Con la denominación de judío
llamo a quien se ve a sí mismo como tal, así como a quien se ve forzado a serlo. Judío es una persona que reconoce serlo. Quien lo reconoce en público, por lo general es un judío por elección. Quien lo reconoce únicamente ante sí mismo, lo es por fuerza del destino. Quien no reconoce ninguna relación con el pueblo judío, ni en público ni en su oculto pesar, no es judío, aunque la Halajá lo vea como tal porque nació de madre judía. Un judío, en mi opinión no halájica, es toda persona que elige compartir el destino con otros judíos o que está condenado a compartirlo. Además, ser judío, significa casi siempre mantener una relación espiritual con el pasado de los judíos. Sea una relación de orgullo o de angustia, o de orgullo junto con angustia, sea vergüenza, rebeldía, honra o nostalgia. Y más: ser judío significa casi siempre mantener una relación con el presente judío; sea temor o seguridad, sea orgullo por los logros de los judíos, o vergüenza por sus actos, o un fuerte deseo de desviarlos de su rumbo, o una necesidad espiritual de unirse a su camino. Y por último: ser judío, significa sentir que en un lugar donde se persigue a un judío por el hecho de serlo – se refieren a ti.
Fuente: bama.org.ar
(Halajá es el conjunto de leyes que debe regir la vida diaria de un judío)
La mujer de la ventana
Si adquieres un billete y viajas a otro país, es
posible que veas las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los
paisajes y los enclaves históricos. Si te sonríe la fortuna, quizá tengas la
oportunidad de conversar con algunos habitantes del lugar. Luego volverás a
casa cargado con un montón de fotografías y de postales.
Pero, si lees una novela, adquieres una entrada a
los pasadizos más secretos de otro país y de otro pueblo. La lectura de una
novela es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus
estancias más íntimas.
Si no eres más que un turista, quizá tengas ocasión
de detenerte en una calle, observar una vieja casa del barrio antiguo de la
ciudad y ver a una mujer asomada a la ventana. Luego te darás la vuelta y seguirás
tu camino.
Pero como lector no sólo observas a la mujer que
mira por la ventana, sino que estás con ella, dentro de su habitación, e
incluso dentro de su cabeza.
Cuando lees una novela de otro país, se te invita a
pasar al salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho, e
incluso al dormitorio. Se te invita a entrar en sus penas secretas, en sus
alegrías familiares, en sus sueños.
Y por eso creo en la literatura como puente entre
los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo
que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el
fanatismo. La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un
hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una
persona más humana.
Parte de la tragedia árabe-judía es la incapacidad
de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarnos unos a otros. De
imaginar realmente los amores, los miedos terribles, la ira, los instintos.
Demasiada hostilidad impera entre nosotros y demasiada poca curiosidad.
Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos
han sufrido en el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa. Los árabes
han sido víctimas del imperialismo, del colonialismo, de la explotación y la
humillación. Los judíos han sido víctimas de persecuciones, discriminación,
expulsión y, al final, el asesinato de un tercio del pueblo judío.
Cabría suponer que dos víctimas, y sobre todo dos
víctimas de un mismo perseguidor, desarrollarían cierta solidaridad entre
ellas. Desgraciadamente las cosas no son así, ni en las novelas ni en la vida
real. Por el contrario, algunos de los conflictos más terribles son aquellos
que se producen entre dos víctimas de un mismo perseguidor. Los dos hijos de un
progenitor violento no tienen por qué amarse necesariamente. Con frecuencia ven
reflejada el uno en el otro la imagen del cruel progenitor.
Exactamente así es la situación entre judíos y
árabes en Oriente Medio: mientras los árabes ven en los israelíes a los nuevos
cruzados, la nueva reencarnación de la Europa colonialista, muchos israelíes
ven en los árabes la nueva personificación de nuestros perseguidores del
pasado: los responsables de los pogroms y los nazis.
Esta realidad impone a Europa una especial
responsabilidad en la solución del conflicto árabe-israelí: en lugar de alzar
un dedo acusador hacia una u otra de las partes, los europeos deberían mostrar afecto
y comprensión y prestar ayuda a ambas partes. Ustedes no tienen por qué seguir
eligiendo entre ser pro-israelíes o pro-palestinos. Deben estar a favor de la
paz.
La mujer de la ventana puede ser una mujer palestina
de Nablus y puede ser una mujer israelí de Tel Aviv. Si desean ayudar a que
haya paz entre las dos mujeres de las dos ventanas, les conviene leer más
acerca de ellas. Lean novelas, queridos amigos, aprenderán mucho.
Las cosas irían mejor si también cada una de esas
dos mujeres leyese acerca de la otra, para saber, al menos, qué hace que la
mujer de la otra ventana tenga miedo o esté furiosa, y qué le infunde
esperanza.
No he venido esta tarde a decirles que leer libros
vaya a cambiar el mundo. Lo que he sugerido es que creo que leer libros es uno
de los mejores modos de comprender que, en definitiva, todas las mujeres de
todas las ventanas necesitan urgentemente la paz.
Quiero agradecer a los miembros del jurado del
premio Príncipe de Asturias que me hayan otorgado este maravilloso Premio. Muchas
gracias y mis mejores deseos a todos ustedes. Shalom u-brajá.
Discurso al recibir el Premio
Príncipe de Asturias de las Letras
Traducción del hebreo de Raquel García Lozano
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