Currículum
A menudo un dictador es un revolucionario que hizo carrera. A menudo un
revolucionario es un burgués que no la hizo.
Erizo
El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en
matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno,
siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de
la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y,
si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola
para ocultar su rubor.
Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En
lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo –como aconsejan los libros de
zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras
preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias
luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas
artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una
de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en
un animal fabuloso.
Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la
corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si
las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta
del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.
El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba
de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera
aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando
llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía
hermoso.
La hormiga
Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial.
Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la
necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales.
Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número
de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un
tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros.
Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo
Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las
salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones.
Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error
de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga
se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos
destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha
desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la
tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos,
estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan
bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer.
Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con
la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita:
“Arriba…luz…jardín…hojas…verde…flores…” Las demás hormigas no comprenden una
sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y
la matan.
Los animales en el arca
Sí, Noé cumplió la orden
divina y embarcó en el arca un macho y una hembra de cada especie animal. Pero
durante los cuarenta días y las cuarenta noches del diluvio ¿qué sucedió? Las
bestias ¿resistieron las tentaciones de la convivencia y del encierro forzoso?
Los animales salvajes, las fieras de los bosques y de los desiertos ¿se
sometieron a las reglas de la urbanidad? La compañía, dentro del mismo barco,
de las eternas víctimas y de los eternos victimarios ¿no desataría ningún
crimen? Estoy viendo al león, al oso y a la víbora mandar al otro mundo, de un
zarpazo o de una mordedura, a un pobre animalito indefenso. ¿Y quiénes serían
los más indefensos sino los más hermosos? Porque los hermosos no tienen otra
protección que su belleza. ¿De qué les serviría la belleza en un navío colmado
de pasajeros de todas clases, todos asustados y malhumorados, muchos de ellos
asesinos profesionales, individuos de mal carácter y sujetos de avería? Sólo se
salvarían los de piel más dura, los de carne menos apetecible, los erizados de
púas, de cuernos, de garras y de picos, los que alojan el veneno, los que se
ocultan en la sombra, los más feos y los más fuertes. Cuando al cabo del
diluvio Noé descendió a tierra, repobló el mundo con los sobrevivientes. Pero
las criaturas más hermosas, las más delicadas y gratuitas, los puros lujos con
que Dios, en la embriaguez de la Creación, había adornado el planeta, aquellas
criaturas al lado de las cuales el pavorreal y la gacela son horribles
mamarrachos y la liebre una fiera sanguinaria, ay, aquellas criaturas no
descendieron del arca de Noé.
Divina comedia
Los réprobos alegaron que
administrarles el castigo del Infierno y exigirles que simultáneamente se
impongan a sí mismos la pena del arrepentimiento equivalía a sancionar dos
veces el mismo pecado, a transgredir el non bis in ideni, y Dios les
dio la razón. Además –decían– ¿qué objeto tiene arrepentirse si la condena es
por toda la eternidad? Otra vez Dios estuvo de acuerdo. Ahora las almas de los
réprobos se jactan de sus pecados y, a despecho de los tormentos a que están
sometidas, encuentran que el Infierno es un lugar confortable. Pero Dios ya dio
su palabra y no se puede retractar.
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