Fiesta invisible
Hoy
he vuelto a ver a mi padre
treinta
años después de haberlo acompañado
a la
estación del silencio.
Y me
he encontrado con un hombre muy joven,
concentrado
sobre sus papeles,
inclinado
sobre sus palabras,
fumando
silencioso, impecable, sereno.
He
vuelto a verlo.
Su
presencia me ha visitado
durante
algunos breves y largos minutos,
y
han resurgido canciones e imágenes.
Le
he hablado de mis hijos,
de
mi nieto reciente.
Y me
ha mostrado gestos y signos de regocijo
y de
radiante ternura.
Hemos
vuelto a recordar sus predicciones políticas
sobre
América, y, como siempre, ha acertado.
Ha
bebido sólo la mitad de la copa
y
con nostálgico ademán se ha marchado de nuevo.
De
pronto, viendo con estupor
cómo
se escapaba de mi vista su fantasma,
me
he encontrado a mí mismo
sediento
de aire, oloroso a otro tiempo,
regocijado
y a punto de llorar
en
el momento en que mi niñez dejaba de existir nuevamente,
y me
he mirado en el espejo
de
ese rostro que mi inquietud habita
y he
vuelto a ver el rostro de mi padre,
amoroso
e inocente,
como
si en la estación del silencio,
esta
noche, y sólo por esta noche,
estuvieran
de fiesta.
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