Oiconologia
Tratar
de hablar siempre
menos.
Querer decir más cada vez.
Colocar los trofeos en el fuego
y asegurarse de que nadie los rescate
para ponerlos de nuevo en la vitrina
con su nula e impertinente vaciedad.
Guardar menos objetos, menos sombras,
pero alumbrar el día todo el día
y limpiar la oreja un poco más.
Dejar ya de rezar en alta voz
en nombre del Altísimo
y ordenar lápices, papeles, obsesiones en el nido,
de forma que reflejen su interior cacofonía
con el hoy, su aquí, nuestro mañana por hacer.
Ingerir cada vez menos,
digerir cada día más.
No poner tanto énfasis en los ayeres, lo vivido
y subrayar lo que se pueda resolver
hablando del enigma del minuto
en este constante matar o morir
con que agredimos a las horas cada ahora.
Dormir cada vez menos,
soñar cada día más.
Buscar cuanta se pueda soledad
y al entrar la noche, apagar
las luces del balcón para poder
alcanzar el astro con el ojo.
Envejece en la bodega el vino
para hacerse de crianza o de reserva;
que vino mal envejecido es vinagrio
que al paladar golpea e incomoda.
Ni levantado ni caído,
a ningún ángel rendirle culto, pero ser
indivisiblemente hombre en esta
misteriosa y angustiada humanidad.
Ignorar la razón de los achaques de la vida
y vivir sin pensar para nada
en el alivio de la muerte.
Tratar de hablar cada vez menos,
esperar pacientemente mi turno
para poder decir, quizás, cada día un poco más.
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