Un hombre tenía una espaciosa casa en la que había una
gran estufa; no obstante, la familia de ese hombre no era numerosa: sólo su
mujer y él. Cuando llegó el invierno el hombre empezó a encender la estufa y al
cabo de un mes ya había quemado toda la leña. Ya no tenía nada que quemar, y
hacía frío.
Entonces el hombre se puso a arrancar la cerca del
patio, y alimentaba la estufa con esa madera. Cuando quemó toda la cerca, en la
casa, que ya no tenía ningún amparo contra el viento, hizo aún más frío, y ya
no había nada que quemar.
Entonces se subió arriba, arrancó el tejado y empezó a
encender la estufa con esa madera; en la casa hizo más frío aún, y también la
leña del tejado se acabó. Entonces el hombre empezó a desmontar el techo de la
casa para alimentar la estufa. Un vecino vio lo que estaba haciendo y le dijo:
«Pero ¿qué haces, vecino? ¿Te has vuelto loco? ¡Quitar el techo en pleno invierno!
¡Si lo haces os congelaréis los dos!». Pero el hombre dijo: «No, amigo: estoy
quitando el techo para encender la estufa. Tenemos una estufa que, cuanta más
madera consume, más frío hace». El vecino se echó a reír y dijo: «Bueno, y
cuando hayas quemado el techo, ¿derribarás la casa? Entonces ya no tendrás
dónde vivir y sólo te quedará la estufa, que estará fría».
«Ésa es mi desgracia –dijo el hombre–. Todos los
vecinos tienen leña suficiente para todo el invierno; yo, en cambio, he quemado
la cerca y la mitad de la casa y ni siquiera eso ha bastado.» El vecino dijo:
«Lo único que tienes que hacer es reformar la estufa». Pero el hombre dijo: «Sé
que tienes envidia de mi casa y de mi estufa porque son más grandes que las
tuyas; por eso me aconsejas que no rompa nada». No escuchó a su vecino y quemó
el techo y luego la casa; y después se fue a vivir entre extraños.
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