domingo, 10 de abril de 2022

"Dioses" de Enrique Anderson Imbert






 Desde los bancos solo veíamos la cabeza del predicador, encima del alto atril: al sonreírse el tajo de la sonrisa se había corrido por los costados y por atrás y se la cercenó. 

La cabeza dijo: —El hombre no sabe nada de Dios ni gana nada con plantearse el insoluble problema de su existencia ni puede formular una sola proposición teológica que de veras signifique algo. Pero Dios existe. Existe fuera de la conciencia del hombre. Lo que ocurre es que una de las perfecciones de Dios es la modestia: admirable rasgo de modestia, haber creado al hombre y, sin embargo, no dejarse percibir por él. ¡Si le hubierais visto el recato, la humildad, con que dijo «No existo» cuando tropecé con él!

 Decía Esteban: —¿Que los nuevos físicos me salen con la teoría de que el universo se originó en un instante, con la explosión de un átomo, y luego se desenvolvió? Mi fe queda inconmovible: yo hago que sea Dios el que ocasionó la explosión y sanseacabó. ¿Que proponen la teoría de que el universo nunca empezó ni nunca acabará porque es un continuo torbellino? Yo, con renovada fe, contesto que es natural que la Creación participe de la eternidad del Creador. Como ves, a mí la fe no me la quita nadie. Lo único que me da rabia es que esas cosmogonías puedan prescindir de Dios cuando explican el universo porque, al hacerlo, destruyen el esencial atributo de Dios que es el de ser una imprescindible explicación de todas las cosmogonías. 

 Ese loco no tenía un sentimiento de culpa ante Dios, sino más bien un resentimiento contra Dios. —Dios —dijo— lo habrá pensado todo con mucho cuidado antes de decidirse a crear el mundo. La creación fue, pues, el resultado de una lenta rumia. Puso fin al Caos, dio origen al Cosmos. Si fue él quien originó todo ¿por qué mucho después acusó a Adán y Eva de haber cometido el pecado original? El de Adán y Eva fue un pecado secundario, y nada terrible. El paraíso no debió de ser gran cosa: ¡bastó tan poco para destruirlo! 

Y para qué hablar de los otros pecadillos humanos que siguieron. Si los hombres pecamos es porque Dios nos lo consiente. No pecamos a pesar de la voluntad divina —nada puede ocurrir contra la voluntad divina— sino que es Dios quien peca contra sí mismo, hombres mediante. ¿Por qué se mortifica a sí mismo? Porque Dios quiere castigarse por su gran pecado original: la Creación.



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