El
Graal
El
mar destila incertidumbre,
la
montaña perplejidad; y el propio
cuerpo
no abandona, por nada
del
mundo, su secreto. El viaje
se
volvió errabundeo, y el aura
solitaria,
retirándose,
nos
transformó en manada.
En
la llanura inmóvil
el
cansancio nos visita:
todo
esto podía haber sido
de
esta manera o de alguna otra,
el
tiempo hubiese preferido
correr
para adelante o para atrás
y
abstenerse de salir, indiferente,
la
luna. Nos creeríamos perdidos,
si
fuésemos capaces, todavía,
de
distinguir un lugar.
La
mirada rebota, espesa;
ni
reconoce ni interroga.
Astillas
turbias flotan
entre
la sombra que amenaza.
Confusos,
vacilamos:
salimos
a buscar no sabemos qué
ya
no nos acordamos bien cuándo.
Para cantar
La tarde está limpia como una hoja vacía.
A veces, como una mano que escribe, la borronea el viento.
La carcome, como a una esperanza que se enfría
por ráfagas de remordimiento.
Tarde carcomida de octubre, desaforada luz del día.
No tengo paz y estoy contento.
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