Como si estuvieras
con los pies descalzos sobre el borde
de cara al precipicio
y el viento te moviera los tobillos.
Estás vos ante el polvo,
vos ante lo hermoso del abismo
con el grito pegado a la garganta,
tu grito que subió
desde tus pies descalzos,
tus pies descalzos de punta al precipicio
y con el viento que sigue dando vueltas
metido en tu cabeza.
A esta altura el viento está metido
en tu cabeza, en tu coraje, en tus tobillos
y el grito crece ahí
llenando tu garganta.
El grito ahí.
Ahí.
El grito entero ahí
cerrado en la garganta.
Un alarido atado y luminoso
hace una cruz adentro de tu boca.
Vas a soltarlo cuando te das cuenta
de que entre tus brazos
hay un bebé
que duerme.
Y no gritás.
No gritás, dios mío, no gritás.
Eso es un nudo.