Descendimiento
Comenzó a
descolgar lentamente la sábana grande
y mientras la
descolgaba pensó en el santo sudario
y pensó en el
mismo Cristo cuando lo van bajando
de la cruz y lo
envuelven. Y la sábana se deslizó
sobre sus brazos,
sobre su hombro derecho, y le
cubrió su pecho y
su cintura, con todo su peso
todavía muerto,
todavía no resucitado, pero dócil.
No tan pesado como
su propio cuerpo, o justo tan
liviano como su
propio cuerpo, con su justo peso, el
peso de los
justos. Y una ráfaga de viento infló la
sábana como una
vela. Y un resplandor agitó su
pelo. Y un pedazo
de sábana cubrió su rostro. Y el
sol bajó sus
párpados. Y todo el mar se agitó.