Algunos
hombres
llevan
tan honda en
los huesos la tristeza
que no se
sabe
si alguna
vez
les ha
correspondido la felicidad
o están
hechos
para la
pena.
Conocí
a un hombre
que llevaba
entre las
manos
aguas
tristes.
Ríos mansos
caían de sus
dedos,
inundaban
la tierra.
Sobre el
agua
su paso
se extendía
como el de
un pequeño rey
de una
patria salvaje
que ha
perdido
su reino
para
siempre.
Observo
mi cuerpo,
la sombra de mi cuerpo extendida en la tierra,
esa porción de mundo
que no es mía y me apropio
tapando el sol.
Mi oscuridad es otra;
lo que espera en la calma del viento,
inasible
como el polvo suspendido en el aire.
Lo que hace hermosa la carne,
me digo,
es la fragilidad.
Mi cuerpo,
que aún huele a fruto devorado en la tarde,
aprende a ser leve y fugaz.
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