sábado, 25 de diciembre de 2010

Joaquín O. Giannuzzi (Buenos Aires 1924 , Salta 2004 )




Mi hija se viste y sale


El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
Un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.
(De Principios de incertidumbre, 1980)

domingo, 5 de diciembre de 2010

Tadeusz Różewicz (Radomsko , Polonia , 1921)




Vi a unos locos


Vi a unos locos
caminaban por la superficie del mar
creían hasta el final
y se ahogaron

aún hoy voltean
a mi insegura barca

rechazo estas manos
sepulcrales
yo cruelmente
vivo

las rechazo año tras año


Cuento sobre las viejas feas

me gustan las viejas
las viejas feas
malignas
ellas: sal de la tierra
no les da asco la basura
humana

son ellas que conocen el revés
de la medalla
del amor
de la fe

las viejas
vienen y van
mientras los dictadores
se hacen los graciosos
mostrando sus manos en sangre

las viejas feas se levantan
junto con el sol
compran carne frutas pan
lavan hacen la cocina
se quedan en las calles con brazos cruzados
y se callan

las viejas
son inmortales

Hamlet se agita dentro de su red
Fausto hace un juego vil y ridículo
Raskolnikov bate con su hacha
las viejas son
irrebatibles
sonríen levemente

muere el dios
las viejas se levantan sin hacerle caso
cada día
compran pan vino pescado
se muere la civilización
las viejas se levantan junto con el sol
abren las ventanas

tiran la basura
se muere el hombre
las viejas
lavan al difunto
entierran a sus muertos
siembran flores
sobre sus tumbas

me gustan las viejas
las viejas feas
malignas

creen en la vida eterna
ellas: sal de la tierra
corteza del árbol
mirando con sus ojos de humildes bestias

cobardía y heroísmo
grandeza y mezquindad
a todo le dan una dimensión

conforme a las exigencias del día
de su día cotidiano

sus hijos descubren América
perecen en las Termópilas
crucificados se desangran
conquistan el Cosmos

las viejas salen a las calles
junto con el sol compran leche
pan carne todavía falta pimienta
para el guiso
las viejas abren las ventanas

sólo los tontos se ríen
de las viejas
de las viejas feas
malignas

porque ellas son mujeres
hermosas
las buenas viejas hermosas

como huevos
secretos sin misterio
bolas rodando incansablemente

las viejas son
momias
como de gatos sagrados

pequeñas
todas arrugadas
y cada día más secas
manantiales frutas
o gordas
budas ensimismadas

cuando mueren
se les escapa
una pobre lágrima juntándose
con una sonrisa feliz
de jovenzuela

sábado, 4 de diciembre de 2010

Juan Manuel Inchauspe (Santa Fe, 1940-1991)





De Poemas 1964-1975/1977

7

Una vez más abril
es la gran rueda.

La rama desnuda
más allá de la ventana.

El pobre fuego
encendido
sobre el vacío de alguna página.

Pero por sobre todas las cosas
la soledad de nuestras palabras
tratando de romper la fría
compacta materia.

Los recuerdo que vuelven
a hundirse en nuestras cuevas
después de haber intentando inútilmente
-árbol mutilado cuyo verdor recuerdo-
poblar el constante
desierto de la tarde.

1969

La araña

La veo asomarse en el orificio de un tronco podrido.
¿Cuál es, exactamente, su mundo? No lo sé.
Quizás sea ese tenso cordaje
entre ramas y hojas,
sobre el cual pretende ahora avanzar.

Alrededor nada se mueve.
Pero ella debe haber escuchado un oscuro llamado:
¿Mide realmente
la distancia que la separa del centro?
¿O se siente poderosamente atraída
por ese vacío cargado de peligros?
Como nosotros, a veces, en medio de la oscuridad
y de las palabras,
ella, la araña, emerge de pronto hacia la luz
y se aquieta de golpe
atenta a todas las vibraciones
de la red.

De Insomnio editado en Diario de poesía

Miro las esqueléticas ramas
donde el otoño duerme.

Anochece.
El trabajo nocturno de las formas
comienza.

Dicen que ha pasado el tiempo.

Por la ventana abierta la fresca aprovecha
y me toca.
Siento desconfianza
de esa rara urgencia
que da el frio.

Tarde
Sumergido en el cuerpo
sueño que duermo
hasta que la mañana trae figuras
que rozan lo real.

De Insomnio editado en Diario de poesía

El centro de nuestra vida

El centro de nuestra vida
es lo que importa
el centro
no la periferia abarrotada e estéril.

La periferia de nuestra vida
que no pudimos prever
que hicimos
que se hizo
y que va y viene
con nosotros.

El centro oculto de nuestra vida
es lo que vale.

Sin titulo

Sentado
en un banco de esta plaza
bajo el desamparo de las tipas
leo al viejo Benn.

Dura, puntual, metódica, implacable
dentro de mí
la garra del crepúsculo hace lo suyo.


De Poesía completa


Sin titulo

Había estado
Buscando una casa, un lugar
donde poder vivir,
paredes alquiladas
cualquier cosa.

Al volver
desde el centro de una plaza vacía
alcancé a ver ese frió y lejano sol
que siempre se apaga detrás de las grandes ciudades.


Epoca


Un prolongado ulular me despertó durante la noche.
Tuve una visión fugaz de luces rojas y amarillas, intermitentes.
Con los ojos recién abiertos en la oscuridad
escuché el sonido giratorio por las calles desiertas.
Instintivamente estiré mi mano por entre las varillas
y palpé el cuerpo de mi pequeño hijo:
suave, cálido,
pacificado como un animalito.

Él no sabe nada de estas cosas.
No sabe nada del sueño cortado
en la fría madrugada.
Ni tiene nunca tampoco por qué saber
cómo brotan del sueño estas visiones;
cómo giran, intermitentes, en la memoria,
y flotan con sus ojos de vidrio alrededor del corazón.

Trabajo nocturno

Temprano
esta mañana
encontré en el patio de casa
el cuerpo de una enorme rata
inmóvil.
Moscas de alas tornasoladas
zumbaban alrededor del cadáver
y se apretaban en los orificios de unas heridas
que había sido sin duda mortales.
Con bastante asco
la alcé con la pala y la enterré
en un rincón alejado
del jardín.

Al volverme
desde el matorral de hortensias florecidas
emergió mi gata dócil
desperezándose.
Su brillante pelaje estaba todavía
erizado por la electricidad de la noche.
Me miró
y después comenzó a seguirme
maullando suavemente
pidiéndome –como todas las mañanas–
su tazón de leche fresca
y pura.