domingo, 19 de abril de 2015

Sobre "Epigrama contra Stalin" un poema de Osip Mandelstam Por José Manuel Prieto





A Osip Mandelstam le costó la vida un epigrama contra Stalin. José Manuel Prieto reconstruye ese terrible capítulo del totalitarismo al presentar esta traducción, comentada verso por verso, de la célebre sátira.



I

En 1996 el historiador Jean Meyer, que por aquel entonces daba los toques finales a su libro Rusia y sus imperios, me pidió que le tradujera del ruso un poema del poeta Osip Mandelstam (Varsovia, 1891-campo transitorio de Vtoraya Rechka, cerca de Vladivostok, 1938). La perestroika estaba todavía cerca y yo había recién publicado una traducción del Réquiem de Anna Ajmátova, uno de los más importantes poemas políticos del siglo XX. El poema que Jean Meyer quería incluir en su libro era el muy conocido “Epigrama contra Stalin”, que empieza con el verso: “Vivimos sin sentir el país a nuestros pies”. Como cualquiera que hubiera vivido en Rusia en aquellos años de fines de los ochenta y principios de los noventa yo conocía muy bien el poema y en más de una ocasión lo había recitado en voz alta, admirado por sus indudables cualidades formales, en particular el verso inicial: My zhibiom pod saboyu nie zhuya strani, palabras de una fuerza casi mágica. Del poema no existía ninguna versión en castellano y la versión en francés que aparecía en el recién publicado libro de Vitali Shentalinski, De los archivos literarios de la KGB, era tan pobre comparada con el bellísimo original ruso que de inmediato comencé a traducir una variante más satisfactoria en el margen de la página. En mi traducción improvisada busqué captar el encanto del poema y a la vez conservar la severa gravedad de sus versos. Trabajé varios días en una versión que Jean Meyer terminó incluyendo en su hoy día muy celebrado libro y que luego clavé sobre mi escritorio. El poema le había costado la vida a Mandelstam y escribirlo había sido un acto de increíble valentía, de arrojo, o más bien de integridad artística. Por años no he dejado de pensar en él, de leer todo lo referente a su creación y más que nada a la reacción terrible de su destinatario. Tan sólo una cosa no me dejaba en paz: a pesar de que lo había traducido con el mayor esmero y paciencia, no había quedado del todo satisfecho con el resultado. El poema no terminaba de cuajar en español, parecía una copia muy pálida del original tan bello y potente, como cincelado en ruso. Esto es porque a diferencia de la obra de un poeta como Joseph Brodsky, a quien también he traducido in extenso, la poesía de Osip Mandelstam es de una concentración asombrosa, poco discursiva. De ahí que me sea virtualmente imposible traducir de manera satisfactoria todas las sonoridades, la riqueza de muchas imágenes que no logran caer o encajar totalmente en la lengua de llegada, el castellano en este caso. En la operación se pierde el aura de significados y alusiones que rodea cada palabra en la versión original, absolutamente transparente para el lector en lengua rusa. Como si de todo un árbol sólo lográramos transplantar las ramas más gruesas y todo su follaje, verde y cambiante, quedara en el territorio de la otra lengua.

Estaba el hecho, además, de que el poema es rimado, como casi toda la poesía rusa, pero escogí verterlo en verso libre escarmentado por los fallidos intentos de tantos traductores que, con más buena voluntad que pericia y con una idea a mi modo de ver equivocada sobre cómo traducir poesía rimada, elaboran versiones que difícilmente funcionan en castellano. En cualquier caso, terminé publicando aquella versión y recibí muchos elogios. Pasaron los años, más de diez y no había vuelto a leer mi versión del epigrama hasta fecha reciente, con vistas a incluirlo en una Antología personal de la poesía rusa que estoy preparando. Tras una atenta relectura no creí posible cambiar ninguna de las soluciones que en su momento hallé para su traducción pero sí consideré pertinente añadirle unos comentarios que buscan transmitir al lector ese halo de significado del que hablo más arriba. He creído además importante y hasta necesario aportar una relación detallada de las circunstancias históricas que rodearon su creación, algo totalmente necesario dadas la personalidad de su creador, la naturaleza del poema en cuestión y las terribles consecuencias que terminó acarreándole.

Una última cosa antes de pasar al poema y a los comentarios: como ya dije, en Rusia se le conoce como el “Epigrama contra Stalin”, un nombre que algunos consideran desacertado porque supone una disminución de su importancia. Según algunos, este nombre se trató de una maniobra de los amigos de Mandelstam (entre otros, Boris Pasternak) para equipararlo a esas pequeñas piezas de ocasión que buscan zaherir, satirizar, y que hallaron su máximo exponente en Marcial, el poeta latino del primer siglo después de Cristo.

Descrito por un crítico como las dieciséis líneas de una sentencia de muerte, es quizá el más importante poema político del siglo XX, escrito por uno de sus más grandes poetas y contra el que fue, bien podría afirmarse, el más cruel de sus tiranos.



II

EPIGRAMA CONTRA STALIN



Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,

nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.

La más breve de las pláticas

gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.

Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,

y sus palabras como pesados martillos, certeras.

Sus bigotes de cucaracha parecen reír

y relumbran las cañas de sus botas.



Entre una chusma de caciques de cuello extrafino

él juega con los favores de estas cuasipersonas.

Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;

sólo él campea tonante y los tutea.

Como herraduras forja un decreto tras otro:

A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja,
[al cuarto en el ojo.

Toda ejecución es para él un festejo

que alegra su amplio pecho de oseta.



Noviembre de 1933


III

COMENTARIOS



Verso primero



Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,

(Мы живем, под собою не чуя страны,)


Este verso con que el poema comienza no presenta mayor dificultad, en apariencia, que la de trasmitir con absoluta claridad la idea de la vida azarosa de los ciudadanos, el peligro que se respiraba en todo el país. La imagen, sin embargo, se ve amplificada por el verbo que Mandelstam escoge para trasmitir esa sensación y que vertí al castellano como “sentir”, pero que en el original es chuyat, palabra que en su primera acepción arroja olfatear, ventear (para los animales), y que alude a la percepción vaga y periférica de la fiera que ventea al cazador, aporta esa dimensión cinegética. De ahí que la imagen que en ruso proyecta todo el verso es de la de personas que flotan, la zozobra de una existencia que ha perdido la referencia, el suelo debajo; trasmite una clara sensación de urgencia y peligro, de claro acoso.



Verso segundo



nuestras palabras no se escuchan [no son audibles]
/ a diez pasos.

(Наши речи за десять шагов не слышны,)


En la Rusia soviética los ciudadanos han adquirido la costumbre de hablar en voz baja por temor a los oídos ajenos, los padres evitan conversar sobre cualquier tema delicado frente a sus hijos, los amantes temen ser escuchados; las delaciones, como la misma que informará a las autoridades de la existencia del epigrama, están a la orden del día. La costumbre es simple y llanamente salir a la calle para tratar cualquier asunto, hasta los de escasa importancia. Cuando Sir Isaiah Berlin visita a Anna Ajmátova en el Leningrado de la posguerra, al comienzo mismo de la entrevista la poeta le señala el techo en señal de que podrían estar escuchándolos. En Contra toda esperanza, las memorias de Nadiezhda Mandelstam, viuda de Osip, el poeta cuenta cómo en cierta ocasión, tras un viaje a provincia, encontró que en todo Moscú los teléfonos habían sido cubiertos con almohadas porque se había corrido la voz de que servían como terminales de escucha. Algo imposible, en realidad, para el desarrollo tecnológico de la época, pero otras memorias, Avec Staline dans le Kremlin, de Boris Bazhanov, ex secretario de Stalin que desertó en 1929, cuentan cómo, dentro del Kremlin, Stalin había hecho instalar una pequeña central personal que le permitía escuchar las conversaciones de los otros líderes comunistas. Una tarde Bazhanov, que no sospechaba de la existencia de aquella habitación, abrió la puerta equivocada y encontró a Stalin escuchando absorto, con los audífonos puestos, alguna conversación entre los líderes del partido, los contados que tenían el privilegio de vivir en el Kremlin. Esta visión precipita la fuga de Bazhanov por la frontera con Irán, en 1929, a pie.



Verso tercero



La más breve de las pláticas

(А где хватит на полразговорца,)


En el original, literalmente: “cuando alcanza para media conversación”. Otra variante podría ser “cuando nos animamos a una pequeña conversación” (rasgoborets). El “alcanza” (jvatit), que traduzco por “nos animamos”, alude aquí tanto a la prisa, la falta de tiempo, como al miedo que agarrota a todos.

En 1934, de visita en casa de Pasternak, Mandelstam no puede evitar leer el epigrama, que acaba de escribir. Es un acto de total insensatez, toda vez que a la velada habían asistido personas que no tardaron en delatar la lectura. Una persona muy cercana a ambos, Emma Gerstein, cuenta en sus Memorias otra sesión en la que estaba presente el hijo de Nikolái Gumiliov, Lev, que también pasaría muchos años en el gulag. Aquel comportamiento a todas luces suicida de Mandelstam tenía, sin embargo, otra explicación: antes de escribir sus poemas, los componía en la cabeza, y sólo cuando estaban ya listos, tras un largo proceso que más recuerda los afanes del Jaromir Hladík de “El milagro secreto”, el cuento de Jorge Luis Borges, los ponía en papel, casi frente al pelotón de fusilamiento. Mandelstam además sabía que el epigrama era un poema que jamás sería publicado y buscaba dejarlo “registrado” en la mayor cantidad de mentes para evitar así que desapareciera con su muerte, que seguramente él adivinaba próxima.



Verso cuarto



gravita, quejosa...

(Там припомнят...)


En el original, literalmente: “sale a relucir”, lo “mientan” (pripomniat)... ¿Gozaba Stalin de esa ciega admiración popular que todavía muchos le atribuyen en aquellos años anteriores al Gran Terror y a los Procesos de Moscú? El verbo utilizado, pripomniat, comporta un dejo de fastidio. Se le dice a alguien: “¡te lo recordaré!” (ya tebie pripomniu!), en el sentido de “me las pagarás”, “me las cobraré”. No es sólo que se recuerde al dictador, sino que es un recuerdo quejoso.

A Pasternak se lo había recitado también en privado y con anterioridad durante un paseo por un Moscú invernal. La respuesta de Pasternak, siempre más cauteloso y astuto (moriría en su cama, en la privilegiada villa para escritores de Peredelkino), fue, literalmente: “Lo que me ha leído usted no tiene relación alguna ni con la literatura ni con la poesía. No es un hecho literario sino un acto suicida que no apruebo y del cual no quiero tomar parte. Usted no me ha leído nada y yo no escuché nada, y le pido que tampoco se lo lea a nadie más.”

El poeta, sin embargo, sí lo hizo y, como hemos visto, en más de una ocasión. Un memorialista lo acusa de haberlo hecho movido por un odio terrible hacia Stalin.



... al montañés del Kremlin.

(... кремлёвского горца.)


Para un intelectual de la vieja escuela como Mandelstam (graduado del mismo elitista Colegio Tenishev al que asistió el niño Vova –diminutivo de Vladimir– Nabokov), la imagen de un georgiano, un “montañés” (goriets), en el Kremlin es señal de absoluta extrañeza y asilvestramiento. Las personas que ocupan los altos puestos del gobierno en la Rusia Soviética son de muy bastos modales, poco menos que campesinos. En 1921, cuando unos amigos van a interceder por la vida del poeta Nikolái Gumiliov (el primer esposo de Anna Ajmátova, acusado falsamente de participar en una conspiración monárquica y fusilado por ello), les sorprende descubrir, en el juez de instrucción que llevaba el caso –el “comisario” de la Cheka según la terminología revolucionaria–, el aspecto y los modales de un tendero de la época zarista. Dice el memorialista que, al confesarles que no había nada que él pudiera hacer para salvar la vida del poeta, movió las manos con la suavidad de “quien mide o aquilata la calidad de un paño”. Y, sin embargo, lo que tenía en sus manos era la vida de Nikolái Gumiliov.



Verso quinto



Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,

(Его толстые пальцы, как черви, жирны,)


El “gran” poeta de la época, vate ensalzado por la propaganda oficial, no era Vladimir Maiakovski ni ninguno de los otros tres grandes titanes del siglo XX ruso: Marina Tsvetáeva, Boris Pasternak o Anna Ajmátova. El gran bardo proletario respondía al nombre de Demián Biedny, Demián “el Pobre”, y era un hábil rimador de coplas partidistas cuya popularidad era inmensa. Su posición dentro de la jerarquía soviética era tal que tenía apartamento en el Kremlin, donde, según otro memorialista, pagaba sus deudas de incorregible jugador de cartas con pedacería de oro que cortaba con un alicate y pesaba en una pequeña balanza sobre el paño verde de la mesa. Vecino, en consecuencia, de Iósif Stalin, este tomaba a veces libros prestados de la biblioteca del falso poeta obrero, libros que luego devolvía, se había quejado Demián a un colega, “con huellas de sus grasientos dedos en las páginas”. Mandelstam parece haber conocido la anécdota y metamorfoseó los dedos de Stalin en “gusanos grasientos”.



Verso sexto



y sus palabras como pesados martillos, certeras.

(А слова, как пудовые гири, верны,)


En el original, literalmente: “Y sus palabras como pesas de un pud, certeras.” Durante toda su vida Stalin, que recibió instrucción en un seminario ortodoxo en Tiflis (el actual Tbilisi), conservó un marcado acento georgiano. Hablaba escogiendo las palabras de una lengua que llegó a manejar con soltura, el ruso, pero que nunca dejó de serle extranjera. Dentro de los acentos que un ruso distingue con facilidad, el georgiano destaca particularmente por su pesadez. Son innumerables los chistes basados en la pronunciación de los georgianos, dura y poco sensible a los múltiples fonemas de la lengua rusa.

Esas pesas de un pud provocan en mí este otro recuerdo: en mis primeros años de estudiante en Rusia solía ejercitarme por las mañanas con una de esas pesas de un pud, una antigua medida rusa que equivale a unos dieciséis kilos. De hierro colado y un diseño que se remonta al XIX y al furor de la gimnasia suiza, terminan en una especie de asa por la que se las levanta con una sola mano, la derecha, la izquierda, cuidando, temiendo, no dejarlas caer en un pie. Hoy ya no se venden, desplazadas por mancuernas occidentales, cromadas y de discos intercambiables.



Verso séptimo



Sus bigotes de cucaracha parecen reír

(Тараканьи смеются усища,)


En el original, literalmente: “Ríen sus bigototes de cucaracha”. Imagen infantil que con toda probabilidad alude al muy conocido poema para niños de Kornéi Chukovski, en el que una “bigotuda cucarachota” (usati tarakanishe) mantiene aterrorizados a los animales del bosque hasta que un “valiente gorrión” se planta frente a ella y la engulle de un picotazo.

Encuentro una confirmación de esta suposición mía en El cielo de la Kolyma, las invaluables memorias de Evguenia Ginzburg. Un día, cuenta Ginzburg, comenzó a leerles ese poema a los niños a su cargo en el jardín de infantes donde trabajaba en la lejana provincia de Magadán. Un colega, al escuchar sobre “la terrible bigotuda cucarachota”, comprendió horrorizado cuál podía ser la “lectura” de aquel pasaje y a punto estuvo de denunciarla por leerles ese poema a los niños. Como es un poema que todavía hoy memorizan
los niños de toda Rusia, la lectura de este verso pasa, invariablemente, por este locus de la memoria, una imagen a la vez cómica y terrible.



Verso octavo



y relumbran las cañas de sus botas.

(И сияют его голенища.)


El atuendo de Lenin, el chalequito de burgués suizo en el que afinca sus pulgares la mañana de 3 de abril de 1917 cuando arenga a la multitud frente a la estación de Finlandia, es demostrativamente el de un hombre pacífico, un civil. Fue León Trotski quien, en 1918, en plena guerra entre Blancos y Rojos, se hizo fotografiar con un atuendo de cuero y correajes que escandalizó a Moses Nappelbaum, retratista de la Perspectiva Nevski. A Nappelbaum, autor de célebres retratos de la élite petersburguesa, entre los que se encuentran el de la propia Anna Ajmátova, aquello le pareció –y en efecto lo había sido hasta la fecha– un ridículo traje de chauffeur, impropio para un líder de la Revolución Mundial.


El atuendo, sin embargo, hizo fortuna y se convirtió en el uniforme distintivo de los comisarios de la Cheka y, levemente reformado –botas de caña alta, guerrera de paño–, en el uniforme de toda la dirigencia bolchevique.


Verso noveno



Entre una chusma de caciques de cuello extrafino

(А вокруг него сброд тонкошеих вождей,)


Mandelstam utiliza sbrod, que aquí traduzco por “chusma”, término despectivo e injuriante. Según el crítico ruso Benedict Sarnov, este verso casi seguro le prolongó la vida a Osip Mandelstam. Las primeras personas que escucharon, aterrorizadas, el epigrama pensaron que el arresto y fusilamiento de Mandelstam era inminente. En lugar de ello, Stalin ordenó una medida leve de entre el arsenal punitivo soviético: “exilio administrativo” a la ciudad de Cherdin, a la que se le permitió viajar acompañado por su esposa. Luego, la medida sería suavizada todavía más cuando, en 1935, les permitieron trasladarse a Voronezh, pequeña ciudad provincial en el sur de Rusia, de clima más templado. Stalin, siempre según Sarnov, le otorgó un plazo al poeta para que escribiera un poema dedicado a su persona. “Stalin sabía perfectamente que la opinión que de él tendrían las generaciones futuras dependería en alto grado de lo que sobre él escribieran los poetas.” Más aún tratándose de Mandelstam, tan sagaz que había llegado a entender el tipo de personas, “caciques de cuello extrafino”, que rodeaba al dictador y de qué manera él, Stalin, jugaba con ellos, los dominaba. Tanta penetración, tan sutil compresión de la vida del líder, parece haber impresionado a Stalin. Esto quizás explique la insistencia con que, durante una célebre conversación telefónica (véase comentario al siguiente verso), Stalin le pregunta a Pasternak si Mandelstam podría ser considerado un “verdadero maestro”. Su pregunta fue: “¿Pero es o no un maestro?”

La verdad sea dicha, Stalin demostró ser un psicólogo no menos fino y penetrante que el poeta (lo que, por otra parte, no debe extrañarnos). Efectivamente, en la ciudad de Voronezh, Mandelstam terminó escribiendo una triste Oda a Stalin, en enero de 1937, y a la que J.M. Coetzee le ha dedicado un interesante ensayo (en “Osip Mandelstam and the Stalin Ode”, de su libro Giving Offense / Essays on Censorship). En la oda figura este verso: “Me gustaría llamarte no Stalin, sino Yugashvili.” Es decir, recurriendo no a su pseudónimo oficial, partidista, sino a su nombre de cuna, más humano, acercándose a él por su parte más suave, rescatable. Un “encargo” semejante le fue hecho a Mijaíl Bulgákov, que también dedicaría casi un año, al final de su vida, ya mortalmente enfermo, a escribir la obra teatral Batum, pieza sobre la juventud heroica del joven Yugashvili y que transcurre en el Bakú prerrevolucionario.

Pasternak, un tanto más sutil, llegó a enviarle a Stalin, durante las exequias de su esposa Nadezhda Alliluyeva, un telegrama que fue publicado en la Gaceta Literaria y que algunos consideran que lo salvó de ir a dar al gulag: “Me uno al sentimiento de mis camaradas. La víspera profunda y tenazmente la pasé pensando en Stalin, como artista, por primera vez.” Es decir, le hizo la velada promesa de que algún día usaría su talento para dejar una imagen “humana” o literaria del dictador...

Permítaseme aquí esta otra digresión biográfica que ilustra a través de qué prisma vivencial leo también este poema: muchos años después, cuando estudiaba en la más grande universidad técnica de Siberia, en la profunda retaguardia soviética, conversé en uno de sus salones de conferencia por primera vez y durante media hora con el hijo de Lev Kámenev, uno de aquellos caudillos, fusilado en 1936. Había vivido todos esos años bajo un apellido falso, Glebov, y en aquel invierno aún no había salido de su relativo anonimato. No tenía, constato ahora de memoria, el cuello fino al que hace alusión Mandelstam y sí la nuca calva y llena de pliegues de un gospodin profesor. De baja estatura y regordete, fumaba incesantemente en el auditorio, algo que estaba estrictamente prohibido. Brillante profesor de filosofía, hablé con él, lo recuerdo muy bien, de la Estética de Aristóteles. A fines de los ochenta recuperó su apellido verdadero y llegué a verlo dando entrevistas en la televisión sobre su padre y sobre sí mismo, siempre cigarrillo en mano.



Verso décimo



él juega con los favores de estas cuasipersonas.

(Он играет услугами полулюдей.)


La urss de los años treinta conoció el florecimiento y la expansión de un complicado sistema de patronazgo entre altos mandos del partido y la élite intelectual, como lo cuenta Sheila Fitzpatrick en su Everyday Stalinism, un libro de 1999. Era frecuente que los escritores y poetas asistieran a los “salones” de la nueva clase gobernante. Fue el caso de la amistad que unió a Nikolái Bujarin, el “preferido del partido”, y los Mandelstam. Bujarin es uno de los que al estallar el asunto del epigrama interfiere primero y recula luego asustado al comprender la magnitud de la afrenta que se ha infligido al temible dictador.

Escribirle a Stalin, acudir directamente a él para que dirima un asunto como aquel, de persecución política o encarcelamiento, se había convertido en costumbre entre los escritores soviéticos caídos en desgracia. En 1931 le había escrito Evgueni Zamiatin, autor de la célebre distopía Nosotros (1921), precursora del Brave New World de Aldous Huxley y de 1984 de George Orwell. Zamiatin le pidió permiso para emigrar, que le fue otorgado. Mijaíl Bulgákov le escribe con igual solicitud: que lo dejen irse al extranjero en compañía de su esposa, y, sin embargo, la petición le es negada.

Curiosamente, en el caso de Mandelstam, es el propio Iósif Stalin quien decide llamar a Pasternak con la clara intención de interceder por el poeta, y hasta llega a echarle en cara a Pasternak que sus colegas no hayan hecho nada luego de su arresto para salvarlo. Ocurre entonces la célebre conversación entre ambos en la que el dictador, por sobre todas las cosas, quiere saber la opinión de Pasternak y la de todo el gremio de escritores sobre la poesía de Mandelstam. La conversación tiene lugar a las 2 de la mañana. Pasternak está en su dacha. Suena el timbre. Levanta el teléfono:

Stalin: El caso de Mandelstam está siendo analizado. Todo se arreglará. ¿Por qué no acudieron a las organizaciones de escritores o a mí? Si yo fuera poeta y mi amigo hubiera caído en desgracia, haría lo imposible (me subiría a las paredes) para ayudarle.

Pasternak: Las organizaciones de escritores no se ocupan de tales asuntos desde 1927, y si yo no hubiera hecho las diligencias, usted, es lo más probable, no se hubiera enterado.

Stalin: ¿Pero es o no un maestro?

Pasternak: ¡No se trata de eso!

Stalin: ¿De qué entonces?

Pasternak: Me gustaría encontrarme con usted... Que habláramos.

Stalin: ¿Sobre qué?

Pasternak: Sobre la vida y la muerte...

En este punto Stalin colgó bruscamente...


Verso undécimo



Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;

(Кто свистит, кто мяучит, кто хнычет,)


La Rusia de 1933 todavía no conoce, lógicamente, los Grandes Procesos de Moscú que se iniciarían a partir de 1936 y se celebrarán hasta 1939, con la mayoría de aquellos “caciques de cuello extrafino” en el banquillo de los acusados. Tampoco conoce el espectáculo de autoinculpación que ofrecerán los ex líderes bolcheviques, acusados de todos los crímenes imaginables. La descripción de Mandelstam se adelanta con prodigiosa exactitud: más de uno lloró al escuchar la sentencia y de rodillas imploraron perdón a Stalin y al partido. Cuando hacen prisionero a Mandelstam, la noche del 13 de mayo de 1934, la NKVD todavía no cuenta con una versión definitiva del poema, o bien las distintas personas que lo han delatado lo recuerdan de manera diferente, en particular el último verso. El juez de instrucción le pide al poeta que le escriba la versión autorizada del poema, a lo que este accede amablemente:



Lo escribió en una hoja de papel y usando la misma pluma con que estamparían la sentencia que sellaría su suerte.


Verso duodécimo



sólo él campea tonante...

(Он один лишь бабачит и тычет,)


Escogí traducir “campea tonante” por babachit, un neologismo, un verbo inexistente, que sin embargo no presenta dificultad alguna para el ruso parlante por ser una expresión onomatopéyica, ba-ba-ba-chit, es decir, zumba con voz tonante, habla con voz fuerte, de jefe.



... y los tutea.

(... y tychet.)


En una primera acepción tykat es también “señalar con el dedo”, “meter por los ojos”, tratar a alguien de manera familiar y desconsiderada. De modo que el sentido se mueve entre estas dos acepciones. En Rusia es raro que los desconocidos se tuteen y en una primera presentación la etiqueta exige el más riguroso uso del usted. El tuteo es prerrogativa de los barrenderos o de los altos jefes. En un altercado callejero, el tuteo es percibido de inmediato como una violentísima agresión. Mandelstam lo utiliza aquí como muestra del maltrato al que Stalin somete a sus subordinados.



Verso decimotercero



Como herraduras forja un decreto tras otro:

(Как подкову, кует за указом указ:)


La palabra para decreto es la rusa ukaz, de amplio uso también en Occidente, y nombra una orden sin apelación y de aplicación inmediata. La imagen de que se forjan como herraduras remite a la frase rusa, más cotidiana, “hacer algo como quien hornea blynis o blintzes”, es decir, rápidamente y sin pensar. Lo que transmite la banalización del acto del gobernar.

En 1929 Stalin cree llegado el momento de cinchar apretadamente el inmenso país, despojarlo del apéndice inútil del capitalismo. Evgueni Preobrazhenski, el célebre economista, teoriza sobre cómo usar la riqueza que el campesinado había acumulado en aquellos años de mayor libertad como plataforma para el despegue industrial del país. La colectivización forzada genera un rechazo generalizado, el campesinado se resiste fieramente, y Stalin lanza una campaña de terror que buscará romperle el espinazo a la Rusia campesina. Al menos seis millones de campesinos ucranianos mueren de hambre en aldeas acordonadas por el ejército mientras el país cumple sus compromisos de exportación de granos. Las ciudades se llenan de fugitivos que cuentan el horror. Para 1934 está claro que el país vive bajo la tiranía de un Estado policial, comparado con el cual la Rusia de los zares, tan denostada por la generación anterior de intelectuales, puede ser vista como el más benigno y magnánimo de los regímenes.



Verso decimocuarto



A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja,
/ al cuarto en el ojo.

(Кому в пах, кому в лоб, кому в бровь, кому в глаз.)


Los decretos de ese emperador de pacotilla tienen, sin embargo, un efecto mortal. La banalización de la muerte, también. El acercamiento, o el zoom in, para decirlo recurriendo a una terminología del cine, con que el poeta muestra las partes del cuerpo donde van cayendo las herraduras ucases tiene el efecto de esos close ups en El acorazado Potemkin de Eisenstein, en que se muestra también, para mayor impacto de la escena, la pupila enorme tras el cristal de unos quevedos, la boca abierta en un grito, el rictus de un rostro que ocupa toda la pantalla.

Mandelstam, un poeta de honda inspiración lírica, no había escrito poesía ensalzando la Revolución, a diferencia de otros que se dejaron llevar por el entusiasmo y saludaron con apasionamiento el advenimiento de Octubre. Alexander Blok fue uno de ellos y llegó a publicar su poema “Los doce”, en que celebra el triunfo revolucionario con imágenes pletóricas de simbología evangélica. Vladimir Maiakovski, por su parte, creyó hallar en la Revolución la apoteosis de la estética futurista que había moldeado sus versos de “vocinglero jefe”, como se llama a sí mismo en su elegía “A plena voz”. No tardaría en darse cuenta de que en la Rusia de Stalin pronto quedaría aquella sola voz tonante... Para el momento en que el destino lo pone en rumbo de colisión con Stalin, Mandelstam ha publicado un número de libros, ninguno de tónica política, de tan alto valor poético que toda Rusia –o al menos ese uno por ciento de lectores de poesía del que hablaba Joseph Brodsky– lo tiene por un Maestro, con mayúscula.



Verso decimoquinto



Toda ejecución...

(Что ни казнь у него...)


A mediados de los setenta Lev Razgón, un sobreviviente del gulag y autor de las implacables memorias Nepridumannoye [“de la vida real”; en inglés, True Stories], fue internado en una clínica moscovita por un padecimiento cardiaco. Uno de sus vecinos de sala es un ex oficial, hombre amable con los otros pacientes y en particular con el escritor, a quien asiste solícito. A Razgón, con quien hace buenas migas, termina contándole algo que jamás había confesado a nadie: su labor como miembro de una de las miles de brigadas de ejecutores que operaron en la urss en la década de los treinta. Razgón escucha anonadado sobre los cien gramos de vodka que tomaban los verdugos al comenzar la noche, sobre los camiones cargados de prisioneros que eran llevados a bosques en las afueras, sobre los gritos de las mujeres al borde del foso, los vivas al partido de algunos hombres, el tiro en la nuca, el puntapié que le propinaban a la víctima para hacerla caer en el foso al tiempo que apretaban el gatillo porque las esposas de los verdugos estaban cansadas de lavar sus guerreras salpicadas de sangre... Muchos camiones durante toda la noche, por toda la urss. Siete millones de 1934 a 1941. La espeluznante cifra de un millón de ejecutados por año.



... es para él un festejo

(... - то малина)


En el original: es para él frambuesa, palabra que tiene aquí una profunda connotación criminal, del bajo mundo; en el argot ruso, malina (“frambuesa”; el seto de las frambuesas, malinovka) se usa para referirse a la corporación de delincuentes, la guarida desde donde perpetran sus crímenes. Mandelstam apunta también aquí a la singular simbiosis entre el mundo criminal y bolchevique, transmite al lector el impulso de venganza, de ajuste de cuentas, del mundo lumpen con que se alía, desde el mismo comienzo, el bolchevismo. No hay memorialista del gulag que no mencione el uso de los comunes en los campos contra los del artículo 58, los “políticos”, acusados de traición a la patria. Los comunes no compartían el pecado original de ser “enemigos de clase” y, por lo tanto, podían ser “reeducados”, desempeñaban labores ligeras, de intendencia: cocineros, celadores, o en las casas de baño, en Siberia, donde el calor es de por sí un privilegio.



Verso decimosexto



que alegra su amplio pecho...

(И широкая грудь...)


En el original, simplemente: “Y su amplio pecho...” Delgado, de escasos 168 centímetros, con el rostro picado de viruelas, y un brazo semiparalizado por la polio con el que sostenía siempre su pipa, Stalin decepcionaba a las personas que tenían ocasión de verlo en persona y que esperaban encontrarse al coloso que sugerían sus dobles de granito y piedra erigidos por toda la urss. Para Mandelstam, ese amplio pecho que se alegra es un pecho no humano, de hierro, dentro del cual, como en el interior de los toros de bronces minoicos, bramaban los millones de sus víctimas.



... de oseta.

(... осетина.)


¿Era Iósif Yugashvili georgiano u oseta, de Osetia, la pequeña república del Cáucaso vecina de Georgia? Stalin era considerado oficialmente un georgiano, porque los osetas son tenidos por un pueblo de temperamento más violento, gente menos refinada. Curiosamente, estos dos últimos versos no convencían del todo a Mandelstam y es increíble que un hecho tan alejado de la política como la perfección de esta última línea ocupara su mente durante aquellas sesiones suicidas de lectura en voz alta. Se le recuerda diciendo: “Debo quitarlos, no me parecen buenos. Me suenan a Tsvetáeva.” No le dio tiempo, sin embargo, y quedaron en la memoria de quienes lo escucharon. Muchos años después, ya en tiempos de la perestroika, cuando Vitali Shentalinski encontró la versión manuscrita de puño y letra del poeta en los archivos de la KGB, no halló divergencias con las versiones que se habían leído en samizdat por toda la URSS. El poema había quedado grabado fielmente en la memoria de quienes lo habían escuchado en el lejano 1934. ~
http://www.letraslibres.com/revista/convivio/sobre-un-poema-de-osip-mandelstam?page=full


tomado de http://www.letraslibres.com/revista/convivio/sobre-un-poema-de-osip-mandelstam

María Milagros King


Justiniano

Otra vez me quedo
con la luz sobre mi escritorio
y de madrugada.
Esta vez llueve fuerte, pienso,
y el viento sobre la calle Yatay
me hace temblar un poco
si salgo a este balcón mojado.
Y no sé si la batalla es adentro o afuera.
O da lo mismo.
Ahora volver a los libros y todos estos
papeles, papeles.
A estudiar el arte en épocas de Justiniano.
Y no sé si la batalla es adentro o afuera,
Da lo mismo. Digo, dije.
El tenía que reconstruir un Imperio caído.
No tenía menos problemas que yo.
Pero tengo que ordenar estos papeles o dejar de pensar.
Debe de haber algo importante y me quedo mirando
aquella foto del mosaico que se llama ”Invierno”.
Como sea, batallas, digo, dije.
Pero otra vez los ojos de Justiniano desde el mosaico.
Si vuelven a mirarme esos ojos
voy a abrir la puerta del balcón,
Voy a dejar que el viento entre desde la calle Yatay.
Voy a hacer volar todos los papeles, todos los papeles.
Iré a dormir un poco, creo.
Mañana es martes y los martes suelo reconstruir Imperios
e ir al supermercado.

sábado, 18 de abril de 2015

Taha Muhammad Ali (Galilee, Palestina, 1931 – Nazareth 2011).


Venganza

A veces… deseo
poder encontrarme en un duelo
con el hombre que asesinó a mi padre
y arrasó nuestro hogar
expulsándome
hacia un estrecho país.
Si me hubiera matado
hubiera descansado al fin,
y si hubiera estado preparado
¡habría llevado a cabo mi venganza!

Pero cuando apareció mi rival
y supe que tenía madre
que estaría esperándole
o un padre que se pondría
la mano derecha
sobre el pecho, en el lugar del corazón
cada vez que su hijo llegara tarde
aunque fuera un cuarto de hora
de la cita de una reunión
ya no le mataría entonces,
aunque pudiera.

De igual manera…
tampoco le asesinaría
si me enterara enseguida
de que tenía hermano o hermanas
que le amaban y que constantemente
anhelaban verle.
O si tuviera una esposa
para darle la bienvenida
y niños que
no podrían soportar su ausencia
y a quienes sus regalos emocionarían.
O si tuviera
amigos o compañeros
o vecinos conocidos
o aliados en la prisión
o en la habitación de un hospital
o compañeros de colegio…
preguntando por él
y enviándole sus saludos.

Pero si resultara
que es una persona en soledad
desgajada de todo
como la rama de un árbol
sin hermanos ni hermanas
sin esposa ni niños
y sin familiares ni vecinos ni amigos,
ni colegas ni compañeros,
Entonces, ¿para que añadir más dolor
a esa soledad?
Ni el tormento de la muerte
ni la pena del fallecimiento.
No, me limitaría
a ignorarle cuando pasara a su lado
por la calle, como
si estuviera convencido
de que no prestarle atención
era ya en sí un tipo de venganza.


Revenge


At times ... I wish
I could meet in a duel
the man who killed my father
and razed our home,
expelling me
into a narrow country.
And if he killed me,
I'd rest at last
and if I were ready -
I would take my revenge!

But if it came to light,
when my rival appeared,
that he had a mother
waiting for him,
or a father who'd put
his right hand over
the heart's place in his chest
whenever his son was late
even by just a quarter-hour
for a meeting they'd set -
then I would not kill him,
even if I could.

Likewise ... I
would not murder him
if it were soon made clear
that he had a brother or sisters
who loved him and constantly longed to see him.
Or if he had a wife to greet him
and children who
couldn't bear his absence
and who his presents thrilled.

Or if he had
friends or companions,
neighbors he knew
or allies from prison
or a hospital room,
or classmates from his school...
asking about him
and sending him regards.

But if he turned
out to be on his own -
cut off like a branch from a tree -
without mother or father,
with neither a brother nor sister,
wifeless, without a child,
and without kin or neighbors or friends,
colleagues or companions,
then I'd add not a thing to his pain
within that aloneness -
nor the torment of death,
and not the sorrow of passing away.
Instead I'd be content
to ignore him when I passed him by
on the street - as I
convinced myself
that paying him no attention
in itself was a kind of revenge.

(Translated by Peter Cole, Yahya Hijazi, and Gabriel Levin).

lunes, 13 de abril de 2015

Gonzalo Rojas Pizarro (Lebu ,Arauco 1916 -Santiago 2011)


Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

De “Contra la muerte”

domingo, 5 de abril de 2015

John Jairo Junieles Acosta ( Sincé ,Colombia, 1970.)


Una vieja historia

En otro lugar me esperan.
Paul Celan


Esta es una vieja historia.
Mi primer hermano no llegó a nacer
y fue enterrado en el patio,
que es hoy un lugar sagrado.
Luego nací yo.
Mis padres me llamaron como a él,
condenado a saber que cada gesto
y acto mío es inferior a él,
quien hubiera sido capaz de volar,
mientras yo ocupo el espacio suyo,
el aire de sus palabras,
todo eso que me queda grande.

Ya no hay ruidos en el patio,
las gallinas son frutos extraños
en las ramas.
La tarde abre sus venas en el horizonte,
y me trae cosas de otro tiempo.
Cuántas lunas para llegar a mí,
si cuando miro atrás creo que
no son mías las huellas que he dejado.
Hay alguien morándome, yo sé,
somos dos sombras bajo una estrella
que no es la suya.

En el diario del superticioso

No dejo las tijeras abiertas sobre la cama.
Procuro no sentarme de espalda a los espejos.
Las malas noticias me hacen tocar la madera.
Siempre hay hojas de trébol bajo mi almohada.
En luna llena echo semillas de mostaza en mis zapatos,
mientras rezo la oración que abre los caminos.
Me levanto de una mesa si son trece los comensales.
No me acerco a las aves heridas.
Nunca pongo mi maletín en el suelo.
El gato amarillo que se metió en la casa
es una señal de buena suerte
(debe salir por un lugar distinto de donde entró,
de lo contrario la suerte se devuelve)
Cuando tengo miedo cierro los ojos,
cruzo los dedos, cuento hasta cien:
no me gusta pensar en lo que viene después de eso.



Lo que nadie sabe

Mi madre aseguraba que una taza de ruibarbo podía curarlo todo,
hasta los males del amor.

Mi padre pensaba que un poco de dinero era mejor que el ruibarbo y el amor
(además, podía comprar mucho más que eso).

Cuando yo tenía fiebre o estaba triste, ella me daba ruibarbo.
Mi padre me dejaba algunas monedas.

Cuando ella murió él se metió en su cuarto, apagó la luz y sentí que lloraba bajito.
Jamás lo había visto hacer esas cosas y el aire empezó a faltarme.
Toqué la puerta y cuando me abrió dejé en su mano una moneda.


Temeré por mí al final de estas líneas


Sé que está solo,
no como el primer hombre,
sino como el último.

Sabe que cada noche será peor y
ya que no hay nada por hacer.

Sabe que las noches son más largas para él
que para cualquier otro hombre,
que no hay nada que pueda cambiar ese destino,
y ya no tendría el coraje.

Sabe que no hay hadas madrinas de este lado
del sol, que no hay frutas gratuitas,
que los mamíferos no se aman para siempre.

Donde quiera que se encuentre habrá una
parte suya que nunca estará con él.
Tal vez sus ojos llevan estrellas de otros cielos,
sus zapatos, polvo de otros caminos.

Sé que en su pecho se mueve con lástima
una cosa dura, y que cuando pienso en él,
como ahora frente al espejo,
está más solo todavía.

domingo, 1 de marzo de 2015

Padeletti, la osadía del poeta por Rodolfo Edwards





A los 87 años, uno de los mayores poetas vivos del país acaba de publicar “Osaturas”. Habla aquí de su inagotable impulso creador.


Recibe a Ñ en su departamento de San Cristóbal. Al atravesar el umbral, se percibe una armonía subrayada por los colores del mobiliario, las obras de arte, las imágenes religiosas, la biblioteca. Hablar con Hugo Padeletti implica subirse a una burbuja de poesía impulsada por una luminosa paz interior. Nacido en Alcorta, un pueblo cercano a la ciudad de Rosario, ha desarrollado una obra trascendente por su singularidad y sus apuestas estéticas, que nunca se vieron acuciadas por climas epocales. Es, además, un artista plástico incansable y el inspirado y paciente traductor de la obra de la poeta británica Edith Sitwell. Acaba de publicar Osaturas , precedido por un notable ensayo de Jorge Monteleone.

–¿Osaturas es una colección de poemas inéditos?

–En realidad, Osaturas no es un libro nuevo sino que es un libro viejo retomado por mí. Lo fui dejando de lado porque no coincidía con nada de lo que estaba escribiendo, era algo diferente, no lo podía ubicar. Entonces vino Mariano Cornejo, un pintor amigo mío, lo vio en un estante y me dijo: “¿Esto qué es?”, y yo le expliqué que eran unos poemas míos que no pegaban con nada. Se lo llevó a Salta, ilustró los poemas e imprimió 10 ejemplares. Después los leyó Jorge Monteleone y me propuso hacer una edición especial que es la que se publicó ahora.

–¿Qué es la “osatura”?

–Es el hueso y también la osadía … Yo era bastante tímido y fui descubriendo con los años que si uno no se arriesga no gana, así es en todo. Hay que arriesgarse un poco. Asumir esto me costó trabajo pero lo aprendí.

–¿Qué función tiene “la atención” en la poesía?

–La atención y la distracción son cosas complementarias, son dos polos en la misma línea. Si uno tiene una atención demasiado extrema y racional, no puede escribir poesía, y si uno se va al otro extremo tampoco sirve porque lo que sale es caótico. Hay que encontrar un punto en el medio, una zona de “lucidez blanda abierta”: lograr eso es medio milagroso. La inspiración es algo que viene de arriba, algo que te cae. En el fondo no es ningún milagro, es todo explicable, pero se lo suele experimentar como algo milagroso. Hay que dejar abierta la entrada y estar a la vez consciente para ir controlando lo que va y lo que no va. Si uno no deja abierta la entrada, la inspiración no fluye y uno se pone muy “constructivo”, está cortando esa “fluencia”. Lo ideal es encontrar el punto justo entre la apertura y el control.

–Sus poemas suelen tener muy buenos “remates”.

–Yo tengo una tendencia hacia las formas cerradas. Tengo cierta dificultad para valorar debidamente a poetas que se inclinan por tender un hilo que nunca termina, que nunca se cierra. Yo prefiero el poema como un círculo perpetuo, que obligue a volver a leerlo, que haya un enriquecimiento continuo. El poema cerrado da vuelta sobre sí mismo, hay un ida y vuelta. En los poemas largos no hay regreso. Cuando dibujo también tiendo a las formas cerradas.

–¿Qué es lo específico de la poesía? ¿Qué hace poesía a la poesía?

–El ensayo es conceptual y la poesía es simbólica. Si bien muchos poemas míos son conceptuales, están bien “ritmados” y eso los convierte en poesía. El ritmo es anterior a la palabra y a la poesía misma. El ritmo es algo cósmico. Escribir poesía es algo agotador. Si uno no atrapa el instante, la palabra se va ... y se pierde esa posibilidad. Me despierto un montón de veces en medio de la noche, aparece una palabra y … ¡la tengo que escribir! La poesía es una espera importante porque tiene que llegar una gota que pese, bien concreta, sonora, que encaje justo donde tiene que ir. Es algo muy denso lo que uno siente al momento de escribir. Esa espera es como un parto, es algo entrañable. Algún día me gustaría hacer algo de narrativa. Pensé en escribir mis memorias: tengo recuerdos hermosísimos de mi pasado, de mi vida en el campo.

–En su poesía abundan las frutas, los árboles, las flores. Una confluencia natural donde cada elemento dialoga con el otro. Por ejemplo, el poema “Limones”:
“Sólo a la luz del sur/ el limón amarillo/ muestra sus graderías/ de innombrable alegría”… decían algunos versos de aquel extraordinario poema. ¿Cómo surgió?

–Proviene de hechos de mi propia vida. Mi abuela paterna, la mujer de mi abuelo Marco, juntaba limones de un limonero que había en el patio. Ella los envolvía en papel y los ponía a secar en una bolsa que guardaba en su dormitorio. Se secaban tan hermosamente que después los poníamos de adorno en un cuenco y yo seguí con esa costumbre de tener limones secos o en invierno poner limones verdes frescos por algunos lugares de la casa. Adoro tomar limonada…

–¿Cómo se ha relacionado con otras disciplinas, como la pintura o la filosofía oriental?

–En mi vida la práctica de la pintura ha sido siempre secundaria. Me dediqué más que nada a enseñar. Fui docente durante muchos años y mi experiencia como educador ha sido plenamente satisfactoria. Pienso que siempre tuve una fuerte vocación por la enseñanza. Me jubilé como docente. Con el tiempo me fui inclinando hacia la figura de Buda, sobre todo a través de Osho porque lo presenta de manera muy bella. La religión budista es negativa porque se fue inclinando hacia un ascetismo autodestructivo. Pero el Buda como imagen y símbolo es de una dimensión bellísima. El budismo y el taoísmo me han llevado a una profunda fe. En la práctica he comprobado que los dones que ofrece Buda son reales. La fe es una energía cósmica que funciona. No importa la realidad.

–Nunca demostró demasiada ansiedad por publicar ni tampoco se lo vio cercano a ninguna generación literaria, grupo o revista.

–Yo escribí poesía durante tantos años y me producía tanta alegría escribir que nunca pensaba en publicar. Cuando yo era bastante jovencito tuve una experiencia peculiar … En Rosario yo conocía a las hermanas Cossettini. Una de ellas era Olga, una reconocida educadora. La otra, Leticia, se encargaba de la parte estética de la escuela modelo que dirigían. Olga era una gran amiga de Victoria Ocampo a la que un día le mandó una carta contándole que conocía a un joven muy talentoso que le gustaría que conociese. Para ese entonces yo ya tenía bastantes cosas escritas. El asunto es que me vine nomás para Buenos Aires y cuando bajé del tren … ¡estaba Victoria Ocampo esperándome! Me llevó a su casa y estuve toda la noche con ella. Ese día estaba también allí el famoso traductor español Ricardo Baeza, un hombre encantador, de una conversación literaria exquisita. Finalmente, Victoria me dice: “Vaya a Sur, lleve sus poemas de mi parte” … y yo no voy, ni voy a ir nunca. No quería estar ante esos monstruos que iban a empezar a desgajarme los poemas. Tengo defensas naturales. Tenía que mantener mi integridad interior. Nunca me arrepentí de no haber ido.

–¿En qué año sucedió lo que cuenta?

–En 1945.

–¿Qué libros estuvo leyendo últimamente?

–Leyendo su obra completa, estoy redescubriendo a un poeta español: Antonio Gamoneda. Es humano, profundo y bello. También estoy fascinado con Alejandro Jodorowsky. Yo lo conocí por su trabajo con el tarot, ahora estoy leyendo su poesía. Maneja muy bien la sonoridad y el ritmo. Y además es un sabio. Y siempre vuelvo a Borges, es inagotable.

martes, 17 de febrero de 2015

Fadhil Al-Azzawi ( Kirkuk,Irak, 1940 )





La vida con las ratas

Acurrucados en la oscuridad,
comimos de una olla apoyada sobre periódicos desparramados sobre el piso.
Las ratas saltaron para quitarnos la comida de nuestros dedos
luego se colocaron frente a sus madrigueras
preparándose para un nuevo ataque.
En las noches frías
se ocultaban entre nuestros muslos y piernas
hasta aquel día en que vimos a una rata gigante en un bosque
arrastrando a una muchacha sollozante de una soga que le envolvía el cuello.

En la mañana, mientras escuchábamos el gorjeo del ruiseñor en el árbol,
cargamos nuestro orín en barriles
y lo volcamos en la zanja frente a la estación de policía.
regresamos con el desayuno que había preparado la esposa de un policía
a la que en nuestros sueños habíamos amado una y mil veces.

Al caer la tarde
nos llamaron de uno en uno por nuestros nombres
y nos colgaron por los hombros de los ventiladores de techo
hasta que las ratas comenzaron a caer
de los pliegues de nuestras ropas
aullando debido a los latigazos.

Luego de algunos años o quizás siglos
vi a aquel a quien dejé abandonado en las oscuridad del foso:
era nuevamente un niño, como siempre vestía pijamas.
Él elevó su cabeza y me observó un rato largo
luego rápidamente siguió su camino.
Creo que me ha olvidado en el innumerable acontecer de la vida.




Fraternidad


En una torre
que trepa el cielo
dentro de una cerrada habitación
de cristal
un esqueleto se sentó muy cerca mío
y colocó su mano sobre mi hombro,
murmurando:
“Tú eres mi hermano,”
luego me entregó una mariposa
que volaba hacia la llama.

Descendiendo en la oscuridad
trastabillando en los escalones
el mundo vino a mí y colocó su corazón
en la palma de mi mano.
Me quemó los dedos
como una brasa
envuelta en cenizas
y salpicada con sangre humana.

Una tregua permanente
entre el hombre y todo lo anterior a él.
Una tregua permanente
entre el viento y el árbol.

Apaga el fuego,
deja que la mariposa regrese a su flor.





En cautiverio



Desde una vieja canción folklórica
dos esclavos cayeron sobre el tejado
de nuestra casa en Bagdad.
Ellos estaban atados espalda a espalda
con una soga,
vestían desgarradas ropas blancas,
y lloraban.

Creo que estaban aguardando un barco tripulado por piratas.
Creo que estaban observando un horizonte de árboles.
Creo que estaban imaginando una isla distante.

Cuando subí al techo y los liberé de sus ataduras
estallaron en llamas en mis manos
transformándose en cenizas.



En la corte de honor



En uno de mis poemas incompletos
un verso desafió a otro
arrojándole un guante al rostro-
invitándolo a un duelo
en la Corte del Honor.

Al final de la pelea,
como muchas veces sucede,
uno de mis versos estaba muerto
el otro sangraba sobre la página.
Como yo no deseaba
verme involucrado en un laberinto de investigaciones criminales
entre preguntas y respuestas,
preferí entonces lavar su sangre de mis manos
y me deshice de todo el poema.



La fiesta



No faltaba nadie
Caín estaba en la cocina afilando su cuchillo
y Noé sentado en la sala de estar
miraba por televisión el informe meteorológico.

Todos llegaron en sus automóviles
y desaparecieron en el largo pasillo
que guiaba hacia el rumor de la fiesta.

Nuestra inmaculada dama bailaba
en el círculo central
exponiendo sus tesoros
a través de las transparencias de su vestido.
Nos sentamos junto a los otros invitados
y apuramos las copas hasta las heces.

Al final de la velada
en el regreso a nuestros hogares,
le entregamos al ciego su perdido bastón
y al asesino su hacha sangrienta.

Fue una fiesta,
como cualquier otra fiesta.



Visión sobre un ómnibus



Mientras viajaba en ómnibus
entre esta vida y el más allá
de un brinco subió el ángel Gabriel-
Tenía un sombrero sobre la cabeza,
ladeado sobre la frente-
Vestía un saco ancho,
se parecía a uno de aquellos fugitivos
en las veredas del zoológico de Bahnhof.*
Subió sin pagar su boleto,
y se sentó en el asiento contiguo al mío.
Al igual que un turista norteamericano
simuló que miraba a través de la ventanilla.
Durante el trayecto me dio un codazo en la cintura
y comenzó a recitar sus nuevos versos santos
a un grabador que sostenía en la mano.
Su voz monótona me provocó nauseas
y me incorporé tratando de huir,
pero me atrapó y me lanzó hacia mi asiento,
luego presionó el cañón de su arma en mi pecho
y me dijo amenazante:
“La próxima vez, Oh profeta, apretaré el gatillo.
Ahora recita. Recita en el nombre de tu Dios que te creó.”

* Estación de ferrocarril en Berlín





Desfile silencioso



Coloco mis manos en mis bolsillos raídos,
y camino por la calle,
y allí los veo, ojos detrás de las vidrieras
de los comercios y cafés,
que me miran sospechosamente,
luego salen velozmente a la calle y me siguen.


Deliberadamente me detuve a encender un cigarrillo
y me di vuelta, como alguien que le da la espalda al viento,
para poder capturar una imagen de ese desfile silencioso:
ladrones, reyes, asesinos, profetas, poetas
aparecían desde todos los rumbos
para caminar a mis espaldas
aguardando que les hiciera una señal.

Sacudí mi cabeza asombrado
y continué caminando mientras silbaba
la tonada de una canción popular,
pretendiendo que era un actor en una película
y que lo único que tenía que hacer era caminar para siempre
hasta el amargo final.




Despedida



En soledad camina hacia el cadalso.
Las manos a la espalda, esposadas, siete fusiles apuntándole.
Él pensó en quienes podrían llorar silenciosamente sobre su cadáver.
Él soñó acerca del sol luego de su partida, y en los pájaros y en los ríos
y en... y en...
Y observó la palmera datilera penetrada y sacudida por el viento.
Vio una nube: “Quizás llueva después de mi muerte.”
Descubrió un narciso oculto en los pastos detrás de la cerca:
“Un hombre lo recogerá y se lo dará a una muchacha feliz
que al abandonar el parque lo dejará olvidado sobre un banco.”
Él estiró su mirada hacia el rompiente amanecer. Estaba solo.
Cuando ascendió los peldaños de madera
una paloma que dormía sobre el cadalso
se sobresaltó y desapareció batiendo sus alas.






Atravesando el valle desolado




Este valle desolado esta poblado de ladrones
sin embargo lo atravieso solo.
No le temo a nadie
pues no llevo ni oro ni plata en mi montura.

Este valle desolado se extiende frente a mis ojos
moteado con piedras que bajo el sol brillan como espejos.
Arrastro detrás mío a mis mulas
y en soledad canto alegremente.

En este valle la lluvia cae a cántaros.
No existen cuevas para darme abrigo
y no poseo una carpa.
Si se produce una inundación y la represa estalla
¿ Quién será el que me rescate en su bote bamboleante ?
No obstante, continúo mi camino sosteniendo en mi puño
la brasa ardiente de mi corazón.
Ofrezco las llamas de mi fuego a la madera del mundo.
Me siento a la mesa con fantasmas quienes cenan conmigo.

Atravieso este valle en soledad
y dejo que el viento sople a mis espaldas.





La chimenea



Una chimenea sopla humo al viento,
en ocasiones sopla sueños,
en ocasiones tristeza,
también sopla los restos de unos hombres en una habitación
que narran historias del pasado.

La chimenea sopla el silencio de una mujer
mientras ella descansa en los brazos de un hombre
/que recuerda una ciudad aterrorizada
doblegada en el desierto
la que sopla sus propios recuerdos hacia la distancia.

Una chimenea nos sopla día a día
en la noche de otro cielo
hacia la lejanía, hacia el viento.



Traducciones de Esteban Moore