día y de la noche, la invasión israelí de Líbano dio lugar al descarnado Libro del asedio. En 1985 se marchó a París: “No había nada que hacer en Beirut. Todo estaba destruido, incluida la universidad en la que era profesor de literatura”. En Francia ha seguido escribiendo poemarios ya clásicos en la literatura contemporánea como el monumental El Libro —la Ilíada de las letras árabes para algunos— oHistoria que se desgarra en un cuerpo de mujer, una versión feminista, erótica y crítica de la leyenda de Agar, concubina de Abraham y madre de Ismael, padre mítico de los musulmanes. “Sí, es una versión antirreligiosa”, reconoce Adonis. “Un profeta que destierra a su mujer y a su hijo y los abandona en el desierto. ¡Un profeta! ¿Nadie se pregunta por qué?”.
Los integristas piden recurrentemente que se quemen sus libros. La última vez, hace unos meses en Argelia. Él lo sabe pero no calla: “No creo hacer mal a nadie. Expreso mis ideas. Si no, siento que no existo”. No duda siquiera cuando se le recuerda que se empieza quemando libros y se termina quemando escritores. O intentando quemarlos. Baste pensar en la fetua contra Salman Rushdie: “Lo de Rushdie fue más algo político que religioso, causado por una crítica suya a Jomeini. Su libro reproducía algo ya dicho. Mucha gente ha hablado más radicalmente que él y no ha pasado nada. ¿Que la mayoría de los que querían matarlo no lo habían leído? Eso es la ignorancia. Por eso digo que hoy el islam es una religión sin cultura. Rushdie tenía todo el derecho a hacer lo que hizo”. ¿Y los caricaturistas quedibujaron a Mahoma? “También. Pero hay que saber con quién se discute. No se habla igual a un niño que a un profesor. Los periodistas tienen derecho a dibujar lo que quieran, pero deberían tratar de no humillar a la gente. Si uno busca la verdad, debe estar a la altura de la verdad. Insultar es fácil, pero no sirve para nada”.
En unos días se concederá el Premio Nobel. Adonis figura en todas las quinielas desde hace años, pero, como era de esperar, él dice no pensar en eso. ¿En qué piensa? “En cómo escribir poesía. Y en cómo poetizar el mundo. Por eso hago collages, para prolongar la poetización del mundo. Sin poesía, el mundo se muere de frío, de cerrazón. Los tres pilares del universo son el amor, la amistad y la poesía. El resto es comercio”. Sabe de qué habla: vive rodeado de multinacionales. El barrio le gusta. El mundo, algo menos.

domingo, 6 de julio de 2014

Reportaje a Juan Jose Ceselli por Alberto Claudio Blasetti




ACB - ¿Cómo se inició en el surrealismo?

JJC - Para abreviar diré que a los 43 años cambié mi esquema de vida para convertirme en poeta.

ACB -¿Por qué a los 43 años?

JJC - Porque desde la adolescencia no había vuelto a escribir poemas, hasta que a esa edad, leyendo por primera vez a Neruda, surgió en mí la necesidad de dedicarme de nuevo a la poesía.

ACB -¿De modo que Neruda es el motivo por el cual actualmente escribe poemas?

JJC - Gracias a Neruda y digo gracias porque le estaré siempre reconocido, retorné a la poesía que había abandonado durante tantos años… Y no me arrepiento. Al contrario, porque así fue como en el ´53 edité mi primer libro que la crítica señaló como surrealista.

ACB -¿Conocía el movimiento?

JJC - No. Para mí constituyó una verdadera sorpresa esa etiqueta, porque ignoraba completamente su existencia. Por aquel entonces sólo leía libros de filosofía y ensayos científicos. En consecuencia, me puse a averiguar cuanto concernía al surrealismo y comprobé con asombro que estaba identificado con él aun antes de conocerlo.

ACB -¿Quiere decir que sin saberlo el surrealismo guió su posición estética en la realización de sus libros de poesía?

JJC - Era inevitable. El surrealismo estaba en la atmósfera del mundo moderno, razón por la que su influencia se encuentra claramente definida en dos etapas que dividen el espíritu que imperó en la creación de mis obras. La primera, que va de La otra cara de la luna hasta La sirena violada; y la segunda, que comprende Violín María, El Paraíso desenterrado, que los escribí durante mi permanencia en Francia, La misa tanguera y La Selva 4040, además de otros tres: Poemas Jíbaros, Humor mágico y La dame sans merci, estos tres últimos inéditos todavía.

ACB -¿Cuántos años vivió en Francia?

JJC - Del 56 al 61. En este último año regresé para ocuparme de la publicación de Violín María que fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes.

ACB -¿Qué es entonces el surrealismo y por qué es usted surrealista?

JJC - Pienso que se es surrealista del mismo modo que se nace poeta. O sea, se "nace" surrealista. En cuanto a mí, fui, sin saberlo, como lo dije antes, surrealista desde que tuve conciencia necesaria para pensar. Siempre me fascinaron desde muy niño las frases insólitas o las cosas raras o mágicas, como el carnaval, las flores, los pájaros, los fuegos de artificio. Quiero con estas palabras subrayar que el surrealismo no es una retórica que se aprende sino que constituye una posición natural del individuo frente a la vida. El surrealismo busca el lado maravilloso de la existencia. Busca alcanzar y nacer permanentemente en estado parecido, en cierta medida, al instante fugitivo que se experimenta entre el sueño y la vigilia, en que lo real y lo sobrenatural se confunden en una sola y misma cosa y todos los milagros parecen entonces posibles. Por esta razón el surrealismo no es una mística con la que solamente se busca practicar el arte por el arte o el arte "comprometido", en el sentido que hoy se estila definir esta frase, sino que es una mística que busca la unidad espiritual y material del hombre, es decir, que sus vísceras participen de lo prodigioso tanto como su espíritu. Por eso el surrealismo cree en la poesía. Porque es en la poesía en donde ambas cosas se dan con más facilidad y ampliamente. Por eso, para el surrealista, la poesía no es solamente la búsqueda de una belleza pura, ideal, no, sino la expresión del hombre total, de su esencia, de todo lo que tiene de lógico y contradictorio, de todo lo que tiene de conocido y desconocido, sea malo o bueno, feo o hermoso. Es la unión de lo cotidiano y contingente con lo maravilloso, la realidad con el arcano. Por lo cual me parece oportuno citar aquí la sentencia con que inicio mi libro Violín María: "El milagro es la forma de hacer visible el mundo invisible, del que está hecho el mundo visible". Esto explica por qué el surrealismo no es una retórica sino una actitud frente a la vida, y por qué son surrealistas, aunque no escriban versos, todos aquellos que hacen de su existencia una aventura apasionante y milagrosa. Esto quiere decir que el surrealismo siempre existió, y lo que hicieron André Breton y sus compañeros fue codificar estos principios, poniendo al servicio de dicho fin sus vidas y su entusiasmo. Muchos de ellos cayeron inmolados durante el camino. En consecuencia me permito citar aquí, como homenaje, algunos nombres: René Crevel, Antonin Artaud, Robert Desnos, André Frederique, René Daumal. Todos estos poetas murieron trágicamente. Es una aclaración que hago para que se tenga una idea del grado de exaltación y sufrimiento que todos ellos padecieron. Aquel que sabe renunciar a los bienes sensuales, a la seguridad, al confort, para quemarse como una antorcha viva en la prodigiosa aventura de lo desconocido o en la auténtica creación, ésos fueron y seguirán siendo surrealistas "avant la letrre", Swift o el propio Cervantes en su vida y su obra.

ACB -¿Piensa entonces que el surrealismo no es sólo un producto del mundo moderno?

JJC - El surrealismo es un producto del mundo moderno pero también del pasado. Siempre hemos vivido en un mundo surrealista. Toda la creación es un hecho surrealista, sólo que la gente no lo admite. Constantemente nos encontramos rodeados de hechos totalmente insólitos, imprevisibles, que las personas asumen como algo lógico, por más ilógicos que sean, por la sola razón que acontecen. Y esta atmósfera surrealista que nos rodea la ignoramos sistemáticamente por temor, porque si aceptáramos que nos hallamos en medio del caos moriríamos de espanto, un caos como muy bien lo puso en evidencia Breton al descubrir tal como en realidad acaecían los acontecimientos que describe en Nadja, en El amor loco o en Los vasos comunicantes. Asimismo, podemos citar a Kafka en América o en El Castillo, a Dostoievski en Los hermanos Karamazov y tantos otros.

ACB -¿Existe un arte surrealista y otro que no lo es?

JJC - Todo arte auténtico es en sí surrealista. Los escritores, en general, sienten pánico para lanzarse en el laberinto de la ilogicidad, el caos surrealista. ¿Quiere sin embargo nada más lógico que el Ulises de Joyce? Ni nada más surrealista que el comportamiento de Ulises en la obra de Homero. No obstante se empecinan en escribir obras saturadas de supuesta logicidad cronológica. Y es allí cuando todo suena falso. Como en esas novelas de principios del siglo que hoy nos parecen tan ingenuas, pongamos por ejemplo Marianela de Benito Peréz Galdós o de la Condesa de Pardo Bazán y tantos otros. Por incongruentes, el academicismo se desplomó de manera tan melancólica y total. Los grandes artistas de todas las épocas jamás temieron lo inexplicable y crearon sus obras plagadas de elementos y efectos surrealistas, como los pintores: el Caravaggio, Velázquez, el Greco, y detengámonos aquí. Si queremos leer la más surrealista de las obras, como es fácil comprobarlo hoy, inclusive por la influencia que ejerció y por lo que los hombres hicieron en su nombre, es la Biblia, junto con todos los relatos religiosos de las distintas creencias. ¿Quiere escenas más surrealistas que las del Quijote, o las que relata el Dante y la misma Íliada así como toda la pintura desde el arte rupestre hasta nuestros días, con genios surrealistas como el de Leonardo, Miguel Angel con su Mosés, el Perseo de Cellini y tantos otros? El gran aporte de los surrealistas modernos fue localizar ese elemento mágico que se encuentra en toda obra de arte, que a la vez que mágico es revulsivo, y codificarlo y llevarlo hasta sus máximas consecuencias, que a veces llegaron a la incoherencia total, rayana en la locura, como por ejemplo La Inmaculada Concepción que juntos escribieron Breton y Eluard.

ACB - Hablemos ahora de alguno de sus libros. Por ejemplo “El paraíso desenterrado”.

JJC - Este libro, en verdad, representa un largo poema dividido en partes, cuyo fin constituye el relato de una historia mítica de la caída del hombre que procura rehabilitarse, como lo dice el título, “desenterrando el Paraíso”, osadía que implica un desafío.

ACB -¿Un desafío?

JJC - Sí. La recuperación del bien perdido por medio del conocimiento y del amor, como se lo encuentra en la página 14: “¿Qué historias son esas de la vida eterna/nada hay más allá de ti y de mí/ven y mientras los demonios desentierran el paraíso/nosotros seremos a la vez el infierno y la Gloria/nosotros seremos la eternidad”.

ACB - Es decir que usted pretende, por medio del diablo, que es la rebelión, alcanzar la superación.

JJC - La filosofía secreta de este libro sería la de bregar por la unión y cooperación de los hombres entre sí, o sea, exaltar el sentimiento de equipo, única fórmula con la que, llevada a sus últimas consecuencias, el hombre podrá intentar luchar con alguna probabilidad de éxito con el gran misterio que significa la vida, ese enigma que representa nacer y morir, como lo enuncia las palabras del poema en la página 53 cuando dice: “La vida es el demonio del orden luchando contra el Ángel del Caos. La Vida, conduciéndonos de uno a otro infinito nos va uniendo secretamente a la inmortalidad”, o en la página 82: “Acicalados como dos señores para el suicidio/juntos nos entregamos a nuestra sed de incesto/sumergiéndonos en un sueño muy antiguo/en una maraña de demoliciones/escombros de miel y ruinas descaradas/para morir y renacer/ diversificarnos y unificarnos/hasta alcanzar el ritmo del Universo/mientras la Vida en la puerta está sentada/esperando”; o en la página 76: “sólo el pecado puede darnos la sabiduría/amémonos ferozmente no importa cómo/es el instante diabólico en que el Infinito se hace angustiosamente visible/las gaviotas chillan a lo lejos/los susurros de los arbustos pasan velozmente a ras del suelo/y huellas desconocidas aparecen en la playa/es la hora en que tus cabellos cubren mis ojos/y el pecado se arrodilla a rezar”; o en la página 70: “¡salvemos el pecado!/¡la maldición ha sido vencida”; o en la página 51: “pues a su lado afrontaba el miedo, el sufrimiento y las torturas que me convertían en un nuevo ser. (El verdadero pecado hubiera sido no atentar contra Dios). Fue así como conocí el auténtico nombre de los demonios…

ACB - Pero esa cruzada a favor del equipo no es nueva porque ya lo dijo Jesús: “Amaos los unos a los otros”.

JJC - Sí, pero mi prédica, aunque ontológicamente se base en dicha premisa, está dirigida al mundo moderno, cuya cooperación entre los hombres ha desencadenado la tecnología. O sea que el equipo, base de todas nuestras conquistas actuales, inclusive la aportada por los hombres primitivos, son las que gracias a ellas la humanidad llegó a ser lo que es hoy, y que representa, en definitiva, un largo, azaroso y desordenado proceso de equipo. Una acumulación de conocimientos que han ido aumentando y transmitiéndose de generación en generación hasta distanciarnos completamente de la bestia.

ACB -¿Es entonces “El paraíso desenterrado” una obra hermética?

JJC - Hasta cierto punto. Aunque su significado no es indescifrable para todo aquel que quiera leerla en profundidad y no se limite solamente a ver “imágenes” o lo erótico sino la transitoriedad del yo, del bien y el mal sublimados, así como sus valores estéticos, semánticos, sus alusiones psicológicas, filosóficas y, especialmente, esta atmósfera religiosa basada en una suerte de satanismo angélico, en esa perversión divinizadora (Página 63: “bienvenida sea la abyección/que nos destruye/y nos reconstruye en tu reino”). Es decir, donde lo malo se torna bueno porque es precisamente malo, ya que lo bueno es lo malo divinizado (se llega a la pureza a través de lo corrupto) y lo simplemente bueno es el caldo de los tibios, que ya fueron repudiados por la propia Biblia.

ACB - Esa reversión de lo malo en lo bueno significaría entonces que lo malo es el estado natural de todo lo que existe y lo bueno un subproducto pasajero.

JJC - Lo digo justamente en la página 95: “El pecado es uno de los caminos hacia la santidad”, o lo que yo llamo “la moral de las catástrofes”: un desequilibrio en busca de su equilibrio. Porque el universo es eso: una gigantesca catástrofe representada por una terrífica explosión: la actualización constante de lo virtual, según Lupasco, o el universo en expansión según Eddington, como está expresado en la página 38: “…la molicie corría entre los objetos más íntimos con un extenuante sabor terrenal, que ella disipaba empujando con gesto liviano los siglos para que todo cobrara alrededor nuestro la lujuriosa armonía de un extenso cataclismo”.

ACB - Es decir, lo malo que genera a la vez lo bueno, lo bello y lo perfecto. En definitiva genera a Dios, confiriéndole a esta palabra el sentido del arcano último.

JJC - Y por lo cual Dios sería en sí mismo una catástrofe en acto (facultad que obra) y por lo que la Belleza residiría justamente, como ya lo señaló Baudelaire, en su poema “Una carroña”, en la tragedia de esa catástrofe universal. Pensamiento avalado por el constante des-hacerse (re-hacerse) de la materia y el morir y nacer de los seres.

ACB - Entonces el Paraíso es el Paraíso porque no puede ser el Paraíso.

JJC - Si. Nada “es” porque es, sino porque no puede ser. Y por consiguiente (como el chorro de la fuente) todo no es más que una ilusión creada por el movimiento constante: el Velo de Maya que ya nos adelantara la antigua filosofía hindú. Resumiendo, que todo se halla en permanente estado de “actualización” sin llegar jamás a consolidarse, porque nunca podrá consolidarse y todo debe ser pasajero porque ser “pasajero” es la condición primordial para poder “ser”.

ACB - Ceselli, expliquenos ahora por qué, no obstante cuanto acaba de expresar, la primera impresión que causa su libro es la de una acentuada atmósfera erótica.

JJC - Para definir con claridad la respuesta debo señalar, en primer término, que no se trata de un erotismo de bajo nivel, puramente carnal, sino de un erotismo metafísico, una pretensión de sacralizar el Eros, a veces paralela a la que emplearon ciertos místicos, como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Jacob Boehme, entre otros, o como algunos místicos orientales para los que las emociones componían una suerte de raptos inefables con los que, por medio del amor (recordemos aquí el Shati de Laya Yoga que en la culminación del orgasmo se comunicaba con Dios) unían sus almas en el éxtasis metafísico, el estilo de John Donne y sus revelaciones de una inenarrable felicidad espiritual en la Tierra. Y así como ellos, para dar más realismo y efusión a esa sublimación metafísica, hablando de las “bodas del alma con el Ser Supremo”, o del “matrimonio del espíritu con Dios”, así como de la “unión del amado con la amada” y otras imágenes aparentemente sensuales y terrenales, yo me refiero a la unión de los sexos para perpetuar la vida sublimada en el connubio del poeta con la Poesía para trascender la materia grosera y elevarse hasta alcanzar la infinitud.

ACB -¿Hay más alusiones secretas o significaciones ocultas o implícitas?

JJC - Sí. Y son referencias, sentidos, símbolos, alegorías que no están encubiertas para quien tenga el interés en descubrirlos. Como por ejemplo en la página 94: “¿quién puso en el mundo la maldad sino Dios?/él es nuestro enemigo y sólo tenemos para combatirlo nuestros sacrificios secretos/nuestras fatigas anónimas/actos de bondad que nadie conocerá jamás/Dios está escondido en el vacío/y el cielo pende del Infinito como una ciruela de la rama/¿quién soy yo entonces sino el aprisionado/el perdonado/el entregado?”

ACB - Esas son palabras que se las puede calificar de herejías.

JJC - En apariencia. Porque lo que verdaderamente se pone en evidencia es que sin ese atentado el hombre sería todavía una partícula de mineral o un ser inferior. Como lo señaló en mi otro libro “La Selva 4040”: “El hombre, al conquistar el Amor, se alejó de la bestia tanto cuanto se acercó a Dios”. Sí. Es un atentado, pero un atentado necesario que nos conduce por medio del dolor, del sufrimiento, de las inenarrables vejaciones que diariamente padece la criatura humana, a la ascensión, a un perfeccionamiento obligado a inexorable de nuestra senda hacia la divinidad.

ACB - O que, por consiguiente, sin lucha y sin dolor no hay superación.

JJC - Indudablemente. Por dicha razón en otro libro que todavía está inédito digo: “Dios no es más que una idea, pero una idea todopoderosa como Dios”.

ACB - Tengo entonces entendido que "El paraíso desenterrado" como "La Selva 4040" además de estar consagrados al amor, al erotismo, al misterio de Dios y a la posición del hombre en la Tierra, poseen claves que responden a la magia, a la alquimia e inclusive a los secretos del Tarot.

JJC - Efectivamente. La sola lectura del índice de "El paraíso desenterrado" indica que los cuatro primeros capítulos: Coagulación, Fijación, Reducción y Sublimación, responden al proceso alquímico que se utilizaba para la transformación de la materia vil en materia noble, tal como lo concebían aquellos viejos sabios idealistas. Por el contrario, el quinto capítulo, en lugar de estar señalado con el número 5, está encabezado con los números 4+1, que representa a Dios, que si bien igualmente suman 5, en verdad quieren significar que cuatro, es decir los cuatro elementos: el agua, el aire, el fuego y la tierra, más 1, que representa a Dios, significa, de acuerdo a la fórmula empleada en los tradicionales textos mágicos, el símbolo del Hombre.

ACB -¿Y cuál es su conexión con el Tarot?

JJC - Todo el libro responde en su espíritu al Tarot. Pero el último capítulo está consagrado a él, porque está integrado por cinco poemas largos que, de acuerdo a su presentación tipográfica, pretenden reflejar el pensamiento continuo de la mente humana, en este caso la del poeta, respondiendo cada uno de estos poemas a otras cartas del Tarot de Marsella cuyo significado secreto y agorero está reservado solamente a la imaginación de aquellos que conocen el significado mágico de estas caras que se usan para la adivinación.

ACB - Pasando a otro tema, ¿usted cree que el poeta debe consustanciarse con la realidad de su tiempo, comprometerse con los problemas sociales de su época?

JJC -¿Cómo sería el mundo si no existieran los poetas? En un medio convulsionado como lo es el presente, cercado de profecías apocalípticas, aunque también enriquecido por grandes realizaciones que conmueven los cimientos de las más arraigadas convicciones, la decisión de ser poeta parece constituir un acto heroico o absurdo, un acto que, siendo por un lado una segregación resulta no obstante también de entrega, ya que representa una suerte de sacerdocio, una especie de flor salvaje en un baile de gala que alienta nada menos que la pretensión de imponer la justicia por sobre todo los intereses, de decretar la abolición del egoísmo para transformar la existencia de los hombres en un acto de amor. Por eso el poeta es un ser eminentemente social, el oxígeno que ensancha nuestras ansias de una vida mejor, el águila que por volar tan alto tiene el privilegio de ver la aurora antes de que amanezca. Basta, por consiguiente, la sola presencia del poeta en una sociedad para desempeñar en ella una función catalítica, porque como todos esos seres que nacieron con la sangre enriquecida por los glóbulos feroces de la insatisfacción y el apasionamiento, es un ser en estado constante de transformación que transforma transformándose, el individuo que basa su ética no en la domesticidad de las sombras solapadas, sino en las peligrosas y tumultuosas transparencias de los huracanes en libertad.

ACB -¿Y cuáles son esas relaciones entre los poetas y nuestra sociedad?

JJC - Los poetas son ante todo hombres. Hombres que ríen o sufren, ciudadanos como todos los otros que en la calle su silueta se confunde con todas las siluetas, pero que dentro de su espíritu ha estallado un ángel: la rebelión contra la estupidez y la maldad. Son seres que con sus espantosas voces pretenden decir la verdad, que intentan aniquilar la desgracia hablando de la belleza, que procuran justificarla vida poniéndola a cubierto del egoísmo, de la mugre, de la miseria. Son seres hipersensibles que ante esas pizarras periodísticas rodeadas de luces resplandecientes, de lujosas empleadas con la última falda a la moda llevando sobre sus ojos el boato, el hechizo, el esplendor de sigilosos encuentros en ostentosos hoteles donde el amor camina desnudo entre caricias y deleites, ve en cambio fluir la sangre, caer la sangre, chorros de sangre y de catástrofes, a hombres que aúllan de dolor, seres que nadie oye a pesar de que se encuentran allí, metidos en una cifra, encerrados en el nombre de una población, con sus horrendos gritos, con sus gestos terribles, sus miembros mutilados, sus hijos muertos por la metralla, el hambre, los terremotos, la sequía…

ACB - Ante tantas calamidades, ¿cómo reacciona el poeta?

JJC - Padeciéndolas, angustiándose y toma su portafolios, lo abre y arrancando de su estupor una frase la anota y se va a ahogar su inquietud en un café, en su oficina o frente a un cliente que le propone la compra o venta de algo, mientras el corazón sigue macerando palabras, esas palabras que luego constituirán un verso que trata de encerrar entre sus sílabas el dolor, la ilusión o el mendrugo de felicidad o de ternura que en un momento alumbró su alma con el indescriptible milagro de la revelación.

ACB -¿Y resulta suficiente esa actitud del poeta para cambiar el destino de una sociedad?

JJC - A veces sí, a veces no. Pero casi siempre sirve para preparar el cambio. Digamos, por lo tanto, para terminar, que del mismo modo como el sueño torna más intenso el amor, la poesía torna más intensa la vida, porque abarca desde una brizna hasta los confines del infinito, porque crece tanto entre las rocas como en los vendavales, palpita como un pájaro aprisionado entre las manos o hace detener la angustia que golpea sobre los cristales de la ventana, y del mismo modo como la vida constituye un equilibrio entre lo visible y lo invisible, poesía es un equilibrio entre la belleza y el delirio, la presencia inesperada del asombro, del misterio, de la divinidad. La poesía acelera el pulso de la hierba cuando amanece, posee el temblor de las novias, el atractivo de los cuartos donde duermen las doncellas, la melancolía de las vitrinas donde deslumbrados se detienen los niños pobres a soñar.

ACB -¿Qué representa entonces el medio social para el poeta?

JJC - Como ya lo hemos señalado anteriormente, no queda más remedio que aceptar que el bien es temporal y el mal eterno y que la vida es lucha, seducción, exorcismo, una batalla desatada en el comienzo de cada aurora, una conquista perenne jamás lograda pero siempre en marcha, constantemente actual, pero que no se da reposo, que no se detiene como no se detiene el festín del óxido sobre la vetusta reja del viejo solar. Y el poeta, signado por su inspiración impía y a la vez santa, implacable como un violín de azufre, como una catarata de yodo, como la dentadura incandescente de Satán, es el que elige su camino para provocar una revolución que busca volcarse sobre sus semejantes como un grito para darles a conocer los paisajes al rojo del delirio, de ese delirio que cada poeta revela a su manera, porque poesía es revelación, es conjuro, el canto de los pájaros y el aullido del lobo, una joya en llamas envuelta entre los tules de lo cotidiano, la victoria ardiente en la palabra Libertad.

ACB - Hablemos ahora más detalladamente de "La Selva 4040", ¿cuál sería su motivación fundamental?

JJC - Una suerte de confesión, el relato de vivencias felices y penosas de un poeta, algo así como la descripción de su conjunto con la Poesía y, a veces, con la desesperación. Por tales razones el libro comienza como un relato de momentos mágicos para desembocar luego en la rebelión o la impotencia de la muerte y el dolor, que lo llevan finalmente a la locura. Podría decirse también que se trata de aventuras vividas al lado de una criatura totalmente imaginaria, o el apasionado esfuerzo por poseer a la mismísima Poesía, ya que ésta, si bien es irreal, o ilusoria, participa igualmente de lo material, o del vivo, cuando actúa como algo existe, como algo que deja su impronta sobre las cosas o penetra dentro de nosotros al cobrar la forma de una mujer que pasa, de una ave que vuela, de un rayo de sol que se introduce disparatadamente en una habitación donde todo es tristeza y muerte para poner una insólita nota de increíble algarabía, de desconsiderado optimismo.

ACB -¿A qué se debe que suerte de anarquía en las fechas que saltan de una época a otra?

JJC - Esa aparente arbitrariedad o desorden en el tiempo cronológico pretende dar la sensación de que pasado, presente e inclusive futuro componen en la obra una unidad donde el calendario no rige; por la cual se puede ir y venir dentro de ese territorio como se va y se viene dentro de la memoria, o como cuando se recorre una ciudad o se lee u hojea hacia el comienzo o hacia el final las páginas de una novela.

ACB - Diríamos entonces que en su libro usted dispone de la "atemporalidad" de acuerdo a sus deseos?

JJC - Trato de desarticular lo temporal y manejarlo, por lo menos con la imaginación, libremente, trastocando momentos, lugares, estaciones, trayendo o llevando las horas de un lado para otro, donde cada escena asumida, o por asumir, puede proyectarse o vivirse como se desee.

ACB - Una pretensión a la que desde los albores de la conciencia de la humanidad se ha consagrado mucha gente, la punta entre la memoria y los presentimientos.

JJC - Exactamente. De acuerdo con esta puja la memoria representaría uno de los elementos fundamentales con los que está construido el Universo. Sin memoria éste no podría existir, razón por la cual en la Eternidad la memoria, el tiempo y el espacio se hallarían allí estacionados como los objetos de un vasto almacén, pudiéndose disponer de ellos indiferentemente como unidades sueltas.

ACB - La memoria sería por consiguiente el elemento básico de la "Selva 4040" incidiendo sobre las pasiones y los hechos cotidianos, disponiéndolos a su arbitrio, así como lo hace también, digamos, con otras entidades abstractas o físicas.

JJC - Sí, porque allí se conjugan el amor, el tiempo, la muerte, el erotismo, así como las enfermedades, apetencias, los sueños, los que representan en determinados momentos, las maneras de expresarse de los distintos "yo" que componen la personalidad de un solo individuo ya que, en verdad, cada criatura humana constituye una infinita sucesión de "yoes".

ACB - Y que constituyen a la par las infinitas maneras como ante nuestros ojos se nos presente la vida.

JJC - Sin lugar a dudas. Por ello este libro ha sido compuesto teniendo como mira la teoría de la "Segunda cara del Universo", que se menciona en una ilustración que aparece en la primera página de la obra, pero también refiriéndose a la constante división del Cosmos y de la existencia de los seres en ramales de tres, que constituyen el último peldaño para alcanzar la unidad.

ACB -¿Quiere decir lo que genéricamente llamamos trivios y en la religión "La Trinidad"?

JJC - Justamente. Porque así como cada uno de estos conjuntos que forman el largo-ancho-alto, estaría también el espacio-tiempo-memoria. Y a pesar de que parecerían estar indisolublemente unidos pueden, no obstante, ser desarticulados y considerados por separado, de igual manera como ocurre con el sentido total del mensaje que pretende ofrecer "La Selva 4040", que en primera instancia podría desglosarse en tres temas fundamentales: los "cernos", los recuerdos y un tercero más sigiloso que no escapará a la sagacidad del lector. Aunque ahondando aún más esta primera interpretación se hallarían otros "trivios": la rebelión, el delirio y el pretendido connubio con la Poesía. Y así, sucesivamente, pues, ¿qué otros significados no descubrirán en esas páginas aquellos que traten de leer entre líneas con los ojos liberados de las "Fuerzas secretas"?

[Publicado originalmente em Scandalar, Nueva York, Julio-Septiembre, 1981.]

viernes, 4 de julio de 2014

Reportaje a Jose Watanabe por Enrique Higa Sakuga



International Press: Cuando relee sus poemas, ya publicados, ¿siente que ha logrado plasmar lo que realmente quiso decir o que las palabras se han quedado a mitad de camino?

José Watanabe: Yo creo que ningún autor siente, cuando relee su obra, que está dicho todo lo que tenía que decir. Siempre sientes que el lenguaje fue muy limitado, que no te apoyó mucho. Y te provoca corregir. O rescribir. Pero así te pasarías la vida corrigiendo y ya no escribirías nuevos poemas.

IPC: ¿Cuándo es que dice "hasta acá corrijo y ya publico"?

JW: No hay un instante en que tú digas "ya está terminado el poema". Tienes conciencia de que el poema que publicas no está terminado. Mallarmé creo que fue el que dijo que no hay poema terminado sino abandonado. O sea por cansancio dices "hasta aquí". Eso me pasa a mí y creo que a todos. Siempre te queda la sensación de que todavía podría corregirse más. Pero tienes que publicar.

IPC: Entonces hay una sensación de permanente insatisfacción.

JW: Siempre te queda esa insatisfacción y en el fondo piensas "el próximo poema lo haré mejor". Quizá esa misma insatisfacción impulsa que uno siga escribiendo. Siempre y cuando todavía tenga la inspiración que le llaman, o las percepciones que te llevan a escribir un poema. Espero que todavía las pueda tener.

IPC: Y eso que llaman inspiración, ¿cómo lo llamaría usted?

JW: Es un estado de conciencia donde uno siente que tiene más dominio de todo. El momento en que escribes poesía te sientes al mismo tiempo muy poderoso y muy débil. Muy poderoso porque sientes que lo puedes hacer todo, y muy débil porque parece que el lenguaje te va a ganar la pelea. Cuando estás inspirado, te sientes más poderoso. Y es un estado de conciencia muy bonito, que se disfruta mucho. Uno se siente como transportado. Y parece incluso que te dictaran versos. En tu cabeza aparecen versos que tú no los has pensado.

IPC: Y cuando pasa ese estado de gracia y relee lo que ha escrito, ¿le sorprende lo que encuentra?

JW: Sí. Uno se pregunta: "¿Cómo apareció esto? Yo no soy tan inteligente como para haber escrito esto, entonces alguien me lo dictó".

IPC: Venancio Shinki me contó que una vez, luego de pintar un cuadro, se puso a analizarlo y encontró lagartijas, cactus, rocas, etc. Tomó conciencia de que su pintura tenía elementos de su infancia rural que siempre lo persiguen. ¿Le pasa lo mismo con su poesía?

JW: Sí, claro, porque la poesía tiene gran parte de irracionalidad, de cosas subjetivas que tú no controlas y aparecen. Y aparecen cosas que uno nunca pensaba. Pero eso es lo bonito, tú lo tenías dentro pero no sabías que lo tenías. Y entonces afloran y en ese instante la poesía se convierte en una especie de forma de conocerte a ti mismo.

IPC: Los medios siempre enfatizan su origen japonés y lo vinculan mucho con los haikus. ¿Le incomoda tanta insistencia en eso?

JW: Sí, me involucran demasiado con el haiku, con la literatura japonesa, o con una sensibilidad japonesa. Yo soy contemplativo. No sé si es una herencia genética, si es una forma cultural que me enseñó mi padre, o es que habría nacido así aunque no hubiera tenido un padre japonés. Soy muy contemplativo y eso me lleva a que lea a los escritores de haikus, pero tanto como leo a otros escritores, también contemplativos de la naturaleza, como Robert Frost que es norteamericano, como Antonio Machado que es español y otros.

IPC: Siente que lo quieren estereotipar.

JW: Mucho me quieren estereotipar, me quieren japonizar. Hay muchos estudios que están haciendo ahora en EE.UU. sobre mi poseía, donde me estereotipan bastante. O sea soy producto de dos grandes culturas, la japonesa y la andina. Y yo no me siento representante de dos grandes culturas. Yo escribo nada más.

IPC: ¿Qué es lo que puede ver un poeta que quizá el resto no pueda ver?
JW: Yo creo que todos podrían distinguir lo mismo, o tener la misma percepción que un poeta. Lo que pasa es que el poeta se entrena para eso. En la realidad tú ves dos, tres cosas, que al juntarse producen algo extraño, surge algo que no habías visto antes. El título de mi anterior poemario es "La piedra alada", y eso vi en Huanchaco. Había una piedra más o menos pequeña, y ahí se había quedado pegada el ala de un pelícano. El pelícano se había perdido, pero quedó el ala, con sus plumas. Y el ala se movía con el viento. Yo vi algo ahí, un mensaje, un símbolo: el ala quería hacer volar a la piedra. Cuando escribes el poema ya tú le das una dimensión mayor: lo aéreo frente a lo terreno, el impulso de volar que lo tenemos todos.

IPC: Pero esa mirada exige una sensibilidad especial...

JW: Entrenamiento más que sensibilidad. Cuántos pasarían por ahí...

IPC: Pero solo verían un pedazo de ala pegado a una piedra y nada más.

JW: Para eso eres poeta, y tienes el gusto de traducir eso para otros. Esto vi y te lo cuento en el poema.

IPC: A Ud. le gusta corregir mucho, ¿eso no puede restarle intensidad al poema?

JW: No. El impacto que yo tuve cuando vi el ala de pelícano sobre la piedra, eso no lo olvido. El impacto, la conmoción, la iluminación que tuve, eso no se pierde. Yo puedo escribir un poema, puedo corregirlo muchas veces, pero lo que tengo presente siempre es qué sentí cuando lo vi. Las palabras pueden cambiar, pero no la percepción, el impacto, eso no debe cambiar. Hay que mantener la carga afectiva.

IPC: Ahora publica más que antes, ¿por qué?

JW: Porque me he hecho más tiempo. Debe de ser también la presión de la edad, quiero escribir más, no quiero llevarme lo que todavía tengo. Y por otro lado, tengo menos cargas familiares y puedo poner ciertas condiciones en mi trabajo para trabajar menos y tener más tiempo para escribir. Me he hecho un espacio más amplio para escribir que el que tenía antes. (Emilio Adolfo) Westphalen dijo: "Se escribe muy joven o muy viejo, en medio hay que sobrevivir". Eso es cierto.

IPC: Siente que aún tiene mucha poesía por sacar.

JW: Claro. Yo felizmente a mi edad todavía siento que tengo muchas cosas que decir, que no me agoto. Y me da miedo irme de esta fiesta llevándomelo todo.

IPC: Imagino que le molesta que le digan vaca sagrada.

JW: (Risas) En la India están las vacas sagradas. Me da mucha risa en realidad, no me molesta. Yo soy una persona normal, muy sencilla, soy de provincia, mi alma sigue siendo provinciana. Mi esposa siempre me dice: "Si supieran cómo eres en la casa, nadie te respetaría" (risas). Porque yo aquí en mi casa paro haciendo chistes, bromeando, y de repente me doy cuenta de que algunos jóvenes piensan que soy eso que dices, una vaca sagrada, y de que hay un excesivo respeto. Y me da risa.

IPC: En un programa de televisión usted habló sobre un comentario que hizo su madre sobre un libro suyo.

JW: Mi mamá era una persona muy sabia, tenía una sabiduría popular que había heredado de sus ancestros andinos. Lo que yo más apreciaba de ella eran las frases que tenía, perfectas para determinadas situaciones. Y una vez me dijo una de esas frases cuando yo le entregué un poemario mío, creo que fue "Historia Natural", donde incluso hay un poema duro sobre ella. Yo bromeando le dije: "¿Y? ¿Te gustó?". Dijo: "Sí, está bonito, tú envuelves mierda en papel bonito" (risas). Y creo que es una buena definición de lo que pretendo hacer, o sea decir cosas más o menos fuertes, intensas, pero con un lenguaje más o menos diáfano, transparente.

IPC: Es como si lo sórdido pudiese suavizarse.

JW: No sé si lo sórdido, pero sí lo duro. A veces lo sórdido puede envolverse o trasladarse a un lector con un lenguaje transparente. Y esa contradicción me gusta mucho. Que se le diga al lector algo duro, pero suavemente. Con finura. Sin violentarlo.

IPC: ¿Qué reacción espera de un lector de sus poemas?

JW: Primero que sea duro, exigente, que no me perdone las fallas, las caídas sensibleras. Y luego que comparta conmigo la experiencia.

IPC: ¿Y qué es lo más bonito que le ha dicho un lector?

JW: Yo tengo un lector que es ingeniero geólogo. Me llama por teléfono a veces y me pregunta: "¿Cuándo publica su próximo poemario?". Yo le digo: "Uff, todavía falta". "Ah, porque yo siempre espero comprar su poemario, soy geólogo y no me gusta la poesía, pero la suya sí la entiendo". Y a mí me preocupa eso, que la poesía se entienda. La poesía tiene varios niveles, pero hay un nivel en que debe ser entendida por cualquier profano. Una vez una poeta venezolana leyó mis poemas y me escribió una carta. Me dijo: "Yo siento que tus poemas los he tenido siempre en la punta de mi lengua. Casi son míos". De eso se trata, de que el lector sienta que esos poemas también le pertenecen, que él los habría escrito si hubiera tenido cierto dominio del lenguaje. Eso es bonito, esa es la función de la poesía.

IPC: Usted logra plasmar en el papel lo que mucha gente siente y quisiera decir.

JW: Claro. Todo poeta pretende hacer eso. A mí mismo me sucede cuando leo a otro poeta, digo: "Caramba, por qué no se me ocurrió a mí este poema, qué cólera que se le ocurrió a Fernando Pessoa y no a mí". Es una envidia amistosa, bonita. Hay una fraternidad en esa envidia.

IPC: ¿El poeta tiene un don?

JW: Mira, sin ser muy solemne creo que sí. Pero ese don uno lo trae, cada día me convenzo más de que los poetas nacen. Los artistas en general nacen, no pueden contra eso. Yo he tratado de no ser poeta. Yo traté de estudiar arquitectura, otras cosas, y no pude. Tenía esa cosa que te late en el alma y entonces escribes. Y es una especie de don, sí. Pero dicho humildemente. Tengo una sobrina que tiene el don para aprender idiomas. Yo le tengo envidia porque soy incapaz de aprender otro idioma, mastico apenas el inglés. Es un don también, como cualquier otro.

IPC: Es poeta porque no le queda otra.

JW: No queda otra, no hay evasiva, es algo ineludible.

IPC: Entonces uno no escoge la poesía, la poesía lo escoge a uno.

JW: Uno nace con eso. Me habría sentido muy frustrado si no hubiera sido poeta. Pero es un don como cualquier otro.


(Tokio, ipcdigital.com)

I