La noche
interminable
Mi madre estaba allí,en la noche interminable
en la mas fría y azul de todas
y yo, no sé por qué le toqué la frente helada
y sentí que somos una piedra, disfrazada unos años
entonces le hablé como nunca lo había hecho
y le conté de ese río de lava roja
que aparece en mis sueños
y de esa tarde flotando en el mar con ella
cuando descubrí sus ojos llenos de olvido
en los que vi un barco ardiendo
y mi cuerpo de niño flotando en el río, boca arriba
debajo de un cielo oscuro
creo que antes de morir algo la había aniquilado
algo que no puedo pronunciar
pero siento que me acecha como a ella
y espera pacientemente devorarme
una sospecha me hizo abrirle un párpado
y vi el barco ardiendo nuevamente
la abracé fuerte
como nunca lo había hecho
mientras el río de lava me tragaba.
De
Andres Bohoslavsky
Mi madre
Está
muerta hace tiempo,
pero
cumple años como siempre
y
reaparece en las fotografías,
mitad
escondida, mitad velada por la vergüenza.
Tengo la
misma edad de su muerte
y es como
si cruzara un bosque
lleno de
humo
o
enarbolara una bandera de parlamento
o
descubriera un feto
en el
fondo de una piscina.
Estaba
sentenciada por el embuste.
Cuando la
vi, era tarde:
los años
la habían arrasado en pocos meses,
tenía el
rostro de las brujas infantiles
y, sin
embargo, era ella,
la misma
que me acunaba en su pollera
con olor
a cocina,
la misma
que convocaba el té de tilo nocturno,
la que me
enseñó a rezar para mi padre,
muerto
por esos cielos,
la que
estiraba las frazadas hasta las orejas,
la de las
manos rugosas de tiempo y jabón.
Era la
misma. Pero ocupada en su muerte,
no le
alegraba mi regreso
y seguía
acostada sin preguntarme nada,
sin
fuerzas, sin ganas, sin amor.
No le
importaba el hijo que regresaba enfermo.
Estoy
cruzando su muerte en mitad de la lluvia,
estoy
echando un puñado de tierra
y me
falta su amparo, su falda, su silencio.
Será
posible, Dios, que nunca acabe,
que nadie
acabe de morir
hasta su
propia muerte,
que todo
sea un atentado de ambigüedad,
que me dé
miedo escribir
por no
tropezar con ella
detrás de
cada metáfora,
detrás de
cada impericia.
Camino
por su muerte como si sólo ahora
muriera
de repente.
Ya no
existen sus cartas, sus peinetas,
su cama
de la muerte.
Sólo
existe este llanto tardío,
esta
sobresaltada pesadilla,
este
miedo a vivir que dan los años.
De Oscar
Gorbacho
http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2015/12/oscar-gorbacho-carmelo-uruguay-1922.html
Los ojos
de mi madre
Hundidos en el fondo de su rostro
con piel de Blancanieves
intocados por los años
de larga vida y breve muerte
con un destello de paloma en vuelo
nunca supe cuándo me dejaron
de mirar
De Carlos
Basch
http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2013/11/carlos-basch-1948-capital-federal.html
Hay
quienes comparan nadar
con un regreso a la panza de la madre:
revivir estar en líquido amniótico.
El saco amniótico es un recinto reducido
(se estira, estira la piel todo lo que se pueda)
que amortigua y el feto puede saltar ahí, moverse:
estar protegido de posibles golpes exteriores.
El río es un lugar inmenso, no hay paredes ni barandas
donde sostenerse.
La relación entre mamá y yo no está en el agua:
nunca nadé soñando estar dentro de ella.
Doy brazadas sin ninguna pretensión embrionaria:
hago inmersiones sin buscar ningún sentido a nuestro vínculo
salgo a respirar como todo mamífero que sueña con ser pez
pero sabe que en el aire está su vida.
Mi mamá me enseñó a crecer
sin tener que dejarme el traje de buceo puesto.
De
Lorena Curruhinca
Responso ante el cadaver de mi madre
A este cadáver le falta alegría.
Qué culpa tan inmensa
cuando a un cadáver le falta alegría.
Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo
su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),
pero Dora aún no regresa del mercado.
A este cadáver le falta alegría,
¿alguna alegría aún puede entrar en su alma
que está tendida sobre sus órganos de polvo?
Qué inútiles somos
ante un cadáver que se va tan desolado.
Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía
esas diminutas manzanas de pobre
que ella confitaba y en sus manos obsequiosas
parecían venidas de un árbol espléndido?
Ya se está yendo con su anillo de viuda.
Ya se está yendo, y no le prometas nada:
le provocarás una frase sarcástica
y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.
Ya se está yendo com su costumbre de ir bailando
por el camino
para mecer al hijo que llevaba a la espalda.
Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer
para que su cadáver tenga alegria.
De Jose Watanabe
En el retrato luce joven
con la blusa
el peinado y el gesto
de otra época.
Sin embargo
está ausente la alegría
de aquellos que tienen
todo por delante.
Si ocurriera el milagro
de volverla a la vida
¿sería afectuosa su mirada?
¿O sería levemente irónica
como la que una muchacha brinda
a un hombre mayor
a quien respeta?
¿Me reconocería en esta edad
que me encuentra
haciendo
cuentas con el misterio?
Con nuestros recuerdos
traicionamos al tiempo.
Imágenes
que traen
desconsuelo.
de Jorge Santkovsky
El Pecho Blanco, El Pecho Negro
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego apretaba entre sus dedos el pezón negro
y colocándolo en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día, sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una paloma, susurraba: Es la luz del mundo;
y a la noche, mientras exprimía suspirando
el pecho negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo bajo su ropa el pecho negro
canturreaba: Esta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro se iluminaba con una sonrisa inmortal.
Pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo en su mano con piadosa resignación
lo ponía en mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente la leche que da más hambre.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De Horacio Castillo
mas poemas en
http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2010/11/horacio-castillo.html
Mi
madre
Que‚
nube ser aquella nube
Que viene entenebrecida? Ser
el llanto de mi madre que en
lluvia se ha convertido.
El sol a todos alumbra
A todos, menos a mi. No
falta la dicha a nadie;
Para mi solo hay dolor.
Porque no conocí a mi madre,
Mas que la fuente lloro‚ Porque no
hubo quien me ampare Mi propio
llanto bebí.
También al agua me echó‚
Queriendo que me arrastrara;
El agua me echó a la orilla
Diciendo: ‘Sigue buscándola’.
Como ella desde la nube
Mi corazón también lloró.
Flotando en lago de sangre,
Enmarañado de espinas.
de Juan Wallparrimachi
Mayta
mas poemas en
http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2017/07/juan-wallparrimachi-mayta-potosi-1973.html