"Me adormecí. El reloj de arena me
probó que apenas había llegado a dormir una hora. A mi edad, un breve sopor
equivale a los sueños que en otros tiempos abarcaban una semirrevolución de los
astros; mi tiempo está medido ahora por unidades mucho más pequeñas. Pero una
hora había bastado para cumplir el humilde y sorprendente prodigio: el calor de
mi sangre calentaba mis manos; mi corazón, mis pulmones, volvían a funcionar
con una especie de buena voluntad; la vida fluía como un manantial poco
abundante pero fiel. En tan poco tiempo, el sueño había reparado mis excesos de
virtud con la misma imparcialidad que hubiera aplicado en reparar los de mis
vicios. Pues la divinidad del gran restaurador lo lleva a ejercer sus
beneficios en el durmiente sin tenerlo en cuenta, así como el agua cargada de
poderes curativos no se inquieta para nada de quién bebe en la fuente.
Si pensamos tan poco en un
fenómeno que absorbe por lo menos un tercio de toda vida, se debe a que hace
falta cierta modestia para apreciar sus bondades. Dormidos, Cayo Calígula y
Arístides el Justo se equivalen; yo no me distingo del servidor negro que
duerme atravesado en mi umbral. ¿Qué es el insomnio sino la obstinación maníaca
de nuestra inteligencia en fabricar pensamientos, razonamientos, silogismos y
definiciones que le pertenezcan plenamente, qué es sino su negativa de abdicar
en favor de la divina estupidez de los ojos cerrados o de la sabia locura de
los ensueños? El hombre que no duerme —y demasiadas ocasiones tengo de
comprobarlo en mi desde hace meses— se rehúsa con mayor o menor conciencia a
confiar en el flujo de las cosas. Hermano de la Muerte... Isócrates se
engañaba, y su frase no es más que una amplificación de retórico. Empiezo a
conocer a la muerte; tiene otros secretos, aún más ajenos a nuestra actual
condición de hombres. Y sin embargo, tan entretejidos y profundos son estos
misterios de ausencia y de olvido parcial, que sentimos claramente confluir en
alguna parte la fuente blanca y la fuente sombría. Nunca me gustó mirar dormir
a los seres que amaba; descansaban de mí, lo sé; y también se me escapaban.
Todo hombre se avergüenza de su rostro contaminado de sueño."
Extracto del texto traducido por Julio Cortazar
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