Se dice que el cuerpo humano puede contener hasta un
setenta por ciento de agua. La memoria también está hecha de agua, y en los
sueños uno está drenando constantemente las grandes cuencas pantanosas de la
nostalgia. La nostalgia y la risa tienen casi siempre el mismo sonido. En buena
medida, creo que soñar no es más que eso, una actividad de drenaje. No somos
más que voces murmurando bajo el agua, no somos más que un incierto paisaje
onírico-fluvial que se ha sedimentado a partir de algunas conversaciones que se
evaporaron en el recuerdo, tomando un giro y un talante imprevistos. Pero,
¿acaso escribir no es eso, volver una y otra vez sobre el hilo perdido de la
conversación, drenar con algún verbo inteligible nuestras charcas y malezas
mentales?
***
Flashback:
zapatillas Pony. Me acuerdo que a los
doce años lloré estúpidamente una semana entera porque mis padres no tenían
para comprarme un par de esas zapatillas que, con su discreta tirita en forma
de V, eran en aquella época el summum
de la originalidad y la distinción. Al final, con mucho esfuerzo y extorsiones
de todo tipo, conseguí que me las compraran. Menos de un mes me duraron, las
reventé una tarde jugando a la pelota en el baldío de la esquina. Recuerdoque
mi madre me dijo, con un énfasis categórico que todavía hoy me hace temblar:
«no sabés cuidar nada». ¿Será cierto eso, que no puedo cuidar de nada ni de
nadie, ni siquiera de mí? Ahora mismo estoy aquí, muy lejos de mi país, en un
lugar del mundo que desconozco y que me desconoce, he quemado, como quien dice,
todas las naves, y no me importa. ¿De qué o de quién debería cuidarme? Por
primera vez en mucho tiempo me siento libre y ligero. Salvo las magulladuras y
contusiones, los golpes habituales en el ringside
de un neurótico, no tengo grandes lesiones incurables. «Y nada temí más que mis
cuidados» ¿no decía esto Góngora? Así sea.
***
Aunque muchas
veces discurran por los cauces más trillados, las buenas conversaciones son
totalmente aleatorias; son poemas abiertos, nadie saben dónde empiezan y dónde
terminan, ni mucho menos qué consecuencias pueden tener en la vida. Cuando
hablamos con alguien, cuando realmente damos con un interlocutor auténtico
–algo que no ocurre con frecuencia- es como si echáramos raíces en el cielo, como si
volviéramos a casa luego de un largo viaje por el desierto, como si dejáramos
por fin de sentirnos huérfanos. Una buena cena y una buena conversación, ¿a qué
más podemos aspirar en esta vida? Es la dimensión mítica del lenguaje, que la
escritura a veces alcanza por medio de la poesía.
***
Yo no soy, lo
que se dice, un buen conversador, pero me fascina escuchar a la gente, me
fascina no tanto por lo que dice o puede llegar a decir, sino por el modo en
que habla, la voz, la escena, la gestualidad, la música… Para mí es lo mismo
que escuchar una pieza de Bach. Y no creo que sea una comparación arbitraria,
ya que Bach llevó la polifonía a sus máximas posibilidades, y si uno escucha en
detalle, en el fondo, toda conversación tiene algo de estructura polifónica;
tiene sus contrapuntos y sus fugas, y hasta sus disonancias.
En realidad, no hay muchos temas de conversación. Stevenson decía que
solo hay tres: «lo que soy yo, lo que eres tú y lo que las demás personas creen
oscuramente ser». Me parece que en ese triángulo equilátero cabe todo. Ahora, con
la escritura pasa algo raro: en general, por lo que yo he podido ver, la gente
se siente mucho más desnuda frente a la palabra escrita que frente a la
oralidad -cuando debería ser exactamente al revés-. Es tan fácil disfrazarse o representar un
personaje por medio de la escritura, es cuestión de manejar más o menos una
sintaxis y de tener un poco de imaginación. En cambio, en la oralidad se está
completamente a la intemperie, y es allí donde más fuerte sentimos la
imposición de los férreos límites y las normativas de la lengua. Sin embargo,
por alguna razón, la gente se siente mucho más cohibida a la hora de
enfrentarse con una página en blanco. Quizás se deba a que la escritura es un
espejo algo monstruoso, en el que da miedo reflejarse. Uno deja de ser Narciso
para convertirse en Calibán; deja de ser «hobbit» para convertirse en «orco»,
para ponerlo en los términos de Tolkien. (Pobre Tolkien, si se levantara de su
sarcófago medieval y viera la gigantesca hamburguesa en que se ha convertido su
idílico imaginarium).
***
Las personas
que dicen no creer en nada, son las más supersticiosas de todas. Vivimos en una
época extremadamente escéptica, pero también extremamente ingenua. El colmo de
las supersticiones son las estadísticas: pensar que un conjunto de datos es más
cierto o relevante que una tirada de tarot, me parece asombroso. Yo no me considero
un hombre espontáneamente supersticioso, pero sí soy un gran coleccionista de
supersticiones, propias y ajenas; las cultivo, cuido de ellas como si se
tratara de flores o de sellos postales. Pienso que el día que obtenga la última
y más difícil pieza de mi colección, podré finalmente liberarme de todos mis
yugos, reales e imaginarios.
***
El ingenio, que tiene efectos tan favorables sobre
la inteligencia, sin embargo, es una enfermedad mortal para la poesía.
Del libro Conversaciones en la interperie .Editorial Pre Textos .2016
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