Laberinto
El silencio me arropa con su abrazo.
Me acaricia la cara y me da un beso.
Con el silencio escucho a todo el mundo
tan cerca y hasta el fondo, que es la fértil
nada sobre la cual construimos todo.
En el principio el verbo fue el silencio.
Emanó el cosmos de su pecho madre.
Vibraron por encima de sus ondas
los primeros tejidos de la música,
aquella cuyas cuerdas nos sostienen.
Busco, pues, el silencio en todas partes.
En el silencio escucho nuestra música.
del libro Flor de piel
Esto, en esencia, se acabó.
Esto, en esencia, se acabó.
Hace mucho empezó, lo sé,
pero desde hace rato no me siento
inmortal. Y cuando yo ya no esté,
las servilletas seguirán
en su mismo lugar sobre la mesa,
los mismos autos se estacionarán
en los mismos lugares, más o menos,
con los mismos niveles de esa angustia
tan mexicana y entrañable,
pero yo ya no los veré
desde esta mesa verde con mantel,
sentado en esta silla
de plástico innegable
que me permite estar tranquilo,
leyendo las noticias de las cuales
ya no voy a enterarme, a medio metro
de la banqueta donde se pasean
señoras con sus perros y sus hijos,
donde colocan, con cuidado, bolsas
de basura en espera del camión
que ya no tarda con su campanita
insoportable, pero yo
ya no pienso quejarme,
ni me taparé los oídos:
simple y sencillamente, no estaré.
Y es difícil hacerme
a la sólida idea de mi ausencia,
pero es palpable, tan palpable como
los pechos de una joven, o sus labios,
o su manera de pedirme
que le haga caso, ¿pero cómo,
si ya no voy a estar?
Y no he estado desde hace muchos años.
Estas palabras, que se escriben solas,
serán mi testimonio, darán fe
de que por fin lo he comprendido:
solo un poco estaremos en la tierra,
pero es de todos, como he sido todos,
y entre todos escribiremos
las palabras que urgen,
aquellas que se escapan
y que hemos dicho desde siempre.