domingo, 28 de septiembre de 2014

Adonis (Ali Ahmad Said Esber) (Al Qassabin, Siria ,1930)




Celebración de la realidad

Por alto y radiante que sea el deseo
no puede tocar el cuello del sol.
La realidad es la flor más marchita
en el jardín de las palabras.
Realidad: sueño que no visita
ni hace amistad
más que con los párpados durmientes.
A veces el cuerpo parece un árbol
cuyo más bello fruto, el sueño,
no se puede recoger.
No hay diálogo entre el fuego y el agua:
un abrazo
hasta extinguirse.
La realidad
en la que se han convertido los caminos de la derrota
es la única
que conduce a los caminos de la libertad.
El olvido tiene una guitarra
en la que el recuerdo toca
sus calladas tristezas.
Traducción : María Luisa Prieto




Deseo

Si me abriera sus brazos
un cedro,
entre las arboledas de honduras y de años.
Si me guardara
de las perlas y velas tentadoras.

Si yo tuviera sus raíces,
y se anclara mi rostro tras su triste corteza.

Me haría entonces nubarrones y rayos
en lontananza,
este país de confianza.

Mas todo ramo en las arboledas
de honduras y de años, viviendo yo,
es fuego sobre mi frente,
fuego de fiebre, de perdición,
que devora la tierra que me guarda.

De "Canciones de Mihyar el de Damasco" 1961
Versión de Pedro Martínez Montávez

En la sombra de las cosas

Yo prefiero quedar en la penumbra;
quedarme en el secreto de las cosas.

Me gusta introducirme en las criaturas.
Errar como una idea.
Extraño como el arte.
Anónimo,
incierto
y olvidado.

Naciendo, nuevamente,
en cada día.

De "Canciones de Mihyar el de Damasco" 1961
Versión de Pedro Martínez Montávez


El dios ha muerto


Quemé hoy el espejismo del sábado,
el espejismo del viernes.
He tirado la máscara de mi gente,
la máscara de la casa.
He cambiado al dios ciego de la piedra
y al dios de los siete días,
por un dios.



El libro de las huidas y mudanzas por los climas del dia y de la noche

El signo

Reportaje a Adonis por Javier Rodriguez Marcos en el diario El Pais



Adonis no cree en Dios, pero vive cerca del cielo, en una torre de 37 plantas de La Défense, el barrio financiero de París. No parece el ambiente típico para un poeta. “Antes de instalarme en este apartamento pasé por casi todos los distritos”, explica señalando por la ventana la ciudad en la que vive desde hace casi tres décadas. “Aquí hay más luz, menos contaminación… Parece Manhattan, ¿verdad?”. Precisamente, el escritor sirio, de 84 años, acaba de reeditar en España, en versión de Federico Arbós, Epitafio para Nueva York, publicado originalmente en 1971, uno de los libros más famosos de un autor traducido a una docena de lenguas y al que muchos consideran el gran poeta árabe vivo. Crítica al capitalismo deshumanizado y homenaje a Lorca y Walt Whitman, en ese libro se habla de torres que un día caerán, y Adonis recuerda que un crítico lo acusó después del 11-S de haber inspirado a Bin Laden. “Ridículo”, zanja él sonriendo.
Su última obra, Zócalo, publicada en francés antes que en árabe, aparecerá en unos días en español traducida por Clara Janés. Esas prosas poéticas nacieron en un viaje a México durante la primavera de hace dos años, pero se hace difícil leer páginas tan llenas de dioses, sacrificios y sangre sin pensar en otra primavera, la árabe, aquel dominó de revueltas que empezaron admirando al mundo en Túnez a finales de 2010 y, desbordado por los extremismos, ha terminando espantándolo en Irak y Siria a manos del llamado Estado Islámico. En ese tiempo, Adonis hizo dos cosas que le ganaron un alud de críticas: sostener que la primavera árabe no era una revolución y escribir, en 2011, una carta abierta al presidente sirio, Bachar El Asad, pidiéndole que dialogara con la oposición. “Tibio” fue lo más suave que le dijeron. Más tarde escribió reclamando que dimitiera por la represión desencadenada bajo su mando. “Lo que yo pretendía con aquella carta”, explica el escritor, “era evitar la destrucción del país y que cambiara un régimen fundado en un golpe de Estado y en el partido único. Desgraciadamente los políticos no escuchan a los poetas”.

—¿Por qué no era una revolución la primavera árabe?
—Porque una revolución debe tener un discurso, y no lo había: los opositores jamás hablaron de laicidad, de liberación de la mujer, de cambiar la ley coránica. ¿Qué revolución es esa? Solo querían cambiar de régimen, y cambiar de régimen no sirve de nada cuando permanece la misma mentalidad. Los árabes tienen que hacer su revolución interior, es decir, repensar la religión a la luz de la modernidad y separar lo religioso de lo cultural, político y social para que se convierta en una creencia individual. En Europa se hizo esa revolución y se separó el Estado de la Iglesia, que en la Edad Media era peor que los musulmanes de hoy. Yo no tengo nada contra la religión como fe individual, pero estoy contra una religión institucionalizada e impuesta a toda una sociedad. Hay que anular las diferencias entre confesiones. El reto es, por ejemplo, que en Egipto los cristianos coptos tengan los mismos derechos que los musulmanes.
—¿Estamos mejor o peor que antes?
—No está mal Túnez, un país más homogéneo, sin minorías, dicho sea de paso. Allí hay cierto diálogo. Pero se han destruido países enteros: Libia, Siria, Irak. ¿Para qué? Para nada, para resucitar viejas nociones religiosas. ¡Se vuelven a usar palabras de hace quince siglos! Se ha producido una regresión vergonzosa, humillante. El islam actual es una religión sin cultura. No hay más que ritos y leyes. No hay un solo pensador. Y cuando surge alguno, se le rechaza.
Adonis dice desconfiar de “toda revuelta que salga de una mezquita con proclamas políticas”, pero extiende su desconfianza a las soluciones salidas de los despachos de Estados Unidos o de Europa. ¿Occidente no se ha interesado por la oposición laica? “Los políticos occidentales, no Occidente, no quiero generalizar”, responde. “Desgraciadamente, los políticos no se interesan de verdad por los árabes, los ven como fuente de riqueza —el petróleo— y como espacio estratégico. No se interesan por las fuerzas progresistas aunque sean, es cierto, poco numerosas. Lo que hacen las intervenciones extranjeras es revitalizar las fuerzas oscurantistas en el mundo árabe. Lo emponzoñan todo. Cuando uno compra y arma a unos supuestos combatientes, a una supuesta oposición, inventa un ejército de mercenarios. El Estado Islámico es una creación de Arabia Saudí y Estados Unidos. Ahora tienen que combatir a aquellos a los que armaron ellos mismos”.
Como en el caso de Egipto, dice resignado, en Siria toca elegir el mal menor y combatir al Estado Islámico. Partidario acérrimo de la laicidad, más de una vez ha expresado sus dudas hacia eso que suele llamarse islam moderado: “No existe. Es una expresión política. Lo que hay son musulmanes moderados. Y son pocos. Hay un islam y una interpretación que es ideológica. En eso es como los otros monoteísmos: hay un profeta que es el último y que transmite verdades últimas. Dios lo ha dicho todo y el hombre debe obedecer. En el monoteísmo el otro no existe. No se le reconoce como parte de la búsqueda de la verdad porque la verdad ya la tengo yo. La base de nuestros problemas no es el islam como religión, es la visión monoteísta del mundo. Por eso es necesario separar la religión del Estado. No habrá democracia mientras eso no cambie. No hablo de democracia como sistema perfecto, sino como reconocimiento del otro. Y de reconocimiento no como tolerancia, porque la tolerancia esconde un aspecto racista: yo te tolero porque tengo la verdad y te dejo hablar. El ser humano exige la igualdad. El monoteísmo es antidemocrático”.
Autor de una veintena de libros de poemas y de varios ensayos de literatura y política, Adonis tiene tanta fe en la poesía como poca en la religión. Una y otra, dice, están en los antípodas porque “la gran poesía siempre es laica. La poesía es la pluralidad, la unidad de los contrarios. Es lo opuesto a la religión incluso en términos históricos: en nuestra historia de musulmanes no ha habido ni un solo gran poeta que fuera creyente. Nunca”. ¿Ni los místicos? “Son un caso aparte”, responde un autor que ha dedicado a las relaciones entre sufismo y surrealismo una obra de referencia. “Cambiaron la noción de realidad y de Dios. Por eso se les rechazó. Para el monoteísmo Dios es una fuerza que dirige el mundo desde el exterior, para el misticismo es inmanente, forma parte del mundo. Dios es el mundo”.
—¿Usted cree en Dios?
—No. Creo que en el mundo hay algo misterioso y que hay que estar atentos a ese misterio. De ahí la actitud de cuestionarse las cosas. Llame a eso como quiera, pero no soy creyente. Soy arreligioso. La religión es una ideología y toda ideología es falsa.
—¿Y recuerda cuando era creyente?
—Sí. Mi padre lo era. Era agricultor, pero conocía bien la cultura clásica. Nunca me dijo haz esto, esto no lo hagas. Siempre me decía: “Decidir, hijo mío, es fácil. Todo lo que quiero de ti es que piensen bien, que vuelvas a pensar bien y que luego decidas”.
—¿Y su madre?
—Era analfabeta. Era pura naturaleza, como un árbol, una fuente, una estrella.
—¿En su casa se seguía la ley islámica?
—No. La ley estaba, pero yo nací en una comunidad chií, no suní. Era más abierta. La comprensión individual tenía su espacio. Las mujeres, por ejemplo, no usaban velo.
—¿Usted está contra el velo?
—Totalmente.
—¿Es una imposición o un derecho?
—No se trata de defender una cosa u otra, sino de principios. Uno puede incluso defender el mal. Si una mujer insiste en llevar el velo, que lo lleve, pero hay que decir que está mal. La belleza del ser humano no debe velarse.
Cuenta Adonis que hasta su madre terminó llamándole así: Adonis. Su nombre civil es Alí Áhmed Said Ésber. No ha faltado quien diga que eligió un seudónimo “blasfemo”, por pagano, para provocar —“hay ignorantes en todas partes”—, pero la verdad es que acababa de leer la historia de ese mito griego cuando buscaba un alias para enviar sus poemas a una revista que siempre se los rechazaba. Acertó. La audacia parece haber marcado su vida. Nacido en 1930 Al Qassabin, una aldea del norte de Siria, con 13 años recitó un poema de su cosecha delante del presidente del país, de gira por la comarca. Cuando este le ofreció una recompensa, el muchacho respondió: “Ir a la escuela”. Siete décadas después, el escritor lo cuenta como si le hubiera pasado a otro, aunque recuerda con admiración la buena memoria de aquel niño: “Me sabía la poesía árabe completa, el Corán, todo. ¿Ahora? Se me ha ido olvidando. Hay que olvidar para crear. Uno de los problemas de los árabes es que viven en su memoria, no en la vida”.
Fiel a su carácter inquisitivo, el escritor aprovecha cualquier momento para criticar los males de su pueblo. Aunque la misma noción de pueblo le espanta: “Es una idea política interesada. Dentro de un pueblo hay miles. Un pueblo nunca permanece unido más que por ideas superficiales”. ¿Y la identidad? “Según la noción al uso, la identidad es una pertenencia en la que es central el pasado: de una familia, de una raza, de un pueblo… Para mí lo esencial es el individuo, aunque el individuo no se entiende sin el otro. No podemos imaginar a un ser que nace solo y vive solo. La identidad es una creación perpetua, una apertura, no una adquisición. No se hereda porque el ser humano es una proyección hacia el futuro: crea su identidad al crear su obra”.
Adonis afirma sin dudar que no tiene miedo de decir lo que dice, pero reconoce que lo tuvo. Por eso se marchó de Siria en 1956, después de pasar un año en la cárcel por criticar al régimen. “Pasaba como con el monoteísmo: un partido único [el Baaz] con una ideología laica, pero racista. Según la Constitución, el presidente de la República siria debe ser musulmán. Un partido verdaderamente laico no hace algo así”. Al salir de la cárcel se marchó a Líbano. Sin papeles, convertido en apátrida. En el país vecino había una rama de su familia —“en el fondo son el mismo país”— y no le fue difícil obtener la nacionalidad libanesa, que todavía conserva. Pasó veinte años sin poder volver a su pueblo. Por eso dice que nació tres veces: en Al Qassabin, en Beirut y en París. En Líbano nacieron sus dos hijas y él se convirtió en uno de los modernizadores de la poesía árabe abriéndola a la vanguardia universal y a formas como el poema en prosa y el verso libre.
Después de publicar títulos comoCanciones de Mihyar el de Damascoo Libro de las huidas y mudanzas por los climas del día y de la noche, la invasión israelí de Líbano dio lugar al descarnado Libro del asedio. En 1985 se marchó a París: “No había nada que hacer en Beirut. Todo estaba destruido, incluida la universidad en la que era profesor de literatura”. En Francia ha seguido escribiendo poemarios ya clásicos en la literatura contemporánea como el monumental El Libro —la Ilíada de las letras árabes para algunos— oHistoria que se desgarra en un cuerpo de mujer, una versión feminista, erótica y crítica de la leyenda de Agar, concubina de Abraham y madre de Ismael, padre mítico de los musulmanes. “Sí, es una versión antirreligiosa”, reconoce Adonis. “Un profeta que destierra a su mujer y a su hijo y los abandona en el desierto. ¡Un profeta! ¿Nadie se pregunta por qué?”.
Los integristas piden recurrentemente que se quemen sus libros. La última vez, hace unos meses en Argelia. Él lo sabe pero no calla: “No creo hacer mal a nadie. Expreso mis ideas. Si no, siento que no existo”. No duda siquiera cuando se le recuerda que se empieza quemando libros y se termina quemando escritores. O intentando quemarlos. Baste pensar en la fetua contra Salman Rushdie: “Lo de Rushdie fue más algo político que religioso, causado por una crítica suya a Jomeini. Su libro reproducía algo ya dicho. Mucha gente ha hablado más radicalmente que él y no ha pasado nada. ¿Que la mayoría de los que querían matarlo no lo habían leído? Eso es la ignorancia. Por eso digo que hoy el islam es una religión sin cultura. Rushdie tenía todo el derecho a hacer lo que hizo”. ¿Y los caricaturistas quedibujaron a Mahoma? “También. Pero hay que saber con quién se discute. No se habla igual a un niño que a un profesor. Los periodistas tienen derecho a dibujar lo que quieran, pero deberían tratar de no humillar a la gente. Si uno busca la verdad, debe estar a la altura de la verdad. Insultar es fácil, pero no sirve para nada”.
En unos días se concederá el Premio Nobel. Adonis figura en todas las quinielas desde hace años, pero, como era de esperar, él dice no pensar en eso. ¿En qué piensa? “En cómo escribir poesía. Y en cómo poetizar el mundo. Por eso hago collages, para prolongar la poetización del mundo. Sin poesía, el mundo se muere de frío, de cerrazón. Los tres pilares del universo son el amor, la amistad y la poesía. El resto es comercio”. Sabe de qué habla: vive rodeado de multinacionales. El barrio le gusta. El mundo, algo menos.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Roberto Juarroz ( Coronel Dorrego 1925 , Temperley 1995)




1

Una red de mirada
mantiene unido al mundo,
no le deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo,
que anda cerrando ojos con un traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.


Poesía Vertical (1958)


37

Mientras haces cualquier cosa,
alguien está muriendo.

Mientras te lustras los zapatos,
mientras odias,
mientras le escribes una carta prolija
a tu amor único o no único.

Y aunque pudieras llegar a no hacer nada,
alguien estaría muriendo,
tratando en vano de juntar todos los rincones,
tratando en vano de no mirar fijo a la pared.

Y aunque te estuvieras muriendo,
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.

Por eso, si te preguntan por el mundo,
responde simplemente: alguien está muriendo

Poesia Vertical (1958)

4
El fondo de las cosas no es la vida o la muerte.
Me lo prueban
el aire que se descalza en los pájaros,
un tejado de ausencias que acomoda el silencio
y esta mirada mía que se da vuelta en el fondo,
como todas las cosas se dan vuelta cuando acaban.
Y también me lo prueba
mi niñez que era pan anterior a la harina,
mi niñez que sabía
que hay humos que descienden.
voces con las que nadie habla,
papeles donde el hombre está inmóvil.
El fondo de las cosas no es la muerte o la vida.
El fondo es otra cosa
que alguna vez sale a la orilla.


Poesia Vertical (1958)

I

La vida dibuja un árbol
y la muerte dibuja otro.
La vida dibuja un nido
y la muerte lo copia.
La vida dibuja un pájaro
para que habite el nido
y la muerte de inmediato
dibuja otro pájaro.
Una mano que no dibuja nada
se pasea entre todos los dibujos
y cada tanto cambia uno de sitio.
Por ejemplo:
el pájaro de la vida
ocupa el nido de la muerte
sobre el árbol dibujado por la vida.
Otras veces
la mano que no dibuja nada
borra un dibujo de la serie.
Por ejemplo:
el árbol de la muerte
sostiene el nido de la muerte,
pero no lo ocupa ningún pájaro.
Y otras veces
la mano que no dibuja nada
se convierte a sí misma
en imagen sobrante,
con figura de pájaro,
con figura de árbol,
con figura de nido.
Y entonces, sólo entonces,
no falta ni sobra nada.
Por ejemplo:
dos pájaros
ocupan el nido de la vida
sobre el árbol de la muerte.
O el árbol de la vida
sostiene dos nidos
en los que habita un solo pájaro.
O un pájaro único 45
habita un solo nido
sobre el árbol de la vida
y el árbol de la muerte.

De Cuarta Poesia Vertical (1969)

25
Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.
Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.
Hemos andado tanto sin movernos
que los viajes ahora se descuelgan
como abrigos inútiles.
Movimiento y quietud se han desunido
como grados de dos temperaturas.
Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.
Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos substitutos.
Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.
Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.

(a Antonio Porchia)

De Cuarta Poesia Vertical (1969)

21
La muerte es otro hilo de la trama.
Hay momentos en que podría penetrar en nosotros
con la misma naturalidad que el hilo de la vida
o el hilo del amor.
El tejido se completaría entonces casi tiernamente,
casi como si nosotros mismos lo tejiéramos.
Hay momentos para morir.
Hay momentos
en los que el hilo de la muerte
no deshace el tejido.

De Quinta Poesia Vertical (1974)

domingo, 14 de septiembre de 2014

Macky Corbalán (Cutral Có, Neuquén, 1963, 2014)



La llave

La miro con detenimiento,
con fruición. Es diferente: brilla
con luz y oscuridad, su forma
quiso parecer un corazón
pero quedó a la mitad.
Sonríe y mira.
"La llave de mi corazón" decís al
ponerla sobre mi mano,
y vuelvo a mirarla por si fuera cierto,
como si sólo debiera elegir
el momento, el modo de la entrada.
Creer en las palabras, en el
latir que las empuja hasta la dicción,
que lo que dicen es cierto,
de alguna manera.
Creer en lo que se ve, en lo que el cuerpo
recibe, agradecido, y que el sudor deja
más que sal piel adentro.
Antes que la religión, el amor
es materia de fe.

(de Como mil flores, Hipólita Ediciones, 2007)


V

Mis padres se amaron
un tiempo razonable. Luego,
se dedicaron a criar a sus hijos,
a trabajar, a pasar los años.
Ahora, teme uno la falta del otro.
Como suelen decir:
lo sobrenatural es
lo más natural.

(de Inferno, Libros de Tierra Firme, 1999)




Olfateo hondamente el aire, busco
los datos que permiten al pájaro
la vida. Dirección, sentido, peligro,
alimento, todo uno
en las especias del aire.
Pesada y sin plumas, voy en desventaja,
no crean que no lo sé. Pero, también
empecinada, sé de lo que se trata la vida,
y voy por ello.

El acuerdo, 2007

S/T

Mínima
en el descanso de
la fe, tallé
un dios justo
a mi medida.

domingo, 7 de septiembre de 2014

"El precio de la muerte " Giuseppe Ungaretti por Guillermo Saccomanno




Soldado, sobreviviente y poeta, la obra de Giuseppe Ungaretti parece erigirse toda alrededor de un mismo tema: el vacío. ¿Cómo escribirlo? ¿Cómo atravesarlo? ¿Cómo atrapar la belleza que espera del otro lado? Un recorrido por su obra, desde El puerto sepultado, escrito en las trincheras, hasta El cuaderno del viejo, escrito tras una vida de búsquedas y pérdidas, permite comprender una obra esencial que puede leerse a la luz de su frase “La muerte se paga, viviendo”.

 En una foto de la Primera Guerra Mundial, como soldado raso del Regimiento 19 de Infantería Italiana, se lo ve fusil al hombro. El soldado tiene un aspecto brutal. Sus rasgos no son los de un joven. En todo caso, un joven viejo. Por supuesto, nadie sale indemne de la experiencia de la guerra. “Soy un hombre de pena” escribirá más tarde, pero su pena, la que imprimirá a sus versos, se alterna con una furia de vivir, un impulso que le hace agarrarse a la vida en las situaciones más extremas. El soldado, en la noche, encogido y temblando en una trinchera, entre el barro, la sangre, bajo la amenaza de un ataque alemán, junto a un compañero muerto, escribe un poema en un papel: “Una noche entera/ tirado al lado/ de un compañero/ masacrado/con su boca/ rechinante /en dirección del plenilunio /con la congestión/ de sus manos/ penetrante/ en mi silencio/ he escrito/ cartas llenas de amor// Nunca me he sentido/ tan pegado a la vida”. Nadie reconocería en este soldado al muchacho que un tiempo atrás colaboraba en la revista L’acerba, de Giovanni Papini. Y que, antes de la guerra, ha frecuentado el ambiente intelectual de París haciéndose amigo de Guillaume Apollinaire, que ahora, como él, también está en uno de los frentes combatiendo contra los alemanes. De Apollinaire es conocida su foto en el frente, con la cabeza vendada. A veces, en sus licencias, el soldado se las ingenia para visitar París y encontrarse con su amigo Guillaume. Después, otra vez, el combate. La guerra es una experiencia límite, aunque no será la única que deba atravesar. Pero no nos adelantemos, a este soldado que combate en San Michele, en Verdún, en Champagne, la guerra le resulta una situación clave en la que se juegan la fraternidad y la lucidez. Escribe desde el primer día de su incorporación. Escribe una poesía surgida de la necesidad. Una poesía que expresa la necesidad de que el ser humano recobre un sentido. Porque para el soldado la poesía no es filosofía: es experiencia, pura, directa. La intuición es un estado de alerta. Lector de Nietzsche, su poesía tienen un carácter fragmentario, un tono de impromptu. De relampagueos existenciales se trata ahora, y será así, siempre, su poesía entrecortada y áspera.
El soldado escribe sus poemas en los márgenes de una carta, en los de un periódico, y los guarda en la mochila. “Como esta piedra/ del S Michele/ tan fría/ tan dura/ tan desaguada/ tan refractaria/ tan totalmente inanimada// Como esta piedra/ es mi llanto/ que no se ve// La muerte/ se paga/ viviendo”. Y, de título, le pone: “Soy una criatura”.
En un franco, mientras camina por las calles de Santa María Della Versa, en Pavia, se anima a contarle a un teniente que escribe versos. Al oficial también se le da por la poesía. Y ha leído al recluta que antes de la guerra publicaba en L’acerba. El soldado le pasa los papeles que tiene en la mochila, esos borradores poéticos escritos a la apurada en un alto el fuego. Un tiempo después, ese oficial, Ettore Serra, le trae un libro en prensa: El puerto sepultado. En la portada está el nombre del soldado: Giuseppe Ungaretti. El oficial le da al subordinado las pruebas de imprenta, le pide que las corrija. El puerto sepultado es un libro de pocas páginas, en una edición de ochenta ejemplares numerados, fuera de toda comercialización. Con el tiempo será una cotizadísima pieza de anticuarios.

 ¿Cómo se traduce a Ungaretti? Su poema “Mattina” (“Mañana”) tiene dos versos solamente. Pero, a pesar de su aparente simplicidad, en su laconismo, se puede traducir: 1) “Me ilumino/ de inmenso”, 2) “Me ilumino/ de inmensidad”, y 3) “Me ilumino/ de infinito”. No es lo mismo inmensidad que infinito. Dos nociones que, en la sencillez –siempre la sencillez en Ungaretti– va siempre más allá. Como estallido, su simplicidad que contiene una revelación no se puede transmitir fácil, pero aun en otra lengua que no sea la original, no tan ilegible para nosotros, su poesía conserva una fuerza primitiva que aspira a la trascendencia de lo humano. Toda su obra puede leerse como la búsqueda de una iluminación filosófica y religiosa a la vez que una autobiografía de los distintos momentos de una exploración interior. “No creo en el misterio por el misterio”, escribe Ungaretti. “No tengo que expresar el misterio, sino mi mundo.” Con seguridad su búsqueda, que consiste en una escritura a un tiempo visceral y contenida, proviene de cuando era alumno de la secundaria en la escuela Don Bosco en Alejandría. Allí un cura lo alentó a que escribiera. Y su primer trabajo, con un aire confesional, introspectivo, lo llamó “Análisis de mis sentimientos”. Un dato a tener en cuenta: cuando a los ochenta años se reunió toda su obra completa en un volumen con el título de Vida de un hombre, y, al publicarse una edición definitiva de El puerto sepultado, opinaría: “Este viejo libro es un diario”. Pero la cuestión de la poesía como un ritual cotidiano, la noción de diario, no se circunscribe a esta ópera prima: se hará extensiva a toda su escritura posterior. Es decir, toda su obra puede leerse como una desgarrada crónica íntima.

A pesar de su origen humilde en Alejandría, Ungaretti tuvo su iniciación literaria gracias a una educación privilegiada. Sus padres, italianos de Lucca, eran panaderos. La madre, analfabeta, enviudó cuando el hijo tenía dos años, se hizo cargo del horno, del negocio y procuró en la formación del hijo la ayuda de sus clientes, la colonia de italianos acomodados. Mientras se orientaba hacia la escritura, estimulado por profesores y amigos, el joven Ungaretti lee el Mercure de France, la publicación de los simbolistas y decadentes, y se sumerge en la lectura de Baudelaire, de Valéry y de Mallarmé. Frecuenta los bares de intelectuales y exilados, conoce un grupo de poetas jóvenes que se reúnen en torno de Konstantin Kavaffis (el viejo poeta que evocará más tarde Lawrence Durrell en El cuarteto de Alejandría). Aunque no comprende del todo a Mallarmé, se da cuenta de que en su musicalidad esa poesía transmite algo. “Todo pensamiento lanza un golpe de dados”, lee en Mallarmé. Una humanidad que vive su naufragio requiere una escritura que fotografía la nada. Sólo después de mirar fijo la nada se podrá encontrar la belleza. El joven Ungaretti intentará, en su poesía, capturar con el lenguaje la materialidad de esa nada, nombrar algo anterior al lenguaje. Un algo que puede ser Dios, pero que al haber transitado a Nietzsche, desolado, en su búsqueda, la sed de inmensidad, de infinito, lo conduce a Pascal. “Tras haber encontrado la nada, encontré lo bello”, ha escrito Mallarmé. “Con el abandono de todas las representaciones surgidas del lenguaje, lo que se disipa es la misma subjetividad, y con ella el miedo a la finitud que empantanaba el universo. Cuán divino es ahora el cielo terrestre.” Que en la concepción poética de Ungaretti es ese eco que escribe como iluminación de la inmensidad. O el infinito.


Más tarde el joven Ungaretti viaja a París. Aunque el propósito del viaje es estudiar Derecho, se anota en Letras, estudia con Bergson en el Collège de France y, entre sus amistades del Café de Flore se cuentan, entre otros Satie, Modigliani, Marinetti, Picasso, Papini, Léger, Bracque y Apollinaire. En 1914, al estallar la guerra, aunque se identifica con el anarquismo y el socialismo, cree, como su amigo Apollinaire, que es inevitable participar en la lucha contra la ambición territorial de Alemania y se alista. La guerra le parece una oportunidad para terminar con las fronteras y afirmar la fraternidad entre los hombres. Desde las trincheras despacha sus poemas a diferentes publicaciones. Terminada la guerra, mientras trabaja en prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores, se hace amigo de André Breton, pero rompe con los surrealistas cuando atacan a Antonin Artaud. En esta época se casa con Jean Dupoix, que será su mujer de toda la vida. Complementa el sueldo de funcionario público con artículos en Il Poppolo d’Italia, y encuentra un lector inesperado: Benito Mussolini. En 1923, Mussolini prologa una nueva edición de El puerto sepultado, ahora de quinientos ejemplares. El libro reúne además de La alegría de naufragios y El puerto sepultado, los primeros poemas de Sentimiento del tiempo. Mussolini se entusiasma en ese prólogo: “Cumplida la revolución fascista, supe por casualidad que el poeta estaba en la burocracia. Me parece que Guy de Maupassant era empleado administrativo de su país, y uno de los hombres de letras más interesantes de Francia. Pensándolo, me di cuenta de que burocracia y poesía no son irreconciliables. Después de un tiempo, la burocracia no mató en Ungaretti al poeta. Y lo demuestra este libro de poesía. Mi tarea no es reseñarlo. Quienes lean estas páginas se encontrarán frente a un testimonio profundo de la poesía hecha de sensibilidad, de tormento, de búsqueda, pasión y de misterio”. Cuando Mussolini es depuesto y, junto con Marinetti, los dos son detenidos, Ungaretti se pone de su lado y a favor de la libertad de prensa. Adhiere en esa confusión de socialismo y nacionalismo, al fascio. Como Ezra Pound, Ungaretti se engaña al ver en el fascismo al destructor del capital. Desencantado, pronto se retira a un monasterio. Su relación con Mussolini atraviesa diferentes etapas, desde la afinidad estética y la coincidencia ideológica hasta, más tarde, la discrepancia política. Ungaretti es acosado por cubrir opositores y ayudar amigos judíos. Enfrentando los conflictos que le causa la relación con el líder fascista, Ungaretti no renegará de la amistad, y si bien más tarde extirpó de sus nuevas ediciones aquel prólogo, lo republicará en su vejez.

 Desde 1931 su permanencia en Italia se vuelve conflictiva, cuando no peligrosa. Hasta 1936 vive en distintas ciudades de Europa, vuelve a Alejandría y, con apremios económicos, encara una cátedra de literatura italiana en la Universidad de San Pablo. Su estancia en Brasil transcurre feliz. Pero en 1939, recibe un mazazo: la muerte de su segundo hijo, Antonietto, de nueve años. ¿Qué puede hacer con este dolor? ¿Es el mismo dolor que aquel de la trinchera junto al compañero muerto? ¿O lo supera? Nadie está preparado para la muerte de un hijo. De esta experiencia surgen, agónicos y desoladores, los poemas de El dolor. No hay autocompasión ni regodeo en el sufrimiento. Ungaretti replantea la vanidad de sus ilusiones. ¿Aquel soldado que en la trinchera escribía “La muerte/ se paga/ viviendo”, intuía que la guerra no sería su máxima experiencia de dolor? Después de esta pérdida, el poeta se encuentra otra vez a la intemperie. Una vez más: ¿de qué sirve el arte? Una vez más, ¿cómo se nombran el absurdo y la nada? Una vez más, Mallarmé: ¿se puede escribir la nada? Ahora, muerto el hijo, en duelo, Ungaretti escribe un grito, y no creo que haga falta traducirlo: “Nessuno, mamma, ha mai sofferto tanto”.

Cuando Brasil rompe relaciones con el Eje, debe abandonar Brasil. Su vuelta a Roma es una amargura. Aunque ha renunciado al fascismo, se lo expulsa del Sindicato de Escritores. Pasa un período de estrechez, para comer vende desde obras de arte hasta objetos personales. Consigue dar algunas conferencias en Italia y en el exterior. Sus presentaciones asientan poco a poco su prestigio como poeta. Pero para él la poesía no es un hecho aislado ni del contexto en que se escribe ni de los sentimientos que la historia le provocan: “Soy un hombre herido./ Y yo quisiera irme/ y llegar finalmente,/ a donde se escucha/ el hombre que está sólo consigo.// No tengo más que soberbia y bondad/ Y me siento exiliado en medio de los hombres”.

 Cabe preguntarse cuál es el sentido de resumir, a través de algunos hitos biográficos, aquellos que se centran en la desgracia personal, para rescatar una obra. Es sabido que la tragedia y la desgracia no legitiman ni potencian el valor de un discurso. La literatura es relato de la desgracia personal, pero no sólo. También es lo que se construye con eso, lo inenarrable, “el dolor”. Que sólo puede ser narrado en falsete, con conciencia del falsete. Es a través de la manera en que se elabora ficción con el sufrimiento como pueden construirse verdad y belleza y, si se admite que la poesía es cuestionamiento existencial, es dándole forma a los interrogantes que se consigue alcanzar el objetivo. La teoría literaria estructuralista y post dictó durante demasiadas décadas que el discurso era independiente de los hombres, que una literatura podía desprenderse del sujeto que la enunciaba. “Como una frente cansada la noche/ reaparece/ en el hueco de una mano...”, escribe Ungaretti. Si un sentido tiene hoy volver sobre su poesía, una poesía que se agarra la frente en la noche, es justamente para desmentir la retórica canalla de la posmodernidad, desmontar el engranaje de intereses académicos defensores de la especificidad, como la exaltación de la autonomía literaria, un gesto típicamente capitalista del cuidado del kiosco intelectual. Volver a Ungaretti implica conectar la existencia con una búsqueda de sentido y que, esta búsqueda, íntima (volvamos a tener en cuenta que la poesía de Ungaretti puede ser leída como diario), en su experiencia de lo cotidiano, asume con su confesionalismo la puesta en tela de juicio de las palabras y su utilidad.

Desde sus orígenes, la poética de Ungaretti, analizando el barroco y pivoteando sobre el endecasílabo de Petrarca, se plantea una renovación de la lengua italiana. Esa renovación, en Ungaretti, consiste a veces en practicar determinados cortes, interrumpir la versificación, quebrar el ritmo y demostrar que la imagen poética, según afirma, no puede sino estar al servicio del sentimiento. “Vuelven a arder en lo alto las fábulas./ Con las hojas caerán al primer viento./ Más si otro soplo viene/ volverá un chispear nuevo”. Se interroga: “¿He hecho pedazos corazón y mente/ para caer en servidumbre de palabras?”. Porque Ungaretti no es un poeta afectado que escribe sobre la poesía y tampoco, aun cuando en sus comienzos pueda inspirarse en temas mitológicos, se queda en la coartada de una cultura elitista. Si detecta un elemento que le importa, lo trae a su presente y entonces lo conecta con su experiencia inmediata. A menudo se ha juzgado su poesía oscura y hermética. Nada más lejano de sus versos que la oscuridad: “He poblado de nombres el silencio”, explica. El lector actual de poesía, el lector que presume de refinado, a menudo necesita de arabescos culteranos para sentirse elevado. En este aspecto, la poesía de Ungaretti lo va a defraudar y se le antojará, de tan sencilla, tosca. En una sola línea tiene la virtud de que esa simplicidad aparente sea puente hacia otra realidad o, mejor dicho, la posibilidad de poner la realidad en duda: “No llegamos a conocer más que una parte de la realidad, la menos verdadera”, escribe. Un ejemplo, su poema “Fin”: “¿Cree en sí y en la verdad quien desespera?”.
Aludiendo al tan sonado hermetismo que se le adjudica, si se lo piensa como ecuación formal de una tendencia, también merece ser discutido. Como corriente el hermetismo involucra tanto a Ungaretti como a Eugenio Montale y Salvatore Quasimodo. El término proviene de un ensayo de Costanzo Flora, que subrayaba en la poesía joven de los años ‘20 una intención de oscuridad. De entrada, a Ungaretti le molestó esta etiqueta. Como movimiento, los supuestos poetas del hermetismo, escasos de popularidad, se afirmaron en sus escrituras entre 1935 y 1940, y su filtro oscuro, se interpretó como un modo de sortear la censura fascista. A tener en cuenta: una vez más, la miopía crítica que encapsula algunas obras para traer agua a su molino. Que la poesía de los llamados herméticos apelara al uso de la analogía, la utilización de sustantivos absolutos e imágenes oníricas, no necesariamente la volvía impenetrable. Un ejemplo: “Hendido por un rayo de sol/ todo hombre está solo/ sobre el corazón de la tierra; de pronto, /la noche que cierra”, escribe Quasimodo. En un artículo de 1940, por su lado, Montale desecha también esta hipótesis del hermetismo: “No he buscado nunca a propósito la oscuridad y por eso no me siento muy calificado para hablar de un supuesto hermetismo italiano si es que existe aquí, y yo lo dudo mucho, un grupo de escritores que tenga como objetivo una sistemática no comunicación”.

Hay poetas que nacen predeterminados para ser siempre jóvenes y que, si no mueren de modo trágico, más víctimas del propio narcisismo que de las consecuencias del pensamiento romántico (que suelen correr juntos), la prolongación de la existencia se les vuelve insoportable. La senectud les aterra más que la muerte. Rimbaud es el mejor ejemplo. Y tras él, una sucesión interminable de poetas que decidieron arder y consumirse en un instante. El caso de Ungaretti (1888-1970) es distinto: en su aceptación de los dramas que la existencia propone al individuo no quedan ajenos ni el reclamo ni la indignación, pero su enfoque es siempre un movimiento pendular entre el desapego y, como se ha dicho, la persecución de ese segundo donde la iluminación revela la inmensidad, el infinito, y el hombre no es más que naturaleza arrojada a su suerte. Su poesía da la impresión de nacer madura de una vez y para siempre. Y en esa madurez, precoz, se intuye una sabiduría que se remonta a la conciencia del desierto y, como Ungaretti mismo lo manifestara, el horror del vacío. “Si una mano tuya esquiva la desdicha,/ escribes con la otra/ que todos son escombros”. Uno de sus últimos libros es El cuaderno del viejo, escrito en la franja de sus setenta años, tras la muerte de su esposa, que publica en 1960 y está escrito entre 1952 y 1960. En su publicación incluye los “Ultimos coros para la tierra prometida”. Y empieza así: “Agrupados hoy/ los días del pasado/ y los que llegarán.// A través de los años y los siglos/ cada instante es sorpresa/ de saber que aún estamos vivos,/ que siempre se sucede/ como siempre el vivir:/ Premio y castigo imprevistos/ en el turbión continuo/ de los cambios banales.// Igual es nuestra suerte,/ el viaje que sigo,/ en un abrir y cerrar de ojos,/ exhumando, inventando,/ de arriba abajo el tiempo,/ errante como aquellos/ que fueron, que son, que serán”. Lejos de transmitir un final del camino, los poemas del cuaderno expresan la continuidad de la búsqueda. “Si se enfrenta a tu suerte una mano,/ la otra, de pronto, te asegura/ que puedes aferrarte sólo/ a restos de recuerdos”. Nada de cansancio, nada de alteración ante la proximidad del final. “Si durase el viaje para siempre/ no duraría un instante, y la muerte/ está aquí ya, desde hace poco”. En una entrevista publicada en esos años con motivo de la poesía de la vejez, Ungaretti dice: “Yo creo que en la poesía de la vejez no se da la frescura, la ilusión de la juventud, pero creo que se da una suma tal de experiencia que si llega –y no siempre se llega– a encontrar la palabra necesaria se consigue la poesía más alta”.
Además de los intelectuales y los artistas, a su mesa y su vino se acercaban tanto futbolistas como personajes de la farándula. A diferencia de otros poetas consagrados, Ungaretti nunca perdió el contacto con la gente del pueblo. Aunque en oportunidad de El puerto sepultado dijo que le gustaría ser recordado como “Ungaretti, hombre de pena”. Y se explicó: “El hombre de pena es el hombre sombríamente en meditación sobre la justicia y la piedad (...) Siendo Cristo, Dios y hombre, juez y víctima, sucede que justicia y piedad son dos modos de leer un mismo texto divino, en el misterio insondable mediante el cual Dios se revela y se esconde al mismo tiempo”. Con la misma sencillez primitiva que transmite su poesía, Ungaretti se comportaba con el prójimo manifestando una sabiduría que se trasunta radiante en sus fotos de vejez. Quien ha sido marcado por la tragedia puede sentir tan intensamente la vida porque antes se ha preguntado: “¿Vivir es sobrevivir a la muerte?”. Es aconsejable, aunque cierta crítica pretenda patear al autor lejos de su obra, mirar sus fotos de vejez. Radiante, insisto. Así como las fotos de Kafka parecen ser retratos de K, las fotos de Ungaretti, en esta coherencia de la imagen hombre/creador, retratan el origen de su poesía. Ungaretti admite que “agotada la experiencia sensual, el trasponer el umbral de otra experiencia es el adentrarse en la nueva experiencia, ilusoriamente original, es el conocerse desde el no ser, ser desde la nada. Es el conocerse pascalianamente ser desde la nada. Horrible conocimiento. En cierta época del existir, puede uno haber tenido la sensación de que la mental excluía en uno toda otra actividad: el límite de la edad es límite”. Ungaretti sonríe. Y al sonreír, en sus arrugas, se advierten las cicatrices de la existencia. Cada cicatriz, un naufragio. Volvamos a recordar: uno de sus libros primeros se llamaba Alegría de naufragios. Más tarde, el poeta lo recortó: La alegría. ¿Dice algo el gesto de la amputación “de naufragios”? “La poesía no se explica –ha escrito–. Es muy difícil explicarla.” No obstante Ungaretti ha escrito y reflexionado sobre cada uno de sus libros mediante una serie de pequeños ensayos, unas reseñas mínimas que, en ocasiones, por su distancia crítica, parecen escritas por otro. Con respecto a La alegría escribe: “No soy el poeta del abandono a las delicias del sentimiento, soy alguien acostumbrado a luchar, y debo confesarlo –los años han traído algún remedio– soy un violento; desdén y valentía de vivir han sido los rastros de mi vida. Voluntad de vivir a pesar de todo, apretando los puños, a pesar del tiempo, a pesar de la muerte”. En un reportaje brevísimo, de poco más de cuatro minutos, que filma un simpático y sonriente Pier Paolo Pasolini, el director y también poeta lo provoca preguntándole sobre la normalidad, la homosexualidad y la transgresión. A Ungaretti la pregunta le causa gracia. También risueño contesta, ya de vuelta de todo, con la autoridad que le confieren los años, riéndose, que la existencia del hombre ya es un hecho “contra natura” y él, al ser poeta, ha realizado la transgresión máxima. Si la historia no le fue extraña, menos todo aquello que lo relaciona, como dije, con lo popular. Ungaretti era, habrá que repetirlo una y otra vez, un hombre de pueblo. A fines de los ‘60, en el auge de la bossa nova, Ungaretti (que había traducido a Vinicius de Moraes y Drummond de Andrade), se reúne con Vinicius, Toquinho y Sergio Endrigo y graban un disco memorable que tiene como premisa “La vita, amico, é l’arte dell incontro”. En el disco puede escucharse su voz grave, ronca. Y esa voz cavernosa, casi octogenaria, ilumina. Refiriéndose a él mismo en tercera persona escribió: “El autor no tiene otra ambición, y cree que tampoco los grandes poetas tuvieron otras, sino la de dejar una bella biografía suya. Sus poesías representan pues sus tormentos formales, pero quisiese que se reconociera de una buena vez que la forma le atormenta sólo porque la exige pegada a las variaciones de su ánimo, y si algún progreso ha hecho como artista, quisiera que indicase también alguna perfección alcanzada como hombre”.
El cuaderno del viejo puede leerse como un buen cierre para el recorrido de su obra: “asamos el desierto con los restos/ de una imagen antigua en la cabeza,// no más saben los vivos/ de la Tierra prometida”. No obstante, considerando su obra en perspectiva, este libro que presenta, conciso y austero, “las amargas sorpresas del recuerdo/ en una carne exhausta”, es una puerta introductoria que se abre con serenidad a su poesía de la angustia, pero sin descartar, en su metafísica, la esperanza, aun cuando el milagro no suceda. No es la posesión sino el desprendimiento y la libertad lo que cuentan. La condición de que nuestro pasaje por esta vida tenga un sentido no reside ni en lo patrimonial ni en el afincamiento. “La meta es partir”, apuntó. Para que esta tierra tenga un sentido, para que no sea “tierra baldía”, deberá ser siempre tierra del deseo, es decir, siempre tierra prometida.


Radar libros , suplemento de pagina 12 de los domingos
25 DE ENERO DE 2009

sábado, 6 de septiembre de 2014

Marin Sorescu (Bulzeşti 1936, Bucarest 1996)




He vendado

Vendé los ojos de los árboles
Con un pañuelo verde
Y dije: búsquenme.

Y los árboles me hallaron en seguida
Con una carcajada de hojarasca.

Vendé los ojos de los pájaros
Con pañuelo de nubes
Y dije: búsquenme.

Y me hallaron los pájaros
Con un trino.

Vendé los ojos de la tristeza
Con una sonrisa,
Y me halló la tristeza al día siguiente
En un amor.

Vendé los ojos del sol
Con mis noches
Y dije búsquenme.
Allí estás, dijo el sol,
Detrás de ese tiempo,
No te ocultes más.
No te ocultes más
Me dijeron todas las cosas
Y todos los sentimientos
A los que intenté vendar los ojos.






Ajedrez

Yo juego un día blanco,
él juega un día negro.
Yo avanzo con un sueño,
él me lleva a la guerra.
Él me ataca los pulmones,
yo pienso un año en el hospital,
hago una combinación brillante
y le gano un día negro.
Él juega una desgracia
Y me amenaza con el cáncer
(que por ahora anda en forma de cruz),
mas yo le pongo por delante un libro
y lo obligo a una retirada.
Le gano otras cuantas piezas,
pero mira, la mitad de mi vida
está fuera de juego.
-¡Oh!, le daré jaque a tu rey y perderás el optimismo,
me dice él.
-No es nada, bromeo yo,
pues hago el enroque de los sentimientos.
Detrás de mí la esposa, los hijos,
el sol, la luna y los otros mirones
tiemblan ante cualquier jugada mía.

Yo enciendo un cigarrillo
y sigo la partida.


Shakespeare

Shakespeare creó el mundo en siete días.
En el primero hizo el cielo, los montes, los abismos
Del alma.
En el segundo hizo los ríos, los mares, los océanos
Y demás sentimientos,
Y se los entregó a Hamlet, Julio César , Cleopatra y Ofelia,
A Otelo y otros,
Para que se enseñorearan en ellos con sus sucesores
Por los siglos de los siglos.
El tercer día reunió a todos los hombres
Y les enseñó los gustos:
El gusto de la felicidad, el gusto del amor, el gusto
De la desesperación,
El gusto de los celos, el gusto de la gloria.
Entonces fue que negaron unos individuos que se habían retrasado.
El Creador les acarició, compasivo, la cabeza,
Y les dijo que no les quedaba sino hacerse
Críticos literarios
Y negar su obra.
El cuarto y el quinto día los reservó a la risa.
Liberó a los payasos
Para que hicieran sus cabriolas
Y dejó a reyes, emperadores
Y otros infelices divirtiéndose.
El sexto día solucionó unos problemas administrativos:
Desencadenó una tormenta,
Enseñó al rey Lear
Cómo llevar su corona de paja.
Habían quedado algunos desechos del génesis
Y creó a Ricardo III.
El séptimo día echó una mirada para ver si le quedaba algo por hacer.
Los directores de teatro ya habían llenado la tierra con carteles,
Y Shakespeare consideró que después de tanto esfuerzo
Valía la pena ver también él un espectáculo.
Pero antes de esto, sintiéndose sumamente agotado,
Se fue a morir un poco.

Versión de Omar Lara


Shakespeare


Shakespeare a creat lumea în sapte zile.

În prima zi a facut cerul, muntii si prapastiile sufletesti
În ziua a doua a facut rîurile, marile, oceanele
Si celelalte sentimente –
Si le-a dat lui Hamlet, lui Iulius Caesar,
lui Antoniu, Cleopatrei si Ofeliei,
Lui Othelo si altora, Sa le stapîneasca, ei si urmasii lor,
În vecii vecilor.
În ziua a treia a strîns toti oamenii
Si i-a învatat gusturile:
Gustul fericirii, al iubirii, al deznadejdii,
Gustul geloziei, al gloriei si asa mai departe,
Pîna s-au terminat toate gusturile.

Atunci au sosit si niste indivizi care întîrziasera.
Creatorul i-a mîngîiat pe cap cu compatimire,
Si le-a spus ca nu le ramîne de cît sa se faca
Critici literari
Si sa-i conteste opera.
Ziua a patra si a cincea le-a rezervat rîsului.
A dat drumul clovnilor
Sa faca tumbe,
Si i-a lasat pe regi, pe împarati
Si pe alti nefericiti sa se distreze.
În ziua a sasea a rezolvat unele probleme administrative:
A pus la cale o furtuna,
Si l-a învatat pe regele Lear
Cum trebuie sa poarte coroana de paie.
Mai ramasesera cîteva deseuri de la facerea lumii
Si l-a creat pe Richard al III-lea.
În ziua a saptea s-a uitat daca mai are ceva de facut.
Directorii de teatru si umplusera pamîntul cu afise,
Si Shakespeare s-a gîndit ca dupa atîta truda
Ar merita sa vada si el un spectacol.
Dar mai întîi, fiindca era peste masura de istovit,
S-a dus sa moara putin.

Capricho

Cada atardecer
Recojo entre los vecinos
Todas las sillas disponibles
y leo versos para ellas.

Las sillas son extremadamente receptivas
A la poesía
Si uno sabe ordenarlas.

Todo esto
Me emociona
Y durante varias horas
Les cuento
Qué bellamente murió mi alma
Durante el día.

Nuestros encuentros
Son generalmente sobrios,
Sin entusiasmos
Inútiles.

De cualquier modo
Significa que cada uno
Ha cumplido con su deber
Y podemos seguir
Adelante.

Versión de Omar Lara


Desdoblamiento

En la noche alguien pasea con mis ropas
Y las lleva puestas.
En la mañana observo en los zapatos barro fresco.
¿Quién tendrá un modo de andar parecido a mi andar?

Desde cierto tiempo ha empezado
A vestirse también con mis pensamientos.
Cuando despierto ya no los encuentro jamás
Dónde los habré puesto.

Están usados, cansados, con ojeras alrededor de los ojos,
Se ve a las claras que alguien estuvo pensando con ellos
Toda la noche.

¿Quién tendrá un alma parecida a mi alma?

Versión de Omar Lara

El camino

Pensativo, las manos a la espalda,
voy por la vía férrea
el camino más recto
posible.

Detrás, a toda velocidad
viene un tren
que nada sabe de mí.

Este tren - Zenón el viejo me es testigo -
jamás me alcanzará,
pues yo siempre tendré una ventaja
frente a las cosas que no piensan.

Incluso si con brutalidad
pasara sobre mí,
siempre habrá un hombre
que camine ante él
pensativo,
las manos a la espalda.

Como yo ahora
frente a este negro monstruo
que se acerca a una velocidad espantosa,
y que no me dará alcance
jamás.

Versión de Omar Lara