"Al despertar comprobé el mismo desorden en el resto
de la casa. En alguna parte habría un caño roto, y el agua había humedecido las
paredes y el piso de la cocina. Las marcas en las paredes indicaban que en
algún momento la inundación había sido considerable. También había revoque
caído en varios sitios, y se veía el ladrillo. De un canasto que estaba en el
suelo, nacían varias guías verdes, probablemente boniatos que habían crecido
con el agua; la enredadera trepaba por las patas de la mesa y de dos sillas. En
la cocina tampoco había agua, ni funcionaba la electricidad en toda la casa.
Volví a la pieza del frente, sin haber podido lavarme la cara. Tenía los ojos
irritados, y un cansancio general muy grande. A pesar de todo me senté al
escritorio, a continuar mis apuntes, y de pronto, al escribir, pensé que no
podía ser casual que en aquel lugar siempre hubiera tenido a mano papel y
lápiz; que al hacer apuntes quizá estaba cumpliendo sin saberlo con la voluntad
de quienes me habían llevado allí. Pero no tienen sentido, ya, estas
cavilaciones. Nunca lo tuvieron. En este momento me detengo. El cansancio que
me abruma es más que físico; viene, tal vez, de muy lejos. Quiero pensar un
instante en mi futuro, pero mi mano no deja de escribir. Quiero preguntarme por
qué no me atrevo a llamar a Ana por teléfono, o a mis amigos. Por qué no me
entusiasma la idea de volver a mi trabajo, a mis cosas cotidianas. Por qué esta
ciudad, ahora que comienza nuevamente a anochecer, me resulta extraña y hostil.
Mi memoria se obstina en volver una y otra vez a la aventura vivida en el lugar
aquel. Los túneles no explorados, las puertas no abiertas, el idioma no
aprendido, los hombres con quienes no llegué a hacer amistad, las mujeres a
quienes no llegué a amar ni conocer. Recuerdo a Mabel, y pienso que quizá
realmente estuviera esperando un barco en aquella playa. Recuerdo a mi
predecesor agonizante junto a sus lentes rotos, y mi impotencia. Pienso que por
miedo pude haber matado al Francés de un balazo. Y que quizá Alicia realmente
me amaba, y yo no llegué a verla. Y que por algún motivo el niño rubio alzaba a
menudo sus brazos hacia mí. Ahora que la ciudad, mi ciudad, me resulta ajena y
aun repulsiva, pienso que estoy repitiéndome en mi actitud de aquel otro lugar.
Que no lograré aproximarme realmente a ninguno de mis amigos, ni a Ana, ni a
ninguna otra mujer; que sólo los utilizaba para olvidar la soledad, para
evadirme de este, ser que me habita, que me odia, que me obliga a actuar en
contra de mí mismo. Sí, ahora veo que siempre me moví entre extraños, sin
amarlos; y que yo mismo soy un extraño para mí. Tan ajeno como esta ciudad,
como esta casa, como aquella otra ciudad y sus selvas y túneles. El extraño soy
yo. Mis manos siguen escribiendo y voy leyendo lo que escriben con rara
fascinación. De pronto las veo como seres independientes, y siento un nudo en
la garganta y ganas de dar un alarido. La calle está raramente silenciosa.
Apenas pasa algún coche de tanto en tanto. A lo lejos, algún disparo de arma de
fuego, o un entrecortado tableteo de ametralladora. No tengo sueño. Tengo sed.
Tengo hambre. No tengo sueño pero quiero dormir. Quisiera dormir sin soñar,
dormir mucho tiempo sin imágenes, liberar mi mente de todo pensamiento y mi
cuerpo de toda sensación. Los interrogantes se siguen sucediendo, mis manos
siguen escribiendo, pero no surge ninguna respuesta."
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