Van Gogh
Aunque estoy a menudo en
la miseria...
Van Gogh
Tal como corresponde a su locura,
trabaja y piensa. Piensa en algo grave,
sin duda, terrorífico: en un ave
que se engulle pintores, o en la impura
elementalidad de la pintura,
de una silla de paja, un blanco, un suave
autorretrato, un amarillo (sabe
Dios con cuál de ellos hizo su impostura
de limoneros, sol, ducados de oro,
insólitos maizales, un tesoro
enterrado en la luz, un cruel taladro
de bondad). Traza trazos, llora. Dice
incongruencias congruentes. Se desdice.
Impreca, sufre. Nunca vendió un cuadro.
Con alguna frecuencia
Con alguna frecuencia me encamino
hacia mi corazón e intento darme
caza o, al menos, verme, confirmarme,
sentir que soy mi propio peregrino.
A veces doy conmigo, un desatino
absoluto, un bastón, un conformarme
sólo con adjetivos, un llorarme
con excesiva lástima, un camino
en caracol, desierto, inconducente.
Otras veces, no encuentro la manera
de encontrarme, mirarme, de repente,
en lo que creo ser, una persona
común, puro no ser, linfa, madera,
cal, duda, enfermedad que se amontona.
Las putas
Como algas lentísimas y fieles,
como ríos de pan, como pedazos
de golondrinas, suben por los brazos
de la melancolía y los paneles,
trepan por el murmullo con sus mieles
feroces y sus pálidos ocasos,
con sus temblores y los cielo-rasos
de la cursilería y los hoteles,
ascienden por los besos, se abandonan
a las monedas del amor, perdonan
nuestra insaciable sed, nuestras impuras
maneras de quererlas, oh! lejanas
y próximas, oh! dulces hermosuras,
oh! silenciosas, húmedas
campanas.