sábado, 21 de agosto de 2021
Nadia Anjuman (Herat, 1980-2005).
martes, 17 de agosto de 2021
Carlos Moises Grünberg ( Buenos Aires 1903,1968)
Circuncisión
Hace ocho días que naciste,
hace un minuto que eres triste.
En el salón había masas,
había gente, había tazas.
También había dos sillones,
los dos cubiertos de almohadones.
Uno esperaba al nabí Elías.
como los nuestros al Mesías.
Ningún nabí, por cierto, vino
para asistir a tu padrino.
Éste ocupó, muy tieso, el otro
y echó a sudar como en un potro.
Quizá el calor; quizá la gloria
de ser tu mesa operatoria.
Tú dormitabas en sus brazos,
todo mantillas, todo lazos.
Entre la gente había un hombre
que en español no tiene nombre.
Según suicida y homicida,
lo trataré de circuncida...
Traía algunos instrumentos
y dos o tres medicamentos.
Te desnudó con mucha ciencia;
con femenina diligencia.
Bendijo a Dios por el precepto,
del cual, sin duda, es un adepto.
Sufrió en su hora el sacrificio
y hoy circuncida por oficio.
El sacrificio fue instantáneo;
fue casi un rayo subitáneo.
Cortó el sobejo como un rizo
para volverte circunciso.
Cortó el sobejo filisteo
para trocarte en un hebreo.
Cortó el sobejo por que eres
Judá ben Sion y no Juan Perez.
Ahora sangra, lloras gritas.
Gritas con gritos israelitas.
No grites más; no llores tanto.
deja tus gritos y tu llanto.
Sangrar no es nada, pero nada.
Sangrar es sólo una bobada.
Aún ignoras, pobre crío,
que cuesta sangre ser judío.
Que cuesta sangre, como el arte.
Como si fuese un arte aparte.
Que cuesta sangre día a día,
del nacimiento a la agonía.
¡Que cuesta sangre y que con ésta
va la primera que te cuesta!
del libro “ Mester de Judería”
prologado por Jorge Luis Borges, Buenos Aires,
2 de agosto de 1940domingo, 1 de agosto de 2021
Stephen Harold Spender (Kensington 1909-Londres, 1995)
A mi hija:
Mientras ahora vamos
caminando, mi hija
Alegremente aferra
un dedo mío con toda su mano.
Toda mi vida
sentiré que un invisible anillo
Circunda ese hueso
con su brillo; cuando crecida
Esté muy lejos de
hoy, como sus ojos ya lo están.
To my daughter
Bright clasp of her whole hand around my finger
My daughter, as we walk together now.
All my life I’ll feel a ring invisibly
Circle this bone with shining: when she is grown
far from today as her eyes are far already.
domingo, 25 de julio de 2021
Bertha Kling (1907-1978 )
sábado, 24 de julio de 2021
"Everything and nothing" de Jorge Luis Borges
Nadie hubo en él; detrás de su rostro (que aun a través de las malas pinturas de la época no se parece a ningún otro) y de sus palabras, que eran copiosas, fantásticas y agitadas, no había más que un poco de frío, un sueño no soñado por alguien. Al principio creyó que todas las personas eran como él, pero la extrañeza de un compañero con el que había empezado a comentar esa vacuidad, le reveló su error y le dejó sentir, para siempre, que un individuo no debe diferir de la especie. Alguna vez pensó que en los libros hallaría remedio para su mal y así aprendió el poco latín y menos griego de que hablaría un contemporáneo; después consideró que en el ejercicio de un rito elemental de la humanidad bien podría estar lo que buscaba y se dejó iniciar por Anne Hathaway, durante una larga siesta de junio. A los veintitantos años fue a Londres. Instintivamente, ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario, juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro. Las tareas histriónicas le enseñaron una felicidad singular, acaso la primera que conoció; pero aclamado el último verso y retirado de la escena el último muerto, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él. Dejaba de ser Ferrex o Tamerlán y volvía a ser nadie. Acosado, dio en imaginar a otros héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César, que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la alondra, y Macbeth, que conversa en el páramo con las brujas que también son las parcas. Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser. A veces, dejó en algún recodo de la obra una confesión, seguro de que no la descifrarían; Ricardo afirma que en su sola persona, hace el papel de muchos, y Yago dice con curiosas palabras “no soy lo que soy”. La identidad fundamental de existir, soñar y representar le inspiró pasajes famosos. Veinte años persistió en esa alucinación dirigida, pero una mañana lo sobrecogieron el hastío y el horror de ser tantos reyes que mueren por la espada y tantos desdichados amantes que convergen, divergen y melodiosamente agonizan. Aquel mismo día resolvió la venta de su teatro. Antes de una semana había regresado al pueblo natal, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no los vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión mitológica y de voces latinas. Tenía que ser alguien; fue un empresario retirado que ha hecho fortuna y a quien le interesan los préstamos, los litigios y la pequeña usura. En ese carácter dictó el árido testamento que conocemos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario. Solían visitar su retiro amigos de Londres, y él retomaba para ellos el papel de poeta. La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: “Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo”. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: “Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie”.
viernes, 23 de julio de 2021
Sandro Cohen (1953-2020)
Laberinto
El silencio me arropa con su abrazo.
Me acaricia la cara y me da un beso.
Con el silencio escucho a todo el mundo
tan cerca y hasta el fondo, que es la fértil
nada sobre la cual construimos todo.
En el principio el verbo fue el silencio.
Emanó el cosmos de su pecho madre.
Vibraron por encima de sus ondas
los primeros tejidos de la música,
aquella cuyas cuerdas nos sostienen.
Busco, pues, el silencio en todas partes.
En el silencio escucho nuestra música.
del libro Flor de piel
Esto, en esencia, se acabó.
Esto, en esencia, se acabó.
Hace mucho empezó, lo sé,
pero desde hace rato no me siento
inmortal. Y cuando yo ya no esté,
las servilletas seguirán
en su mismo lugar sobre la mesa,
los mismos autos se estacionarán
en los mismos lugares, más o menos,
con los mismos niveles de esa angustia
tan mexicana y entrañable,
pero yo ya no los veré
desde esta mesa verde con mantel,
sentado en esta silla
de plástico innegable
que me permite estar tranquilo,
leyendo las noticias de las cuales
ya no voy a enterarme, a medio metro
de la banqueta donde se pasean
señoras con sus perros y sus hijos,
donde colocan, con cuidado, bolsas
de basura en espera del camión
que ya no tarda con su campanita
insoportable, pero yo
ya no pienso quejarme,
ni me taparé los oídos:
simple y sencillamente, no estaré.
Y es difícil hacerme
a la sólida idea de mi ausencia,
pero es palpable, tan palpable como
los pechos de una joven, o sus labios,
o su manera de pedirme
que le haga caso, ¿pero cómo,
si ya no voy a estar?
Y no he estado desde hace muchos años.
Estas palabras, que se escriben solas,
serán mi testimonio, darán fe
de que por fin lo he comprendido:
solo un poco estaremos en la tierra,
pero es de todos, como he sido todos,
y entre todos escribiremos
las palabras que urgen,
aquellas que se escapan
y que hemos dicho desde siempre.
sábado, 17 de julio de 2021
" Una historia sobre el cuerpo" de Robert Hass
Una noche,
volviendo de un concierto, llegaron hasta la puerta de su casa y ella se volvió
hacia él y dijo: «Creo que te gustaría tenerme. También a mí, pero debo decirte
que he sufrido una doble mastectomía». Y cómo él no entendía, aclaró: «He
perdido mis dos pechos».
La radiante
sensación que él había llevado consigo en su estómago y en la cavidad de su
pecho ––como música–– se marchitó de pronto y él se obligó a mirarla mientras
decía «Lo siento. Creo que no podría».
Volvió a su
propia cabaña a través de los pinos, y a la mañana se encontró un pequeño
recipiente azul en el porche. Parecía estar lleno de pétalos de rosa, pero
cuando lo levantó, vio que los pétalos de rosa estaban arriba; el resto del bol
––ella las había barrido, seguramente, de los rincones de su estudio–– estaba
lleno de abejas muertas.
Traducción: Ana María Shua.