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domingo, 14 de julio de 2024

Etgar Keret: “Los israelíes apenas tienen un verdadero denominador común”

 



Para el autor israelí Etgar Keret, incluso si las cosas se están desmoronando, la escritura todavía puede ser una base para el diálogo. Pero no le pidan que hable en las manifestaciones contra el gobierno. Nota salida en Nueva Sion


Por Ronen Tal

En las semanas posteriores al 7 de octubre, el escritor Etgar Keret acudió a todos los lugares a los que lo invitaban, y se reunió con los soldados en el frente, con los supervivientes de la masacre y con las familias de los rehenes. En un caso, durante un acto en Nir David, el kibutz del norte que ha sido vilipendiado por no permitir el acceso del público a parte de un arroyo que lo atraviesa, acudió una multitud mayor de lo habitual: «gente de más de 60 años, aquí y allá alguien con un andador o en un scooter», recuerda.

«Fue muy humano y agradable, y al final la gente empezó a moverse hacia la puerta, pero una mujer mayor se quedó sentada en el medio, mirándome como una maestra que está a punto de echarme de la clase. Y luego dice en tono asertivo: ‘Está todo bien, hablaste y leíste y hablaste de tu familia, pero lo más importante no dijiste: ‘¿Qué hacemos ahora?'»

Keret no tuvo respuesta. «Cuando no sé qué decir, tiendo a repetir lo que los demás me dicen. Entonces dije: ‘¿Qué hacemos ahora?’ Y alguien que estaba en la puerta asomó la cabeza y le gritó a su esposa, que ya estaba afuera: Varda, vuelve, que te va a decir lo que debemos hacer ahora’. Otras personas que estaban saliendo comenzaron a regresar a sus asientos. Todos se sentaron para escucharme decir lo que deberíamos hacer ahora. Parece una pregunta legítima, pero no tengo ni idea de lo que deberíamos hacer. Hablé de mi madre, que sobrevivió al Holocausto. No recuerdo lo que dije exactamente, pero Shira [Geffen, la esposa de Keret] dice que se fueron satisfechos».

Esa pregunta sigue flotando en el espacio desesperado entre Rafah y el kibutz Manara, y Keret aún no tiene respuesta. Va con su esposa a las manifestaciones y no deja de gritar con todo el mundo la necesidad de traer a los rehenes a casa «¡Ahora!», pero también es consciente del impacto limitado de las reuniones rituales junto a personas que están de acuerdo con él en la mayoría de las cosas. «Funcionamos en el mundo de las manifestaciones de una manera muy pasiva. Siempre estás esperando que pase algo, te dices a ti mismo que si aparece un millón de personas el gobierno caerá, y eso lleva a un sentimiento de gran desesperación, es un poco como esperar a Godot. Así que mi modelo es que necesitas hacer cosas que sabes hacer, cosas de las que estás seguro, ya sea escribir un blog o hacer voluntariado en un jardín de infantes de familias evacuadas».

La verdad es que a Keret le cuesta responder con respuestas sencillas a la mayor parte de lo que le preguntan. En él, cada desafío o evento conceptual elemental que la mayoría de nosotros pasaría por alto, sin apenas producir efecto alguno, enciende un mecanismo hiperactivo que evoca recuerdos, asociaciones, objeciones, comparaciones e historias, principalmente historias. He aquí una: «Mi editor búlgaro, Manol Peykov, es una gran persona con un gran corazón y todo el mundo en su país lo conoce. Cuando estalló la guerra en Ucrania, comprobó y descubrió que la ayuda que el país enviaba a los ucranianos no era significativa, así que realizó una publicación en Facebook: ‘Aquí está el número de mi cuenta bancaria privada, envíenme todo el dinero que puedan, yo compraré generadores y los enviaré a Ucrania’. Se comprometió a enviar una factura por cada artículo que compraba, para que todo fuera transparente. En resumen, en cuatro meses los fondos que recaudó fueron 24 veces mayores que todo el paquete de ayuda del gobierno búlgaro».

Keret señala que Peykov también sirvió brevemente en la Asamblea Nacional de su país: «Fue elegido al Parlamento por un partido liberal de izquierda, como Meretz. El principal oponente del partido, su Ben-Gvir, inventó un apodo para los miembros del partido, los tachan de izquierdistas traidores. En uno de sus primeros discursos en el Parlamento, Peykov se dirigió a esa persona y le dijo: «El apodo que usted inventó para nosotros es muy insultante; yo también puedo jugar un juego de palabras con su nombre y llamarte ‘polla flácida’. Cuando terminó de hablar, el dirigente del partido lo llamó y le dijo: ‘Eres nuevo, no hablas así en el parlamento’. Pero en dos días, el término ‘polla fláccida’ se convirtió en la frase más viral en Internet y el rival político se disculpó y dijo que ya no usaría el término ‘izquierdistas traidores'».

No hay muchas posibilidades de que eso ocurra aquí. ¿Hay alguna moraleja en esta historia?

Keret: “La mayoría de la gente dice: ‘Quiero cerrar los ojos y agarrar la camisa de otra persona, que me lleve con ella a algún lugar’. Y yo digo que si tengo algo que dar, entonces tiene que ser algo que surja de mí y tal vez crezca y atraiga a otras personas. En las manifestaciones, no eres dueño de tu destino. No controlas la historia que cuentas, estás en una pausa publicitaria, esperando algo que está a punto de suceder. En lugar de eso, digamos que hay un soldado que ha perdido una pierna y dice: ‘Lo que mejorará mi ánimo es que te envíe un mensaje escrito por WhatsApp, y tú me envías un fragmento, y de esa manera, juntos, surgirá una historia’”.

¿Te ha pasado esto a ti?

“Sí, absolutamente. No se sintió menos herido por eso, pero al final del día tengo un texto y tengo un diálogo y hay algo que hice con otra persona, y me aleja de las profundidades y me acerca al buen aire. Con el tiempo, se desarrolló un grupo de WhatsApp para mí al que se unieron otras personas, y les envío historias y textos y me responden con todo tipo de cosas. Es una isla de humanidad en medio de algo terrible. Creo que para nuestra cordura debemos seguir nuestro camino. No estrellarnos contra el costado de cada tren que pasa. No buscar el camino en el que te anulas frente al gran mundo en beneficio de alguien que te llevará al destino”.

Lógicamente, el camino de Keret pasa por la escritura, pero no se queda ahí. Para él, la escritura -que lo ha convertido en uno de los autores más populares de Israel y, con traducciones a 47 idiomas, en un nombre importante a nivel internacional- es un trampolín para el diálogo, una base para la comunicación con los demás. Y posee significado en la realidad real, sin importar cuán caótica y aterradora se haya vuelto, incluso cuando la historia trata sobre un extraterrestre que llegó a Ramat Gan para una visita.

«Cuando empecé a escribir, vivía con una compañera de piso y, en cinco meses, dos veces acabé en urgencias por neumonía. Mi compañera de piso me dijo: ‘Después de ducharte, sales desnudo y es invierno y no tenemos calefacción, y luego te sientas a escribir durante seis horas y te enfermas’. Yo no era consciente de que existía una conexión entre ambas cosas. Cuando escribo, no tengo frío, ni hambre, ni cansancio, estoy fuera de la realidad. Es como entrar en una habitación segura y dejar el desorden fuera. Pero desde la guerra, he empezado a escribir desde un lugar que no está completamente desconectado de la realidad».

La realidad de los últimos ocho meses ha traído a Keret un aluvión de mensajes y peticiones de personas para quienes la guerra es verdaderamente una cuestión de vida o muerte. Los mensajes llegan a su cuenta privada de WhatsApp y él intenta responderlos todos, aunque le lleve unas horas cada día. “Un oficial me envió un mensaje antes de entrar en Gaza con su unidad y me pidió que, si moría, hablara con su ex, que lo había abandonado, y le dijera que se fue a la guerra pensando todavía en ella”, relata. “Le dije: ‘No nos conocemos, ¿no tienes un hermano o un amigo que lo haga?’ Y él me respondió: ‘Acabamos mal y a ella le gustan tus libros’, y me envió su número de teléfono”.

Keret decidió no esperar a que el nombre del oficial apareciera una noche en la lista habitual del ejército de “nombres permitidos para publicación”. “Le escribí un mensaje a la ex diciéndole: ‘No soy experto en estas cosas, pero sé que rompieron y debes saber que esto es lo que me dijo, por si acaso. Y si te gustan mis historias, te enviaré una cada viernes’, y eso es lo que estoy haciendo”.

O esto: “Un día recibí un WhatsApp de alguien que no conocía, diciendo: ‘Mi ex esposa cumplió años el domingo. Le gustan tus libros, así que pensé que sería bueno que tú y yo nos escondiéramos en los arbustos en algún lugar y luego saltáramos y le digamos ‘Feliz cumpleaños’. Le dije: ‘Sin entrar en algo que pueda llevar a una orden de alejamiento, soy tímido, no me siento cómodo haciendo eso, pero estoy trabajando en un nuevo libro donde un personaje en una de las historias es una divorciada. ¿Qué tal si cambio su nombre por el nombre de tu ex esposa y te envío la historia, y después de que te escondas en los arbustos y la sorprendas, le muestras la historia’. Y la verdad es que una de las historias ahora tiene un personaje con el nombre de la divorciada. Me escribió que estaba muy feliz y me invitó a su restaurante de pollos asados ​​en Holon. Le dije que soy vegetariano y me respondió que iba a agregar un plato vegetariano. Lo llama ‘El plato de Etgar'».

El nuevo libro de Keret, Autocorrect (publicado en hebreo por Zmora-Bitan), es su séptimo libro de relatos breves. Sus 34 relatos muestran su conocido talento para idear tramas serpenteantes en las que suceden muchas cosas, pero se condensan en unas pocas páginas. Algunas de las historias se desarrollan en mundos fantásticos y exigen al lector que ejecute un cambio conceptual que recuerda a la resolución de crucigramas crípticos. También están llenas de humor y muestran una aproximación libre a las convenciones del género. En algunos casos, los acontecimientos disparatados provocan respuestas inesperadas en los personajes, que también pueden desafiar el conjunto de valores del lector. Por ejemplo, la protagonista de Gondola, que descubre que su amante casado no está casado en realidad, pero sigue fingiendo durante años, incluso después de que nace una hija.

Las mejores historias se caracterizan por una emoción cruda y desnuda, un movimiento hacia la intimidad que no llega a filtrarse en el sentimentalismo. En Solo, dos entidades virtuales logran disipar la soledad y encontrar la felicidad mutua, un destino que, según el narrador, también podría ser posible para los humanos. En Organized Tour, un grupo de extraterrestres llega a cierto lugar de la región de Tel Aviv donde tienen la oportunidad de conocer una raza rara, sensible y desinteresada, de personas que han elegido el amor verdadero. Y en la historia que da título a la colección, un hombre egocéntrico que comienza el día con una línea de cocaína, descubre el poder del amor inquebrantable e incondicional que recibió toda su vida de su padre.

Hay historias que dan una interpretación creativa al concepto de distopía. El infierno en el Infierno de Mesopotamia es un lugar completamente idéntico a nuestro mundo, con una diferencia: a los muertos que llegan allí se les permite pronunciar cualquier frase o palabra solo una vez. Así, las personas que necesitaron una determinada palabra muchas veces prefirieron perder todo en lo que creían con tal de poder conservarla para sí mismas. Un físico en El futuro ya no es lo que solía ser logra demostrar que es posible viajar en el tiempo. Pero luego resulta que la tecnología hace que los usuarios pierdan peso en cada viaje al pasado, dando lugar así a la posibilidad de que Leonardo da Vinci, Juana de Arco y Jesús sean personas obesas que vinieron del futuro y pudieron demostrar que “es más fácil dejar tu huella en el mundo que dejar de comer dulces”.

Otras historias arrojan luz paródica sobre nuestra situación actual. En Opiniones mordaces sobre temas candentes, se contrata a personas para que griten las cosas más repulsivas y exasperantes imaginables en la televisión. En el último minuto, dice Keret, cambió el nombre del protagonista de la historia a Tzafrir. El nombre original era Yinon. [Yinon Magal es el nombre de un locutor del canal 14 de televisión de derecha.]

Pero lo que la mayoría de las historias parecen tener en común es que tratan de una forma u otra sobre la muerte. La muerte puede ser un acontecimiento cósmico que provoca el fin del mundo, o el suicidio aleatorio de un vecino que salta desde un piso alto, aunque, como escribe Keret en el cuento Life Full Disclosure, «la muerte es un hecho. La pregunta sólo es cómo y cuándo; en la cuna, por ahogamiento, por una enfermedad indefinida, de regreso a casa borracho del bar, en un accidente automovilístico en la rampa de la autopista Ayalon, llega y casi siempre sorprende lo esperado. Viene, e inmediatamente después, el silencio».

A pesar del ambiente sombrío, casi todos los cuentos, salvo dos, fueron escritos antes del 7 de octubre . “Los escribí durante los últimos cinco años, un período duro que incluyó la muerte de mi madre, la COVID, una hernia discal grave y un accidente que me dejó con una conmoción cerebral y la nariz rota”, dice Keret. “Se suponía que debía enviar el manuscrito a la editorial el 8 de octubre. Siempre, antes de enviarlo a la editorial, le doy una última lectura, y como soy narcisista y megalómano, nunca se me ocurrió que decidiera no enviar el texto”.

«Pero el 6 de octubre leí y leí y leí, y esa tarde le dije a Shira: ‘No estoy seguro acerca de este libro: es oscuro y es triste, y tengo la sensación de que es como si le estuviera diciendo a la gente que así es el mundo, pero de hecho estoy proyectando mis sentimientos personales sobre ellos'».

Shira no se sorprendió y envió a su marido a dormir. «Ella dijo: ‘Te estás haciendo un nudo. Mañana te levantarás y lo leerás de nuevo, y si todavía sientes lo mismo, puedes decirle al editor que no lo publique’. Me levanté a la mañana siguiente, es 7 de octubre, y me olvidé por completo de mi libro. No volví a leerlo hasta enero y cuando lo releí dije: ‘Así son las cosas’. del futuro, todo se está desmoronando. El 6 de octubre me pareció exagerado, pero ahora dije: ‘Está en lo cierto, no soy yo, es el mundo'».

Tanto Etgar como Shira han sido y siguen siendo políticamente identificados. Tiene una presencia permanente en la calle Kaplan de Tel Aviv desde los primeros días de las protestas contra el golpe judicial, y ella ha sido objeto de críticas desde la Operación Margen Protector, en 2014, cuando pidió a los espectadores que asistieron a la proyección de su película. Self Made en el Festival de Cine de Jerusalén guardaran un minuto de silencio en memoria de los cuatro niños palestinos que murieron ese día en un ataque del ejército israelí en Gaza.

Durante los últimos ocho meses todos hemos tenido abundantes oportunidades de guardar un minuto de silencio en memoria de las víctimas de ambos lados. Keret sigue en el mismo lugar ideológico en el que se encontraba antes, pero por el momento no hay ninguna posibilidad de que suba al escenario y pronuncie un discurso al estilo de David Grossman.

«Siempre supe que no tenía interés en desempeñar ese papel, porque no tenía las habilidades necesarias. He asistido al 90 por ciento de las manifestaciones en Kaplan, pero nunca he aceptado hablar en el escenario. Lo que sé hacer, cuando hablo y también cuando escribo, es confundir a la gente, y cuando estás en el escenario necesitas decir algo pegadizo y claro, para que la gente sepa exactamente cuándo gritar ‘¡Ahora!’ y cuándo gritar ‘¡Traigan a los rehenes a casa ahora!’ o ‘¡Elecciones ahora!’ Sé cómo hacer algo para que una parte del público piense una cosa y otra piense otra, y entonces se peleen entre ellos; no sé cómo decir lo que llevará a que tomen la Bastilla. Así que el papel de mostrar el camino no es para mí».

¿Puede existir todavía ese papel, el del escritor que muestra el camino?

«Es evidente que no puede existir. Como sociedad, apenas tenemos un denominador común. Como mucho tenemos unas cuantas instrucciones de funcionamiento, y a veces también están desconectadas de la realidad. No hay nadie a quien puedas mirar y decir: eso es ser israelí. [El cantante] Omer Adam dice que ser israelí es ponerse los tefilín cada mañana y vivir en Dubai, y otro dirá que ser israelí es saber desmontar un fusil en 30 segundos”.

«En Israel, en general, no era habitual que se prestara atención a las figuras culturales, pero la cultura se convirtió en algo que se percibía como algo muy altivo. Cuando Grossman habla desde el escenario, es como si un amigo estuviera hablando conmigo, porque una vez leí un libro suyo. No puedo hablar con personas que nunca han leído un libro mío, que nunca han leído un libro en absoluto. Desde su punto de vista, soy una persona que se dedica a una actividad extraña, como la biología marina».

¿Cree usted que sería capaz de entablar un diálogo con personas que están en el otro lado políticamente y en términos de sus valores?

«La pregunta que me hago es si puede haber una situación en este país en la que aquellos que no gobiernan no se sientan pisoteados. ¿Estamos viviendo en una situación en la que lo único que tenemos es una cultura de vencer? [nuestro oponente], y la única pregunta es si mi tribu pisotea sin piedad a la gente que vive al otro lado de la calle, o si es posible llegar a una situación en la que simplemente no podamos soportar al otro, que es, de vivir en mala vecindad, pero a veces saludarse en la escalera?”

«Desde mi punto de vista, un mundo justo no es aquel en el que un diputado le dice al jefe del Estado Mayor del ejército: ‘¿No puedes matar a unos cuantos terroristas más, para que haya más espacio en la cárcel?’, o aquel en el que los haredíes (que evaden el servicio militar) son llevados encadenados a la cárcel de Abu Kabir. Quiero vivir en un mundo en el que trabajo al lado de un haredí que me insulta en mi cara y dice: ‘Es por tu culpa que me multaron por no ser reclutado’. Y empezamos a discutir y luego cada uno sigue su camino».

De repente, un golpe en la puerta

Como todo el mundo, Keret ve las manifestaciones antiisraelíes en las universidades del extranjero, pero no se alarma. O, más exactamente, dice que empezó a alarmarse mucho antes. «Descubrí que mi capacidad para orientarme en la realidad se ha vuelto limitada en comparación con lo que era antes. Solía ​​ser que llegaba a un evento, digamos una lectura en Italia, veía a cuatro personas con kaffiyehs en la primera fila y sabes que bien podría ser que uno de ellos me escupiera. Pero hoy no sabes quién podría atacarte. Con el tiempo, llegaremos a un punto en el que la gente te escupirá sólo porque estás vacunado».

No es la primera vez que Keret extrae asuntos aparentemente no relacionados del archivo alojado en su cerebro y, con la ayuda de un acto de asociación cuyo proceso sólo él conoce, los organiza en un texto lógico y coherente. «Hace unos años leí dos artículos de opinión en Haaretz. En uno de ellos, una mujer escribía que los hombres que orinan en un árbol del parque cometen acoso sexual en el espacio público. El segundo artículo afirmaba que las personas más despreciables del mundo son vegetarianos de conciencia pero no predican para que los demás se vuelvan vegetarianos como ellos. Yo he sido vegetariano desde los 5 años, desde que vi una película de Bambi y mi padre dijo que iban a hacer schnitzel con Bambi, y tengo una opinión que estoy dispuesto a compartir con otras personas, pero no la predico”.

«Por otro lado, yo también he orinado en un árbol. No lo hago siempre, pero sí, lo he hecho alguna vez. Así que soy la persona más despreciable, el que comete acoso sexual en el espacio público y, además, no predico a la gente que se haga vegetariana. Nunca se sabe cuáles de los pecados que has cometido no merecen ser perdonados en ninguna situación, y todo esto antes incluso de que empecemos a hablar de la ocupación«.

Pero llega el momento en que hay que hablar de la ocupación. En los últimos años, Keret viajaba al extranjero una vez al mes para participar en festivales literarios o dar charlas. Pero desde el comienzo de la guerra ha optado por quedarse en Israel, evitando la ruidosa recepción que sin duda le aguardaría, con carteles que lo acusarían de complicidad en crímenes de guerra. Al mismo tiempo, no ha sido «cancelado», ni mucho menos. Las columnas que ha escrito en los últimos meses se han publicado en algunos de los periódicos más importantes del mundo, entre ellos Libération, Le Monde, The Guardian, El País y Corriere Della Sera. De hecho, sigue recibiendo solicitudes de entrevistas de periodistas extranjeros. Tiene un popular boletín Substack en inglés y recientemente comenzó a hacer un podcast.

«Durante las dos primeras semanas de la guerra, hice unas 20 entrevistas», relata. «No me organicé bien y llegué a un punto en el que estaba acostado en la cama a las siete de la mañana y oí que llamaban a la puerta. Me desperté, fui a la puerta y vi a un equipo de filmación. Me dijeron: ‘Somos de la televisión polaca’. Y entonces me acordé, pedí disculpas y me senté para que me entrevistaran. Me conectaron el micrófono y el reportero dijo: ‘Puede que esto no sea asunto mío, pero será difícil para el público concentrarse en lo que estás diciendo porque estarán mirando tu pijama todo el tiempo’. Por supuesto, me cambié de ropa».

En otra entrevista, un periodista francés insistió en preguntar a Keret si creía que la votación en el Festival de Eurovisión tenía motivos políticos. «Le dije: ‘Hemos tenido siete meses de un conflicto sangriento y me preguntas sobre Eurovisión, así que tal vez no entiendo completamente la realidad de la situación’. No cejó: ‘¿Crees que la letra de la canción es política?’, refiriéndose a la canción Hurricane del concursante israelí Eden Golan. Le dije que tengo 57 años y nunca ha habido una canción de Eurovisión cuya letra haya escuchado, tal vez con la excepción de Waterloo«.

No todos los encuentros con los medios extranjeros son necesariamente agradables. «A veces los periodistas me atacan agresivamente, diciendo que Israel está exagerando su respuesta [al 7 de octubre] y que está creando noticias falsas. Un entrevistador dijo: ‘Sé que no hubo decapitación de nadie’. Le dije: ‘Dame un segundo, te enviaré un video’. Nunca he visto un video de ese tipo, porque sé lo que pasó y no necesito verlo en concreto, creo mis traumas por mí mismo. Pero el teléfono está lleno de videos que llegan. Me preguntan sobre personas quemadas o sobre decapitaciones, y les envío [un video] pero les digo: ‘No lo he visto y no te recomiendo que lo veas’. Creo que el hecho de que hayan asesinado a 1.300 personas en sus casas, incluidos bebés y ancianos, es suficiente. Hace unos días le dije a Shira que mi teléfono es como un ataúd. Tengo fotos de mi hijo y del conejo, además de otros 30 clips de snuff que envío a las personas que dicen que no pasó nada el 7 de octubre».

¿Se ha cancelado algún evento programado en el extranjero como protesta?

«Se suponía que iba a hacer un evento con un autor [extranjero] conocido, alguien que me gusta mucho, y me pidió que lo cancelara. Es alguien que conozco bien y de quien soy amigo; toda la situación fue muy íntima, como si le hubiera sucedido a un amigo. Sentí que se enfrentaba a un problema genuino. Le dije: ‘Mira en qué tipo de período histórico estamos: dos personas con identidades diferentes, básicamente buenas personas, no pueden sentarse. en el mismo escenario y estar de acuerdo o en desacuerdo sobre cosas, es como si la posibilidad de sentarnos y discutir cosas, si no estamos de acuerdo sobre ellas, se hubiera vuelto indecente’. Fue una situación muy incómoda, que me dolió a mí y también a él.

«Por otro lado», continúa Keret, «un escritor islandés que conocía me llamó y me hizo algunas preguntas. Le dije: No quiero verte en mi bandeja de entrada. Supuestamente me preguntas cómo estoy, pero en realidad quieres que esté de acuerdo contigo para que puedas decirte a ti mismo: tengo razón y mis amigos en Israel también están de acuerdo conmigo. No tengo energía para eso. Así que coge a Björk, súbete a una balsa y navega lo más lejos que puedas. Quieres que afirme que eres una persona humana y también que grite del mar al río: vete a buscar a otra persona».

«Pero tampoco sentí que estuviera experimentando antisemitismo. En general, trato de no dejar que los acontecimientos de mi vida caigan en las categorías binarias de ‘antisemita’ o ‘partidario de Israel'».

Keret vive con Shira, con su hijo Lev, que pronto será reclutado, y con un conejo llamado Hanzo en el exclusivo barrio Old North de Tel Aviv. El espacio es agradable y luminoso, pero no llamativo, y hay muchos libros. Durante las horas que pasamos juntos, Hanzo optó por esconderse debajo del sofá de la sala de estar; Keret explicó que suele estar activo a altas horas de la noche. Y luego, justo antes del final, salió de su escondite y tuvo la amabilidad de comer almendras de las manos del invitado.

La cualidad más destacada de Keret es su capacidad para crear intimidad rápidamente, para dar a la otra persona la sensación de que es un amigo o podría serlo. Parece tener un interés eterno por otras personas, y no sólo porque le brindan la oportunidad de mostrar la naturaleza singularmente rápida de su pensamiento o porque son una fuente fructífera de historias. Sus conversaciones con taxistas podrían llenar por sí solas otra colección de historias.

La explicación de la facilidad con la que hace amigos y del encantador polvo de hadas que esparce a su alrededor se encuentra, obviamente, en su infancia. A diferencia de lo que ocurre con quienes se sienten impulsados ​​a escribir, Keret recibió mucho amor cuando era niño, como si hubiera crecido en un mundo en el que la paternidad tóxica no formaba parte de la experiencia humana.

«Los psicólogos habrían emitido una orden de alejamiento contra mis padres si hubieran sabido lo mucho que me querían», confirma. (Su padre, Efraim, murió hace 12 años; su madre, Orna, hace cinco años). «Cuando mis padres eran jóvenes iban a fiestas y volvían a casa tarde, un poco achispados. Tengo un recuerdo de cuando tenían 5 años de que una vez volvieron de una fiesta y mi madre entró en mi habitación para echar un vistazo, y se dio cuenta de que estaba fingiendo estar dormido. Entonces me dijo: ‘Etgar, debes saber que llegará un día en que conocerás a alguien que te dirá que no eres tan inteligente y tan especial como crees. Pero la verdad es que eres tan inteligente y tan especial como crees, y esa persona dirá esas cosas solo porque tiene envidia’”.

“Ese sentimiento de ser la corona de la creación me hizo bien. Precisamente por lo que había pasado, mi madre supo transmitir el mensaje de que el mundo intentará pisotearte, por eso lo más importante es escucharte. Ella dijo: ‘Estoy relativamente cuerda teniendo en cuenta lo que pasé, así que haz lo mismo para mí'».

¿Y a ti también te funcionó?

«Cuando terminé la primaria, nos hicieron unas pruebas de aptitud para decidir a qué instituto debíamos ir. Te enseñaban todo tipo de dibujos y te preguntaban qué tenía de malo. Por ejemplo, había un gato de cinco patas bebiendo leche. Nos preguntaban qué tenía de malo, pero yo no tenía ningún problema con las cinco patas ni con ningún otro detalle anómalo que apareciera en los dibujos. Así que escribí que todos los dibujos estaban bien excepto uno en el que había un padre con un violín, y escribí que estaba mal que no mirara a su hijo mientras tocaba. Esa tampoco era la respuesta correcta. Saqué la nota más baja de la clase”.

“Mi madre fue invitada a una reunión con la orientadora escolar, Margalit, quien le dijo: ‘Por suerte, el año que viene la red ORT [escuelas profesionales] abrirá una carrera para formar técnicos en mantenimiento de cámaras frigoríficas de supermercados y, según los resultados de las pruebas, eso le viene muy bien a Etgar. Allí le irá muy bien’. Mi madre me preguntó: ‘¿Quieres ser técnico de supermercado? ‘. Le dije: ‘No, quiero estudiar matemáticas’. Margalit se mantuvo firme: ‘Es un método de prueba desarrollado por los mejores psicólogos del mundo y el método dice que tu hijo no puede estudiar matemáticas’. Entonces mi madre la miró a los ojos y le dijo: ‘Margalit, si este es el método que determinó que podrías ser orientadora escolar, me arriesgaré. Y en efecto, me dijo: si te interpones en mi camino, te aniquilaré’”.

Aunque Etgar y sus hermanos mayores, Nimrod y Dana, crecieron en un hogar feliz, no fue posible ocultar por completo las implicaciones del trauma del Holocausto. «Cuando estaba en el jardín de infancia, vi que las madres de otros niños los acariciaban de manera diferente a como mi madre me acariciaba a mí. Mi madre les daba palmaditas con el dorso de la mano, y otras madres usaban el interior de la mano. Cuando le pregunté por qué, me dijo que en la guerra y también después había mucha gente a la que no le gustaban las niñas pequeñas y les hacían cosas malas, y para protegerse se pegaba chicle a la palma de la mano y una hoja de afeitar en el chicle que había partido por la mitad, por si tenía que acariciar a la gente que no le gustaba, y usaba el dorso de la mano para acariciar a los que amaba».

El padre de Shira, Yehonatan Geffen, autor, compositor y periodista, murió hace un año. ¿Cómo te afectó eso?

«Siempre lo amé, y creo que él me amaba. Fumábamos porros en el balcón, pero también tenía la necesidad de crear una distancia, o una especie de separación, entre nosotros. Tanto para Yehonatan como para mí, la fricción con la vida no fue fácil, pero cada uno lo llevó a un lugar diferente. Para Yehonatan, la presión y la ansiedad se convertían en algo agresivo, lo que a veces parecía cómico. Estás en un taxi con él y el conductor pregunta: “¿Debo pasar por Reines o Dizengoff? Y Yehonatan dice: Cuando escribo un poema, ¿te consulto sobre las rimas?»

Las personas que lo conocieron recuerdan que a veces podía ser muy hostil.

«En pocas palabras: surgió del terror. Nunca peleé con él, él nunca me levantó la voz y yo nunca le levanté la voz a él, y él definitivamente le levantó la voz a la gente. Amaba mucho a mi padre. Recuerdo eso. Una vez mi padre vino a visitarlo, cuando él [Efraim] ya tenía cáncer, y Shira tomó una fotografía. Un día, después de la muerte de mi padre, vine a la casa de Yehonatan y vi la fotografía en su refrigerador. ‘Ese es mi padre.’ Le dije: ‘No, ese es mi padre’. Y él dijo: ‘Aceptemos que él es nuestro padre'».

Es tu padre.

«Mi padre sobrevivió al Holocausto con sus padres en un hoyo en el suelo, después de que su hermana fuera asesinada. Cuando era niño, cuando le pregunté cómo logró pasar 600 días sin volverse loco, dijo: ‘Me inventé un mundo que se parece un poco al mundo en el que viví, donde los nazis perseguían a los judíos, pero cada vez que los atrapaban les daban dulces. Por ejemplo, las SS distribuyen chocolates, la Wehrmacht reparte caramelos, y me escondo y me pillan y me dicen: Judío apestoso, come, y yo les ruego y digo: No me gusta con nueces, y ellos: Cállate y come bocanadas.’ Yo preguntaría: ‘¿Cuál es el punto? Estás atrapado en un pozo donde ni siquiera puedes levantarte y hay nazis por todas partes, entonces, ¿qué pasa con estas tonterías?'»

¿Y su respuesta?

«Dijo que cuando estás en un espacio físico muy estrecho, tu primer impulso es ampliarlo. Y cuando eres capaz de imaginar, tu mundo se hace más grande incluso si el tamaño físico no cambia».

¿Y eso es lo que pasa contigo?

«Presento la apariencia de una persona supernormativa: aparezco en público, enseño en la universidad, doy entrevistas a los medios de comunicación, pero en la vida me voy a dormir a las 10:30 y lo que más me gusta es tumbarme en la alfombra de la sala y el conejo se me sube encima. No soy superfuncional en el mundo. A veces tienes la sensación de que el mundo te inunda, te presiona, te comprime en un agujero negro, y tu capacidad para contarlo es lo que importa. Te protege. Si fuera bueno en esto llamado vida, no escribiría. Cuando la vida es algo que no entiendes del todo, escribir es lo estable en lo que puedes apoyarte. Siempre sentí que escribir era mi camino. sobrevivir, y todavía me siento así».

lunes, 15 de junio de 2020

Entrevista con Amos Oz. Europa y los judíos: historia de un amor traicionado



El escritor israelí Amos Oz estuvo en Madrid el pasado octubre para presentar Una historia de amor y oscuridad (Siruela), una suerte de autobiografía novelada. Mercedes Monmany lo entrevistó sobre este libro y, a través de él, sobre su condición de escritor, sobre la vida en Israel y sobre su relación de amor odio con Europa y su cultura, de la que es heredero casi involuntario.
En los tormentosos y poco ejemplares años veinte y treinta del siglo pasado, ¿quién era verdaderamente europeo, quién creía en la Europa fraternal, solidaria y supranacional? Cualquiera que haya leído las reediciones de los últimos años de autores como el Stefan Zweig de El mundo de ayer (Memorias de un europeo) o los ensayos dramáticos y pesimistas de Joseph Roth en sus años de exilio en París, huyendo de los nazis, recogidos en La filial del infierno en la tierra; cualquiera, pues, que se haya acercado a los que mejor retrataron esa época de crueldad inusitada hacia una minoría fundamental durante siglos en Europa, los judíos, habrá comprobado que, como dice el escritor israelí Amos Oz en su última y espléndida novela autobiográfica, Una historia de amor y oscuridad, ellos eran prácticamente los únicos europeos en aquellos momentos. Es la historia de un amor decepcionado. Sus cultos y eruditos padres, que habían estudiado en Praga, como sus abuelos venidos de Lituania, Ucrania y Rusia (la abuela de Amos Oz, la abuela Shlomit, inauguró el primer salón literario hebreo que hubo en Odesa), eran verdaderos europeos y así se definían, fieles a esa idea trasnacional, de refinamiento moral y humanista de Europa. Por aquel entonces nadie se definía a sí mismo como europeo: la gente como la familia de Oz estaba rodeada de feroces y altivos patriotas italianos, húngaros, pangermánicos o paneslavos. El padre de Amos Oz hablaba en siete idiomas y podía leer en 17; su madre podía expresarse sin problemas en otros cinco. Los únicos europeos de hace 75 años eran aquellos judíos
políglotas, “apasionados eurófilos, amantes de Europa ilimitada e incondicionalmente durante decenas de años”, que, paradójicamente, luego serían perseguidos, asesinados y arrojados con violencia fuera de ella.
Autor de una ya abundante obra reconocida internacionalmente, intelectual firmemente comprometido desde siempre con el proceso de paz en Oriente Medio, Amos Oz (Jerusalén, 1939) se dio a conocer en países como el nuestro a finales de los ochenta, a través de sus primeras novelas: Mi marido Mikhael, La caja negra, Las mujeres de Yoel y la magnífica La tercera condición (1993), donde daba voz al personaje apasionado, parlanchín y soñador de Fima, encarnación caótica y humana de su conflictiva y mística ciudad natal, Jerusalén. Más tarde, su obra ha sido publicada básicamente por Siruela, donde han aparecido las novelas No digas noche (1998), Un descanso verdadero (2001) y El mismo mar (2002), además de Una historia de amor y oscuridad, en la que, utilizando como trasfondo histórico la trágica, heroica y extraordinaria epopeya de la creación del Estado de Israel, abordaba al mismo tiempo la narración de una saga familiar, la suya propia, de emigrantes llegados desde la Europa del Este. Por otro lado, también, por primera vez, enunciaba literariamente un tabú hasta ahora no tratado por él de forma pública: el suicidio de su joven madre, cuando apenas tenía doce años.
Mercedes Monmany: Con Una historia de amor y oscuridad, usted ha escrito fundamentalmente una novela “espacial”. Ese espacio puede ser Jerusalén y sus iluminadas y cosmopolitas calles de los años treinta y cuarenta o sus sombrías arterias medievales, o la tierra largo tiempo soñada de Eretz Israel, o el eco remoto de una Europa abruptamente abandonada.
Amos Oz: Esta novela es el resultado de un proceso de paz conmigo mismo. Durante muchos años estuve muy enfadado: estaba enfadado con mi madre, con el barrio en el que crecí, estaba enfadado con la Historia. Una vez que hice la paz conmigo mismo, pude invitar al resto de toda esa gente, es decir, a mis padres, a mis abuelos, a mi casa. Les pude hacer sentar, ofrecerles una taza de té y, sólo entonces, ponerme a hablar. Y hablé. Pero también pude oírlos. No hablé como un juez. No escribí este libro para decir: “Tú, padre, eras terrible; tú, madre, un diablo; o tú, madre, eras terrible y tú, padre, sufriste demasiado”. No. Lo escribí con curiosidad, con compasión, con ternura, y sin ira en absoluto. Por supuesto, con ira respecto a la historia y la tragedia que trajo a mi familia desde Europa, y a otras muchas familias judías desde Bagdad o Casablanca, arrojándolas lejos de allí. Mi familia no era esa gente que bromeaba y se reía en la cubierta del Titanic, en los años cuarenta, mientras los judíos de Europa se estaban hundiendo en las aguas. No. Ellos fueron arrojados al océano, mientras la música, el baile y las canciones seguían oyéndose, y mientras todo el mundo tenía una buena comida y seguía bailando. Sin embargo, ellos estaban entre los arquitectos del Titanic. De Europa.
La música que sonaba, en parte, había sido creada por ellos. El menú, el menú cultural, había sido, en parte, preparado por ellos. Pero fueron echados a patadas a la oscuridad. Y toda esa ofensa me la pasaron a mí. Esto en inglés se llama unrequited love, amor no correspondido: cuando amas a alguien y ese alguien te rechaza y te arroja lejos de él.
MM: En su libro juega con un sistema permanente y obsesivo de dobles enfrentados, de oposiciones: la vieja Jerusalén contra la moderna y trepidante Tel Aviv; la diáspora políglota del ayer y de “la agonía histórica”, con sus narraciones lacrimógenas en yiddish y sus descripciones del shtetl “saturadas de grupos humanos que siempre son mendigos, traperos y todo tipo de holgazanes sofistas”, contra el floreciente renacimiento de la literatura hebrea y el deseo de su padre de que todos “nacieran de nuevo, sanos, fuertes, bronceados, europeos-hebreos y no judíos-europeos del Este”... ¿Es el asunto de la construcción urgente y sólida de una nueva identidad puramente hebrea, sin adjetivos ni calificativos que la difuminen o fragmenten en partículas?
AO:Es más complicado que eso. Durante muchos años, siglos, todo el mundo le dijo a los judíos: no nos gustáis porque no podéis defenderos vosotros mismos, no nos gustáis porque sois demasiado intelectuales, no nos gustáis porque hacéis dinero en lugar de músculos... Eran llamados “parásitos”. Esta palabra, “parásito”, hay que fijarse bien, estaba tanto en el vocabulario fascista como en el comunista. Y también la palabra “intelectual”. Mis familiares eran intelectuales, cosmopolitas y parásitos, porque no trabajaban con sus manos. Después de muchas generaciones, y después de que todo el mundo dijera “algo no funciona en vosotros”, acabamos por pensar que quizá sí, que algo no funcionaba, ya que todo el mundo lo dice. Los primeros emigrantes que vinieron a Jerusalén, hace ochenta o setenta años, querían que sus hijos fueran diferentes: duros, simples, optimistas, muy saludables. Mis padres incluso produjeron un milagro genético. Los dos eran morenos, querían un niño rubio y se dieron a sí mismos ese niño pequeño y rubio. Esta fue su curiosa reacción a la diáspora. Pero, al mismo tiempo, quisieron también que yo fuera libresco y educado, querían dos cosas opuestas. Sin importar todo lo que yo pudiera hacer, una u otra elección que emprendiera, ellos nunca estarían satisfechos al cien por cien. Si soy un intelectual como ellos, entonces ¿dónde está el nuevo judío? Si soy un simple conductor de tractores, ¿qué pasa con el talento? Por otro lado, cuando me rebelo contra su mundo, quiero estar en el lado contrario, romper con ellos. Pero no puedo. Porque si me convierto en un simple conductor de tractor en el kibbutz, entonces ellos dicen: “queríamos esto, estamos encantados”. Jerusalén era, por otro lado, provinciano a sus viejos ojos. Me acuerdo de la obra Las tres hermanas de Chéjov, cuando todo el tiempo dicen “¡A Moscú, a Moscú!”. Eso era lo que estaba en su cabeza. Mis padres, todos sus vecinos, estaban muy lejos de Europa, donde tuvieron una vida difícil, pero también estaban lejos de los kibbutzim, de los nuevos judíos, de Tel Aviv. Incluso, dentro de Jerusalén, estaban lejos del barrio de la élite de los intelectuales, del piano, de los profesores. Estaban en un rincón. Crecí pensando que en nuestro barrio el sol siempre sale después de todas las otras partes del mundo: primero, sale en Europa o en América; después de algunas horas, en Tel Aviv, en los kibbutzim, y más tarde en Rehavia, en Talpiot, es decir, en el resto de los barrios de Jerusalén. Sólo al final, a veces, sólo a veces, algunos rayos pequeños van a caer sobre nuestro barrio, cuando ya todo el mundo se ha ido hacia otra parte... Ahí es donde nací. Ese sentido de provincianismo e irrelevancia hizo de mí un chico con tendencia a la fantasía y a los sueños.
MM: Pero, curiosamente, esas fantasías, a los quince años, le empujaron a desear la vida en un kibbutz y no en una ciudad moderna y frenética como Tel Aviv.
AO:Tenía muchas clases de fantasías: fantasías sobre Europa, por ejemplo. Miedos, pero también fantasías. A pesar de hablar numerosas lenguas, mis padres tenían miedo de que aprendiera lenguas europeas. ¿Por qué? Pues porque sólo sabiendo una de ellas, sólo una, quedaría inmediatamente seducido. Me iría a Europa y me matarían. No estaría a salvo. Para mí, por lo tanto, el kibbutz representaba lo más opuesto a Jerusalén: un lugar donde el sol sale todo el rato. Un lugar donde la gente no es complicada y la vida es simple: trabajas en lugar de hablar tanto, duermes, todas las chicas bonitas están allí. Era el paraíso de la simplicidad.
MM: En su libro hay muchos recuerdos y referencias a los años cuarenta, los años difíciles antes de la creación del Estado de Israel. Algunas afirmaciones de gran dureza y racismo de líderes espirituales como el predicador de la gran mezquita de Yafo, que clamaba “por acabar a punta de espada contra esa conspiración satánica que pretende transformar la sagrada tierra de Palestina en el basurero de todos los desechos del mundo”, llaman la atención por su paralelismo con el lenguaje nazi.
AO:Había una relación estrechísima entre los líderes árabes de aquel tiempo y los nazis. El líder palestino Haj Amin al-Huseini estuvo en Berlín durante toda la guerra, haciendo planes para construir campos de la muerte para los judíos en el Oriente Medio, no sólo en Israel, sino en todo Oriente Medio. En Irak se había gestado un golpe de Estado nazi, en Egipto había un durísimo partido pronazi en aquel tiempo. Por lo tanto, mis padres tenían miedo, todo el mundo lo tenía: lo que había pasado en Europa iba a pasar otra vez en Oriente Medio.
MM: ¿Dónde está exactamente el antisemitismo en estos momentos? Para algunos está claramente en la izquierda, para otros sólo en algunos reductos de la ultraderecha más religiosa, y para otros es algo que pertenece al pasado.
AO: Fundamentalmente es una enfermedad mental. Nadie está inmune, ni la izquierda ni la derecha. Y es un problema de Europa. Especialmente de Europa, aunque no sólo. Es un virus. El antisemitismo es muy parecido a la misoginia, a la cólera hacia las mujeres. A veces los hombres odian a las mujeres porque son demasiado inteligentes, a veces porque son demasiado estúpidas. A veces porque son demasiado independientes, otras porque no lo son. A veces las odian por ser demasiado atractivas y otras por no serlo en absoluto.
MM: Aun así, muchos siguen aferrándose a los dogmas de las tendencias e ideologías cerradas en las que fueron educados.
AO: Para decirlo de forma muy simple: yo voto por la izquierda en Israel y estoy feliz por no tener que votar en Europa. La gente en Europa, es decir, los intelectuales progresistas europeos, odian Hollywood, porque ahí sólo se representa el blanco y el negro, los buenos y los malos de la película. Pero cuando esto se refiere a Oriente Medio quieren saber inmediatamente dónde están los chicos buenos y los malos: firman una petición a favor de los chicos buenos, odian a los chicos malos y se van a dormir. Mi modo de estar en la izquierda y mi actitud son muy diferentes: no estoy en el negocio de recogida de firmas ni en el de impresionar a la gente. Sé que en Oriente Medio los israelíes y los palestinos viven una tragedia, no una película del Oeste. Los palestinos llevan adelante una causa muy dura y lo mismo pasa con los israelíes. No es nada simple y no se puede mirar en términos de blanco y negro. La izquierda tuvo una vida fácil en el pasado. La colonización y la descolonización eran muy simples: podías decir perfectamente quién era bueno y quién malo. En Vietnam también era fácil de señalar. Y en el apartheid, lo mismo: podías apoyar la causa justa y objetar la causa equivocada. Pero con los israelíes y los palestinos es complicado. Lo que tienes que hacer es no ser proisraelí o propalestino, sino propaz. Es importante para la izquierda europea ofrecer una empatía hacia los dos bandos en esta ocasión, porque es una época muy difícil tanto para unos como para otros. Ambos, palestinos e israelíes, están viviendo ahí y ninguno tiene otro lugar al que ir. Ninguno. Es la única patria para los palestinos y la única patria para los judíos israelíes. Tienen que llegar a un compromiso. Y no hay un final feliz para nadie. Puede haber un compromiso pragmático. No puede haber una victoria para los chicos buenos y una derrota para los malos, porque no hay buenos y malos en esta historia. Tengo una actitud muy diferente a la de la izquierda europea: quiero imaginarnos a mí y a mis compañeros con batas blancas como las de los médicos en el hospital, en la sala de urgencias. Cuando tenemos que tratar a la gente herida, no preguntamos: “Perdón, ¿dónde está el conductor que causó el accidente? Queremos firmar una carta para castigar a este conductor”. Nosotros queremos ver cómo se puede ayudar. Cuál es el tratamiento correcto.
Para mí es mucho más fácil hablar con palestinos, con palestinos pragmáticos, que con alguna gente de la izquierda europea propalestina. Afortunadamente, tengo que hacer la paz con los palestinos, no con los amigos de los palestinos en Europa... Porque la paz llegará en algún momento, no sé cuándo, si en seis meses o tres años, y entonces ya veremos qué se puede hacer con estos europeos dogmáticos. Pero no son antisemitas, al menos no todos ellos: son, simplemente, dogmáticos. Muy dogmáticos. ¿Recuerda la película Rosemary's Baby? Pues si América es el diablo, el bebé de Rosemary es Israel.
MM: Usted ha escrito un lúcido libro (Contra el fanatismo) sobre uno de los fenómenos que más desconcertados tienen a los analistas de nuestros días: justamente el fenómeno del fanatismo, cuya derivación directa sería la extensión en cada vez mayores partes del planeta de un terrorismo despiadado y sangriento que no respeta ningún tipo de víctimas ni rehenes potenciales. Oriente Medio es hoy un auténtico polvorín en el que se practican día tras día muchas de estas nuevas formas de dominación y sometimiento del adversario.
AO: Muchos de los terroristas vienen de África, del África negra, donde la desesperación está provocada por lo peor imaginable, y los blancos de los ataques son Arabia Saudí y los países del Golfo, porque son los más ricos. Pero el asunto es más complejo de lo que normalmente se piensa. No se trata del islam contra el resto del mundo, no es una guerra de civilizaciones. Se trata de la ascensión del fanatismo en todo el mundo. Uno tiene que hacer dos cosas. La primera, intentar crear esperanza, porque donde existe la esperanza, el fanatismo, aunque se haya instalado, estará frenado desde dentro. No puedes derrotarlo, pero está frenado de alguna forma. Segunda: siempre recordar que no puedes luchar contra el fanatismo con fanatismo. No puedes derrotar a la yihad con una cruzada, porque la cruzada es exactamente lo mismo que la yihad. Simplemente hay que mirar el diccionario: la cruzada es el término cristiano con el que se designa a la yihad.
Lo que hay que intentar hacer es lo que yo he intentado con esta novela: aproximarme al dolor con compasión, con humor, con empatía. La única manera de defenderte contra el gen fanático es tener sentido del humor, porque el humor, el relativismo, es un antídoto: la habilidad para poder ver las dos caras de un problema, de una disputa. Y leer buena literatura. Porque en la buena literatura siempre descubres que no todo es blanco o negro.
MM: La literatura puede ser una buena escuela de tolerancia.
AO: Es la mejor agencia de viajes. Si comprara un billete para un viaje de cuatro semanas a Colombia, pongamos por caso, vería sus monumentos, sus museos, el paisaje. Pero si leyera a García Márquez, visitaría también sus habitaciones, me metería dentro de ellas. Mucho mejor que cualquier tour organizado. La literatura te introduce en la vida privada de las cosas, en sus secretos, y entonces es mucho más difícil odiar. Para mí, por ejemplo, la traducción más importante de este libro que acabo de publicar es la traducción al árabe. Los lectores del mundo árabe que lean mi historia no tienen que sentir rechazo ni tampoco tiene por qué gustarles, pero sí tienen que saber cómo y por qué o cuáles fueron las razones. Por otro lado, no he pretendido escribir un libro acerca de Oriente Medio, tampoco acerca de la historia de los judíos. Se trata tan sólo de una madre, un padre y su hijo. De todos los títulos posibles que pudiera haber llevado este libro, podría perfectamente haberlo llamado, como James Joyce, Retrato del artista adolescente. Igualmente lo podría haber llamado Cien años de soledad, pero ese título también estaba tomado. O quizá El amor en los tiempos del cólera. O quizá Crimen y castigo. Pero es un libro fundamentalmente íntimo, aunque es cierto que existe un poso histórico de sangre, al fondo. Pero no es un manifesto. Es tan sólo una historia, en la que, justo en medio de ella, se da un gran misterio que yo tampoco pude llegar a resolver, sólo a plantear: ¿cómo pudieron dos muy buenas personas, hombre y mujer que se quieren, amables, considerados, civilizados, cómo pudieron producir una tragedia como la que se dio en mi casa, en mi familia? No tengo la respuesta.

por Mercedes Monmany

domingo, 8 de abril de 2018

Samanta Schweblin reportaje en el diario La Nacion de Fabiana Scherer


"A los 12 años, se peleó con el lenguaje y dejó de hablar. "Sentía que era imposible decir exactamente lo que quería o pensaba, creía que gran parte de mi nula popularidad en el colegio se debía a que yo no podía explicarme. Estaba furiosa conmigo misma. Y en cierto punto, creo que sigo estándolo -confiesa-. Creo que me dediqué a la literatura porque era una guerra demasiado importante para mí, la única manera de llegar realmente algún día a hacerme entender, y todavía estoy en plena lucha."
¿Qué necesitás para escribir?
Una historia que me atraiga muchísimo, pero que no pueda terminar de entender. Mucho tiempo libre. El pelo atado y silencio.Lo que duele, sobre eso escribe Samanta "sobre lo que no puedo entender -reflexiona-, sobre espacios o sentimientos en los que necesito probarme. Así que pueden encontrarse todo tipo de miedos y angustias. Siempre rondan cuestiones de aislamiento, de relaciones humanas, de miedos sobre la pérdida y la muerte, de relaciones familiares y de violencia."
Tus historias suelen explorar lo siniestro y suelen tener como punto de partida lo ominoso de las relaciones familiares responsables de la formación y la deformación.
Creo que todos los problemas con los que lidiamos como personas, como naciones, como humanidad, nacen o se curan en el entorno familiar. Por supuesto que son problemas sociales, económicos, de educación, pero la familia es la que más poder de acción tiene sobre una persona, al menos en su primer tercio de vida. Forma y deforma. Creo que tendríamos que prestar menos atención a cómo se compone una familia, y más atención al poder que cualquier unión, como familia, puede tener sobre un nuevo ser humano. Supongo que pienso mucho alrededor de estos temas, y eso hace que mucho de lo escribo, aunque no trate directamente sobre estas cosas, termine estando de trasfondo.
"Lola sospechaba que su vida había sido demasiado larga, tan simple y liviana que ahora carecía del peso suficiente para desaparecer [.] Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse [.]. La lista la ayudaba a lidiar con su cabeza, pero para el estado deplorable de su cuerpo no había encontrado ninguna solución." En La respiración cavernaria, del libro Siete casas vacías, la autora explora sobre uno de sus mayores temores: el Alzheimer.
"Hace varias generaciones que las mujeres de mi familia mueren con Alzheimer. Todas las muertes implican una pérdida progresiva de las distintas partes del cuerpo. Pero cuando lo primero que se pierde es la memoria, se pierde en realidad todo: la vida, los recuerdos, los afectos; lo único que queda es el cuerpo y su dolor. Y la angustia de la muerte, que es una muerte rodeada de desconocidos, todo es amenazante y desconcertante, incluso la persona que te mira del otro lado del espejo. Es una muerte a la que siempre le tuve muchísimo miedo. Evidentemente nos sigue costando mucho aceptar que, en algún punto de nuestras vidas, vamos a morirnos. Si no, ¿cómo puede ser que el mundo haya dado pasos tan grandes a nivel moral y tecnológico en tantas direcciones, menos en la de la muerte? "
En más de una oportunidad señalaste, sobre todo por uno de tus cuentos [Un hombre sin suerte, cuento con el que ganó el Premio Juan Rulfo], que la perversión no está en el relato sino en la cabeza del lector. ¿Cómo desafías y trabajas esos límites de perversión?
Bueno, también hay perversión y prejuicio en mi propia cabeza, sino no sería capaz de escribir estos relatos. Es algo con lo que todos cargamos. Reconocer lo perverso implica la oscuridad de conocerlo.
Ahora estás escribiendo otra novela. En una oportunidad comentaste queDistancia de rescate se transformó en una novela, porque primero fue un cuento imposible. ¿Está nueva historia fue un cuento imposible?
Bueno, en eso no hice grandes avances, esta nueva novela también tuvo algo de cuento imposible. Pero es una historia muy diferente de Distancia de rescate. Distinta en su tema, en su tono, en su extensión, en el tipo de personajes. Es un mundo completamente nuevo para mí. En Distancia de rescate sentía que, aunque con una extensión más larga, seguía moviéndome en un universo conocido y en una forma similar a la del cuento. En esta nueva historia que estoy escribiendo me siento en un terreno nuevo, quizá también porque tiene muchos personajes llevando adelante el relato, algo que siempre manejé con mucha austeridad en mis otras historias. Pero estoy muy contenta con cómo va marchando todo. Ahora estoy trabajando en los últimos capítulos, pero falta mucho todavía, mucha revisión, y reescritura y relecturas.
¿Escribís ya con la idea de lo que querés contar o te dejás llevar por lo que aparece frente a la página en blanco?
Necesito saber a dónde voy, porque me gusta ser concreta y directa. Pero si sé demasiado, me aburro, atravesar la historia pierde sentido. Así que necesito cierto balance entre esos dos extremos. Pero no me gusta atarme a las ideas. Si no funcionan, las aparto y paso a otra cosa, o regreso a ellas pero desde un lugar completamente diferente. Sobre la pared frente a la que escribo tengo colgada una frase de Daniel Clowes que ya me salvó más de una vez: "Hay que aprender a tirar a la basura una historia, y volver a usarla en la siguiente sólo como influencia".
¿Cuándo sabés qué es la historia que querés contar?
Cuando se acerca a algo que todavía no entiendo del todo y, sin embargo, me conmueve.
¿Sos de corregir mucho? ¿Releés en la computadora o necesitás del papel?
Corrijo mucho durante la propia escritura, voy y vengo una y otra vez sobre un mismo párrafo. Cuando el texto empieza a cerrarse corrijo en la computadora, y ya hacia el final intento tomar distancia de él. Esto puede ser imprimirlo, leerlo en el kindle, leerlo en voz alta, cualquier cosa que me ayude a verlo de otra manera.
¿Cómo recibís la mirada del otro? ¿Puede llegar a frustrarte?
Me frustra justamente que ese recorrido por mi texto no funcione como yo quisiera, pero eso es casi siempre culpa del texto, no del lector: es una frustración que tiene que llevar otra vez a la escritura, es parte del proceso.
¿Cuándo sentís que una obra está terminada?
Siempre hay cansancio y hartazgo, porque uno trabaja, y reescribe, y corrige, y saca, y la relación que uno tiene con el material va gastándose, va perdiendo algo de la intensidad emocional que tenía en su primer borrador. Pero ese trabajo, si va por buen camino, debería también delinear la historia con mucha más precisión, afilarla, llevarla hacia una zona todavía más interesante. Si después de todo ese trabajo, leo el texto y vuelve a provocarme esa emoción fuerte que en un principio impulsó su escritura, entonces confío otra vez en él. Es un texto que puedo publicar. Tener el libro en la calle me desembaraza al fin de esa obsesión, ya es un problema sin solución, y puedo pasar a otra cosa.
Extractos del reportaje
 https://www.lanacion.com.ar/1989497-samanta-schweblin-escribo-sobre-lo-que-me-duele