El ratón de la sacristía
Un ratón moraba
en una sacristía.
Era un mal católico
y todo lo roía.
Sólo respetaba la
Santa Eucaristía.
En un lugar sagrado
justo se escondía.
Ni el mismo arzobispo
verlo conseguía.
De día dormía
y a la noche roía.
Como el propio Dios
él era invisible.
A nadie en el mundo
él se aparecía.
Padre y sacristán
siempre lo maldecían.
Ninguna ratonera
ni la misma doctrina
lograba agarrarlo.
Huía a los venenos
como si tuviese
protección divina.
Mal caía la noche
salía de la madriguera
y todo lo roía.
Ni siquiera evitaba
el pechito santo
de la Virgen María.
Huía a los peligros
como como el Diablo a la Cruz.
Qué hambre era la suya !
Ni siquiera evitaba
el dedito del
Niño Jesús.
En una madrugada
cuando él roía
rico ornamento
Dios se le apareció.
Y a la muda censura
él le respondió:
"Nosotros, los roedores,
vuestro santo nombre
invocamos siempre.
Dios sea alabado
que creó la tierra,
los ratones y los hombres.
Fuiste vos, Señor !
Y quien crea un ratón
crea su hambre,
su muela del juicio.
Para que vivamos
roer es preciso".
En silencio Dios
pesó el argumento
y para evitar
su ornamento
y salvar a la Iglesia
no titubeó.
Quien vive tiene hambre?
Roer es preciso?
Dios no lo hace por lo menos.
Para qué veneno?
Llevó al ratoncito
para el Paraíso.
Traducido por Samuel Vasquez
Los murcielagos
Los murciélagos se esconden tras las cornisas
del almacén. ¿Pero dónde se esconden los
hombres,
que vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?
La casa de nuestro padre estaba llena de
murciélagos
colgados, como luminarias, de las viejas vigas
que apuntalaban el tejado amenazado por las
lluvias.
"Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba
mi padre.
¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese
mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de los
otros animales
(¡hermano mío! ¡hermano mio!) y,
comunitario, exige
el sudor de su semejante aun en la oscuridad?
En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su
almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las doradas monedas de su
amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un
péndulo, sólo guarda el día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis
ocho hermanos y a mi)
su casa donde de noche llovía por las tejas
rotas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los
murciélagos.
Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos
como nosotros.
De "Finisterra"
Versión de Maricela Terán
Asilo Santa Leopoldina
Todos los días vuelvo a Maceió.
Llego en los barcos desaparecidos, en los
trenes sedientos, en los aviones que sólo
aterrizan al anochecer.
En los quioscos de las plazas blancas pasean
cangrejos.
Entre las piedras de las calles escurren ríos
de azúcar
fluyendo dulcemente de los sacos
almacenados en los trapiches
y aclaran la sangre coagulada de los asesinados.
Así, cuando desembarco tomo el camino del
hospicio.
En la ciudad en que mis antepasados reposan
en cementerios marinos
sólo los locos de mi infancia continúan vivos
y me esperan.
Todos me reconocen y me saludan con
gruñidos
y gestos obscenos o escandalosos.
Cerca, en el cuartel, la cometa que toca
separa la puesta de sol de }a noche estrellada.
Los lánguidos locos danzan y cantan en la
escalinata.
¡Aleluya! ¡Aleluya! Más allá de la piedad
el orden del mundo fulge como una espada.
Y el viento del mar océano llena mis ojos
de lágrimas.
De "La noche misteriosa"
Versión de Maricela Terán
La ventana sin sesgo
Lo que los aviadores ven
a tres mil metros de altura
lo que los mineros ven
derribando árboles de cristal
lo que los buzos ven
dentro del mar, pisando la tierra como quien pisa una flor,
lo que el ciego ve cuando está caminando
lo que los niños creen ver durmiendo
lo que los sonámbulos ven, ante una fuente goteando,
lo que se ve cuando el amor es un abrazo
lo que se ve y lo que no se ve
es lo que estoy viendo ahora
como si en tu mano hubiera una moneda
de corona escondida
y en el cielo el lado oculto de los planetas se revelara.
Veo el mundo con los ojos heridos por las estrellas
y los pulsos quemados por las estaciones.
En el cuarto donde duermo, oigo el rumor de antípodas despiertos
y trópicos resbalan, perpendicularmente, sobre mis párpados
cuando apenas nace el sol en mi sueño.
Duermo en el centro del universo y mi inocencia es enorme
Como el joven amante esclavizado a la hidráulica
de un cuerpo desnudo
asisto al movimiento de las estrellas y a la incursión de las nubes
y mi espíritu festeja este mundo infinito, que jamás se inició
y que jamás terminará,
este mundo que visto de noche es al universo, polvo
como un día que llorara en el hombro de los siglos.
Los que los vivos ven y no olvidan
lo que todo hombre recuerda, la vida entera,
es lo que estoy viendo en este instante.
Traducido por Nidia Hernandez