Pintar la aldea
Perdido en el laberinto de estas calles, intentando descifrar por donde caminar,
para retomar la idea original de volver a mi barrio, atravieso el túnel debajo de las vías
del tren, y cuando estoy a punto de salir, una monja en una bicicleta destartalada, me
consulta por una dirección, un lugar donde comprar un estrafalario objeto para la
construcción de una máquina para generar electricidad.
La miro irse y parece provenir del fondo del túnel, una voz que se mezcla con el sonido
arrollador del tren, y convertida cuando llega a mí, en un susurro o un mantra religioso:
Pinta tu aldea.
La voz desaparece en el mismo instante que termina de pasar el tren.
Eso hace Santkovsky, perseguir la idea de Tolstoi, desde la profundidad de su barrio
del Once, fragmento de una aldea posmoderna, una ciudad-monstruo llamada Buenos
Aires.
Con personajes extraídos de la realidad, que componen una paleta multicolor de crónicas
urbanas, aguafuertes de este tiempo, que asimila al mundo como una gran feria a cielo
abierto.
Astronautas fracasados, inmigrantes ilegales, exorcistas profesionales, fabricantes de
espejos, desfilan por estas páginas. La aldea es diferente y a la vez similar a las de la
antigüedad.
Todo esto, mezclado con dosis de religiosidad agnóstica, una fe que deambula silenciosa
y a flor de piel, empujada por el humor, intenta demostrar que al fin de cuentas, todo
puede ser una broma. Y la religión ( o como quieran llamarlo ) , no tiene que ser algo tan
serio que nos impida sonreír. De todo esto se trata Memorias de un cuentenik también,
de reírnos mientras nos pensamos, arrojados a esta nueva Edad Media.
Cuando logro retornar a mi barrio, en el espejo en venta apoyado sobre la pared,
en la calle Jean Jaures, me mira Chejov y sonríe.
La contratapa de Andrés Bohoslavsky
1. Intento de advertencia
Durante la
pandemia pasaron cosas buenas y malas.
Cosas malas a
montones, pero entre las cosas buenas tuve
la dicha de
escribir este libro. No necesariamente para hablar
del Covid, pero sí
cosas de mi experiencia con las personas
con las que tengo
tratos comerciales –aunque no creo que
a nadie le sirva
para aprender a comprar y vender–, a mí me
divirtió retratar
a algunos de mis clientes favoritos.
Este libro está
basado en hechos reales. ¿Pero qué cosa
ginación? Estaba
por escribir “la imaginación de dios”,
es hablar de dios
asumiendo que existe. Y soy judío, pero
por suerte me
reconozco como judío y agnóstico. Algo que
no todas las
religiones aceptan. Ya la ley judía primitiva no
atribuía una
importancia tan preponderante a la teología
y, en cambio,
enfatizaba más los actos y la conducta. Un
za de saber que no
hay ateos en la trinchera.
glo pasado. Lo
declaro en el prólogo, para que nadie lo lea
verdad de su
producto. No digo mentir, pero sí es aceptable
cicleta por los
barrios. O como mi abuelo que llevaba los ta-
pados de piel
caminando hasta las casas de las señoras de los
como yo: buscavidas.
Ocurre que la palabra “cuentenik”
me encanta.
Pensaba que era una palabra idish, pero resultó
nik” o “cóntenik”,
en Brasil, “clientelchik”, en Venezuela,
telchik de
cliente. A estas confluencias lingüísticas se las
Algunos de los
clientes que retraté en este libro están
contentos de esta
discreta inmortalidad literaria. Pero el
maestro del Corán
no lo sabe, y no creo que le interese.
co, porque está
preso por violencia de género y tiene otras
que se lo contó a
sus hijos.
tos pletzeles
puede comprar al fin del día. Emerson está feliz
que le da su
rabino. Además, no tiene tiempo libre entre los
rezos y sus
innumerables hijos. Al falso judío no se lo dije,
sado no pierde
tiempo con estas cosas, toda su energía está
y el vendedor de
espejos están del otro lado, no solo ellos,
también varios de
los que me conocieron siendo aprendiz de
peletero. El
stripper se moriría de risa, pero no veo la gracia
en contárselo.
Cariñito solo me mandaría bendiciones. Al
policía patagónico
que quiere ser judío no tengo modo de
encontrarlo. La
monjita no volvió más, y lo lamento mucho,
me gustaba hablar
con ella. El exorcista judío desapareció de
los lugares que sabía frecuentar. Emerson supone que Luis
se convirtió el
mismo en un Dybbuk. El Rabino Emerson no
le desea el mal a nadie pero no le gusta la competencia des-
leal. El Rabino
Binder no existe, es un personaje que le robé
a Philip Roth, pero no creo que sus herederos se den cuenta.
Pienso para mis
adentros que mi mamá estaría contenta
de que escriba un
libro con una palabra que suena a idish
te. Eso dijo
cuando representé a Mordejai Anilevich en un
sido mejor
identificarme con Marek Edelman, que fue tambien
muy valiente y
sobrevivió para contarlo. Eso opina, al menos, mi
formación. Mi
suegra diría que ella siempre supo que un ma-
rido judío era
bueno para su hija. La tía Irma diría que su
a contar esas
cosas en un libro. Mis hijas están contentas de
poder decir que,
al fin, su padre escribe cosas que la gente
puede entender, no
solo poesía. Mis nietas todavía no saben
leer, pero algún
día sabrán que escribo para que ellas puedan
saber quién soy.
Porque estoy
rodeado de mujeres como Tevye el lechero,
será por eso que
cuando tarareo la letra de “Si yo fuera rico”
me pongo de buen humor y me dan ganas de bailar como Topol.
If I were a rich man,
Yubby dibby dibby dibby dibby dibby dibby dum...
Editorial Leviatan septiembre 2020
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