La primera idea se me ocurrió a principios de la década de los
setenta, a propósito de un sueño esclarecedor que tuve después de cinco años
de vivir en Barcelona. Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo
de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos
parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata
oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América
Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más
tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté
acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que
para mí se había acabado la fiesta. "Eres el único que no puede
irse" me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más
con los amigos. No sé por qué, aquel sueño ejemplar lo interpreté como una toma de
conciencia de mi identidad, y pensé que era un buen punto de partida para
escribir sobre las cosas extrañas que les suceden a los latinoamericanos en
Europa. “ “Durante unos dos años tomé notas de los temas que se me iban
ocurriendo sin decidir todavía qué hacer con ellos. “ “Fue en México, a mi regreso de Barcelona, en 1974, donde se me hizo
claro que este libro no debía ser una novela, como me pareció al principio,
sino una colección de cuentos cortos, basados en hechos periodísticos pero
redimidos de su condición mortal por la astucias de la poesía” |
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“Ahora sé por qué el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan
intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay
que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta
el carácter de algún personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más
intimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el
libro por el resto de la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace
falta para empezarlo se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, no
tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia
propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable
empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguien que no
recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: "Un buen escritor se
aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica". Es cierto que no
rompí los borradores y las notas, pero hice algo peor: los eché al olvido.” “La escritura se
me hizo entonces tan fluida que a ratos me sentía escribiendo por el puro
placer de narrar, que es quizás el estado humano que más se parece a la
levitación.” “Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la
anterior. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser la última? Es un secreto del
oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los
instintos, como sabe la cocinera cuándo está la sopa. De todos modos, por las
dudas, no volveré a leerlos, como nunca he vuelto a leer ninguno de mis
libros por temor de arrepentirme. El que los lea sabrá qué hacer con ellos.
Por fortuna, para estos doce cuentos peregrinos terminar en el cesto de los
papeles debe ser como el alivio de volver a casa.” |
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