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domingo, 30 de marzo de 2014

Entrevista a Mark Strand por Ezequiel Zaidenwerg



¿Cómo empezó a leer poesía? ¿Fue un descubrimiento o un gusto adquirido?

Fue un gusto adquirido. No era lector de niño; de hecho, me gustaban los juegos y después me dediqué a los deportes. Fantaseaba con ser un gran jugador de básquet o de beisbol, y practicaba todo tipo de deportes. La escuela no me interesaba, y no era un alumno competitivo. Empecé a leer tarde, cuando mis padres se mudaron a América Latina y yo pasé con ellos algunas temporadas. Empecé lento, pero a los dieciséis o diecisiete ya leía mucho: a Hemingway, a Faulkner, a Thomas Wolfe. Ficción. No leía poesía. Recién empecé a leer poesía en la universidad.

¿Fue una revelación, o le fue tomando el gusto?

Le fui tomando el gusto. En realidad, yo quería ser pintor. Pero cuando finalmente anuncié que quería ser poeta, más o menos a los veinticuatro años, mis padres se sorprendieron mucho, y creo que se desilusionaron. Me parece que la pesadilla de todo padre es tener un hijo que decida ser poeta a los veinticuatro años. Cuando empecé a leer, una de las cosas más importantes que me pasaron fue descubrir, en México, a los diecinueve años, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda.

¿Entonces diría que el primer libro de poemas que le llamó la atención fue Veinte poemas de amor y una canción desesperada?

Sí, sí. En el último año de la secundaria, había leído algunos poemas de Paul Éluard, Louis Aragon, y “Trece maneras de mirar un mirlo”, el famoso poema de Wallace Stevens. Eso me había llamado la atención. La poesía me interesaba, pero no era un interés pronunciado. Empecé a escribir poesía cuando fui a estudiar pintura con Josef Albers [en Yale]. Tenía veintidós. Empecé a escribir algunos poemas, pero no eran buenos. Algunos profesores empezaron a verme como alguien que, además de pintar, era capaz de escribir.

¿Los profesores lo respetaban como pintor?

Sí. Pero yo no me respetaba a mí mismo. Buscaba una salida, y la poesía parecía ofrecérmela, aunque mis poemas eran pésimos. Aun así, publiqué algunos poemas en la Yale Literary Magazine y en 1958 publiqué uno en The Yale Review. Así que seguí escribiendo y obtuve una beca Fulbright para irme a Italia, supuestamente para estudiar poesía italiana del siglo xix. Al final, en vez de eso, me dediqué a escribir poesía.

Recién mencionaba la importancia de Neruda. ¿Cómo llegó a su vida?

En el estudio de mis padres, en México. Ya no leo a Neruda. Reseñé un libro de Neruda para The New Yorker hace unos años. Creo que era un genio, en términos poéticos, pero intelectualmente era bastante normal.

¿Diría que el aspecto intelectual de la poesía es muy importante para usted?

No. Algunos poemas de Neruda me conmueven, pero sus ideas me parecen muy limitadas. Me parece que tiene una serie de procedimientos que repite una y otra vez, al menos en las Odas elementales. Es el gran igualador, el gran demócrata de la poesía: rebaja lo elevado y eleva lo bajo. Eso es parte de su encanto.
Un poeta cuya obra me conmueve, que creo que es uno de los hombres de letras más inteligentes del siglo xx, fue Octavio Paz. Sus escritos sobre poesía, sus escritos sobre cultura indígena, sus escritos políticos, son todos absolutamente brillantes. Y fue uno de los más grandes prosistas.
Libros como Los hijos del limo, El arco y la lira, son fantásticos. Pero el libro sobre México y el carácter mexicano, El laberinto de la soledad, es sencillamente el mejor libro jamás escrito sobre el carácter nacional. Es mejor que Walter Benjamin, es mejor que cualquiera.

¿Quiénes fueron sus poetas formativos?

Elizabeth Bishop y Robert Lowell, W. H. Auden, Louis MacNeice, Dylan Thomas, cuando tenía veintitantos años. Esas fueron mis primeras influencias. Y luego, poco después, cuando empecé a escribir poesía, comencé a leer y a traducir a Alberti, como ejercicio para mejorar mi propia poesía.

¿Y quiénes son los escritores a los que siempre vuelve, los poetas que relee?


Walt Whitman. Ahora estoy enseñando a Emily Dickinson. Ya no leo mucha poesía, pero trato de releer a Homero, de releer La Eneida de Virgilio, y me veo obligado a leer la obra de muchos poetas contemporáneos.

¿Así que sigue leyendo a los jóvenes?

Lo intento, pero también leo muchas novelas, leo ensayos, leo The New York Review of Books. Leí un libro que es uno de los más increíbles que haya leído en muchos años, la autora es una poeta, se llama Sarah Arvio. Estuvo en México, es traductora de la onu, habla perfectamente el español, hizo una excelente traducción del Romancero gitano, y escribió un libro que se llama Night thoughts, que mezcla poemas y prosa, y que es uno de los más originales que leí en mi vida. Pero tiene cincuenta y tantos años.
Joanna Klink, una poeta joven, me parece muy buena, y acabo de leer un libro de D. A. Powell. No lo conozco, pero sus poemas me parecieron estupendos.

Entonces no sería exacto decir que ya no lee poesía.

No, porque al menos leo un poco. No quiero rechazar la poesía, no quiero expulsarla de mi vida solo porque dejé de escribirla.

Cuando leo sus poemas, me da la sensación de que Wallace Stevens fue una presencia fundamental.


Primero fue T. S. Eliot y después lo sustituyó Wallace Stevens. Wallace Stevens es mi principal influencia, y entre los prosistas, Kafka: creo que soy un hijo literario de Kafka y Wallace Stevens.

¿Por qué le resultaba tan atractivo el estilo de Stevens?

Por sus descripciones tan hermosas. Después de todo, yo había empezado como pintor, y sus poemas me interpelaban desde el interés por lo visual. Además, a medida que fui envejeciendo, los poemas que escribió hacia el final de su vida son hermosas evocaciones de la vejez, así que tocan una fibra sensible. Además, es un poeta del clima...

“Clima” es una palabra que se repite mucho en su poesía...

Sí. Eso viene de Stevens. Él crea el clima y yo...

¿Y usted lo pronostica?

Lo pronostico y vivo en él.

¿Cuáles son –o cuáles eran, dado que ya no escribe más poesía– sus hábitos de escritura?

Cuando era joven, escribía todos los días. Me levantaba en la mañana y me ponía a escribir.

¿Y eso le funciona? ¿Puede escribir poesía todos los días como si fuera un trabajo?


No, pero me obligaba a sentarme en mi escritorio, y a veces escribía cartas, pero con mucha frecuencia trabajaba en un poema, o empezaba un poema nuevo, siempre tenía algún poema en el que trabajar, pero después se empezó a volver cada vez más difícil sentarme en mi escritorio si no estaba escribiendo nada, o si no me salía nada, así que empecé a escribir cada vez que tenía tiempo o ganas, y estos periodos empezaron a espaciarse cada vez más, y a veces hubo periodos de silencio de dos o tres años. Primero era una semana o dos, después un año o dos, pero cuando escribía terminaba un libro bastante rápido. Bueno, a veces no tan rápido, pero ya no tengo paciencia. De cualquier manera, ya nadie lee poesía. Los poetas sí, pero el lector común ha sido abandonado por la poesía.

¿Y no es al revés? ¿La poesía ha abandonado al lector común?


Eso creo. Y el lector común sencillamente ha perdido interés. La poesía se ha convertido en el terreno de los departamentos de inglés de las universidades estadounidenses, se ha convertido en algo de lo que les resulta interesante hablar a los académicos, especialmente si es difícil.

Pero usted acaba de decir que Stevens fue una de sus influencias fundamentales y, sin embargo, es un poeta retórico y difícil...

Sí, pero se lo puede desentrañar. Cuando uno lo lee, hay algo que resulta atractivo enseguida. Tiene una belleza inmediata que es muy seductora, mientras que muchos poemas que leo últimamente no tienen nada que valga la pena. Son sordos y fragmentarios. La gente que escribe en la computadora se olvida de escuchar el poema, creo que establecen un contrato visual con la computadora. En primer lugar, los poemas llegan tan rápido a imprenta que parecen mucho más terminados de lo que realmente están, mientras que cuando se escribe a mano hay un ritmo que se traslada al poema.

¿Tiene alguna superstición o ritual?

Escribo en una hoja de papel, con un bolígrafo. Por lo general no escribo con lápiz porque no es lo suficientemente oscuro para verlo, así que uso un bolígrafo azul o negro, y papel amarillo o a veces blanco. Eso es todo.

¿Corrige sus poemas?

Reescribo. Los fragmentos en prosa, no tanto. Pero cuando escribía poemas, tenía muchísimos borradores, a veces cinco, a veces veinte, a veces treinta, a veces cuarenta. Escribo a mano, varias versiones, y después los paso a la computadora para ver cómo se ven. Trato de postergar el momento de pasarlos lo más que puedo. Más que leer mis poemas me interesa escucharlos, y cuando están escritos a mano me parece que los estoy escuchando. Así que finalmente los paso en limpio, y empiezo a escribir a mano en los márgenes, y después los vuelvo a pasar para ver lo que hice. Por supuesto, trabajar en la computadora es mucho más rápido. Todavía tengo máquinas de escribir, pero ya no las uso. Me acostumbré a la computadora, pero me resistí durante mucho tiempo.

Las máquinas de escribir tienen una dimensión más rítmica...


Sí, es mucho más físico, el golpeteo de las teclas, clic, clic, es más lento. Las computadoras son demasiado rápidas. Yo pienso lentamente, y la escritura a mano parece amoldarse al ritmo de mi pensamiento.

Ya que hablamos de ritmo, leí en alguna parte que las primeras versiones de los poemas de La vida continua estaban en verso blanco, y algunos de ellos rimados.
En verso blanco, sí. A veces rimado, pero por lo general en pentámetros yámbicos.

¿Cómo aprendió la técnica? ¿Le parece importante?

No me enseñó nadie. Creo que si uno quiere ser poeta, tiene que aprender a escribir en metro. Es una de las cosas que distinguen la poesía de la prosa, el hecho de tener al menos una cadencia. Y si uno quiere una cadencia más regular, puede adoptar el metro. Cuando uno es joven y lee a otros poetas, todo el tiempo trata de ver por qué hicieron tal cosa o tal otra, y por qué el poema suena como suena. Yo estudiaba los poemas de mis poetas preferidos, examinaba verso por verso, analizaba el metro y esas cosas. Todo eso es parte del oficio de la poesía, que los poetas aprenden solos, de leer a otros poetas.

¿Cómo debería formarse un poeta?

Leyendo los clásicos.

También ha dicho que el verdadero alimento para un poeta son otros poemas.


Sí, creo que es así. Creo que uno no se hace poeta sin saber lo que es un poema, o sin haber tenido algún contacto con la poesía. A uno lo inspiran otros poemas y luego escribe. Cuando hablé de mis comienzos como poeta, mencioné mi fascinación por Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y ese libro en cierta medida me hizo querer escribir mis propios poemas de amor y mi canción desesperada. Creo que si algo te conmueve, quieres reproducir eso que te conmovió, pero en tus propios términos, para ver si puedes generar algo parecido a lo que hizo el poeta que te precedió.

¿Sería entonces una especie de traducción, traducir del vocabulario poético de otro poeta al propio?

Creo que uno ingiere otro poema, que toca cierta fibra en uno, despierta algo en uno, y uno siente la necesidad de capturar aquello que se ha despertado y ponerlo por escrito.

Al leer sus poemas, tengo la sensación de que crea un mundo alternativo. ¿De dónde surge eso?

Es un mundo verbal que he creado a partir de mi mundo, a partir de mi experiencia. Pero las palabras crean ideas, crean sentimientos, y he creado un mundo en el que ciertas ideas, ciertos estados de ánimo, se han vuelto característicos, y cuando alguien lee mis poemas, se siente transportado –o eso espero– al mundo de Strand, por las palabras que uso y lo que ellas sugieren.

¿Cuáles son sus palabras preferidas?


Me gustaría que fueran más, pero por bastante tiempo fueron “piedra”, “vidrio”, “cielo”, “mar”, palabras muy genéricas... Las imágenes de mis poemas no son necesariamente imágenes visuales, muchas de ellas son acciones, mis poemas describen actividades, a veces de carácter nervioso o absurdo, a veces muy pacífico, pero eso es lo que les da vida. No soy un poeta de la naturaleza, no ahondo en el aspecto de las cosas, sino más bien en su comportamiento. Para mí, el paisaje es un mero decorado, las montañas de Utah eran un decorado, el mar del Atlántico Norte cerca de Nueva Escocia es un decorado, lo que me interesa es lo que se desarrolla frente al telón de fondo de las montañas o del mar.

El humor es un elemento importantísimo de su poesía.

Creo que se piensa, erróneamente a mi entender, que la poesía es algo serio y oscuro... Hay muchas cosas perturbadoras en el mundo, y hay tantas cosas absurdas y tanta locura en el mundo que me parece que sería un error ignorarlas. Cuando leo los diarios, me río y me angustio en igual medida.

Una de las cosas que hace tan atractiva su poesía para mí es cómo logra mezclar comedia y elegía con gran elegancia, de forma que lo cómico nunca se vuelve frívolo ni burdo, y lo elegíaco no llega a volverse dramático, sino que es apenas una nota lánguida de fondo...
Creo que lo has expresado muy bien, eso es exactamente lo que intento hacer. Alguna vez lo describí como una mezcla de melancolía y humor, pero creo que el elemento elegíaco es muy característico de mis poemas, y trato de incluir ambos elementos en el mismo poema, intentando que la transición sea casi invisible, para que los lectores no sepan muy bien cómo sucedió...

“Casi invisible”...

Sí, Casi invisible.

¿Qué piensa de los poetas que, como procedimiento, se basan en la experiencia cotidiana para hacer algún tipo de afirmación?


Hay poetas metonímicos, que toman un trozo de vida para representar la totalidad de la vida, y que por lo general tienen una moraleja, explícita o implícita. Yo me considero más bien un poeta metafórico, creo un mundo alternativo que tiene sus propias reglas y regulaciones, en el cual tal vez se puedan percibir algunos elementos de nuestro mundo, y que por eso no resulta totalmente ajeno. El poeta metonímico debe asegurarse de que ese mundo reducido que está representando sea fiel al mundo verdadero de la experiencia. Yo no siento para nada esa obligación. Solo quiero ser fiel a mis propias ideas respecto de lo que funciona en un poema, y no a lo que el mundo consideraría realista o correcto. Lo que me importa es la integridad del mundo que creo, y no lo que estoy revelando sobre el mundo en el que viven los demás.

¿Por qué usa tan pocas palabras? ¿Es algo deliberado?

Porque sé lo que significan y tengo control sobre ellas. Son las palabras que pueblan y dan vida al mundo que creo.

¿Fue una decisión consciente limitarse a un repertorio de palabras tan reducido?

No. Siempre he creído en la sencillez, en lo tocante al lenguaje creo en el principio de economía, hablar de manera sencilla y directa es mejor que decir lo mismo con perífrasis o de forma complicada. Pero debo decir que mis oraciones se han vuelto mucho más complejas, el lenguaje es muy sencillo pero la sintaxis a veces se vuelve muy complicada, y prefiero tener una sintaxis compleja y un vocabulario sencillo que un vocabulario muy difícil y una sintaxis ingenua.

También ha dicho que en la poesía buscamos un misterio...

Creo que así es. No buscamos la solución del misterio, creo que nos gusta que se nos ofrezca un misterio, nos gusta acercarnos al misterio. Quiero decir: si un misterio es un misterio, no lo va a resolver o descubrir un poema. Creo que lo maravilloso que tiene la poesía es esa intimidad con el misterio, porque, una vez que se resuelve, el hechizo se rompe y el misterio desaparece. Queremos perpetuar el misterio, y para eso debemos acercarnos pero sin violarlo.

El misterio está presente en muchísimos de sus poemas...

Son misteriosos, pero no por decisión consciente. Creo que mi cerebro funciona así. La vida me parece misteriosa, mi presencia en la Tierra me parece misteriosa. Muchas veces, cuando termino un poema, no estoy muy seguro, aunque generalmente estoy seguro de lo que he dicho, siempre hay un elemento inexplicable. Creo que los poemas de otros poetas que me atraen tienen algún elemento inexplicable. Siento al mismo tiempo familiaridad con el poema y perplejidad. Creo que la presencia de esos dos elementos es esencial para la poesía.

¿Relee sus libros preferidos?


Trato de hacerlo. Hace dos años, volví a leer varias novelas de Dickens que hacía años que no leía; releí Don Quijote. Ahora que vivo en España, estoy empezando a leer más literatura española: leí una novela extraordinaria de Antonio Muñoz Molina que se llama Sefarad, y leí una novela de Javier Marías que me gustó mucho, Corazón tan blanco.

Hace un rato mencionó a Octavio Paz. ¿Cómo lo conoció?

Lo conocí porque me pidieron que preparara una antología de poesía mexicana, New poetry of Mexico, y él era el editor de la edición mexicana. Así que me reuní con Octavio, elegimos los poetas que íbamos a traducir, y yo elegí a los poetas estadounidenses que los traducirían, y nos hicimos amigos. Nos caíamos bien, y Marie-Jo me caía muy bien, y la pasábamos muy bien juntos, aunque no estábamos de acuerdo en materia de poesía.
Él no entendía mi fascinación por Wallace Stevens, y yo no entendía la suya por T. S. Eliot. Ahora entiendo su insistencia, a él lo había influido mucho Eliot, y he llegado a compartir su valoración de la poesía de Eliot. Traduje algunos poemas suyos, bastante mal, creo, y él hizo unas traducciones excelentes de algunos poemas míos. Ahora está muerto, pero sus poemas siguen siendo muy hermosos, y su prosa no tiene parangón. Era una persona muy generosa, muy elegante y educada; irradiaba educación. Solo bajaba la guardia cuando discutíamos de política.

¿Tenían muchas discusiones al respecto?

No estaba preparado para discutir con Octavio Paz, porque él era cien veces más inteligente que yo. Pero, por ejemplo, él culpaba de algo a los Estados Unidos, y me apuntaba con el dedo y me decía: “Tú, tú, tú”, y yo le decía: “Yo no fui, yo no fui.” Pero creo que yo era mucho más de izquierda que Octavio.

¿Lo sigue siendo?

Ahora soy más de izquierda que nunca. Pero no creo en el socialismo ni en el comunismo.

¿Por qué es más de izquierda que nunca?

Porque el capitalismo ya no funciona más. Estamos asistiendo al amargo final, la desigualdad entre los ricos y los pobres es tremenda, hay gente en todo el mundo que se muere de hambre, parece que nuestros republicanos de derecha y nuestras empresas multinacionales no se dan cuenta o que no les importa. Hay una increíble falta de decencia en el mundo.
Creo que, si nace pobre, lo más probable es que uno siga siendo pobre. Si uno nace negro en los Estados Unidos, con poquísimas excepciones, está destinado a formar parte de la clase baja. Lo mismo vale para los latinos. Si uno es parte de una minoría, no tiene las mismas oportunidades que un varón estadounidense blanco y con estudios universitarios.

¿Es uno de los motivos por los que ahora vive en España?


La única ciudad en la que podría vivir de los Estados Unidos es Nueva York, que es una ciudad maravillosa en muchos sentidos, pero es muy cara, el ruido me molesta, la agresividad de la gente y el grado de violencia que uno encuentra a diario en la calle me resultan enervantes. A veces salgo a caminar y cuando vuelvo a mi departamento me siento exhausto por lo que acabo de ver y escuchar, y tardo demasiado en recuperarme. Me gusta la sencillez de mi vida en Madrid, lo único que quiero es trabajar, y Madrid me permite hacerlo, ya sea escribir una conferencia, un ensayo, o las memorias sobre mis padres que estoy escribiendo ahora, o mis collages.

¿Volvió a pintar, entonces?

No, no volví a pintar. Hago collages, porque me permiten escaparme del sentido. No tengo que lidiar con el lenguaje. No tengo que preocuparme por intentar decir algo y no poder. Corto y pego papelitos, y me resulta muy placentero.

Hablemos de Casi invisible. ¿Por qué el título?

Porque me siento casi invisible. Soy un viejo. Me siento un poco irrelevante. Y me pareció que era un buen título.

¿Y por qué en prosa?

Para mí es más fácil de escribir que la poesía, pero si eres un prosista de verdad, escribir en prosa es sin duda alguna muy difícil. Los fragmentos en prosa me salían con facilidad y rápido. Además, escribía de manera humorística, algo que me parece muy difícil de hacer en un poema.

Creo que este libro tiene el sabor característico de su poesía, pero destilada a su forma más simple. Muchos de los poemas parecen el argumento o el contenido de sus poemas en verso, puestos en una prosa muy sencilla y elegante. ¿Fue algo consciente?
Soy una sola persona, y tengo un número limitado de ideas, y creo que esas ideas pasan de poema en poema y de la poesía a la prosa, y se visten con ropas ligeramente diferentes.

¿Se siente cien por ciento estadounidense, a pesar de haber nacido en Canadá?

No me siento canadiense. Me siento estadounidense, pero no siento apego. Mi mundo es un mundo de cuadros, libros, fotos; mi nación es la nación del idioma inglés. No creo que las condiciones geográficas que se me impusieron –por haber nacido en Canadá y vivido en los Estados Unidos– me definan en absoluto. Creo que me define de manera más elocuente lo que leo, lo que miro, la gente que conozco, y lo que escribo. No sé si habría escrito los mismos poemas de haberme criado en Praga o en Milán. Imposible saberlo.

El libro termina con un poema que se llama “Cuando cumplí cien años”. Y el último verso dice: “Y desaparecí.” ¿Por qué puso ese poema al final del libro?
Mi traductor al holandés me dijo: “Es demasiado obvio que lo pongas al final, deberías ponerlo en otra parte.” Me parecía una buena manera de terminar el libro.

Parece una despedida, pero, como ahora tiene solo 78, también parece una advertencia de que tal vez siga escribiendo.
Sí. Tal vez aparezca en otra parte.

Ha dicho que quería retirarse de la escritura. ¿Ha logrado hacerlo?


Bueno, no estoy escribiendo poesía.

Pero ya ha pasado anteriormente largos periodos sin escribir poemas...


Sí, es verdad. La gente siempre me recuerda que no es la primera vez que digo que voy a dejar de escribir poesía, y siempre termino escribiendo más poemas, y no solo poemas, sino más libros. Así que supongo que, psicológicamente, me funciona decir que nunca más voy a escribir poesía. A la vez, sé que es muy probable que vuelva a escribir poemas.

También leí una entrevista suya en la que declara: “Quiero vivir como un ser humano, quiero ser libre”, respecto de su jubilación como poeta. ¿Cree que la poesía es una forma de esclavitud?

Bueno, no. Creo que exageraba. No sé qué habré querido decir con eso de que quería vivir como un ser humano. También era un ser humano cuando escribí esos poemas. Creo que la obligación de seguir siendo poeta es una especie de esclavitud, porque tu identidad, si uno ha escrito tanto como yo, acaba encadenada a tu producción, a tus poemas. Quería que mi identidad encontrara otro punto de apoyo, o que se viera obligada a modificarse. Quería dejar de ser Mark Strand el poeta, quería ser Mark Strand el que hace collages o Mark Strand el que prepara ricas cenas en Madrid. ~



viernes, 4 de octubre de 2013

Entrevista a Primo Levi por Marco Viglino


Publicado en el Diario La Repubblica. 18 enero 2009, pagina 32


Marco Viglino, un magistrado de Turín acaba de dar a conocer una
entrevista inédita con Primo Levi realizada hace tres décadas.

Viglino, que entonces era sólo un joven de menos de 20 años, autorizó ahora
una larga conversación jamás revelada con el autor de Si esto es un
hombre

-Me sorprendió su deseo de dar a conocer su testimonio sobre la
trágica experiencia en el campo de concentración. ¿Cuándo nació ese
deseo?
-Este deseo, tan común en otros, nació en el Lager mismo. Queríamos
sobrevivir también y sobre todo para contar lo que habíamos visto. Era
un discurso común en los pocos momentos de tregua que nos
concedían. También era un deseo humano: usted no encontrará un
detenido en los campos que calle. (No, me corrijo, hay quienes
prefieren no contar, por que fueron heridos de tal manera que
decidieron o debieron censurar su pasado, lo sepultaron para no
sentirlo más sobre ellos). Pero en primer lugar está la necesidad de
sacarse el peso, de sacarse de encima lo que uno tiene adentro,
aunque también existen otros motivos. Existe acaso también el deseo
de hacerse valer, de hacer saber que sobrevivimos a ciertas pruebas,
que fuimos más afortunados o más hábiles o más fuertes que otros.
-El punto de contacto entre los primeros libros y los que siguieron de
ciencia ficción parecería ser su indignación, primero con lo que
respecta a los campos nazis, y después respecto del sufrimiento de
toda la civilización, ¿coincide?
-Sí, es una pregunta que muchas veces me hacen y sobre la que no
soy el más autorizado para contestar, porque no está dicho que el autor
sepa siempre con certeza por qué escribe. Yo tengo dos raíces: una es
el sentido del Lager y la otra es el sentido de la química con sus
dimensiones. Tenía en mente escribir algo sobre la historia natural un
tiempo antes de ingresar al campo. Cuando era estudiante sentía un
deseo parecido (no como un proyecto claro y distinto, pero como una
vaga aspiración) y encontraba un terreno fértil en mi trabajo de químico.
Por eso, después de haber terminado Si esto es un hombre y La tregua
no es que haya escrito los demás dos libros: sólo junté algunas ideas y
algunos cuentos que ya tenía escritos de antes. Por ejemplo, el primer
cuento de Las historias naturales , el del viejo médico que recoge
esencias lo escribí antes que Si esto es un hombre . Y, probablemente,
si bien los temas son diferentes, también los demás textos se
resintieron con la experiencia del Lager de una manera muy indirecta,
en una forma de desilusión profunda, como un retirarse de la vida.
-Entre los personajes que encuentran en sus libros, usted muestra una
particular simpatía e indulgencia para/con algunos que encarnan la
astucia o el arte de aguantársela como César o il Greco.
-Antes que nada, estos personajes actúan en un contexto por demás
particular como el del final de la Guerra. Ahora , con este marco diría
que sí se puede ser indulgente. Hoy no admitiría un Greco, lo evitaría,
me mantendría lejos de él, pero en ese momento lo sentía casi como
un maestro. Él solía decir, "la guerra es siempre". Y después también
me decía: "ves el calzado bello que llevo: es porque fui a robarlo a las
tiendas de los rusos. Tú eres un tonto, no fuiste a buscarlas". Yo
respondía que pensaba que la guerra había terminado y que los rusos
nos proveerían. "La guerra está siempre", me repetía y, entonces, yo
sentía que estaba de acuerdo con él. Actualmente sería mucho más
severo en lo que a él respecta, también respecto a César, pero la
astucia de César era tan "solar", tan abierta e ingenua en el fondo y a la
vez inocua que estaría bien todavía. No sería un censor tan severo
como para excluirla de esa manera: era "astucia a la italiana". César
engordaba los peces con agua, pero después, delante de los niños
hambrientos de la mujer rusa, se los regalaba. Esto forma parte de un
arte de vivir que es vieja como el mundo y delante de la cual no se
puede ser demasiado severos.
-Esa porción de rebelión que estuvo en la raíz de los primeros libros
¿se atenuó con los años o no?
-Yo corregiría lo de la carga de rebelión, porque la de indignación
siempre existió, pero de rebelión no, porque no había manera, al menos
para quien estaba a mi nivel. Rebeliones en el sentido técnico siempre
hubo en algunos campos. El episodio del hombre que muere gritando
"yo soy el último" se relaciona con una rebelión que había habido en
otro campo: los prisioneros habían volado los hornos crematorios pocos
días antes y este hombre de quien no conozco ni siquiera el nombre,
estaba implicado en el caso. Seguramente había conseguido el
explosivo. Retomando la pregunta, diría que la indignación sí persiste,
pero digamos que ahora está ramificada. Sería estúpido hoy continuar
viendo el enemigo sólo ahí, como el nazi, aunque para mí siga siendo
el principal. Pero el mundo de hoy es mucho más articulado que el de
antes. No eran buenos tiempos los de mi juventud, pero tenían la gran
ventaja de que eran nítidos. La alternativa amigo/enemigo era muy
nítida y la elección no era difícil. Hoy las cosas cambiaron. Por eso,
también la indignación persiste pero
erga omnes
. Contra muchos, no
sólo contra aquellos.
-En la famosa carta a su editor alemán usted dice que no puede
entender a los alemanes y que por eso tampoco puede juzgarlos...
-No, dije, que no los entendía, pero sí que los juzgo.
- ¿De qué manera?
-Los juzgo mal también a los alemanes de la actualidad. No a todos,
claro. Yo tengo muchos amigos alemanes, también por el hecho de que
hablo su lengua y me interesan y de que me rehúso a juzgarlos en
bloque. Pero debo decir que estadísticamente son un país peligroso.
Son un peligro mientras estén divididos en dos y ellos no lo acepten.
Son pocos los alemanes que aceptan esta división. También tienen
virtudes que se transforman en peligros virtuales como su
extraordinaria pasión por la disciplina (que a nosotros –los italianos-
nos falta y está mal, pero que a ellos les sobra) por la que están
siempre prontos a acomodarse a quien comande, me da miedo.
-¿Y por qué entonces en la misma carta usted dice que los alemanes,
además de ser un peligro, son la esperanza europea?
-La carta yo la escribí hace muchos años. En los 60', estaba
entusiasmado por el hecho de tener un editor alemán que aceptara
publicar mi testimonio, además del contacto que tenía con otros
jóvenes alemanes. Me pareció que Alemania era en verdad otra.
Entonces parecía un pilar de la democracia, ahora un poco menos,
mucho menos.
-¿Cómo reaccionaba al ver compañeros de la tragedia ir todos los días
a la muerte a causa de "la selección"? ¿Lo aceptaba como algo de
hecho o le procuraba siempre el mismo dolor y el mismo disgusto?
-A la mañana cuando tomaban lista y entonces nos dábamos cuenta de
que faltaba alguien, estaba considerado de mal gusto ir al fondo de la
cuestión y preguntar demasiado, como sucede hoy cuando alguien
muere de cáncer. Nadie habla voluntariamente. Era una forma de
aceptación sobre todo porque la reacción hacia el compañero muerto
no era muy diferente a la de un muerto natural. Mi amigo Alberto, del
que hablé tantas veces, estaba en el campo con el padre. Era un chico
muy inteligente y juntos hablábamos siempre de estas cosas sin
inhibiciones y sin faltar a la verdad. Pero cuando el padre fue
seleccionado, Alberto dijo estar seguro de que lo trasladaban a otro
campo. Yo estaba deslumbrado al constatar que mi amigo había
construido un reparo imaginario para aguantar una realidad de otro
modo intolerable.
- Dada la mortalidad elevadísima que hubo en los campos, ¿piensa que
su supervivencia se haya debido a la suerte o a otros factores?
-En primer lugar, yo pienso que el azar jugó un gran papel. Jamás me
enfermé, sólo más tarde, de una manera providencial. Estaba
trabajando en una fábrica y robaba al laboratorio lo que me pudiera
servir para la subsistencia, luego dividía el botín con Alberto. Teníamos
un pacto entre nosotros por el que dividíamos fraternalmente cada buen
golpe. Un día que había robado té en el laboratorio fui con Alberto a
venderlo al hospital donde lo necesitaban para los enfermos. Nos
pagaron con una porción de sopa casi helada y empezada.
Posiblemente la haya comido un enfermo de escarlatina, por lo que me
contagié y me mandaron al hospital. Finalmente sobreviví. Alberto, que
era inmune porque se había enfermado de chico, murió en el campo.
Otro factor fundamental para mí fue el del obrero Lorenzo, de Fossano,
que me trajo durante muchos meses, lo necesario para integrar
calorías. Él, que ni siquiera fue prisionero, volvió más desesperado que
yo. Era un hombre muy religioso y estaba aterrorizado por lo que había
visto. Cuando volvió a Italia, solo y a pie, no quiso vivir más. Comenzó
a beber, a mí que lo iba a ver seguido me decía bastante fríamente que
deseaba no vivir más, que había visto bastante. Murió tuberculoso e
infeliz.
-¿Recuerda algún episodio insólito y que no haya aparecido en sus
libros?
-Con nosotros había un médico hebreo. Usted sabe que las religiones
prevén ayunos muy rigurosos. En esos días no se come nada y
tampoco se trabaja. Este médico a la noche, después del trabajo, le dijo
al jefe de la barraca que no quería la sopa porque era día de ayuno y él
no podía comer. El jefe de la barraca era un comunista alemán
bastante endurecido por su tarea (tenía diez años en el campo sobre
sus espaldas) pero, golpeado por la fuerza moral del prisionero,
conservó la sopa hasta que el médico terminó el ayuno. Ese acto de
humanidad, me impresionó mucho.
-¿Puede establecer una relación entre usted y otros escritores judíos
italianos como Natalia Guinzburg y Giorgio Bassani?
-Hay una relación compleja evidentemente. El ambiente de Natalia
Guinzburg es mi propio ambiente, los dos tenemos parientes en común.
Ella nació como Levi y su hermano era nuestro médico. El ambiente de
la burguesía judía de Turín es en el que nací y me crié. El de Bassani
es distinto, tanto ella como otros personajes pertenecen a otro
burguesía judía, la de Ferrara, que yo conozco más bien poco y que,
por otra parte, no me gusta tanto, porque eran una clase bastante
consciente de sus propios privilegios y bastante exclusiva, reserva y
cerrada.
-¿Por qué razón Guinzburg le rechazó el primer manuscrito de Si esto
es un hombre?
-No tengo rencor por eso, (aunque tuve durante un tiempo). Pensé en
tantas cosas. Tal vez estaba saturada de manuscritos, ser lector en las
editoriales es un mal trabajo. Pero es algo que aun después
conociéndonos bien, jamás aclaramos.
-¿Todavía tiene contacto con compañeros de Auschwitz?
-A Enick lo perdí totalmente de vista. Reencontré a Pikolo, el del canto
de Ulises; con él nos vemos regularmente, viene de vacaciones a Italia
y trabaja como farmacéutico en un pueblo cercano a Estrasburgo. Es
uno de aquellos que extirparon todos sus recuerdos, se aburguesó
completamente y no ama hablar de estas cosas. Fui a verlo, la última
vez, con la televisión italiana, le pedí que nos recibiera y me contestó:
"a vos sí, pero sin cámaras". Después aceptó, aunque a desgano.
-¿Qué piensa de los jóvenes de hoy en día?
-La diferencia fundamental entre nuestra juventud y la actual está en la
esperanza de un futuro mejor, que nosotros teníamos de un modo
clamoroso y que nos sostenía en los peores momentos, incluso en los
campos. Había una meta y era reconstruir un mundo nuevo con
derechos iguales para todos, donde se aboliera la violencia, queríamos
reconstruir Italia para llevarla a un nivel europeo . En cambio, los
jóvenes de hoy me parece que tienen muchas menos esperanzas. En
general veo que tienden a fines inmediatos y, tal vez, sea muy
apropiado en cuanto a que no distinguen otro futuro. Me parece
paradójico que haya sido más fácil nuestra juventud, porque hoy hay
demasiados monstruos en el horizonte. Está el problema de la
violencia, el problema energético, de la contaminación, el mundo está
dividido en bloques: hay una total incapacidad de prever lo que vendrá
y nadie osa hacer previsiones sensatas de acá a dos años, además
siempre persiste el problema atómico. Encuentro pocos jóvenes que
piensen en hacer o estudiar de alguna manera precisamente para su
futuro. Es la pérdida de los valores, por lo que parece necesario gozar y
quemar todo rápidamente.
-
¿Por qué dejó pasar quince años entre "Si esto es un hombre" y su
segunda obra?
" Si esto es un hombre, se editó en 1947, se imprimieron 2500 copias.
Tuve buenas críticas, pero tuve 5 mil lectores. Después de eso no tuve
más ganas de escribir, me parecía que había cumplido con mi deber
testimonial, con el de haber descargado mis tensiones, no sentí la
necesidad de escribir un nuevo libro. Después de muchos años
recuperé el deseo, porque se volvió a hablar de la Segunda Guerra y
de los campos de otra manera, en un sentido histórico. Hacia el 60 o tal
vez antes hubo un ciclo de conferencias sobre el tema y me reencontré
otra vez como protagonista. Muchos me incentivaron a contar la
segunda parte de mi experiencia, es decir, el regreso de Rusia. Retomé
la pluma también por otro motivo, había terminado la Guerra Fría y
ahora podía contar la verdad completa, humana. Antes era imposible
hablar de Rusia o, sino, se hablaba como si se tratara del infierno o del
paraíso. Y yo no me sentía cómodo con semejante ambiente, de
escribir un libro-verdad como La tregua . Solo después de la distensión
internacional se volvió posible escribir sobre este tipo de cosas en un
lenguaje no retórico.
-¿Por qué nació su alter ego Malabila con el que firmó algunos de sus
libros?
-Porque en aquel tiempo, de otra forma hubiera sido escandaloso. No
hubiera podido, yo, el escritor de Si esto es un hombre, ponerme a
contar anécdotas e historias fantásticas. Propuse entonces un
pseudónimo al editor, que aceptó con entusiasmo pensando tal vez de
inventar conmigo un "caso literario". Después no sucedió nada y retomé
mi nombre real

jueves, 19 de enero de 2012

Entrevista Imaginaria de Eugenio Montale

—...

—Si he comprendido bien su pregunta, Marforio[1], usted quisiera saber desde cuándo, y después de qué causa accidental, frente a qué cuadro de caballete exclamé el fatídico: "¡Yo también soy pintor!". Cómo me he decidido y reconocido en mi arte, que no ha sido la pintura. Es muy difícil decírselo. En mí nunca hubo una infatuación poética, ni ningún deseo de "especializarme" en ese sentido. En aquellos años casi nadie se ocupaba de poesía. El último éxito que recuerdo de esa época fue Gozzano[2], pero los grandes espíritus tenían una mala opinión de él, e incluso yo (erróneamente) pensaba lo mismo. Los mejores literatos, que pronto se reunieron en torno a "La Ronda"[3], creían que, a partir de entonces, la poesía debía escribirse en prosa. Recuerdo que cuando publiqué los primeros versos, en "Primo Tempo" de Debenedetti[4], fui acogido con ironía por mis pocos amigos (que, más o menos antifascistas, hacia el 22-23 ya estaban inmersos en la política). El mismo Gobetti[5], que imprimió mi primer libro en el 25, no quedó demasiado satisfecho cuando le mandé un artículo político para su "Rivoluzione Liberale". Él también creía... que un poeta no puede ni debe meterse en política. Estaba equivocado; sin olvidar que yo no estaba muy seguro de ser un poeta.

—...

—¿Si ahora lo estoy? No lo sé. La poesía, por otra parte, es una de las tantas posibles positividades de la vida. No creo que un poeta esté por encima de cualquier otro hombre que verdaderamente exista, que sea alguien. También yo me procuré, en su momento, unas nociones de psicoanálisis, pero, no obstante, sin recurrir a la luz de aquella ciencia, en seguida pensé, y todavía pienso, que el arte es la forma de vida de quien verdaderamente no vive: una compensación o una sustitución. Ello, de todos modos, no justifica ninguna deliberada turris eburnea: un poeta no debe renunciar a la vida. Es la vida la que se encarga de escapársele.

—...

—Escribí mis primeros versos en la niñez. Eran versos humorísticos, con extravagantes rimas truncas. Luego, cuando conocí el futurismo, compuse también alguna poesía de tipo fantaisiste o, si se quiere, grotesco-crepuscular. Pero no publicaba y no estaba seguro de mí. Me ocupaban ambiciones más concretas y extrañas. Estudiaba entonces para debutar en el papel de Valentino, en el Faust de Gounod; pasé después al papel de Alfonso XII en la Favorita y al de Lord Aston en Lucia. La experiencia, más que la intuición, de la unidad fundamental de las diversas artes debe de haber entrado en mí por aquella puerta. Los pronósticos eran excelentes, pero cuando murió mi maestro, Ernesto Sivori, uno de los primeros y más aclamados Boccanegra, cambié de rumbo, también porque el insomnio no me daba tregua. La experiencia me fue útil: en toda obra humana, incluso fuera del canto, hay un problema de impostación. Y creo ser uno de los pocos hombres que comprenden nuestro melodrama. Al de Verdi debemos la reaparición, en pleno siglo XIX, de algunas llamas del fuego de Dante y Shakespeare. No importa si mezcladas muchas veces con el fuego de Victor Hugo.

—...

—Sí, en seguida conocí (no personalmente, a excepción de Sbarbaro[6]) a algunos poetas ligures: a Ceccardo[7] y a Boine[8], entre otros. En lo que mejor se adherían a las fibras de nuestro suelo sin duda representaron una enseñanza para mí. Admiré la fidelidad y el arte de Sbarbaro, pero Boine era un poeta a medias y Ceccardo, que lo era por entero, nunca se dio cuenta de sus recursos. Vivía mirando hacia el pasado, siempre necesitado de apoyos académicos. Lejos de considerarse poeta puer desconfió del niño que llevaba dentro. No obstante, ninguno de sus contemporáneos tuvo por momentos una voz comparable a la suya:

Chiara felicità della riviera
quando il melo si fa magro d'argenti... [9]

—...

—Cuando empecé a escribir los primeros poemas de Huesos de jibia[10] tenía, desde luego, una idea de la nueva música y de la nueva pintura. Había escuchado los Minstrels de Debussy, y en la primera edición del libro había alguna cosita que intentaba remedarlos: "Música soñada"[11]. Y había hojeado Los impresionistas del excesivamente difamado Vittorio Pica[12]. Debo también decir que después de mis poesías grotescas escribí algún soneto entre filosófico y parnasiano, del tipo de los de Cena[13] ("Homo"). Pero en el 16 ya había escrito el primer fragmento tout entier à sa proie attaché: "Sestear pálido y absorto"[14] (del que después modifiqué la última estrofa). La presa era, se entiende, mi paisaje.

—...

—No, ya entonces sabía distinguir entre descripción y poesía, pero era consciente de que la poesía no puede molerse en el vacío y que sólo puede haber concentración después de difusión. No he dicho después de despilfarro. Un poeta no debe malgastar su voz solfeando demasiado, no debe perder aquellas cualidades de timbre que luego no podrá recuperar. No hace falta escribir una serie de poesías allí donde una sola agota una situación psicológica determinada, una ocasión. En este sentido es prodigiosa la enseñanza de Foscolo, un poeta que no se ha repetido jamás.

—...

—No me malinterprete, no niego que un poeta pueda o deba ejercitarse en su oficio, en cuanto tal. Pero los mejores ejercicios son los interiores, hechos de meditación y lectura. Lecturas de todo tipo, no sólo de poesía: no es preciso que dedique su tiempo a leer versos ajenos, pero no puede concebirse que ignore todo lo que se ha hecho en su arte, desde el punto de vista técnico. El lenguaje de un poeta es un lenguaje historizado, una correlación. Vale en cuanto se opone o se diferencia de otros lenguajes. Naturalmente, el principal origen de cualquier idea poética está en el campo de la prosa. Antes todo era expresable en versos, y estos versos parecían, y a veces eran, poesía. Hoy se dicen en verso sólo determinadas cosas.

—...

—No es fácil decirle cuáles. Desde hace muchos años la poesía va convirtiéndose más en un medio de conocimiento que de representación. Con frecuencia se la llama a destinos diferentes y se quisiera verla otra vez en la plaza. Pero quienes se dejan engañar y descienden al ágora son en seguida silbados.

—...

—No, no pienso en una poesía filosófica, que difunda ideas. ¿Quién piensa ahora en eso? La necesidad de un poeta es la búsqueda de una verdad precisa, no de una verdad general. Una verdad del poeta-sujeto que no reniegue de la del hombre-sujeto empírico. Que cante a lo que une al hombre con los otros hombres, pero no niegue aquello que lo separa y lo vuelve único e irrepetible.

—...

—Usted pronuncia grandes palabras, querido Marforio. Yo conozco de un modo directo pocos textos del existencialismo, pero leí hace muchos años a algunos escritores como Shestov, un kierkegaardiano muy próximo a las posiciones de esta filosofía. Después de la otra guerra, en el 19, me interesó mucho el inmanentismo absoluto de Gentile[15], aunque interpretaba mal su confusísima teoría del acto puro. Más tarde preferí el gran positivismo idealista de Croce; pero quizás en los años en que escribí Huesos de jibia (entre el 20 y el 25) influyó en mí la filosofía de los contingentistas franceses, de Boutroux sobre todo, a quien conocía mejor que a Bergson. El milagro era para mí tan evidente como la necesidad. Inmanencia y trascendencia no son separables, y ser consciente de la perenne mediación de los dos términos, como propone el moderno historicismo, no resuelve el problema o lo resuelve con un alarde de optimismo. Es necesario vivir la propia contradicción sin escapatorias, pero también sin encontrarle demasiado el gusto. Sin hacer de ella una mercancía de salón.

—...

—No, cuando escribía mi primer libro (un libro que se escribió solo) no me fiaba de ideas de esta clase. Las intenciones que hoy le expongo son todas a posteriori. Me sometí a una necesidad de expresión musical. Quería que mi palabra fuera más adherente que la de los poetas que había conocido. ¿Más adherente a qué? Me parecía vivir bajo una campana de cristal, a pesar de lo cual me sentía cerca de algo esencial. Un velo sutil, un hilo apenas me separaba del quid definitivo. La expresión absoluta habría sido la ruptura de ese velo, de ese hilo, el fin del engaño del mundo como representación. Pero éste era un límite inalcanzable. Y mi voluntad de adherencia era musical, instintiva, no programática. Quería torcerle el cuello a la elocuencia de nuestra vieja lengua áulica, incluso a riesgo de una contraelocuencia.

—...

—De los simbolistas franceses sabía cuanto podía extraerse de la antología de Van Bever y Léautaud; luego leí mucho más. Sin embargo, aquellas experiencias estaban ya en el aire; eran conocidas incluso para el que no accedía a los textos originales. Nuestros futuristas, y los escritores de "La Voce"[16], las habían aprendido y a menudo malentendido.

—...

—No, el libro no pareció oscuro cuando salió. Algunos lo encontraron anacrónico, otros demasiado documental o demasiado retórico y elocuente. En realidad, era un libro difícil de situar. Contenía poesías que estaban fuera de las intenciones que he descrito, y otras (como "Riberas")[17] que constituían una síntesis y una cura demasiado prematura, y eran seguidas por una posterior recaída o por una desintegración ("Mediterráneo"). El paso a Las ocasiones[18] está marcado por las páginas que añadí en el 28.

—...

—Es curioso que más tarde el libro le pareciera a algunos más sano y concreto que el siguiente. Sin embargo, lo había escrito con los dientes apretados y frecuentemente sin la calma y la indiferencia que muchos juzgaban necesarias para la creación. Tal vez el antídoto clasicista, siempre vivo en los italianos, obraba en mí. De joven no entendía a Dostoievski y hablaba de él como han hablado los de "La Ronda". Prefiero libros como Adolphe, René, Dominique[19]. Leía a Maurice de Guérin. Y pronto empecé a "descifrar" algún soneto o alguna oda de Keats. Tenía un fortísimo sentido de la diferencia que hay entre arte y documento; ahora me siento más cauto, más incapaz de prodigar juicios y excomuniones.

—...

—Después de cambiar de ambiente y vida, y de hacer algunos viajes al extranjero, no me atreví a releerme seriamente y sentí la necesidad de ir más a fondo. Hasta los treinta años no había conocido casi a nadie, ahora veía a demasiada gente, pero mi soledad no era menor que la del tiempo de Huesos de jibia. Traté de vivir en Florencia con la indiferencia de un extranjero, de un Browning; pero no había ajustado cuentas con los celosos funcionarios del ayuntamiento feudal del que dependía[20]. Por otra parte, la campana de cristal seguía a mi alrededor, y ahora sabía que no se rompería jamás; y temía que en mis viejos tanteos aquel dualismo entre lírica y comentario, entre poesía y preparación o estímulo de la poesía (contraste que, con descaro juvenil, alguna vez había advertido incluso en un Leopardi) persistiera fuertemente en mí. No pensaba en una lírica pura en el sentido que ella tuvo después también entre nosotros, en un juego de sugestiones sonoras; sino más bien en un fruto que debiera contener sus motivos sin revelarlos, sin pregonarlos. Admitiendo que en arte existe una oscilación entre lo exterior y lo interior, entre la ocasión y la obra-objeto, era necesario expresar el objeto y callar la ocasión-estímulo. Un nuevo modo, no parnasiano, de sumergir al lector in media res, una total absorción de las intenciones en los resultados objetivos. También en esto me moví por instinto y no por una teoría (la eliotiana del "correlativo objetivo" no creo que existiese, en el 28, cuando mi "Arsenio" fue publicado en "The Criterion")[21] En resumen, no me parece que el nuevo libro contradijera los resultados del primero: eliminaba algunas de sus impurezas e intentaba abatir aquella barrera entre lo interno y lo externo que me parecía inexistente incluso desde el punto de vista gnoseológico. Todo es interno y todo es externo para el hombre de hoy; sin que el llamado mundo sea necesariamente nuestra representación. Se vive con un sentido cambiado del tiempo y del espacio. En Huesos de jibia todo era atraído y absorbido por el mar fermentante, más tarde vi que para mí el mar estaba por todas partes y que hasta la clásica arquitectura de las colinas toscanas estaba en movimiento y fuga. Y también en el nuevo libro seguí mi lucha por desenterrar otra dimensión en nuestro pesado lenguaje polisilábico, que parecía rehusarse a una experiencia como la mía. Repito que la lucha no fue programática. Es probable que me haya ayudado mi forzada y desagradable actividad de traductor. He maldecido a menudo nuestra lengua, pero en ella y por ella he llegado a reconocerme incurablemente italiano: y sin pesadumbre. El segundo libro no era menos novelesco que el primero; sin embargo, el sentido de una poesía que se delinea, el verla formarse físicamente, daba a Huesos de jibia un sabor que alguien añoraba. Si me hubiera detenido allí y me hubiese repetido habría estado equivocado, pero algunos habrían quedado más satisfechos.

—...

—Las ocasiones eran una naranja, o mejor un limón al que le faltaba un gajo: no precisamente el de la poesía pura en el sentido que he indicado antes, sino en el del pedal, de la música profunda y de la contemplación. Completé mi trabajo con las poesías de Finisterre[22], que representan mi experiencia, digamos, petrarquesca. Proyecté a la Selvaggia, o la Mandetta, o la Delia[23] (llámela como quiera) de los "Motetes"[24] sobre el fondo de una guerra cósmica y terrestre, sin objeto ni razón, y me confié a ella, mujer o nube, ángel o petrel. El motivo estaba ya contenido y anticipado en las "Nuevas Estancias"[25], escritas antes de la guerra. No hacía falta ser profeta. Se trata de unas pocas poesías, nacidas de la pesadilla de los años 40-42, quizás las más libres que haya escrito, y pensaba que su relación con el motivo central de Las ocasiones era evidente. Si hubiese orquestado y diluido mi tema habría sido mejor entendido. Pero yo no voy en busca de la poesía, espero ser visitado por ella. Escribo poco, con pocos retoques, cuando me resulta imprescindible. Si ni siquiera así se evita la retórica quiere decir que ella es (al menos para mí) inevitable.

—...

—El librito, con aquel epígrafe de D'Aubigné que fustiga a los príncipes sanguinarios, era impublicable en Italia, en el 43. Lo imprimí, por eso, en Suiza y salió poco antes del 25 de julio. En la reciente reedición contiene algunas poesías "divagantes". En clave, terriblemente en clave, entre las agregadas, está "Iris"[26], en la cual la esfinge de las "Nuevas Estancias", que había dejado el oriente para iluminar los hielos y las brumas del norte, vuelve a nosotros como continuadora y símbolo del eterno sacrificio cristiano. Ella paga por todos, expía por todos. Y quien la reconoce es el Nestoriano[27], el hombre que mejor conoce las afinidades que ligan a Dios con las criaturas encarnadas, no ya el tonto espiritualista o el rígido y abstracto monofisita. He soñado dos veces y vuelto a transcribir esta poesía: ¿cómo podía hacerla más clara corrigiéndola e interpretándola arbitrariamente yo mismo? Me parece que ella es la única que merece las críticas de obscurisme expuestas recientemente por Sinisgalli[28]; pero incluso así no me parece que deba dejarse de lado.

—...

—El porvenir está en manos de la Providencia, Marforio: puedo continuar o interrumpir mañana. No depende de mí; un artista es un hombre necesitado, no tiene libre albedrío. En este terreno, más que en otros, existe un efectivo determinismo. He seguido el camino que mis tiempos me imponían, mañana otros seguirán otros caminos; yo mismo puedo cambiar. He escrito siempre como un pobre diablo y no como un hombre de letras profesional. No tengo la autosuficiencia intelectual que alguien podría atribuirme ni me siento investido de una misión importante. He tenido el sentido de la cultura de hoy, pero ni siquiera la sombra de la cultura que hubiera querido, y con la cual probablemente no habría escrito ni un verso. Cuando di a la imprenta mis primeras poesías me avergonzaban un poco, ahora puedo hablar de ellas casi con indiferencia. Quizás hubiera hecho mal no escribiéndolas y no dándolas a conocer. He vivido mi tiempo con el minimum de cobardía que estaba consentido a mis débiles fuerzas, pero hay quien ha hecho más, mucho más, aunque no haya publicado libros.



(1946)Traducido por Carlos Vitale