Limonera
Galerones,
lecheras, limoneras,
mariposas
de alcurnia
y
las otras,
plebeyas
que uno caza a golpes de rama,
cortando
el aire.
Las
mariposas escanden lo abierto del verano.
Su
vuelo puntea errancia
en
un pentagrama invisible.
Una
tarde cacé una limonera:
aerodinámica,
fileteado
amarillo sobre terciopelo negro,
la
cola como una coupé Impala,
con
las alas abiertas apenas cabía dentro del frasco de mermelada.
La
esperé como en otras tantas tardes,
cerca
del limonero fragante,
para
contemplarla
(¿sería
siempre la misma?
¿Un
avatar limonera que en la repetición aseguraba la continuidad
del
sol en lo alto del cielo?)
Ahí
estaba volando distraída.
Con
descuido aristocrático, se entregó a la captura.
Le
di flores que ignoró. Mostré el trofeo a cuantos pude.
Pegaba
los ojos al vidrio como un gigante primitivo
esperando
vaya a saber qué revelación.
La
mariposa exploró desdeñosa la prisión y cerró las alas.
Mi
entusiasmo se apagaba.
La
limonera me contagió su aburrimiento.
Cuando
el sol empezaba a caer,
abrí
la tapa con hendiduras,
y
se fue deslizando fuera del frasco.
Aturdida,
en
un momento sublime,
se
paró sobre mi índice derecho como un ave de cetrería.
Agitó
las alas para disponerse al vuelo :
la
vi irse,
desplegada,
suntuosa;
ese
camafeo ondulante
trazó
por
única vez y para siempre
el
límite
entre
el crepúsculo y la noche.
Guerras del agua
Carnaval.
En
el chalet frente a la plaza resisten las chicas de Gómez.
Tienen
una manguera con buena presión y capacidad de recarga.
No
son buenas para los baldazos,
pero
se empeñan con una enjundia de amazonas de Momo.
Los
varones somos cinco o seis y usamos las canillas de la plaza
para
abastecernos.
Al
principio el agua sale con mucha fuerza y rompe el pico de las
bombitas.
Al
fin llevamos dos baldes llenos con diez o doce cargadas.
Las
chicas nos azuzan para que atravesemos el corredor lateral,
hasta
el patio del fondo.
Para
cuando nos ponemos a tiro,
ya
nos empapan
Gritos
de triunfo acompañan la defensa exitosa.
Nos
retiramos a pertrecharnos y a decidir el curso de la acción:
pedimos
que salgan, que vengan a la descubierta.
Cuerpo
a cuerpo, a empaparse.
Decidimos
una última incursión,
a
baldazo limpio,
pero
las nínfulas contraatacan:
con
furor nos persiguen hasta la plaza.
Entre
los destellos de sol,
bajo
las glorietas,
Momo
alienta
a
perseguidoras y perseguidos.
Ida
y vuelta,
vibra
la
excitación.
Nos
ahoga.
La
ropa mojada pegada al cuerpo de las chicas,
los
torsos desnudos de los chicos,
la
respiración jadeante;
púberes
borrachitos.
Encendidos.
Esa
noche,
en
el corso,
sonreiremos
cómplices,
fingiendo
indiferencia;
expectantes
y al acecho
seguiremos,
en
el ritual del vaivén,
lo
que resta del verano.
Del libro " America" editorial Bajolaluna 2014