lunes, 16 de diciembre de 2013

Alejandro Zambra Infantas (Santiago de Chile , 1975)


Contra los poetas

A los veinte años ya acumulan experiencias importantes: han publicado poemas en revistas y antologías, han participado en talleres, han escrito artículos para anuarios escolares y quizá han concedido una o dos precoces entrevistas. Ya tienen listos sus primeros libros, que están a punto de aparecer en editoriales emergentes. Son libros muy malos, pero por ahora eso no importa. Sus poemas son largos y sentenciosos, abusan de los gerundios, de los signos de exclamación y de los puntos suspensivos. Leen a Vicente Huidobro, a Delmira Agustini y a Oliverio Girondo, pero sobre todo se leen los unos a los otros, en interminables sesiones sólo a veces amistosas.

A los veinticinco años ya han renegado de esos primeros poemas, que consideran lejanos pecados de juventud. Esperan encontrar pronto la madurez como poetas, que a ellos les importa mucho más que la madurez como personas. El segundo libro cumple con creces el objetivo: no es bueno, pero indudablemente es mejor que el primero. Dicen estar todavía buscando una voz propia y mientras tanto planean antologías que incluyen a todo el grupo, pero nadie quiere escribir el prólogo, pues nadie desea correr el riesgo de convertirse en crítico literario.

A los treinta años ya han sufrido varios desengaños. Han sido incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas, pero han sido excluidos de otras tantas publicaciones y les cuesta muchísimo aceptarlo. Por momentos escriben solamente para demostrar cuán arbitrarias han sido esas exclusiones. Han publicado, a esta altura, tres libros de poesía. Han fundado dos editoriales y cuatro revistas literarias. En sus reseñas biográficas se afirma que han participado en más de trece –en catorce– encuentros de poetas y que sus libros han sido parcialmente traducidos al italiano. En realidad les han traducido solamente un poema, pero da lo mismo: los han traducido, eso ya es mérito suficiente.

Recién a los treinta y cinco años comienzan a incomodarse cuando los presentan como poetas jóvenes. Ahora dictan talleres en los que aconsejan a sus alumnos que eviten los gerundios, que cuiden los adjetivos, que declaren la guerra a los puntos suspensivos y a los signos de exclamación. Les inculcan la suprema libertad creadora, pero les prohíben una lista bastante larga de palabras: vacío, angustia, desolación, desesperación, crepúsculo, ocaso, alma, espíritu, corazón, vagina. Les hablan de melopoeia, de fanopoeia y de logopoeia, pero se enredan un poco en la explicación. Se enamoran de poetas de dieciséis años y las comparan con Alejandra Pizarnik, pero nunca han visto una foto de Alejandra Pizarnik.

A los cuarenta años a nadie se le ocurre presentarlos como poetas jóvenes, pues sus caras y sus barrigas han cambiado de forma tal vez irreversible. Los poetas experimentan con mayor sufrimiento que el común de la gente la llamada crisis de los cuarenta. No decidieron ser poetas para tener cuarenta años. De ahora en adelante todo será decadencia. Se han vuelto inofensivos. Es más fácil incluirlos, pedirles prólogos, invitarlos a los recitales y aplaudirlos sin énfasis, respetuosamente. Son, en otras palabras, verdaderos fracasados.

Para que el fracaso se cumpla es necesario que reciban, de vez en cuando, señales equívocas. A los cincuenta, a los sesenta, a los setenta años los poetas ganarán dos o tres premios menores; tímidos estudiantes de pregrado y quizás alguna bella doctora norteamericana analizarán sus libros, que tal vez serán traducidos al francés, al alemán, al griego o al menos al argentino. Por lo demás, siempre habrá alguna editorial emergente interesada en rescatarlos del olvido.

Da lástima verlos junto al teléfono, esperando la noticia de un premio, de una pensión del gobierno, de un homenaje, de un viajecito al sur, lo que sea. Parecen niños asustados, y en el fondo eso son: niños asustados, adolescentes ya muy viejos para suicidarse. A veces algún reportero compasivo les pregunta para qué sirve la poesía en este mundo deshumanizado y consumista. Ellos suspiran y responden lo que han respondido siempre: que sólo la poesía salvará al mundo, que hay que buscar, en medio de la confusión, palabras verdaderas y aferrarse a ellas. Lo dicen sin fe, rutinariamente, pero tienen toda la razón.


Publicado en Etiqueta Negra, número 65.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Carlos A. Basch (1948 ,Capital Federal )







Son varios hombres sentados

a  una mesa al aire libre en sepia,
muy años treinta en vestimenta.
Se ven restos de asado, vino, algún sifón,
la conversación luce animada, con sonrisas
que miran a la cámara.
Un solo comensal parece cohibido,
como aislado del resto ; o acaso se concentra
en el trozo que hay sobre su plato.
Falta diez años (cuando menos)
para que sea mi padre
y  algo en él ya me resulta opaco

Sueño con un caballo muerto

                                                                       a Gerardo Pasqualini,
                                               que tiraba del yugo de los sueños.

Sueño con un caballo muerto,
desparramado entre el paisaje
árido, bajo un sol de acuarela
en medio del camino
a ningún lado.
En vano intento despejar derivas,
abrir rumbos posibles a mi sueño.
Descocado en la muerte
ya no tira el caballo de su yugo
para trazar un surco en lo soñado.
El caballo está muerto.
En adelante el sueño se abrirá camino por sí solo.

Construyo un avión

En escala. Ensamblo piezas
y  pego calcomanías
con insignias de combate.
Después juego a ser piloto
del cazabombardero.
Tarde o temprano deberé eyectarme.


Poemas de “ Álbum familiar” Huesos de Jibia 2018




Perfume

Caminando a tientas el desierto
dí con una mujer. La llevo
desde entonces al alcance de mi cuerpo.
Con ella de mi lado me adentro
en el misterio sin perderme,
los ojos bien abiertos al silencio
salgo fuera mí
llego al espacio exterior sin escafandra
me aposento en su piel
que atesora el perfume de mi nombre secreto



Valkiria en astrakán

 
En tapado de Astrakán flameando al viento
te recuerdo con sólo el camisón debajo
a duras penas recubiertas  las carnes
 de semítica valkiria erosionada
en sucesivos oleajes migratorios, mi abuela
madre primordial, heroica y terrorífica.
Puedo escuchar tu voz de latigazo seco, tironeado
en la dura aspereza de las lenguas
que nunca terminaron de alojarte


A mis trece años el tío Ernesto

fue el primer muerto que vi.
Sus manos consumidas apuntando
 al no lugar que lo esperaba,
el punzante alambrado de la barba,
el cancelado rictus, la máscara final.
Como suele acontecer con el amor
tras la primera vez también la muerte
persiste en nosotros, de algún modo
viva

Dejé de ser un niño

Por la puerta entreabierta
procuro escuchar desde la cama
la respiración dormida de mi padre.
Atento al menor cambio en su resuello
me mantengo en vigilia de algún modo
aún durante el sueño, a la distancia
intento controlar
que el mundo no se desmorone.
Alcanzo a vislumbrar el curso
inexorable de las cosas.
Ya nada será igual



Desarreglo


Ya no escuchamos más, salvo en los sueños
las voces de los dioses que partieron
dejándonos vacíos en ciudades crepusculares
transpiradas de aires tan malsanos
que nos hacen contener el aliento.
La vida desde entonces se tornó penosa,
los refranes perdieron su sentido, a nadie le interesa
el rumor del océano, las cosas llevan nombres apenas
provisorios, todo se  desarregla.
Hasta la luz de las estrellas nos llega con atraso.

  Paisaje abierto

Estás de vacaciones, inmerso en esos días
tan salidos de cauce que no es fácil
 saber a ciencia cierta si es ulular del viento
o grito de los pájaros  lo que  se oye de fondo.
Por un paisaje abierto en el follaje
ves circular mujeres y amigos de otros tiempos
que saludan y siguen su camino.
Viene después tu hermano, hace años fallecido,
que dice estar también de vacaciones
y se sienta a tu lado.
Te preguntás cuando enciende su pipa
si acaso sabe que está muerto.
(Me pregunto si al cabo eso importa
gran cosa.
El humo de mi pipa forma inciertas figuras,
qué fuerte pega el sol de tarde este verano)


 Del libro Almanaque publicado por la editorial Huesos de Jibia (2016)





Los ojos de mi madre


Hundidos en el fondo de su rostro
con piel de Blancanieves
intocados por los años
de larga vida y breve muerte
con un destello de paloma en vuelo
nunca supe cuándo me dejaron
de mirar

Llueve

despacio sobre el mar indolente
que asimila lluvias y nostalgias
sin dejar rastros alguno su rumor de fondo
envuelve cada gota desde antes del principio.
Llueve y destiñe el horizonte nombres
que se quedan vacíos de mujer.
Sólo cuando despeje será el tiempo
de inventar una nueva religión

Acoso

de los muertos conservamos palabras
que apenas comprendemos.
Ellos nos las dejaron al partir
y nos acosan, persistentes
como murmullos de niños temerosos
que se quedaron solos en lo oscuro


La espesura

Se pone espeso el aire cuando vamos
de pesca con mi padre.
En discurrir pausado de mareas
arrojamos las líneas con desgano, mirada
a lontananza, arenosa la boca, papilla
de palabras a medio decir.
Tarde o temprano el solo parece detenerse
y temo que persista para siempre
inmóvil

Del libro Hombre Grande publicado por la editorial Huesos de Jibia (2013)

domingo, 20 de octubre de 2013

Maximo Simpson (Buenos Aires , 1929 , 2019)


Jan Palach

(El suicida de Praga)


Allí en un cementerio pequeño como un cuarto,
austero como brasa clandestina,
allí está para siempre
la ventana cerrada de su alma,
la mesa de su vida,
el escritorio de su muerte.
El asesino de sí mismo mira el mundo,
y desde el polvo aúlla
en la tranquila tumba.


Sucesos

La vecina del sexto caminó sobre el mar,
y atravesó las nubes sin ayuda de nadie.

El tímido señor de planta baja
ya no cierra las puertas con cadenas,
cerrojos, pasadores:
tal vez sin darse cuenta
se refugió por fin en los espejos.

El joven impasible
que deglutía el tiempo sentado en los balcones,
ya no mira las águilas del alba,
el crepúsculo incierto.

La señora soprano ya no entona cantigas,
endechas, misereres:
una callada niebla recorre los pasillos
y se instala en las altas escaleras.

El amable rabino se acostó con sus padres,
y vio tal vez al Ángel entre lenguas de fuego.

El señor escribano
se fue con la corriente de los meses.

La anciana de los fondos
no convoca a la suave mandolina:
ya no llama a las puertas,
no pregunta la hora como antes.

Y el perro de mi infancia ladra y ladra,
como ayer, como hoy, como mañana. –

La bala perdida

Vibra en la contingencia,
y es casual, improbable,
aleatoria, fortuita.

Nadie sabe su origen,
la fuente o arrebato que la impulsa;
acaecer absoluto,
triunfo y esplendor de lo instantáneo,
una bala perdida atraviesa los jardines,
destroza las ventanas, desbarata la siesta,
los gestos, las conversaciones.

Aunque es favorita del azar,
y ambiguo su destino,
ha elegido su meta,
y sin ira, sin odio, sin amor, sin tristeza,
llega certeramente al corazón.

Ulalume González de León (Montevideo ,1932 ; Querétaro, 2009)


Las manos de la caricia

Las manos de la caricia
por un lado acarician un cuerpo
por el otro la despedida.

Esculpen
recuerdos y una goma
de borrar recuerdos.

Se escriben cartas
de amor , con formas niñas
de la despedida: algún
ligero hasta mañana
algún hasta luego minúsculo.

Se tocan y tiemblan
de deseo, de amor, de pena.

Son manos que no
entienden:
solo viven.

No tienen pasado.
No tienen futuro.

En ellas
arde el ahora. Arde
su fiesta y deja
una pequeña mancha, efímera,
en las pupilas del tiempo.

viernes, 4 de octubre de 2013

Entrevista a Primo Levi por Marco Viglino


Publicado en el Diario La Repubblica. 18 enero 2009, pagina 32


Marco Viglino, un magistrado de Turín acaba de dar a conocer una
entrevista inédita con Primo Levi realizada hace tres décadas.

Viglino, que entonces era sólo un joven de menos de 20 años, autorizó ahora
una larga conversación jamás revelada con el autor de Si esto es un
hombre

-Me sorprendió su deseo de dar a conocer su testimonio sobre la
trágica experiencia en el campo de concentración. ¿Cuándo nació ese
deseo?
-Este deseo, tan común en otros, nació en el Lager mismo. Queríamos
sobrevivir también y sobre todo para contar lo que habíamos visto. Era
un discurso común en los pocos momentos de tregua que nos
concedían. También era un deseo humano: usted no encontrará un
detenido en los campos que calle. (No, me corrijo, hay quienes
prefieren no contar, por que fueron heridos de tal manera que
decidieron o debieron censurar su pasado, lo sepultaron para no
sentirlo más sobre ellos). Pero en primer lugar está la necesidad de
sacarse el peso, de sacarse de encima lo que uno tiene adentro,
aunque también existen otros motivos. Existe acaso también el deseo
de hacerse valer, de hacer saber que sobrevivimos a ciertas pruebas,
que fuimos más afortunados o más hábiles o más fuertes que otros.
-El punto de contacto entre los primeros libros y los que siguieron de
ciencia ficción parecería ser su indignación, primero con lo que
respecta a los campos nazis, y después respecto del sufrimiento de
toda la civilización, ¿coincide?
-Sí, es una pregunta que muchas veces me hacen y sobre la que no
soy el más autorizado para contestar, porque no está dicho que el autor
sepa siempre con certeza por qué escribe. Yo tengo dos raíces: una es
el sentido del Lager y la otra es el sentido de la química con sus
dimensiones. Tenía en mente escribir algo sobre la historia natural un
tiempo antes de ingresar al campo. Cuando era estudiante sentía un
deseo parecido (no como un proyecto claro y distinto, pero como una
vaga aspiración) y encontraba un terreno fértil en mi trabajo de químico.
Por eso, después de haber terminado Si esto es un hombre y La tregua
no es que haya escrito los demás dos libros: sólo junté algunas ideas y
algunos cuentos que ya tenía escritos de antes. Por ejemplo, el primer
cuento de Las historias naturales , el del viejo médico que recoge
esencias lo escribí antes que Si esto es un hombre . Y, probablemente,
si bien los temas son diferentes, también los demás textos se
resintieron con la experiencia del Lager de una manera muy indirecta,
en una forma de desilusión profunda, como un retirarse de la vida.
-Entre los personajes que encuentran en sus libros, usted muestra una
particular simpatía e indulgencia para/con algunos que encarnan la
astucia o el arte de aguantársela como César o il Greco.
-Antes que nada, estos personajes actúan en un contexto por demás
particular como el del final de la Guerra. Ahora , con este marco diría
que sí se puede ser indulgente. Hoy no admitiría un Greco, lo evitaría,
me mantendría lejos de él, pero en ese momento lo sentía casi como
un maestro. Él solía decir, "la guerra es siempre". Y después también
me decía: "ves el calzado bello que llevo: es porque fui a robarlo a las
tiendas de los rusos. Tú eres un tonto, no fuiste a buscarlas". Yo
respondía que pensaba que la guerra había terminado y que los rusos
nos proveerían. "La guerra está siempre", me repetía y, entonces, yo
sentía que estaba de acuerdo con él. Actualmente sería mucho más
severo en lo que a él respecta, también respecto a César, pero la
astucia de César era tan "solar", tan abierta e ingenua en el fondo y a la
vez inocua que estaría bien todavía. No sería un censor tan severo
como para excluirla de esa manera: era "astucia a la italiana". César
engordaba los peces con agua, pero después, delante de los niños
hambrientos de la mujer rusa, se los regalaba. Esto forma parte de un
arte de vivir que es vieja como el mundo y delante de la cual no se
puede ser demasiado severos.
-Esa porción de rebelión que estuvo en la raíz de los primeros libros
¿se atenuó con los años o no?
-Yo corregiría lo de la carga de rebelión, porque la de indignación
siempre existió, pero de rebelión no, porque no había manera, al menos
para quien estaba a mi nivel. Rebeliones en el sentido técnico siempre
hubo en algunos campos. El episodio del hombre que muere gritando
"yo soy el último" se relaciona con una rebelión que había habido en
otro campo: los prisioneros habían volado los hornos crematorios pocos
días antes y este hombre de quien no conozco ni siquiera el nombre,
estaba implicado en el caso. Seguramente había conseguido el
explosivo. Retomando la pregunta, diría que la indignación sí persiste,
pero digamos que ahora está ramificada. Sería estúpido hoy continuar
viendo el enemigo sólo ahí, como el nazi, aunque para mí siga siendo
el principal. Pero el mundo de hoy es mucho más articulado que el de
antes. No eran buenos tiempos los de mi juventud, pero tenían la gran
ventaja de que eran nítidos. La alternativa amigo/enemigo era muy
nítida y la elección no era difícil. Hoy las cosas cambiaron. Por eso,
también la indignación persiste pero
erga omnes
. Contra muchos, no
sólo contra aquellos.
-En la famosa carta a su editor alemán usted dice que no puede
entender a los alemanes y que por eso tampoco puede juzgarlos...
-No, dije, que no los entendía, pero sí que los juzgo.
- ¿De qué manera?
-Los juzgo mal también a los alemanes de la actualidad. No a todos,
claro. Yo tengo muchos amigos alemanes, también por el hecho de que
hablo su lengua y me interesan y de que me rehúso a juzgarlos en
bloque. Pero debo decir que estadísticamente son un país peligroso.
Son un peligro mientras estén divididos en dos y ellos no lo acepten.
Son pocos los alemanes que aceptan esta división. También tienen
virtudes que se transforman en peligros virtuales como su
extraordinaria pasión por la disciplina (que a nosotros –los italianos-
nos falta y está mal, pero que a ellos les sobra) por la que están
siempre prontos a acomodarse a quien comande, me da miedo.
-¿Y por qué entonces en la misma carta usted dice que los alemanes,
además de ser un peligro, son la esperanza europea?
-La carta yo la escribí hace muchos años. En los 60', estaba
entusiasmado por el hecho de tener un editor alemán que aceptara
publicar mi testimonio, además del contacto que tenía con otros
jóvenes alemanes. Me pareció que Alemania era en verdad otra.
Entonces parecía un pilar de la democracia, ahora un poco menos,
mucho menos.
-¿Cómo reaccionaba al ver compañeros de la tragedia ir todos los días
a la muerte a causa de "la selección"? ¿Lo aceptaba como algo de
hecho o le procuraba siempre el mismo dolor y el mismo disgusto?
-A la mañana cuando tomaban lista y entonces nos dábamos cuenta de
que faltaba alguien, estaba considerado de mal gusto ir al fondo de la
cuestión y preguntar demasiado, como sucede hoy cuando alguien
muere de cáncer. Nadie habla voluntariamente. Era una forma de
aceptación sobre todo porque la reacción hacia el compañero muerto
no era muy diferente a la de un muerto natural. Mi amigo Alberto, del
que hablé tantas veces, estaba en el campo con el padre. Era un chico
muy inteligente y juntos hablábamos siempre de estas cosas sin
inhibiciones y sin faltar a la verdad. Pero cuando el padre fue
seleccionado, Alberto dijo estar seguro de que lo trasladaban a otro
campo. Yo estaba deslumbrado al constatar que mi amigo había
construido un reparo imaginario para aguantar una realidad de otro
modo intolerable.
- Dada la mortalidad elevadísima que hubo en los campos, ¿piensa que
su supervivencia se haya debido a la suerte o a otros factores?
-En primer lugar, yo pienso que el azar jugó un gran papel. Jamás me
enfermé, sólo más tarde, de una manera providencial. Estaba
trabajando en una fábrica y robaba al laboratorio lo que me pudiera
servir para la subsistencia, luego dividía el botín con Alberto. Teníamos
un pacto entre nosotros por el que dividíamos fraternalmente cada buen
golpe. Un día que había robado té en el laboratorio fui con Alberto a
venderlo al hospital donde lo necesitaban para los enfermos. Nos
pagaron con una porción de sopa casi helada y empezada.
Posiblemente la haya comido un enfermo de escarlatina, por lo que me
contagié y me mandaron al hospital. Finalmente sobreviví. Alberto, que
era inmune porque se había enfermado de chico, murió en el campo.
Otro factor fundamental para mí fue el del obrero Lorenzo, de Fossano,
que me trajo durante muchos meses, lo necesario para integrar
calorías. Él, que ni siquiera fue prisionero, volvió más desesperado que
yo. Era un hombre muy religioso y estaba aterrorizado por lo que había
visto. Cuando volvió a Italia, solo y a pie, no quiso vivir más. Comenzó
a beber, a mí que lo iba a ver seguido me decía bastante fríamente que
deseaba no vivir más, que había visto bastante. Murió tuberculoso e
infeliz.
-¿Recuerda algún episodio insólito y que no haya aparecido en sus
libros?
-Con nosotros había un médico hebreo. Usted sabe que las religiones
prevén ayunos muy rigurosos. En esos días no se come nada y
tampoco se trabaja. Este médico a la noche, después del trabajo, le dijo
al jefe de la barraca que no quería la sopa porque era día de ayuno y él
no podía comer. El jefe de la barraca era un comunista alemán
bastante endurecido por su tarea (tenía diez años en el campo sobre
sus espaldas) pero, golpeado por la fuerza moral del prisionero,
conservó la sopa hasta que el médico terminó el ayuno. Ese acto de
humanidad, me impresionó mucho.
-¿Puede establecer una relación entre usted y otros escritores judíos
italianos como Natalia Guinzburg y Giorgio Bassani?
-Hay una relación compleja evidentemente. El ambiente de Natalia
Guinzburg es mi propio ambiente, los dos tenemos parientes en común.
Ella nació como Levi y su hermano era nuestro médico. El ambiente de
la burguesía judía de Turín es en el que nací y me crié. El de Bassani
es distinto, tanto ella como otros personajes pertenecen a otro
burguesía judía, la de Ferrara, que yo conozco más bien poco y que,
por otra parte, no me gusta tanto, porque eran una clase bastante
consciente de sus propios privilegios y bastante exclusiva, reserva y
cerrada.
-¿Por qué razón Guinzburg le rechazó el primer manuscrito de Si esto
es un hombre?
-No tengo rencor por eso, (aunque tuve durante un tiempo). Pensé en
tantas cosas. Tal vez estaba saturada de manuscritos, ser lector en las
editoriales es un mal trabajo. Pero es algo que aun después
conociéndonos bien, jamás aclaramos.
-¿Todavía tiene contacto con compañeros de Auschwitz?
-A Enick lo perdí totalmente de vista. Reencontré a Pikolo, el del canto
de Ulises; con él nos vemos regularmente, viene de vacaciones a Italia
y trabaja como farmacéutico en un pueblo cercano a Estrasburgo. Es
uno de aquellos que extirparon todos sus recuerdos, se aburguesó
completamente y no ama hablar de estas cosas. Fui a verlo, la última
vez, con la televisión italiana, le pedí que nos recibiera y me contestó:
"a vos sí, pero sin cámaras". Después aceptó, aunque a desgano.
-¿Qué piensa de los jóvenes de hoy en día?
-La diferencia fundamental entre nuestra juventud y la actual está en la
esperanza de un futuro mejor, que nosotros teníamos de un modo
clamoroso y que nos sostenía en los peores momentos, incluso en los
campos. Había una meta y era reconstruir un mundo nuevo con
derechos iguales para todos, donde se aboliera la violencia, queríamos
reconstruir Italia para llevarla a un nivel europeo . En cambio, los
jóvenes de hoy me parece que tienen muchas menos esperanzas. En
general veo que tienden a fines inmediatos y, tal vez, sea muy
apropiado en cuanto a que no distinguen otro futuro. Me parece
paradójico que haya sido más fácil nuestra juventud, porque hoy hay
demasiados monstruos en el horizonte. Está el problema de la
violencia, el problema energético, de la contaminación, el mundo está
dividido en bloques: hay una total incapacidad de prever lo que vendrá
y nadie osa hacer previsiones sensatas de acá a dos años, además
siempre persiste el problema atómico. Encuentro pocos jóvenes que
piensen en hacer o estudiar de alguna manera precisamente para su
futuro. Es la pérdida de los valores, por lo que parece necesario gozar y
quemar todo rápidamente.
-
¿Por qué dejó pasar quince años entre "Si esto es un hombre" y su
segunda obra?
" Si esto es un hombre, se editó en 1947, se imprimieron 2500 copias.
Tuve buenas críticas, pero tuve 5 mil lectores. Después de eso no tuve
más ganas de escribir, me parecía que había cumplido con mi deber
testimonial, con el de haber descargado mis tensiones, no sentí la
necesidad de escribir un nuevo libro. Después de muchos años
recuperé el deseo, porque se volvió a hablar de la Segunda Guerra y
de los campos de otra manera, en un sentido histórico. Hacia el 60 o tal
vez antes hubo un ciclo de conferencias sobre el tema y me reencontré
otra vez como protagonista. Muchos me incentivaron a contar la
segunda parte de mi experiencia, es decir, el regreso de Rusia. Retomé
la pluma también por otro motivo, había terminado la Guerra Fría y
ahora podía contar la verdad completa, humana. Antes era imposible
hablar de Rusia o, sino, se hablaba como si se tratara del infierno o del
paraíso. Y yo no me sentía cómodo con semejante ambiente, de
escribir un libro-verdad como La tregua . Solo después de la distensión
internacional se volvió posible escribir sobre este tipo de cosas en un
lenguaje no retórico.
-¿Por qué nació su alter ego Malabila con el que firmó algunos de sus
libros?
-Porque en aquel tiempo, de otra forma hubiera sido escandaloso. No
hubiera podido, yo, el escritor de Si esto es un hombre, ponerme a
contar anécdotas e historias fantásticas. Propuse entonces un
pseudónimo al editor, que aceptó con entusiasmo pensando tal vez de
inventar conmigo un "caso literario". Después no sucedió nada y retomé
mi nombre real