Mi propósito era hablar del credo del poeta, pero, al
examina rme, me he dado cuenta de yo sólo tengo un credo vacilante. Este credo
quizá me sea útil a mí, pero difícilmente servirá a otros.
De hecho, considero todas las teorías poéticas meras
herramientas para escribir un poema. Supongo que deben de existir muchos
credos, tantos como religiones o poetas. Aunque al final diré algo sobre mis
gustos y mis aversiones a la hora de escribir poesía, creo que empezaré con
algunos recuerdos personales, los recuerdos no sólo de un escritor sino también
de un lector.
Me considero esencialmente un lector.Como saben ustedes, me
he atrevido a escribir; pero creo que lo que he leído es mucho más importante
que lo que he escrito.Pues uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que
quisiera, sino lo que puede.
Mi memoria me devuelve a una tarde de hace sesenta años, a la
biblioteca de mi padre en Buenos Aires.Estoy viendo a mi padre; veo la luz de
gas; podría tocar los anaqueles.Sé exactamente dónde encontrar Las mil y
una noches de Burton y La conquista del Perú de Prescott, aunque
la biblioteca ya no exista. Vuelvo a aquella vieja tarde suramericana y veo a
mi padre. Lo estoy viendo ahora mismo y oigo su voz, que pronuncia palabras que
yo no entendía, pero que sentía.Esas palabras procedían de Keats, de su Oda
a un ruiseñor .Las he vuelto a leer muchas veces, como ustedes, pero me
gustaría repasarlas de nuevo.Creo que le gustará al fantasma de mi padre, si
está cerca.
Los versos que recuerdo son los que en este momento les
vienen a ustedes a la memoria:
Thou wast not born for death,
inmortal Bird!
No hungry generations tread
thee down; The voice I hear
this passing
night was heard In ancient days by emperor and
clown: Perhaps
the self-same song that
found a path Through the sad heart of Ruth,
when,
sick for home, She stood in tears amid the alien
corn.
Tú no has nacido para la muerte,
¡inmortal pájaro!
No han de pisotearte otras gentes
hambrientas; la voz que
oigo esta noche fugaz
es la que oyeron en los días antiguos el labriego
y el
rey; quizá este mismo canto se abrió
camino al triste corazón de Ruth, cuando,
con
nostalgia de hogar, llorando se detuvo en el trigal
ajeno.
Yo creía
saberlo todo sobre las palabras, sobre el lenguaje (cuando uno es niño, tiene
la sensación de que sabe muchas cosas), pero aquellas palabras fueron para mí
una especie de revelación. Evidentemente, no las entendía. ¿Cómo podía entender
aquellos versos que consideraban a los pájaros -a los animales- como algo
eterno, atemporal, porque vivían en el presente? Somos mortales porque vivimos
en el pasado y el futuro: porque recordamos un tiempo en el que no existíamos y
prevemos un tiempo en el que estaremos muertos.Esos versos me llegaban gracias
a su música. Yo había considerado el lenguaje como una manera de decir cosas,
de quejarse, o de decir que uno estaba alegre, o triste. Pero cuando oí
aquellos versos (y, en cierto sentido, llevo oyéndolos desde entonces) supe que
el lenguaje también podía ser una música y una pasión. Y así me fue revelada la
poesía.
Le doy vueltas a una idea: la idea de que, a pesar de que la
vida de un hombre se componga de miles y miles de momentos y días, esos muchos
instantes y esos muchos días pueden ser reducidos a uno: el momento en que un
hombre averigua quién es, cuando se ve cara a cara consigo mismo. Imagino que
cuando Judas besó a Jesús (si es verdad que lo besó) sentiría en ese momento
que era un traidor, que ser un traidor era su destino y que le era
leal a ese destino aciago. Todos recordamos La roja insigna del valor ,
la historia de un hombre que no sabía si era un cobarde o un valiente. Entonces
llega el momento y averigua quién es. Cuando yo oí aquellos versos de Keats,
inmediatamente me di cuenta de que aquello era una experiencia importante. Y no
he dejado de darme cuenta desde entonces. Y quizá desde aquel momento (debo
exagerar por el bien de la conferencia) me consideré un "literato".
Es decir, me han sucedido muchas cosas, como a todos los
hombres. He encontrado placer en muchas cosas: nadar, escribir, contemplar un
amanecer o un atardecer, estar enamorado. Pero el hecho central de mi vida ha
sido la existencia de las palabras y la posibilidad de entretejer y transformar
esas palabras en poesía. Al principio, ciertamente, yo sólo era un lector. Pero
pienso que la felicidad del lector es mayor que la del escritor, pues el lector
no tiene por qué sentir preocupaciones ni angustia: sólo aspira a la felicidad.
Y la felicidad, cuando eres lector, es frecuente.Así, antes de pasar a hablar
de mi obra literaria, me gustaría decir unas palabras sobre los libros que han
sido importantes para mí.Sé que esa lista abundará en omisiones, como todas las
listas. De hecho, el peligro de hacer listas es que las omisiones prevalecen y
hay quien piensa que uno carece de sensibilidad.
Hablaba hace un momento de Las mil y una noches de
Burton. Cuando pienso estrictamente en Las mil y una noches , no
pienso en los múltiples, pesados y pedantes (o, mejor, afectados) volúmenes,
sino en lo que yo llamaría las verdaderas Mil y una noches : las de
Galland y, quizá, las de Edward William Lane. La mayoría de mis lecturas ha
sido en inglés; la mayoría de los libros me ha llegado en lengua inglesa, y
estoy profundamente agradecido por ese privilegio.
Cuando pienso en Las mil y una noches , lo primero
que tengo es una sensación de inmensa libertad. Pero, a la vez, sé que el
libro, aunque inmenso y libre, obedece a un número limitado de esquemas. Por
ejemplo, el número tres aparece con mucha frecuencia. Y no encontramos
personajes; o, mejor, encontramos personajes planos (con excepción, quizá, del
barbero silencioso).Encontramos hombres perversos y hombres buenos, recompensas
y castigos, anillos mágicos y talismanes.
Aunque somos propensos a pensar que el tamaño, en sí mismo,
puede ser algo brutal, creo que abundan los libros cuya esencia radica en su
gran extensión. Por ejemplo, en el caso de Las mil y una noches ,
cabe pensar que el libro es voluminoso, que la historia no termina nunca, que
jamás llegaremos al fin.Puede que nunca recorramos las mil y una noches, pero
el hecho de que estén ahí añade, en cierta medida, grandeza al asunto. Sabemos
que podemos ahondar más, que podemos seguir recorriendo las páginas, y que las
maravillas, los magos, las tres bellas hermanas siempre estarán ahí,
esperándonos.
Hay otros libros que me gustaría recordar: Huckleberry
Finn , por ejemplo, que fue uno de los primeros que leí. He vuelto a
leerlo muchas veces desde entonces, y también Roughing It (los primeros
días en California), Life on the Mississippi , y otros. Si yo
analizara Huckleberry Finn , diría que, para crear un gran libro,
quizá lo único necesario, fundamental y sencillísimo, sea esto: debe haber algo
grato a la imaginación en la estructura del libro. En el caso de Huckleberry
Finn , sentimos que la idea del negro, del chico, de la balsa, del
Mississippi, de las largas noches, son ideas gratas a la imaginación, y la
imaginación las acepta.
También me gustaría decir algo sobre el Quijote. Fue
uno de los primeros libros que leí de principio a fin.Recuerdo los grabados.
Uno sabe tan poco sobre sí mismo que, cuando leí el Quijote , pensaba
que lo leía por el placer que encontraba en el estilo arcaico y en las
aventuras del caballero y el escudero.Ahora pienso que mi placer tenía otra
raíz: que procedía de la personalidad del caballero. Ya no estoy seguro de que
me crea las aventuras ni las conversaciones entre el caballero y el escudero,
pero sé que creo en el personaje del caballero, y supongo que las aventuras
fueron inventadas por Cervantes para mostrarnos el carácter del héroe.
Lo mismo cabría decir de otro libro, que podríamos llamar un
clásico menor. Lo mismo podría decirse del señor Sherlock Holmes y el doctor
Watson. No estoy seguro de si creo en el sabueso de los Baskerville. Estoy
seguro de que no creo que me aterrorice un perro pintado de pintura luminosa.
Pero estoy seguro de que creo en el señor Sherlock Holmes y en la extraña
amistad entre éste y el doctor Watson.
Evidentemente, uno nunca sabe lo que traerá el
futuro.Supongo que el futuro, a la larga, traerá todas las cosas, así que
podemos imaginar un día en el que donQuijote ySancho, Sherlock Holmes y el
doctor Watson seguirán existiendo, aunque todas sus aventuras hayan sido
olvidadas. Pero los hombres, en otros idiomas, seguirán inventando historias
para atribuírselas a esos personajes: historias que serán espejos de los
personajes. Es algo, a mi entender, posible.
Ahora saltaré por encima de los años e iré a Ginebra. Yo era
entonces un joven muy desdichado.Supongo que los jóvenes son aficionados a la
infelicidad: ponen lo mejor de sí mismos en ser infelices, y generalmente lo
consiguen. Entonces descubrí a un autor que, sin duda, era un hombre muy feliz.
Debió de ser en 1916 cuando accedí a Walt Whitman, y entonces sentí vergüenza
de mi infelicidad. Sentí vergüenza , pues había intentado ser aun más infeliz
gracias a la lectura de Dostoievski. Ahora, cuando he vuelto a leer a Walt
Whitman, y también algunas biografías suyas, supongo que quizá cuando Walt
Whitman leía sus Hojas de hierba se decía a sí mismo: "Oh! if
only I were Walt Whitman, a kosmos, of Manhattan the son!" ("Ah, ¡si
yo fuera Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhattan!"). Porque
indudablemente extrajo a "Walt Whitman" de sí mismo: una especie de
proyección fantástica.
Al mismo tiempo, descubrí también a un escritor muy
distinto.Descubrí también -y también me impresionó mucho- a Thomas Carlyle. Leí Sartor
Resartus y puedo recordar muchas de sus páginas: me las sé de
memoria.Carlyle me empujó a estudiar alemán. Me acuerdo de que compré el Lyrisches
Intermezzo de Heine y un diccionario alemán-inglés. Al poco tiempo, me di
cuenta de que podía prescindir del diccionario y continuar la lectura sobre sus
ruiseñores, sus lunas, sus pinos, su amor.
Pero lo que yo realmente buscaba y no encontré en aquel
tiempo fue la idea de germanismo. La idea, a mi parecer, no había sido
desarrollada por los propios germanos, sino por un caballero romano, Tácito.
Carlyle me indujo a pensar que podría encontrarla en la literatura
alemana.Encontré otras muchas cosas; le estoy muy agradecido a Carlyle por
haberme remitido a Schopenhauer, a Hölderlin, a Lessing, y otros. Pero la idea
que yo tenía -la idea de unos hombres que no tenían nada de intelectuales, sino
que vivían entregados a la lealtad, al valor y a una varonil sumisión al destino-
no la encontré, por ejemplo, en el Cantar de los nibelungos . Aquello
me parecía demasiado romántico. Muchos años después encontré lo que buscaba en
las sagas escandinavas y en el estudio de la antigua poesía inglesa.
Allí encontré por fin lo que había buscado cuando era joven.
En el inglés antiguo descubrí una lengua áspera, pero cuya aspereza producía
cierta belleza y cierta emoción profunda (aunque, quizá, careciera de un
pensamiento profundo). Creo que, en poesía, la emoción es suficiente. Si hay emoción,
ya es bastante. Me llevó a estudiar inglés antiguo mi inclinación por la
metáfora. Había leído en Lugones que la metáfora era el elemento esencial de la
literatura, y acepté aquel aforismo.Lugones escribió que todas las palabras
eran originariamente metáforas. Es cierto, pero también es verdad que, para
comprender la mayoría de las palabras, hemos de olvidar el hecho de que sean
metáforas. Por ejemplo, si digo "El estilo debe ser llano", no creo
que debamos recordar que "estilo" ("stylus") significaba
Ôpluma´ y que "llano" significa Ôplano´, porque en ese caso nunca lo
entenderíamos.
Permítanme volver de nuevo a los días de mi juventud y
recordar a otros autores que me impresionaron. Me pregunto si se ha destacado
muchas veces que Poe y Wilde son en realidad escritores para jóvenes. Por lo
menos, los cuentos de Poe me impresionaron cuando yo era un muchacho, pero
apenas si soy capaz de volver a leerlos ahora sin una sensación de incomodidad
por el estilo del autor. De hecho, casi puedo entender lo que Emerson quería
decir cuando llamó a Edgar Allan Poe el hombre ripio. Supongo que el hecho de
ser un escritor para jóvenes puede ser aplicado a otros muchos.En algunos
casos, tal descripción es injusta: en Stevenson, por ejemplo, o Kipling; pues,
aunque escriben para jóvenes, también escriben para hombres. Pero hay otros
escritores a los que uno debe leer cuando es joven, porque si uno se acerca a
ellos cuando es viejo y canoso, cargado de años, entonces su lectura
difícilmente será un placer. Quizá sea una blasfemia decir que para disfrutar a
Baudelaire y Poe tenemos que ser jóvenes. Después es difícil. Uno tiene que
aguantar demasiado; uno tiene que pensar en la historia.
En cuanto a la metáfora, debo añadir que ahora sé que la
metáfora es mucho más complicada de lo que yo creía. No es simplemente una
comparación entre dos cosas: decir, "la luna es como...". No. Exige
un método más sutil. Pensemos en Robert Frost. Ustedes, por supuesto, recuerdan
los versos:
For I have promises to keep,
And miles to go before I sleep,
And miles to go before I sleep.
Pues tengo promesas que cumplir
y millas por hacer antes de
dormir,
y millas por hacer antes de dormir.
Si tomamos los dos últimos versos,
el primero -"y millas por hacer antes de dormir"- es una afirmación:
el poeta piensa en las millas y el sueño. Pero, cuando lo repite, "y
millas por hacer antes de dormir", el verso se convierte en una metáfora;
pues "millas" significa Ôdías´, mientras "dormir"
presumiblemente signifique Ômorir´. Quizá yo no debería señalarles esto.Quizá
el placer no radique en que traduzcamos "millas" por Ôaños´ y
"sueño" por Ômuerte´, sino, más bien, en intuir la implicación.
Lo mismo podríamos decir de otro excelente poema de Frost,
"Acquainted with the Night".
Al principio, "I have been one
acquainted with the night" quizá signifique literalmente lo que dice. Pero
el verso se repite al final:
One luminary clock against the sky, Proclaimed
the time was neither
wrong nor right.
I have been one acquainted with
the night.
Un reloj luminaria en el cielo proclamaba que el tiempo no
era
falso ni verdadero.
He sido uno de los que ha conocido
la noche.
Y entonces
nos inclinamos a considerar la noche como una imagen del mal (del mal sexual,
me parece).
He hablado hace un momento de don Quijote y Sherlock Holmes;
he dicho que puedo creer en los personajes pero no en sus aventuras, y
difícilmente en las palabras que los autores ponen en sus labios.Ahora nos
preguntamos si es posible encontrar un libro donde ocurriera exactamente lo
contrario. ¿Podríamos encontrar un libro cuyos personajes nos parecieran
inverosímiles, pero en el que la historia nos pareciera creíble? Recuerdo, en este
punto, otro libro que me impresionó: MobyDick, de Melville.No estoy
seguro de si creo en el capitán Ahab, no estoy seguro de creer en su pugna con
la ballena blanca; apenas si puedo distinguir a los personajes. Pero me creo la
historia: es decir, creo en ella como en una especie de parábola (aunque no sé
exactamente sobre qué: quizá sea una parábola sobre la lucha contra el mal,
sobre la manera errada de combatir el mal). Me pregunto si hay otros libros
sobre los que se pueda decir lo mismo. En The Pilgrim´s Progress ,
pienso que creo tanto en la alegoría como en los personajes. Pero habría que
mirarlo.
Recuerden que los gnósticos decían que la única manera de
librarse de un pecado era cometerlo, porque después uno se arrepentía. En lo
que se refiere a la literatura, esencialmente tenían razón. Si he alcanzado la
felicidad de escribir cuatro o cinco páginas tolerables después de escribir
quince volúmenes intolerables, logré esa proeza no sólo a través de muchos años
sino también gracias al método de la tentativa y el error. Creo que no he
cometido todos los errores posibles -porque los errores son innumerables-, pero
sí muchos de ellos.
Por ejemplo, yo empecé, como la mayoría de los jóvenes,
creyendo que el verso libre era más fácil que las formas sujetas a reglas. Hoy
estoy casi seguro de que el verso libre es mucho más difícil que las formas
medidas y clásicas. La prueba -si es necesaria- es que la literatura comienza
con el verso.Supongo que la explicación podría ser que una vez que se
desarrolla un modelo -un modelo de rimas, de asonancias, de aliteraciones, de
sílabas largas y breves- sólo hay que repetirlo. Mientras que, si se ensaya la
prosa (y la prosa, evidentemente, aparece después del verso), entonces se
necesita, como señaló Stevenson, un modelo más sutil. Pues el oído, por
inducción, espera algo, pero no llega a obtener lo que espera. Recibe otra
cosa; y esa otra cosa puede ser, en cierto sentido, una decepción y también una
satisfacción.Así que, a menos que tomen ustedes la precaución de ser Walt Whitman
o Carl Sandburg, el verso libre es más difícil. Al menos, yo he llegado a
saber, ahora que estoy cerca del final del viaje, que las formas poéticas
clásicas son más fáciles. Otra ventaja, otra comodidad, puede radicar en el
hecho de que, una vez que se escribe cierto verso, una vez que uno se conforma
con cierto verso, ya se ha sometido a cierta rima. Y, dado que las rimas no son
infinitas, el trabajo será más fácil.
Evidentemente, lo importante es lo que hay detrás del verso.
Empecé intentando -como todos los jóvenes- disfrazarme. Al principio estaba tan
despistado que, en la época en que leía a Carlyle y Whitman, creía que la forma
de escribir en prosa de Carlyle era la única posible, y que la forma de
escribir poesía de Whitman era la única posible. No hice nada en absoluto por
conciliar el hecho verdaderamente extraño de que esos dos hombres antagónicos
hubieran alcanzado la perfección de la prosa y el verso.
Cuando empecé a escribir, siempre me decía que mis ideas
eran muy superficiales, que si las conociera el lector, me despreciaría. Así
que me disfrazaba. Al principio, intenté ser un escritor español del siglo XVII
con cierto conocimiento del latín. Mi conocimiento del latín era más bien
escaso. Ya no me considero un escritor español del siglo XVII, y mi intento de
ser Sir Thomas Browne en español fracasó por completo. O quizá estos personajes
produjeron una docena de líneas sonoras. Evidentemente, yo aspiraba al estilo
artificioso, a los pasajes decorativos. Ahora pienso que el estilo artificioso
es un error, porque es un signo de vanidad, y el lector lo considera un signo
de vanidad. Si el lector piensa que tienes un defecto moral, no existe la más
mínima razón para que te admire o te soporte.
Entonces incurrí en un error muy común: hice cuanto pude por
ser -entre todas las cosas- moderno. Hay un personaje en los Wilhelm
Meisters Lehrjahre de Goethe que dice:"Sí, puedes decir de mí lo que
te parezca, pero nadie negará que soy un contemporáneo". No veo diferencia
entre ese personaje absurdo de la novela de Goethe y el deseo de ser moderno.
Porque somos modernos; no tenemos que afanarnos en ser modernos. No
es un caso de contenidos ni de estilo.
Si consideramos Ivanhoe de Sir Walter Scott, o
(por poner otro ejemplo muy distinto)Salammbô de Flaubert, podríamos decir
la fecha en que esos libros fueron escritos. Aunque Flaubert llamó a Salammbô un roman
cartaginois ("novela cartaginesa"), cualquier lector que se
precie sabrá después de leer la primera página que el libro no fue escrito en
Cartago, sino que lo escribió un francés muy inteligente del siglo XIX. En
cuanto a Ivanhoe , no nos engañan los castillos ni los caballeros ni
los porqueros sajones, ni nada por el estilo. En todo momento, sabemos que
estamos leyendo a un escritor de los siglos XVIII o XIX.
Además, somos modernos por el simple hecho de que vivimos en
el presente. Nadie ha descubierto todavía el arte de vivir en el pasado, y ni
siquiera los futuristas han descubierto el secreto de vivir en el futuro. Somos
modernos, lo queramos o no. Quizá el hecho mismo de mi modernidad galopante sea
una forma de ser moderno.
Cuando empecé a escribir relatos, hice lo posible por
adornarlos. Trabajé el estilo, y alguna vez aquellos relatos quedaron ocultos
bajo múltiples capas. Por ejemplo, imaginé un argumento bastante bueno, y
escribí el cuento "El inmortal". La idea que subyace al relato -y la
idea podría sorprender a cualquiera de ustedes que lo haya leído- es que, si un
hombre fuera inmortal, con el correr de los años (y, evidentemente, el correr duraríamuchos
años), lo habría dicho todo, hecho todo, escrito todo. Tomé como ejemplo a
Homero; me lo imaginaba (si realmente existió) en el trabajo de escribir su Ilíada .
Luego Homero seguiría viviendo y cambiaría conforme cambiaran las generaciones.
Con el tiempo, evidentemente, olvidaría el griego, y un día olvidaría que había
sido Homero. Llegaría un momento en que no sólo consideraríamos la traducción
de Homero que hizo Pope como una obra de arte admirable (cosa que,
evidentemente, es), sino como fiel al original. La idea de Homero que olvida
que fue Homero se esconde bajo las múltiples estructuras que yo entretejo
alrededor del libro. De hecho, cuando volví a leer ese cuento hace un par de
años, me pareció pesado, y tuve que remontarme a mi antiguo proyecto para ver
que hubiera sido un buen relato si yo me hubiera limitado a escribirlo con
sencillez y no hubiera consentido tantos pasajes decorativos ni tantas
metáforas ni adjetivos tan extraños.
Creo que he alcanzado, si no cierta sabiduría, quizá cierto
sentido común. Me considero un escritor. ¿Qué significa para mí ser escritor?
Significa simplemente ser fiel a mi imaginación. Cuando escribo algo no me lo
planteo como objetivamente verdadero (lo puramente objetivo es una trama de
circunstancias y accidentes), sino como verdadero porque es fiel a algo más
profundo. Cuando escribo un relato, lo escribo porque creo en él: no como uno
cree en algo meramente histórico, sino, más bien, como uno cree en un sueño o
en una idea.
Creo que quizá nos despiste uno de los estudios que más
valoro: el estudio de la historia de la literatura.Me pregunto (espero que no
sea una blasfemia) si no le prestamos demasiada atención a la historia. Atender
a la historia de la literatura -o de cualquiera otra arte, si vamos a eso- es
en realidad una forma de incredulidad, de escepticismo. Si me digo, por
ejemplo, que Wordsworth y Verlaine fueron excelentes poetas del siglo XIX,
corro el peligro de pensar que el tiempo los ha destruido en cierta medida, que
ya no son tan buenos como fueron.Creo que la idea antigua de que podemos
reconocer la perfección del arte sin tener en cuenta las fechas era mejor.
He leído algunas historias de la filosofía india. Los
autores (ingleses, alemanes, franceses, americanos) siempre se asombran de que
en la India la gente no tenga sentido de la historia, de que traten a todos los
pensadores como si fueran contemporáneos. Traducen las palabras de la filosofía
antigua a la moderna jerga de la filosofía de hoy. Pero esto significa algo
magnífico: confirma la idea de que uno cree en la filosofía o de que
uno cree en la poesía; de que las cosas que fueron bellas pueden ser
bellas aún.
Aunque supongo que soy completamente antihistórico cuando
digo esto (puesto que, evidentemente, los significados y connotaciones de las
plabras cambian), sigo pensando que hay versos -por ejemplo, cuando Virgilio
escribió "Ibant obscuri sola sub nocte per umbram" (me pregunto si
habré escandido el verso como debiera: mi latín está bastante oxidado), o
cuando un antiguo poeta inglés escribió "Norban sniwde...", o cuando
leemos "Music to hear, why hear´st thou music sadly?/ Sweets with sweets
war not, joy delights in joy"- en los que, en cierta medida, estamos más
allá del tiempo. Pienso que hay eternidad en la belleza; y esto, por supuesto,
es lo que Keats tenía en mente cuando escribió "A thing of beauty is a joy
forever" ("Lo bello es gozo para siempre"). Aceptamos este
verso, y lo aceptamos como una especie de verdad, como una especie de fórmula.
Alguna vez tengo el coraje y la esperanza suficientes para pensar que puede ser
verdad: que, aunque todos los hombres escriben en el tiempo, envueltos en
circunstancias y accidentes y frustraciones temporales, es posible alcanzar, de
algún modo, un poco de belleza eterna.
Cuando escribo intento ser leal a los sueños y no a las
circunstancias. Evidentemente, en mis relatos (la gente me dice que debo hablar
de ellos) hay circunstancias verdaderas, pero, por alguna razón, he creído que
esas circunstancias deben siempre contarse con cierta dosis de mentira. No hay
placer en contar una historia como sucedió realmente. Tenemos que cambiar
alguna cosa, aunque nos parezca insignificante; si no es así, no nos
consideramos artistas sino, quizá, meros periodistas o historiadores. Aunque
imagino que los verdaderos historiadores siempre han sabido que pueden ser tan
imaginativos como los novelistas. Por ejemplo, cuando leemos a Gibbon, el
placer que nos causa es equiparable al de leer a un gran novelista. Después de
todo, sabe muy poco sobre sus personajes. Me figuro que hubo de imaginar las
circunstancias. Debió de pensar que había creado, en cierto sentido, la
decadencia y caída del Imperio Romano. Y lo hizo tan maravillosamente que no
necesito otra explicación.
Si tuviera que aconsejar a algún escritor (y no creo que
nadie lo necesite, pues cada uno debe aprender por sí mismo), yo le diría
simplemente lo siguiente: lo invitaría a manosear lo menos posible su propia
obra. No creo que retocar y retocar haga ningún bien. Llega un momento en que
uno descubre sus posibilidades: su voz natural, su ritmo. No creo que ninguna
corrección superficial resulte útil entonces.
Cuando escribo, no pienso en el lector (porque el lector es
un personaje imaginario) ni pienso en mí (quizá porque yo también soy
un personaje imaginario), sino que pienso en lo que quiero transmitir y hago
cuanto puedo para no malograrlo. Cuando yo era joven creía en la expresión.
Había leído a Croce, y la lectura de Croce no me hizo ningún bien. Yo quería
expresarlo todo. Pensaba, por ejemplo, que, si necesitaba un atardecer, podía
encontrar la palabra exacta para un atardecer; o, mejor, la metáfora más
sorprendente. Ahora he llegado a la conclusión (y esta conclusión puede parecer
triste) de que ya no creo en la expresión.
Sólo creo en la alusión. Después de
todo, ¿qué son las palabras? Las palabras son símbolos para recuerdos
compartidos. Si yo uso una palabra, ustedes deben tener alguna experiencia de
lo que representa esa palabra. Si no, la palabra no significará nada para
ustedes. Pienso que sólo podemos aludir, sólo podemos intentar que el lector
imagine. Al lector, si es lo bastante despierto, puede bastarle nuestra simple
alusión.
Es algo que favorece la eficacia, y en mi caso también la
pereza.Me han preguntado por qué nunca he intentado escribir una novela. La
pereza, por supuesto, es la primera explicación. Pero hay otra. Nunca he leído
una novela sin cierta sensación de aburrimiento. Las novelas inlcuyen material
de relleno; creo, por lo que sé, que el material de relleno puede ser una parte
esencial de la novela. Pero he leído y vuelto a leer una y otra vez muchos
relatos breves. Entiendo que en un relato breve de, por ejemplo, Henry James o
Rudyard Kipling podemos encontrar tanta complejidad -y de un modo más
agradable- como en una larga novela.
Pienso que mi credo se reduce a esto. Cuando prometí un
"credo de poeta" yo pensaba, demasiado crédulo, que, después de dar
cinco conferencias, desarrollaría en el proceso alguna especie de credo. Pero
entiendo que debo decirles que no tengo ningún credo en particular, excepto las
pocas precauciones y dudas sobre las que les he venido hablando.
Cuando escribo algo, procuro no comprenderlo. No creo que la
inteligencia tenga demasiada relación con el trabajo del escritor. Pienso que
uno de los pecados de la literatura moderna es que tiene demasiada conciencia
de sí misma. Por ejemplo, considero a la literatura francesa una de las mayores
literaturas del mundo (y supongo que nadie lo pone en duda). Pero me he visto
obligado a pensar que los autores franceses son, por lo general, demasiado
conscientes de sí mismos. Lo primero que hace un escritor francés es definirse
a sí mismo, antes, incluso, de saber lo que va a escribir. Dice: "¿Qué
escribiría, por ejemplo, un católico nacido en tal o cual provincia, y
socialista hasta cierto punto?" O: "¿Cómo deberíamos escribir después
de la Segunda Guerra Mundial?" Supongo que hay mucha gente en el mundo que
se agobia con estos problemas ilusorios.
Cuando escribo (pero quizá yo no sea un buen ejemplo, sino
sólo una terrible advertencia), intento olvidarlo todo sobre mí. Me olvido de
mis circunstancias personales. No intento, como alguna vez lo intenté, ser un
"escritor suramericano". Sólo intento transmitir el sueño. Y si el
sueño es confuso (en mi caso, suele serlo), no intento embellecerlo, ni
siquiera comprenderlo. Quizá haya hecho bien, pues cada vez que leo un artículo
sobre mí -y, no sé por qué, parece haber muchísima gente dedicándose
precisamente a eso-, generalmente quedo sorprendido y muy agradecido por los
profundos significados que descifran en esos más bien azarosos apuntes míos.
Evidentemente, les estoy agradecido, pues considero la literatura como una
especie de colaboración. Es decir, el lector contribuye a la obra, enriquece el
libro. Y sucede lo mismo cuando se da una conferencia.
Quizá piensen ustedes que han oído una buena conferencia. En
ese caso, debo darles las gracias, porque, después de todo, ustedes han
trabajado conmigo. Si no hubiera sido por ustedes, no creo que las conferencias
hubieran sido especialmente buenas, ni siquiera tolerables. Espero que hayan
colaborado conmigo esta noche. Y puesto que esta noche es distinta de otras
noches, me gustaría decirles algo sobre mí mismo.
Llegué a Estados Unidos hace seis meses. En mi país soy
prácticamente (para repetir el título de un famoso libro de Wells) el Hombre
Invisible. Aquí soy, en cierta medida, visible. Aquí la gente me ha leído; me
han leído hasta tal punto que me interrogan severamente sobre relatos que yo he
olvidado por completo. Me preguntan por qué Fulano guardaba silencio antes de
contestar, y yo me pregunto de qué Fulano se trataba, por qué guardaba
silencio, qué contestó. Dudo si decirles la verdad. Digo que Fulano guardaba
silencio antes de contestar porque generalmente uno guarda silencio antes de
contestar. Y, sin embargo, todas estas cosas me han hecho feliz. Creo que
ustedes se equivocan totalmente si admiran (me pregunto si es así) mi
literatura. Pero lo considero un error muy generoso. Creo que uno debería
tratar de creer en las cosas, aunque las cosas acaben defraudándonos.
Si ahora bromeo, lo hago porque siento algo en mi interior.
Estoy bromeando porque siento lo que esto significa para mí. Sé que recordaré
esta noche. Y me preguntaré:"¿Por qué no dije lo que tenía que decir? ¿Por
qué no dije lo que han significado para mí estos meses en Estados Unidos, lo que
tantos amigos conocidos y desconocidos han significado para mí?" Pero
supongo que, en cierta medida, les llega mi emoción.
Me han pedido que diga algunos versos míos, así que voy a
recordar un soneto, el soneto sobre Spinoza. El hecho de que muchos de ustedes
no sepan español mejorará el soneto. Como he dicho, el significado no es
importante: lo que importa es cierta música, cierta manera de decir las cosas.
Quizá, incluso si la música falta, ustedes la sientan. O, mejor, puesto que sé
que son tan amables, la inventen por mí.
Y ahora pasemos al soneto,
"Spinoza":
Las traslúcidas manos
del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
Las tardes a las tardes son iguales.
Las manos y el
espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para
el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de
otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y del mito,
labra un arduo cristal: el
infinito
mapa de Aquél que es todas Sus estrellas.
Traducción de Justo Navarro
https://www.youtube.com/watch?v=hB4sDgiz9CY
recitado por Borges