"El rey Luis ha perdido, pues, la
Lombardía por no haber seguido ninguna de las normas que siguieron los que
conquistaron provincias y quisieron conservarlas. No se trata de milagro
alguno, sino do un hecho muy natural y lógico. Así se lo dije en Nantes el
cardenal de Ruán mientras que “el Valentino” como era llamado por el pueblo César
Borgia, hijo del papa Alejandro, ocupaba la Romaña. Como me dijera el cardenal
de Ruán que los italianos no entendían nada do las cosas de la guerra, yo tuve
que contestarle que los franceses entendían menos de las que se refieren al
Estado, porque de lo contrario no hubiesen dejado que la iglesia adquiriese
tanta influencia. Y ya se ha visto cómo, después de haber contribuido a
crear la grandeza de la Iglesia y
de España en Italia, Francia fue arruinada por ellas. De lo cual se infiere una regla general que rara vez o nunca falla: que
el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina. Porque es natural
que el que se ha vuelto poderoso recele de la misma astucia o de la misma
fuerza
gracias
a las cuales se lo ha ayudado."
del Capitulo III
De los principados nuevos que se adquieren con las armas propias y el talento personal
"Verdad es que, sin esa ocasión, sus méritos de
nada hubieran valido; pero también es cierto que, sin sus méritos, era inútil
que la ocasión se presentara. Fue, pues, necesario que Moisés hallara al pueblo
de Israel esclavo y oprimido por los egipcios para que ese pueblo, ansioso de
salir de su sojuzgamiento, se dispusiera a seguirlo. Se hizo menester que Rómulo
no pudiese vivir en Alba y estuviera expuesto desde su nacimiento, para que
llegase a ser rey de Roma y fundador de su patria. Ciro tuvo que ver a los
persas
descontentos de la dominación de
los medas, y a los medas flojos e indolentes como consecuencia de una larga
paz. No habría podido Teseo poner de manifiesto sus virtudes si no hubiese sido
testigo de la dispersión de los atenienses. Por lo tanto, estas ocasiones
permitieron que estos hombres realizaran felizmente sus designios, y, por otro
lado, sus méritos permitieron que las ocasiones rindieran provecho, con lo cual
llenaron de gloria y de dicha a sus patrias."
Del capitulo VI
De los que llegaron al principado mediante crimenes
“Creo que depende del bueno o
mal uso que se hace de la crueldad. Llamaría bien empleadas a las
crueldades (si a lo malo se lo puede llamar bueno) cuando se aplican de una
sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas,
sino, por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo
beneficiosas posible para los súbditos. Mal empleadas son lasque, aunque poco
graves al principio, con el tiempo antes crecen que se extinguen”
“…se concluye que, al apoderarse
de un Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso
cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día
y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres a fuerza de beneficios.
Quien procede de otra manera, por timidez o por haber sido mal aconsejado, se
ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano, y mal puede contar con
súbditos a quienes sus ofensas continuas y todavía recientes llenan de
desconfianza.
Porque las ofensas deben
inferirse de una sola vez para que, durando menos, hieran menos; mientras que los
beneficios deben proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor. Y,
sobre todas las cosas, un príncipe vivirá con sus súbditos de manera tal, que
ningún acontecimiento, favorable o adverso, lo haga variar; pues la necesidad
que se presenta en los tiempos difíciles y que no se ha previsto, tú no puedes
remediarla; y el bien que tú hagas ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece,
porque se considera hecho a la fuerza.”
Queda ahora por analizar cómo debe comportarse un
príncipe en el trato con súbditos y amigos. Y porque sé que muchos han escrito
sobre el tema, me pregunto, al escribir ahora yo, si no seré tachado de
presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta materia me aparto de sus
opiniones. Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende,
me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras
su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a
repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay
tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja
lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de
beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno
es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es
necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a
practicarlo o no de acuerdo con la necesidad. Dejando, pues, a un lado las
fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales, digo que todos los hombres,
cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por ocupar posiciones
más elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen o
censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño (y empleo un término
toscano, porque “avaro”, en nuestra lengua, es también el que tiende a enriquecerse
por medio de la rapiña, mientras que llamamos “tacaño” al que se abstiene
demasiado de gastar lo suyo); uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno
cruel, otro clemente; uno traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro
decidido y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno
sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave, otro frívolo; uno
religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente. Sé que no habría nadie que no
opinase que sería cosa muy loable que, de entre todas las cualidades nombradas,
un príncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es posible poseerlas
todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo consiente, le
es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le
significarían la pérdida del Estado, y, sí puede, aun de las que no se lo
harían perder; pero si no puede no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos de
incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el
Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo
que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer
el bienestar y la seguridad.
del Capítulo XV
De la crueldad y la clemencia ; su es mejor ser amado que temido , o ser temido que amado
Sin embargo, debe ser cauto en el
creer y el obrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con moderación, prudencia
y humanidad, de modo que una excesiva confianza no lo vuelva imprudente, y una desconfianza
exagerada, intolerable.
Surge de esto una cuestión: si
vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas
cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar
una, declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque de la generalidad
de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores,
cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son
completamente tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos,
pues -como antes expliqué
-ninguna necesidad tienes de
ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y el príncipe que ha descansado
por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado otras providencias;
porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y
nobleza de alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y
llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos
cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque
el amor es un
vínculo de gratitud que los
hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero
el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No obstante lo cual, el príncipe
debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues
no es imposible ser a la vez temido y no odiado; y para ello bastará que se
abstenga de apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y súbditos,
y que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay justificación conveniente
y motivo manifiesto; pero sobre todo abstenerse de los bienes ajenos, porque
los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.
del Capítulo XVII
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