Cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la
cara...
Cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara
con una hoja de mirto. Ya estoy tan seguro de que te quiero,
que a veces quito
mis ojos de la luz para que atraviesen la noche por el cielo.
el cielo.
con una hoja de mirto. Ya estoy tan seguro de que te quiero,
que a veces quito
mis ojos de la luz para que atraviesen la noche por el cielo.
el cielo.
Los jardines saben el nombre de tu río
y el de los antílopes que lo cruzan jugando entre el agua;
ninguno habrá que no lo haya sentido
fluir, humedeciéndome la boca,
en la mañana, o al caer la tarde,
sobre el aliento perezoso
de las flores.
y el de los antílopes que lo cruzan jugando entre el agua;
ninguno habrá que no lo haya sentido
fluir, humedeciéndome la boca,
en la mañana, o al caer la tarde,
sobre el aliento perezoso
de las flores.
Helada en su corona de deseo
Helada en su corona de deseo
quién la verá, perfume de otro día,
ramo de aire perdido, todavía.
Espacio, luz de amor, lengua de aseo.
quién la verá, perfume de otro día,
ramo de aire perdido, todavía.
Espacio, luz de amor, lengua de aseo.
Terrible, incomparable, alta la veo
quebrar la espuma insomne -alma mía-,
en su sabor hallando la alegría,
el sonido, su flor; la voz de Orfeo.
quebrar la espuma insomne -alma mía-,
en su sabor hallando la alegría,
el sonido, su flor; la voz de Orfeo.
Dura en su nieve, en su adiós de la tierra,
qué ámbito iluminado o noche ciega
la espera. Dónde irá el viento, su día.
qué ámbito iluminado o noche ciega
la espera. Dónde irá el viento, su día.
Qué mar, qué luna; qué espejo la cierra
desdichado. ¡Qué río alto la riega
sin amargura y bebe su agonía!
desdichado. ¡Qué río alto la riega
sin amargura y bebe su agonía!
Una rosa para
Stefan George
Il va parmi ses fleurs; et les souffles de lair
Hölderlin
(Similis factus sum pellicano solitudinis)
No es la paciencia de la sangre la que llega a
morir, ni el sueño ni el mármol de Delfos, sino el polvo que se calienta entre
las uñas. Qué importa morir, que se borren las paredes como un río seco; que no
quede una flor en la calle con su borde de luto en la frente, ni el viento
sobre las piedras podridas.
Qué haces allí, tronchado sin humedad, con tu dicha
sin aliento, con tu muerte tendida a los pies. Con tu espuma llena de ceniza.
Desdeñoso.
Ya vendrán los hombres con el ruido, con los gestos;
pero el odio seguirá intacto.
Todos te habrán estrechado la mano alguna vez, y tú
habrás bebido la cicuta en la soledad, como un vaso de leche.
Adiós, país de nieve, de ventisca agria, sin gentes
que digan mal de ti. Eterno. Desnudo. La sangre metida en su canal de hielo -fuego
sin aire- Jordán perdido. Si el tiempo tuviera sentido como el Sol y la Luna presos; si
fuera útil vivir, si fuera necesario, qué hermoso espanto: tengo la voluntad
avergonzada.
Yo soy menos feliz que tú. Me quedo combatiendo sin
honor, con un haz de ramas en las manos. Duerme. Dormir para siempre es bueno,
junto al mar; los ríos secos debajo de la tierra con su rosa de sangre muerta.
Duerme, lujo triste, en tu desierto solo.
¡Esta palabra inútil!