Un seguro apellido
El mundo es de los otros.
Se hizo para ellos y ellos lo poseen.
Cantan y se apacientan
dulcemente contentos.
Tienen mitos y dioses,
tienen hogar y hermanos
y un seguro apellido
y una calle con nombre.
Pueden tenerlo todo.
Todo pueden quitarnos:
hasta el silencio breve
que madura en los versos;
hasta el Dios que se asoma
temblando en nuestro fondo
(ese Dios al que obligan
a ser inteligente).
Guardan en el bolsillo
su entrada para el Cielo
-un lugar elegante,
de «gente conocida»-,
mientras otros estamos
de pie, haciendo cola.
Mientras nos empujamos,
mudos, ante la puerta.
Y hemos perdido todo,
y estamos como ciegos
frente a los luminosos
que anuncian la película.
Nadie nos mira nunca,
pero nos da vergüenza.
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