domingo, 16 de mayo de 2021

Wole Soyinka ( (Abeokuta,Nigeria ,1934)

 




Plumas a sueldo 

La pluma puede abrirle un sendero a los arados
La pluma puede forjar espadas con arados
Con palabras del arado y la espada.
Y la pluma consagra, y la pluma desenmascara las mentiras
De las vanas teologías, la pluma entroniza
Los reclamos mohosos del Poder, recomienda
Como de origen divino espacios disputados.

La pluma resulta ser poderoso oído de las espadas
Lengua que glorifica hechos sangrientos, que viste de fama
La violación, que saquea con túnicas venerables
De épicas hazañas. La pluma puede hundirse
En el tintero y salir
Goteando sangre.

Piedras preciosas adornan sus lenguas de rutina,
De hipocresía, de conjura estéril.
Muéstrenme las camas de agua en que se acuestan
Saquen el tapón y pregúntense por qué el flujo es rojo oscuro
Y espeso, y con grumos. Eternamente

En enjambres como langostas, como mentiras y moscas, consortes
Sacados de negras orgías de plumas conmemorativas
Larga es la línea de las grandes seducciones
Atracción del ocio en nuestra tribu ajedrezada – de poetas
orales ambulantes, hasta la pluma y el computador portátil.
Hemos llegado a conocer algunas. Sirvieron
Y fueron servidas a su turno. Algunas creyeron,
Y otras vendieron sus almas en un mundo de ensueños.

Pero ambas estaban inmunizadas contra el testamento
De los ojos, y los oídos, el hedor y la culpa del poder
Y la anomia de la lluvia que se vuelve roja, de plagas de langostas,
La muerte de los primogénitos, los siete años de escasez y
Otra vez de nuevo el octavo y luego la secuencia circular –
De la muerte y la carencia. Una promesa no ganada o dada
No es para que la rediman los mortales –

Pero Dios decretó que el fin multiplicará los medios –
Curtida en la espera, la pluma escribe:
Nosotras también servimos.

lunes, 3 de mayo de 2021

José Emilio Pacheco ( (Ciudad de México1939-2014)

 



Hoy queme tu carta


“Hoy quemé tu carta. La única carta que me escribiste. Y yo te he estado escribiendo, sin que tu lo sepas, día a día. A veces con amor, a veces con desolación, otras con rencor. Tu carta la conozco de memoria: catorce líneas, ochenta y ocho palabras, diecinueve comas, once puntos seguidos, diecisiete acentos ortográficos y ni una sola verdad”.


El viento distante

A Edith Negrín

La noche es densa . Sólo hay silencio en la feria ambulante. En un extremo de la barraca el hombre cubierto de sudor fuma, se mira al espejo, ve el humo al fondo del cristal. Se apaga la luz. El aire parece detenido. El hombre va hasta el acuario, enciende un fósforo, lo deja arder y mira la tortuga que yace bajo el agua. Piensa en el tiempo que los separa y en los días que se llevó un viento distante.
     Adriana y yo vagábamos por la aldea. En una plaza encontramos la feria. Subimos a la rueda de la fortuna, el látigo y las sillas voladoras. Abatí figuras de plomo, enlacé objetos de barro, resistí toques eléctricos y obtuve de un canario amaestrado un papel rojo que predecía mi porvenir.
       Hallamos en esa tarde de domingo un espacio que permitía la dicha; es decir, el momentáneo olvido del pasado y el futuro. Me negué a internarme en la casa de los espejos. Adriana vio a orillas de la feria un barraca aislada y miserable. Cuando nos acercamos el hombre que estaba a las puertas recitó:
       —Pasen, señores. Conozcan a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva. Escuchen en su boca la narración de su tragedia.
       Entramos. En un acuario iluminado estaba Madreselva con su cara de niña y su cuerpo de tortuga. Adriana y yo sentimos vergüenza de estar allí y disfrutar la humillación del hombre y de una niña que con toda probabilidad era su hija. Terminado el relato, Madreselva nos miró a través del acuario con la expresión del animal que se desangra bajo los pies del cazador.
       —Es horrible, es infame —dijo Adriana en cuanto salimos de la barraca.
       —Cada uno se gana la vida como puede. Hay cosas mucho más infames. Mira, el hombre es un ventrílocuo. La niña se coloca de rodillas en la parte posterior del acuario. La ilusión óptica te hace creer que en realidad tiene cuerpo de tortuga. Es simple como todos los trucos. Si no me crees, te invito a conocer el verdadero juego.
      

Regresamos. Busqué una hendidura entre las tablas. Un minuto después Adriana me suplicó que la apartara. Al poco tiempo nos separamos. Después nos hemos visto algunas veces pero jamás hablamos del domingo en la feria.
       Hay lágrimas en los ojos de la tortuga. El hombre la saca del acuario y la deja en el piso. La tortuga se quita la cabeza de niña. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la toma en sus brazos, la atrae a su pecho, la besa y llora sobre el caparazón húmedo y duro. Nadie entendería que la quiere ni la infinita soledad que comparten. Durante unos minutos permanecen unidos en silencio. Después le pone la cabeza de plástico, la deposita otra vez sobre el limo, ahoga los sollozos, regresa a la puerta y vende otras entradas. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. la tortuga comienza su relato.

 

Aguafuerte de Roberto Arlt : La tragedia del hombre que busca empleo

 


La persona que tenga la saludable costumbre de levantarse tempra­no, y salir en tranvía a trabajar o a tomar fresco, habrá a veces observa­do el siguiente fenómeno:

Una puerta de casa comercial con la cortina metálica medio corrida. Frente a la cortina metálica, y ocupando la vereda y parte de la calle, hay un racimo de gente. La muchedumbre es variada en aspecto. Hay peque­ños y grandes, sanos y lisiados. Todos tienen un diario en la mano y con­versan animadamente entre sí.

Lo primero que se le ocurre al viajante inexperto es de que allí ha ocurrido un crimen trascendental, y siente tentaciones de ir a engrosar el número de aparentes curiosos que hacen cola frente a la cortina metáli­ca, mas a poco de reflexionarlo se da cuenta de que el grupo está consti­tuido por gente que busca empleo, y que ha acudido al llamado de un aviso. Y si es observador y se detiene en la esquina podrá apreciar este conmovedor espectáculo.

Del interior de la casa semiblindada salen cada diez minutos indivi­duos que tienen el aspecto de haber sufrido una decepción, pues irónica­mente miran a todos los que les rodean, y contestando rabiosa y sintéti­camente a las preguntas que les hacen, se alejan rumiando desconsuelo. Esto no hace desmayar a los que quedan, pues, como si lo ocurrido fuera un aliciente, comienzan a empujarse contra la cortina metálica, y a darse de puñetazos y pisotones para ver quien entra primero. De pronto el más ágil o el más fuerte se escurre adentro y el resto queda mirando la cortina, hasta que aparece en escena un viejo empleado de la casa que dice:

—Pueden irse, ya hemos tomado empleado.

Esta incitación no convence a los presentes, que estirando el cogote sobre el hombro de su compañero comienzan a desaforar desvergüenzas, y a amenazar con romper los vidrios del comercio. Entonces, para en­friar los ánimos, por lo general un robusto portero sale con un cubo de agua o armado de una escoba y empieza a dispersar a los amotinados. Esto no es exageración. Ya muchas veces se han hecho denuncias seme­jantes en las seccionales sobre este procedimiento expeditivo de los patro­nes que buscan empleados.

Los patrones arguyen que ellos en el aviso pidieron expresamente “un muchacho de dieciséis años para hacer trabajos de escritorio”, y que en vez de presentarse candidatos de esa edad, lo hacen personas de treinta años, y hasta cojos y jorobados. Y ello es en parte cierto. En Buenos Aires, “el hombre que busca empleo” ha venido a constituir un tipo su¡ generis. Puede decirse que este hombre tiene el empleo de “ser hombre que busca trabajo”.

El hombre que busca trabajo es frecuentemente un individuo que os­cila entre los dieciocho y veinticuatro años. No sirve para nada. No ha aprendido nada. No conoce ningún oficio. Su única y meritoria aspira­ción es ser empleado. Es el tipo del empleado abstracto. El quiere traba­jar, pero trabajar sin ensuciarse las manos, trabajar en un lugar donde se use cuello; en fin, trabajar “pero entendámonos… decentemente”.

Y un buen día, día lejano, si alguna vez llega, él, el profesional de la busca de empleo, se “ubica”. Se ubica con el sueldo mínimo, pero qué le importa. Ahora podrá tener esperanzas de jubilarse. Y desde ese día, calafateado en su rincón administrativo espera la vejez con la paciencia de una rémora.

Lo trágico es la búsqueda del empleo en casas comerciales. La oferta ha llegado a ser tan extraordinaria, que un comerciante de nuestra amis­tad nos decía:

—Uno no sabe con qué empleado quedarse. Vienen con certificados. Son inmejorables. Comienza entonces el interrogatorio:

—¿Sabe usted escribir a máquina?

—Sí, ciento cincuenta palabras por minuto.

—¿Sabe usted taquigrafía?

—Sí, hace diez años.

—¿Sabe usted contabilidad?

—Soy contador público.

—¿Sabe usted inglés?

—Y también francés.

—¿Puede ofrecer una garantía?

—Hasta diez mil pesos de las siguientes firmas.

—¿Cuánto quiere ganar?

—Lo que ustedes acostumbran pagar.

—Y el sueldo que se les paga a esta gente -nos decía el aludido comerciante— no es nunca superior a ciento cincuenta pesos. Doscientos pesos los gana un empleado con antigüedad… y trescientos… trescientos es lo mítico. Y ello se debe a la oferta. Hay farmacéuticos que ganan ciento ochenta pesos y trabajan ocho horas diarias, hay abogados que son escri­bientes de procuradores, procuradores que les pagan doscientos pesos men­suales, ingenieros que no saben qué cosa hacer con el título, doctores en química que envasan muestras de importantes droguerías. Parece menti­ra y es cierto.

La interminable lista de “empleados ofrecidos” que se lee por las mañanas en los diarios es la mejor prueba de la trágica situación por la que pasan millares y millares de personas en nuestra ciudad. Y se pasan éstas los años buscando trabajo, gastan casi capitales en tranvías y es­tampillas ofreciéndose, y nada… la ciudad está congestionada de emplea­dos. Y sin embargo, afuera está la llanura, están los campos, pero la gen­te no quiere salir afuera. Y es claro, termina tanto por acostumbrarse a la falta de empleo que viene a constituir un gremio, el gremio de los deso­cupados. Sólo les falta personería jurídica para llegar a constituir una de las tantas sociedades originales y exóticas de las que hablará la historia del futuro.

 

miércoles, 28 de abril de 2021

Celestina de Silvina Ocampo

 


Era la persona más importante de la casa. Manejaba la cocina y las llaves de las alacenas. Era necesario complacerla.

Para que fuera feliz, había que darle malas noticias: esas noticias eran tónicos para su cuerpo, deleites para su espíritu.

–Celestina, hoy, mientras daba a luz, murió de un ataque al corazón la señora Celina Romero, aquella mujer simpática y bondadosa, a quien convidó usted con carbonada y niños envueltos. Nadie se ocupará del hijo, que tiene dos cabezas y una sola oreja.

–¿Y en todo lo demás el niño es normal?

–No. Tiene el talón del pie colocado adelante, los dedos en el talón, además de las pestañas dentro de los párpados. Hablan de hacerle una operación.

-¡Qué pavada operar a un recién nacido!

 

Celestina se incorporaba en la silla, como en el agua una flor marchita, y revivía.

 

–Celestina, hay terremotos en Chile; maremotos también. Ciudades enteras han desaparecido. Los ríos se transforman en montañas, las montañas en ríos. Se desbordan, se vienen abajo. Predicen el fin del mundo.

 

Celestina sonreía misteriosamente. Ella que era tan pálida, se sonrojaba un poco.

 

–¿Cuántos muertos? –preguntaba.

 

–Todavía no se sabe. Muchos han desaparecido.

 

–¿Podría mostrarme el diario?

 

Le mostrábamos el diario, con las fotografías de los desastres. Las guardaba sobre su corazón.

 

–¡Qué broma! –respondía.

 

–Celestina, la criminalidad infantil aumenta. Ayer, mientras el señor Ismael Rébora, que usted conoce, dormía, con la dosis habitual de somnífero, su nieto, Amílcar, de ocho años de edad, con el cuchillo que utilizaba para sacar punta a los lápices y a las cañas de bambú, le infirió varias heridas mortales. El señor Ismael Rébora tuvo tiempo de encender la luz para ver como le asestaban la cuarta puñalada y comprobar que el autor del hecho, no sólo era un niño, sino su nieto, amargura que para él duró la fracción de un segundo, pero no para su familia, que ocultó el asesinato con éxito, y que tiene que convivir ahora con un pequeño criminal que asesinará con el tiempo al resto de la familia.

 

–A lo mejor –respondía Celestina.

 

Durante horas fue amable, bondadosa, alegre, casi bonita; tarareaba una canción española, que expresaba claramente su regocijo.

 

Celestina podía vivir en carne propia las malas noticias.

 

–Esta casa está incendiándose –le dijeron un día–. Los bomberos ya están al pie del edificio, tratando de apagar el incendio. No, no es una broma. De los grifos, en vez de agua, salen llamas. No podemos salvarnos, porque la escalera que da al pasillo de la puerta de calle está ardiendo y la de servicio está obstruida por los tirantes de madera que cayeron. De cada ventana se asoma el fuego, con sus ojos de anguila eléctrica.

 

Celestina, reconfortada con la mala noticia, se salvó del incendio sin una quemadura. Los otros inquilinos de la casa murieron o se salvaron con quemaduras de tercer grado.

 

A veces, por increíble que parezca, no hay malas noticias en los diarios. Es difícil, pero sucede. Entonces, hay que inventar crímenes, asaltos, muertes sobrenaturales, pestes, movimientos sísmicos, naufragios, accidentes de aviación o de tren, pero estas invenciones no satisfacen a Celestina. Mira con cara incrédula a su interlocutor.

 

Y llegó un día en que tuvimos sólo buenas noticias, y la imposibilidad de inventar malas noticias.

 

–¿Qué hacemos? –preguntaron Adela, Gertrudis y Ana.

 

–¿Buenas noticias? No hay que dárselas –dije, pues me había encariñado con Celestina.

 

–Algunas poquitas no le harán daño –dijeron.

 

–Por pocas que sean, le harán daño –protesté–. Es capaz de cualquier cosa.

 

Nos secreteábamos en las puertas. ¡Aquel último accidente, horrible, que yo le había anunciado, la dejó tan contenta! Fui personalmente a ver el tren descarrilado, a revisar los vagones en busca de un mechón de pelo, de un brazo mutilado para describírselo.

 

Como si hubiera presentido que estábamos preparándole una emboscada, nos llamó.

 

–¿Qué hacen? ¿Qué están complotando, niñas?

 

–Tenemos una buena noticia –dijo Adela, cruelmente.

 

Celestina palideció, pero creyó que se trataba de una broma. El sillón de mimbre donde estaba sentada, crujió debajo de su falda oscura.

 

–No te creo –dijo–. Sólo hay malas noticias en este mundo.

 

–Pues, no, Celestina. Los diarios están llenos de buenas noticias –dijo Ana, con los ojos brillantes–. De acuerdo con las estadísticas, se han podido combatir eficazmente las peores enfermedades.

 

–Son cuentos –musitó Celestina–. ¿Y tú, con esa carita triste, qué noticia me traes? –me dijo débilmente, con una última esperanza.

 

–Los crímenes han disminuido notablemente –exclamó Adela.

 

–En cuanto a la leucemia, es una historia antigua –musitó Gertrudis.

 

–Y yo gané a la lotería –dijo Ana diabólicamente, sacando un billete del bolsillo.

 

Esas voces agrias, anunciando noticias alegres, no auguraban nada bueno. Celestina cayó muerta.

 

lunes, 26 de abril de 2021

Margaret Atwood ( Ottawa, 1939 )




Siempre ha habido muñecas

Siempre ha habido muñecas,
desde que existe la gente.
En los montones de basura y los templos abandonados
las muñecas se acumulan;
el mar está lleno de ellas.
¿Qué es lo que las provoca?
¿Acaso son dioses, carecen de causa,
son algo con lo que hablar
cuando se tiene que hablar,
algo que arrojar contra la pared?
Una muñeca es una testigo
que no puede morir,
con una muñeca nunca estamos solos.
En el largo viaje bajo la tierra,
en la barca con dos proas,
siempre hubo muñecas.

Versión de © Jonio González.

There have always been dolls
as long as there have been people.
In the trash heaps and abandoned temples
the dolls pile up;
the sea is filling with them.
What causes them?
Or are they gods, causeless,
something to talk to
when you have to talk,
something to throw against the wall?
A doll is a witness
who cannot die,
with a doll you are never alone.
On the long journey under the earth,
in the boat with two prows,
there were always dolls.

de "Five Poems for Dolls", en "Two-Headed Poems", Simon & Schuster, Nueva York, 1981

miércoles, 21 de abril de 2021

Humberto Constantini ( Buenos Aires 1924 – 1987)

 



Tarea


Han de saber
que cuando en la oficina no hay trabajo,

yo trabajo,
trabajo como un negro,
sudo tinta,
ando detrás de pájaros azules,
me meto en grandes líos con los sueños,
me desangro en palabras,
salgo a cazar ballenas y crepúsculos,
domestico elefantes
(hay que ver qué furor el de la selva)
le explico al faraón cosas del tiempo,
hago el amor a veces,
lucho con los zulúes cuerpo a cuerpo,
tengo que abrirme paso en un perfume,
volver para las doce,
morirme,
andar recuerdos.
Tengo que hablar con Dios,
volverme loco,
lanzar varias proclamas de justicia,
escapar de la hoguera,
vestirme de jamás para un entierro.
No descanso ni un minuto,
me doy un gran trajín con las cigarras,
me cito con Lenin y arreglo el mundo,
llamo a larga distancia,
digo anote en mi agenda: Nazareno,
trato cosas del aire con gaviotas,
compro verdes, azules, amarillos
y los despacho por expreso al cielo.
Hago arreglo con nubes,
firmo tardes de otoño con llovizna,
corro a cambiar estrellas que andan flojas,
promuevo madreselvas,
dicto inviernos...


cuando el jefe me mira y dice ejem,
ya que usted no hace nada y tiene tiempo...


viernes, 16 de abril de 2021

Louise Glück ( Nueva York,1943)

 


Parábola de la paloma


Una paloma vivía en una aldea.

Cuando abría la boca
solo emitía dulzura, un sonido
como una luz plateada alrededor
de la rama del cerezo. Pero
la paloma no estaba satisfecha.
Veía a los aldeanos
congregarse a escuchar bajo
el árbol en flor.
No pensaba: estoy
más alta que ellos,
quería andar entre ellos,
experimentar la violencia del sentimiento humano,
en parte para mejorar su canción.
Así que se transformó en humana.
Halló pasión, halló violencia,
al principio mezcladas, luego
como emociones separadas
y estas no estaban
restringidas por la música. Así que
su canción se transformó,
las dulces notas de su deseo de humana
agriadas y achatadas.
Entonces
el mundo retrocedió; la mutante
cayó del amor
como de la rama del cerezo,
cayó manchada con la sangrienta
fruta del árbol.
Así que es verdad después de todo, no solo
una regla del arte:
cambia de forma y cambiarás tu naturaleza.
Y es esto lo que nos hace el tiempo.


- Traducción: Andrés Catalá

Parable Of The Dove

A dove lived in a village.

When it opened its mouth
sweetness came out,sound
like a silver light around
the cherry bough. But
the dove wasn’t satisfied.
It saw the villagers
gathered to listen under
the blossoming tree.
It didn’t think: I
am higher that they are.
It wanted to walk among them,
to experience the violence of human feeling,
in part for its song’s sake.

So it became human.

It found passion, it found violence,
first conflated, then
as separate emotions
and these were not
contained by music.

Thus its song changed,

the sweet notes of its longing to become human
soured and flattened.Then

the world drew back; the mutant
fell from love
as from the cherry branch,
it fell stained with the bloody fruit of the tree.

So it is true after all, not merely

a rule of art:
change your form and you change your nature.
And time does this to us.