Antes del descubrimiento de Australia, en
el Viejo Mundo se creía que todos los cisnes eran blancos. Parecía una creencia
irrefutable. Pero, entonces, se vio que en Australia los cisnes también podían
ser negros.
Este hecho ilustra una grave limitación
del aprendizaje que se hace desde la observación o la experiencia, así como la
fragilidad de nuestro conocimiento. Una sola observación es capaz de invalidar
una afirmación generalizada. Todo lo que se necesita es una sola ave negra.
El Cisne Negro es un suceso que se caracteriza por
los siguientes atributos:
1.
Es una rareza, porque está fuera de las expectativas normales;
2.
produce un impacto tremendo;
3.
pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos
explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que, erróneamente, se
hace explicable y predecible.
Una pequeña cantidad de Cisnes Negros está
en el origen de casi todo lo concerniente a nuestro mundo, desde el éxito de
las ideas y las religiones, hasta la dinámica de los acontecimientos históricos
y los elementos de nuestra propia vida personal.
Sucesos como el ascenso de Hitler y la
posterior Guerra Mundial, la desaparición del bloque soviético, la aparición
del fundamentalismo islámico, los efectos de la difusión de internet, las
crisis económicas, las epidemias, la moda, las ideas... todos siguen la
dinámica del Cisne Negro. La incapacidad de predecir las rarezas implica la
incapacidad de predecir el curso de la historia, dada la incidencia de estos
sucesos en la dinámica de los acontecimientos.
Y es que la historia es opaca. Se ve lo
que aparece, no el guion que produce los sucesos, el generador de la historia.
Nuestra forma de captar estos sucesos es en buena medida incompleta, ya que no
vemos qué hay dentro de la caja, cómo funcionan los mecanismos.
Lo anterior se debe al error de la
confirmación: pensamos que el mundo en que vivimos es más comprensible, más
explicable y, por consiguiente, más predecible de lo que en realidad es. Nos
centramos en segmentos preseleccionados de lo visto y, a partir de ahí,
generalizamos en lo no visto.
Nuestra mente es una magnífica máquina de
explicación, capaz de dar sentido a casi todo, hábil para ensartar
explicaciones para todo tipo de fenómenos, y generalmente incapaz de aceptar la
idea de la impredecibilidad. El análisis aplicado y minucioso del pasado no nos
dice gran cosa sobre el espíritu de la historia; solo nos crea la ilusión de
que la comprendemos. Se diría que las personas que vivieron los inicios de la
Segunda Guerra Mundial tuvieron el presentimiento de que se estaba produciendo
algo de capital importancia. En absoluto.
Los sucesos se nos presentan de forma
distorsionada. Pensemos en la naturaleza de la información: de los millones de
pequeños hechos que acaecen antes de que se produzca un suceso, resulta que
solo algunos serán después relevantes para nuestra comprensión de lo sucedido.
Dado que nuestra memoria es limitada y está filtrada, tenderemos a recordar aquellos
datos que posteriormente coincidan con los hechos.
No obstante, actuamos como si fuéramos
capaces de predecir los hechos o cambiar el curso de la historia. Hacemos
proyecciones a treinta años vista del déficit de la seguridad social y de los
precios del petróleo, sin darnos cuenta de que no podemos prever unos y otros
ni siquiera de aquí al verano que viene. Sin embargo, lo sorprendente no es la
magnitud de nuestros errores de predicción, sino la falta de conciencia que
tenemos de ellos.
Nuestra incapacidad para predecir en
entornos sometidos al Cisne Negro, unida a una falta general de conciencia de
este estado de las cosas, significa que determinados profesionales, aunque
creen que son expertos, de hecho no lo son. Resulta que no saben sobre la materia
de su oficio más que la población en general, solo que saben contarlo mejor y
aturdirnos con sus complejos modelos matemáticos.
Es fácil darse cuenta también de que la
vida es el efecto acumulativo de un puñado de impactos importantes. Hagamos el
siguiente ejercicio. Pensemos en nuestra propia existencia. Contemos los
sucesos importantes, los cambios tecnológicos y los inventos que han tenido
lugar en nuestro entorno desde que nacimos, y comparémoslos con lo que se
esperaba antes de su aparición. ¿Cuántos se produjeron siguiendo un programa?
Fijémonos en nuestra propia vida, en la elección de una profesión, por ejemplo,
o en cuando conocimos a nuestra pareja, o en el enriquecimiento o el
empobrecimiento súbitos. ¿Con qué frecuencia ocurrió todo esto según un plan
preestablecido…?
La lógica del Cisne
Negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos. Tengamos en cuenta que muchos Cisnes
Negros pueden estar causados y exacerbados por el hecho de ser inesperados.
Dado que los Cisnes Negros
son impredecibles, tenemos que amoldarnos a su existencia. Hay muchas cosas que
podemos hacer si nos centramos en lo que no sabemos. Podemos dedicarnos a
buscar Cisnes Negros positivos con el método de la serendipia, llevando al
máximo nuestra exposición a ellos. En algunos ámbitos (descubrimientos
científicos, inversiones de capital), lo desconocido puede ofrecer una
compensación desproporcionada, ya que se suele perder poco y ganar mucho de un
suceso raro. Contrariamente a lo que se piensa en el ámbito de la ciencia
social, casi ningún descubrimiento ni ninguna tecnología destacable surgieron
del diseño y la planificación, sino que fueron Cisnes Negros. La estrategia de
los descubridores y emprendedores es confiar menos en la planificación,
centrarse al máximo en reconocer las oportunidades cuando se presentan y
juguetear con ellas.
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