domingo, 24 de febrero de 2013

Jose Lezama Lima (La Habana 1910, Ibid 1976)



El Pabellon del vacio

Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

1° de abril y 1976.
(Fragmentos a su Imán, 1970-1976)

lunes, 11 de febrero de 2013

Enrique Puccia (1941 , 2001 Buenos Aires)



Forma Cautiva


La foto esta movida
y quemada en un ángulo.
Sentado ante la mesa
va cayendo la tarde.
Presiento que esta caja
trae consigo un presagio,
la sombra que atraviesa
la luz del horizonte.
Así fue toda la vida,
como si algo ocultara,
esa forma cautiva
de los árboles viejos.


Tiempo de matar

Con mi padre no hablábamos
o reñíamos siempre. Ni siquiera
en los días de muertes o festejos.
Con los años lo quise como
cuando era pequeño. Era un tiempo
en que el mundo se enfrentaba
y moría. La gente se moría
sin réquiem ni sepelio. Los días
transcurrían con la misma tristeza
con que un preso calcula el tiempo
en las paredes. Lo que puede
el terror no se sabe ni dice, se presiente
y se vive como un ave nocturna.

La enfermedad



Llueve en la quietud
de una tarde sin brillo. No se mueven
las cosas y tampoco respiran. Pero algo
se empeña en vivir y golpea. La quietud
del pasillo y el olor a formol. La salud
del enfermo y el rictus en la boca.¿ Habrá
algo que anule la consciencia? . Desinfectan
y vuelven. Y vuelven con más énfasis.


Del libro "La foto esta movida " de Libros de Tierra Firme (2001)