"Una de las formas más puras del amor " dedicado a mi hermano Salvador





 Una de las formas más puras del amor

 

Nunca vi a Lily en persona y quizás fue lo mejor. Pero me hablaron tanto de ella que es como si la conociera. Compartían la mesa del comedor en el hogar de ancianos donde ambos estaban alojados. Para mi hermano alojarse ahí es el paraíso y ella solo con él estaba a gusto. Vi la foto en la que estaban bailando juntos. Sus rostros muy cercanos sonriendo, aniñados. A ella se la veía muy chiquita o quizás reducida por la enfermedad, no lo sé. Intente conocerla, en cada oportunidad que tenía preguntaba por su persona. Pero justo ese día no bajaba al comedor, se quedaba en la cama aquejada por los dolores. Metástasis en casi todo su cuerpo, me decían. No eran capaces de enumerar los órganos tomados por el cáncer. El innombrable cáncer, que pese a los avances de la medicina sigue siendo devastador. Mi hermano, cuando se enteró de que padecía Corea de Huntington me dijo, para consolarme, que no lo veía tan grave como el cáncer, que te lleva en tan pocos meses. Aunque este limitado, su desafío es vivir muchos años, ciento veinte si pudiera.

 Nunca vi a Liliana en persona y lo lamento. Sé que estaba completamente lúcida y que se internó por su cuenta para evitar el dolor que provocaba en su familia verla tan vulnerable. Fue la única mujer que amó a mi hermano tal como era, no por la supuesta herencia que iría a recibir algún día de su padre avaro. 

 Lily decía que mi hermano era muy inteligente y sabio. Ella, que fue profesora universitaria hasta poco antes de entrar en el hogar, por algo lo diría. Cuando bailaban, mientras los otros internos cantaban a capella” Bésame mucho” ella le decía que era hermoso. Besaba sus manos como si fueran las de un santo.

 Cuando Lily lloraba de dolor mi hermano le pedía que no llorara. Ella, consiente de la gravedad de su enfermedad, sonreía. Al fin mi hermano había hecho honor a su nombre: Salvador. Mi hermano es simpático, no produce rechazo al conocerlo. Pero esta vez había logrado ser empático. Lily decía que mi hermano la sanaba. Era un bálsamo para su dolor. Le confiaba a la administradora del hogar, con quien tenía largas charlas, que Salvador era puro amor. Dulce e inocente como si fuera un niño de 5 años.

 Cuando lo encontré tan nervioso, desbordado, acusando a la enfermera de robarle el shampoo pregunté si nuevamente no estaba tomando la medicación. Me asustó verlo tan enojado y agresivo. Me duele la furia que no puedo calmar ni con gestos ni con palabras. Le dije que yo podía llevarle todo lo que necesitará. Me respondió que él tenía caspa como si fuera el único con caspa en ese universo de ancianos.

 Acto seguido estiró sus brazos para mostrarme, con orgullo, sus uñas prolijamente cortadas por la manicura que todos los meses los visita en el geriátrico. En ese momento se acercó David también con sus brazos estirados para mostrarme las suyas. David no puede articular palabras, solo se comunica por sonidos, y siempre anda cerca cuando visito a mi hermano.

 Como al pasar, mi hermano me dijo que Lily no estaba tomando suficiente agua y por eso se enfermaba. Sin demostrar emoción, señalando el vaso de plástico rosa que dejó Lily sobre su mesa. No sabía que su amiga ya no estaba en el hogar, pero ya preparaba su coraza. La enfermera acusada de ladrona torció su boca hacia donde yo estaba sentado y me dijo en voz muy baja que Lily no volvería. La misteriosa mujer que amó a mi hermano no volvería jamás. A la distancia, celebro su sano deseo de no confundir su mirada enamorada con mi gastada mirada de hermano cuidador. Aprendí que una situación que se vislumbra terrible puede ser la más expansiva.   La vida es tan abundante que se puede amar sabiéndose tan cercano a la despedida. Me pregunto, a riesgo de resultar cursi, si no es una de las formas más puras del amor.


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