La judía
Soy ajena.
Porque la gente no se me
acerca,
Quiero protegerme ceñida con
las torres
Que sostienen en las nubes
El empinado tejado gris-piedra.
Ustedes no encuentran la llave
de bronce
La escalera sorda. Ella rueda
hacia arriba,
Como erguida plana escamada
cabeza
Una nutria hacia la luz.
¡Ah!, esos muros podridos ya
como rocas,
Que lava la corriente
milenaria;
Los pájaros con los burdos
cuellos rugosos
Agazapados en cuevas
alborotadas.
El crujido de la arena en las
bóvedas,
Acurrucadas lagartijas con
pechos jaspeados
Quiero planear una expedición
Hacia mi propia tierra
ancestral.
Quizá pueda descubrir la Ur de
los Caldeos
Enterrada todavía en algún
lugar,
El ídolo Dagón, la carpa de los
Hebreos,
La trompeta de Jericó.
La que derribó los muros
astutos
Se ennegrece en la profundidad,
deshecha, torcida;
Antaño sin embargo aspiraba yo
el aire
Que hacía posible sus sonidos.
Y en las arcas, cubiertas de
polvo
Yacen las nobles vestiduras
muertas,
Moribundo resplandor del ala de
la paloma
Y el tumulto de Behemoth.
Me engalano asombrada. Cuán
pequeña soy,
Lejanos sus poderosos y
fastuosos tiempos,
Sin embargo a mi alrededor se
entumecen como guarida
Las refulgentes latitudes, y me
encarno
Pues finalmente me siento ajena
y no me reconozco
Puesto que yo ya era antes de
Roma, de Cartago
Puesto que inesperados arden en
mí los altares
Ante la jueza y su tropel.
Desde el cántaro de oro
escondido
Fluye en mi sangre un doloroso
fulgor,
Y un canto, que me dignifique
Quiere nombrarme.
Cielos exclaman desde signos
coloridos,
Impenetrable es vuestro rostro:
Quienes con el zorro tímidos me
acosan
No se animan.
Enormes columnas de viento
destructoras, soplan
Verdes como pizarra, rojas como
corales.
Sobre las torres. Dios deja que
se desmoronen
Y que todavía permanezcan de
pie, milenios.
Traduccion de Celia Caturelli
tomado de la Revista Hablar de Poesia 34
Die
Jüdin
Weil sich die Menschen nicht zu mir wagen, !
Will ich mit Türmen gegürtet sein,
Die steile, steingrau Mützen tragen
In Wolken hinein.
Ihr findet den erzenen Schlüssel nicht
Der dumpfen Treppe. Sie rollt sich nach oben,
Wie platten, schuppigen Kopf erhoben
Eine Otter ins Licht.
Ach, diese mauer morscht schon wie Felsen,
Den tausendjähriger Strom bespült;
Die Vögel mit rohen, faltigen Hälsen
Hocken, in Höhlen verwühlt.
In den Gewölben rieselnder Sand,
Kauernde Echsen mit sprenkligen Brüsten-
Ich möcht’ eine Forscherreise rüsten
In mein eigens uraltes Land.
Ich kann das begrabene Ur der Chaldäer
Vielleicht entdecken noch irgendwo,
Den Götzen Dagon, das Zelt der Hebräer,
Die Posaune von Jericho.
Die jene höhnischen Wände zerblies,
Schwärzt sich in Tiefen, verwüstet, verbogen;
Einst hab’ ich dennoch den Atem gesogen,
Der ihre Töne stieß.
Und in Truhen, verschüttet vom Staube,
Liegen die edlen Gewänder tot,
Sterbender Glanz aus dem Flügel der Taube
Und das Stumpfe des Behemoth.
Ich kleide mich staunend. Wohl bin ich klein,
Fern ihren prunkvoll mächtigen Zeiten,
Doch um mich starren die schimmernden Breiten
Wie Schutz, und ich wachse ein.
Nun seh’ ich mich seltsam und kann mich nicht
kennen,
Da ich vor Rom, vor Karthago schon war,
Da jäh in mir die Altäre entbrennen
Der Richterin und ihrer Schar.
Von dem verborgenen Goldgefäß
Läuft durch mein Blut ein schmerzliches Gleißen,
Und ein Lied will mit Namen mich heißen,
Die mir wieder gemäß.
Himmel rufen aus farbigen Zeichen.
Zugeschlossen ist euer Gesicht:
Die mit dem Wüstenfuchs scheu mich
umstreichen,
Schauen es nicht.
Riesig zerstürzende Windsäulen wehn,
Grün wie Nephrit, rot wie Korallen,
Über die Türme. Gott läßt sich verfallen
Und noch Jahrtausende stehn.
De
la Oscuridad
De
la oscuridad vengo yo, una mujer.
Llevo
un niño, ya no sé de quién;
en
otro tiempo lo supe.
Pero
no hay más hombre para mí...
Todos
se han hundido a mi paso, como un riachuelo
que
la tierra bebió.
Avanzo
más y más lejos.
Porque
quiero alcanzar las montañas antes de que se haga de día,
y
ya se apagan las estrellas.
De
la oscuridad vengo yo.
Marchaba
sola por oscuras callejas
cuando
de pronto se abalanzó una luz, despedazando con sus garras
la
blanda negrura,
el
leopardo a la cierva,
y
una puerta abierta del todo escupió una espantosa algarabía,
un
griterío salvaje, un aullido animal.
Unos
borrachos se revolcaron...
Todo
esto lo sacudí del borde de mis ropas por el camino.
Y
atravesé el mercado desierto.
Las
hojas nadaban en los charcos, que reflejaban la luna.
Perros
flacos, ansiosos, olisqueaban desperdicios sobre las piedras.
Pisoteadas,
se podrían las frutas,
y
un viejo cubierto de harapos seguía torturando su pobre
instrumento
de cuerda.
Cantaba
en voz baja un desafinado lamento,
sin
ser oído.
Y
aquellas frutas que en otro tiempo maduraron al sol, con el rocío,
aún
soñaban con el perfume y la dicha de la amorosa flor,
pero
el mendigo quejumbroso
hacía
tiempo que lo había olvidado y no conocía ya
más
que el hambre y la sed.
Ante
el palacio del poderoso me detuve en silencio,
y
cuando pisé el escalón más bajo,
el
porfirio rojo carne estalló, partiéndose bajo mi suela.
Me
volví
y
miré hacia arriba, hacia la ventana vacía, la tardía vela del pensador,
que
meditaba, meditaba, y jamás se libró de su pregunta,
y
hacia la lamparilla velada del enfermo que, por supuesto, no estudió
la
forma en la que habría de morir.
Bajo
los arcos del puente
dos
esqueletos horribles se pegaban por el oro.
Yo
alcé mi pobreza como un escudo gris ante mi rostro
y
seguí mi camino sin ser molestada.
A
lo lejos el río habla con sus orillas.
Ahora
tropiezo al subir por el sendero de piedra, recalcitrante.
Los
guijarros, los matorrales de espinas hieren las manos
que
tantean a ciegas:
espera
una gruta,
que
en la más profunda hendidura alberga al cuervo verde metálico,
el
que no tiene nombre.
Entraré
ahí,
me
acurrucaré bajo la sombra de sus grandes alas y descansaré.
Amodorrada
escucharé cómo crece la muda voz de mi hijo
y
dormiré, con la frente inclinada hacia el este,
hasta
la salida del sol.
De
su libro Mundos, Traducido por Berta Vías Mahou, Acantilado, España, 2005,
1º Edición de 1947.